domingo, 9 de febrero de 2020

04.10 a.m

Por más que existan quienes no me crean (o al menos tengan serias dudas sobre el hecho), mis orejas cantan. Estoy tal que así, sentado cómodamente en un banco del parque contemplando el horizonte, y casi de inmediato comienza la canción. Puede suceder también que la melodía me sorprenda en el autobús al poco de salir de la Plaza de Castilla rumbo a Cibeles o Colón, Castellana adelante. Hay para todos los gustos.
Esto de la música intrusa es sorprendente y para ello no hace falta haber cursado una carrera universitaria ni haber hecho Formación Profesional. Ni siquiera el antiguo bachillerato o la más moderna EGB, que algún tipo de curso habrá que pasar para entrar en sociedad y no decir solo tonterías. O decirlas como mínimo bien argumentadas. O hacerlo de tal manera que pudiera dar lugar en el futuro a generaciones de hombres y mujeres dispuestas a dejarse cortar el cogote con una sonrisa de tanto amor que pondrán en sus pareceres. Después de todo lo que tiene esa canción a la que se aludió al principio de estas líneas, es que resulta obnubiladora. Tiene una capacidad propia para hacer surgir del cerebro de quien la escucha, determinados conceptos que de ninguna manera harían por otros cauces. Hasta tal punto esto es así, que la Dirección General de Música y Espectáculos Varios ya ha organizado una serie de conciertos en el Auditorio Nacional de Música, cuya primera finalidad será que los espectadores compartan sus experiencias musicales y comprendan que se puede vivir a pesar de sus diferencias acústicas. Porque claro, si algo se hace evidente al poco de comenzarla sinfonía, es que la partitura no es todo lo diáfana que podía pretenderse y lo más que llega a oírse (y téngase en cuenta que la acústica del lugar es formidable) es una especie de respiración sincopada que deja a los mencionados oyentes algo así como turulatos ( y perdóneseme la vulgaridad). Y no digamos nada de los acomodadores y el personal de taquilla (los de guardarropía son otra cosa).
Se comprenderá de esta manera como un música fieramente unipersonal, y de algún modo relacionada con los acúfenos o más propiamente con lo tinitus griegos, sea compartida colectivamente por un grupo de personas que en principio nada tiene que ver entre sí, a no ser meramente en el hecho de tener orejas. El Ministerio de Cultura siguiendo una iniciativa de la organización mencionada más arriba, ha proyectado para un futuro a medio plazo otra serie de actividades además de los conciertos sinfónicos que impliquen a otros órganos humanos, pongamos que la boca o la nariz. O lo que es lo mismo, al sentido del gusto y el olfato (o las papilas gustativas y la pituitaria, que los definen). Entre ambas al parecer serían capaces de experimentar texturas y fragancias sideralmente alejadas de las ordinarias, y para ello ya han contratado salas de conciertos y pabellones deportivos municipales, donde se podrá dar rienda suelta a degustaciones y efluvios de todo tipo, que unidos a los ruidos internos o sinfonías aludidos, harán el panorama político nacional todo menos la palabra que tengo en la punta de la lengua pero que no quiere salir, la muy hija de puta (con perdón).

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