….. después de todo, en mi opinión, no sería exagerado
concluir que los rumiantes han llegado a este mundo para realizar la función
para la que parecen estar destinados de acuerdo con la morfología de sus
dientes. Es decir: para rumiar. En mi opinión, he dicho, y posiblemente en la
de un tal Darwin que anduvo por estos andurriales hace ya una temporada, nada
es banal en nuestro aspecto físico, y si los pinzones de las Galápagos se
distinguen por la forma de su pico en función de los insectos que tienen a mano, no sería descabellado
concluir que las vacas, por ejemplo, no están hechas para comerse a los leones
en ningún caso. Esa y no otra es la razón del comportamiento estúpido de los
rumiantes de la sabana, sobre todo de los búfalos, que siendo mucho más fuertes
que los leones, acaban siendo digeridos por los mismos. “Búfalo no come león”,
he ahí la verdad por la cual esos enormes cuadrúpedos en un momento dado
ofrecen su retaguardia a los carnívoros y acaban siendo sus presas. Como dijo
el olvidado Segismundo Freud, la anatomía es destino, y el hecho de que esos
gatos asalvajados tengan una dentadura de aúpa, es la razón principal por la
que se acaban zampando a todo lo que se les pone a tiro. Si fueran herbívoros,
posiblemente vivirían con mucho más sosiego, aprovechando los pastos de la en
ocasiones feraz sabana africana.
Al parecer todo es pues una cuestión de dentadura, que fuerza
a unos y otros a vicisitudes de las que pasarían
si estuviera en sus manos o mejor en sus dientes. Una cebra, un león o una
cabra, por ejemplo, no se preguntan por el sentido de la vida. Al parecer se
limitan a satisfacer sus instintos, aunque en ocasiones sean antitéticos, y
tengan que dirimir sus diferencias a base de aptitudes físicas, en las que la
velocidad, las garras, los dientes y los cuernos tendrán la última palabra. Si
los leones o los tigres pastaran, las cosas serían muy diferentes por mucho que
en el último caso le pesara a Rudyard Kipling (y Jorge Luis Borges, por
cierto), y no digo nada si los bisontes tuvieran la dentadura de las hienas.
Pasemos, pues en ese sentido, página, pues creo que todo ha quedado
suficientemente claro: no es lo mismo un buey que un matarife. Los seres
humanos en este aspecto si en algo nos distinguimos es en la modestia de nuestros
dientes, ya sean incisivos o molares, lo que ya nos da una idea de una cierta
indefinición, que en este caso debe ser tomada como una virtud, pues para
nuestra supervivencia aunque prefiramos a los corderos, no nos importaría,
llegado el caso zamparnos a un tigre de Bengala o unos macarrones al horno con
queso.. Y desde luego, no somos rumiantes porque la estructura de nuestro
aparato masticatorio no nos lo permite, pero no por ello dejamos de ingerir
todo tipo de sus sucedáneos vegetales, sobre todo desde que el cazador-recolector
se hizo sedentario y comenzaron los cultivos a escala industrial. Pero así como
de los rumiantes, una vez que se han dedicado a lo que en su vida constituirá
su entretenimiento básico y necesidad vital, es decir, a rumiar, el ser humano
no se ha conformado con ceñirse a realizarse
entre fogones, aunque desde luego ha metido en la olla a todo lo que hiciera
falta, y se ha dedicado desde tiempos ancestrales a labores que sin duda
sorprenderían a cualquier extraterrestre que nos visitara.
Pongamos algunos ejemplos: la poesía, la pintura y la música,
actividades todas ellas respetables, pero de ninguna utilidad para la
supervivencia de la especie. Al parecer este animal se aburre y sus ratos de
ocio se les hacen excesivos, incapaces de tumbarse a la sombra de un árbol y
contemplar el horizonte con el convencimiento del deber cumplido, después de
haberse comido un cabrito. Pero no, presa de una inquietud que le trastoca, se
ve impulsado a no dejar las manos quietas y el cerebro colgado de la palabra
eterna “om”, y de inmediato se pone a la labor dibujando bisontes o lo que le
venga en gana. Actividades en general superfluas que, sin embargo, incluyen
algunas cinegéticas, entre las que destacan la proliferación de escabechinas de
los de su misma especie, pues su acendrado espíritu guerrero le ha impulsado
desde siempre a no dar tregua a todo lo que respira. Próximo capítulo: el ser
humano, el servicio de correos y la trascendencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario