viernes, 21 de febrero de 2020

RUMIANTES


….. después de todo, en mi opinión, no sería exagerado concluir que los rumiantes han llegado a este mundo para realizar la función para la que parecen estar destinados de acuerdo con la morfología de sus dientes. Es decir: para rumiar. En mi opinión, he dicho, y posiblemente en la de un tal Darwin que anduvo por estos andurriales hace ya una temporada, nada es banal en nuestro aspecto físico, y si los pinzones de las Galápagos se distinguen por la forma de su pico en función de los insectos que tienen a mano, no sería descabellado concluir que las vacas, por ejemplo, no están hechas para comerse a los leones en ningún caso. Esa y no otra es la razón del comportamiento estúpido de los rumiantes de la sabana, sobre todo de los búfalos, que siendo mucho más fuertes que los leones, acaban siendo digeridos por los mismos. “Búfalo no come león”, he ahí la verdad por la cual esos enormes cuadrúpedos en un momento dado ofrecen su retaguardia a los carnívoros y acaban siendo sus presas. Como dijo el olvidado Segismundo Freud, la anatomía es destino, y el hecho de que esos gatos asalvajados tengan una dentadura de aúpa, es la razón principal por la que se acaban zampando a todo lo que se les pone a tiro. Si fueran herbívoros, posiblemente vivirían con mucho más sosiego, aprovechando los pastos de la en ocasiones feraz sabana africana.
Al parecer todo es pues una cuestión de dentadura, que fuerza a unos y otros a vicisitudes de las que pasarían si estuviera en sus manos o mejor en sus dientes. Una cebra, un león o una cabra, por ejemplo, no se preguntan por el sentido de la vida. Al parecer se limitan a satisfacer sus instintos, aunque en ocasiones sean antitéticos, y tengan que dirimir sus diferencias a base de aptitudes físicas, en las que la velocidad, las garras, los dientes y los cuernos tendrán la última palabra. Si los leones o los tigres pastaran, las cosas serían muy diferentes por mucho que en el último caso le pesara a Rudyard Kipling (y Jorge Luis Borges, por cierto), y no digo nada si los bisontes tuvieran la dentadura de las hienas. Pasemos, pues en ese sentido, página, pues creo que todo ha quedado suficientemente claro: no es lo mismo un buey que un matarife. Los seres humanos en este aspecto si en algo nos distinguimos es en la modestia de nuestros dientes, ya sean incisivos o molares, lo que ya nos da una idea de una cierta indefinición, que en este caso debe ser tomada como una virtud, pues para nuestra supervivencia aunque prefiramos a los corderos, no nos importaría, llegado el caso zamparnos a un tigre de Bengala o unos macarrones al horno con queso.. Y desde luego, no somos rumiantes porque la estructura de nuestro aparato masticatorio no nos lo permite, pero no por ello dejamos de ingerir todo tipo de sus sucedáneos vegetales, sobre todo desde que el cazador-recolector se hizo sedentario y comenzaron los cultivos a escala industrial. Pero así como de los rumiantes, una vez que se han dedicado a lo que en su vida constituirá su entretenimiento básico y necesidad vital, es decir, a rumiar, el ser humano no se ha conformado con ceñirse a realizarse entre fogones, aunque desde luego ha metido en la olla a todo lo que hiciera falta, y se ha dedicado desde tiempos ancestrales a labores que sin duda sorprenderían a cualquier extraterrestre que nos visitara.
Pongamos algunos ejemplos: la poesía, la pintura y la música, actividades todas ellas respetables, pero de ninguna utilidad para la supervivencia de la especie. Al parecer este animal se aburre y sus ratos de ocio se les hacen excesivos, incapaces de tumbarse a la sombra de un árbol y contemplar el horizonte con el convencimiento del deber cumplido, después de haberse comido un cabrito. Pero no, presa de una inquietud que le trastoca, se ve impulsado a no dejar las manos quietas y el cerebro colgado de la palabra eterna “om”, y de inmediato se pone a la labor dibujando bisontes o lo que le venga en gana. Actividades en general superfluas que, sin embargo, incluyen algunas cinegéticas, entre las que destacan la proliferación de escabechinas de los de su misma especie, pues su acendrado espíritu guerrero le ha impulsado desde siempre a no dar tregua a todo lo que respira. Próximo capítulo: el ser humano, el servicio de correos y la trascendencia.


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