ALCATRACES (EL NÉCORA).
Se levanta sobre el cielo
de Pontevedra una densa nube de óxido y mariscos a la barbacoa. Festín de
nécoras y percebes cerca del pantalán en la falda del monte que supervisa las
embarcaciones y las despide. Anochecidas del héroe diminuto de ojos azules
arrasados por las mareas. Arriba y abajo hasta desembocar donde los nombres se
arraciman en cardúmenes cerca de Ons o poco más allá, donde las olas pierden su
sentido y nace la mar tendida en ocasiones. Esa mar que violan las gaviotas y
los pesqueros de madrugada en busca del bacalao, el fletán o el abadejo. O la
sardina que luego fecundará los veraneos y nos contará la inutilidad de los
arrecifes tan lejos ¡ay! de estas costas. Hablaríamos de Australia, lugares de
Oceanía donde decir petreles no sea de recibo pero sí tiburones y peces espada
fidedignamente. Y no se trata de Almería. Barbacoas que distraen la soledad de
los ribazos y se deslizan hasta la playa donde los jureles esperan con la
paciencia de los que saben que morir es un hábito discreto.
Voces
patrióticas o lo que por tal se entienda, impetradas hacia las nubes, sombrero
habitual en estas latitudes, donde decir lluvia es una redundancia, incluso un
pleonasmo. Voces, no obstante, que pueden implorar en vano, y solo llegar a los
barquitos que se hacen a la mar, o se harán de madrugada cuando la ría sea poco
más que una lámina de estaño. Pero tu voz, mi querido amigo, no se perderá
aunque clame inútilmente y los patricios de la zona hagan oídos sordos a tu
súplica. Tu solo degustarás el banquete que preparaste para los otros, y la
soledad de los lánguidos será aún más
cierta. Nunca debiste olvidar la batalla que te llevó hasta allí. Tejados de la
maledicente uralita y de pizarra, y de la teja roja habitual por estos lares.
Pero no de otras siderurgias que no son del lugar, pero podrían serlo a poco
que el furor de la tierra se hubiera manifestado y el hierro hubiera surgido de
las piritas con la devoción con la que surgen Cantábrico adelante. Triunfarás
no lo dudes y tu voz, apenas un susurro, se alzará sobre los espejos como un
alcatraz o un albatros que traen la buena nueva del Jordán. Deslíe de tu
memoria todos los almacenes que guardas como papiros, resmas de un mar antiguo
donde los griegos y los persas, los romanos y los cartagineses libraron sus
batallas apenas nacido lo que hoy llamamos Occidente. Muere finalmente si no
tienes otra cosa que hacer, quizás entonces los menesterosos y los propietarios
de pazos y casa señoriales se dignarán visitarte, encontrando un festín apenas
comenzado por falta de comensales, y la humildad de una dentadura solo hecha
para el condumio de camarones y langostas de campo. Mi ignoto y, sin embargo, amigo llamado “el
Nécora”.
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