viernes, 21 de febrero de 2020

ALCATRACES (EL NÉCORA).

ALCATRACES  (EL NÉCORA).

Se levanta sobre el cielo de Pontevedra una densa nube de óxido y mariscos a la barbacoa. Festín de nécoras y percebes cerca del pantalán en la falda del monte que supervisa las embarcaciones y las despide. Anochecidas del héroe diminuto de ojos azules arrasados por las mareas. Arriba y abajo hasta desembocar donde los nombres se arraciman en cardúmenes cerca de Ons o poco más allá, donde las olas pierden su sentido y nace la mar tendida en ocasiones. Esa mar que violan las gaviotas y los pesqueros de madrugada en busca del bacalao, el fletán o el abadejo. O la sardina que luego fecundará los veraneos y nos contará la inutilidad de los arrecifes tan lejos ¡ay! de estas costas. Hablaríamos de Australia, lugares de Oceanía donde decir petreles no sea de recibo pero sí tiburones y peces espada fidedignamente. Y no se trata de Almería. Barbacoas que distraen la soledad de los ribazos y se deslizan hasta la playa donde los jureles esperan con la paciencia de los que saben que morir es un hábito discreto.
Voces patrióticas o lo que por tal se entienda, impetradas hacia las nubes, sombrero habitual en estas latitudes, donde decir lluvia es una redundancia, incluso un pleonasmo. Voces, no obstante, que pueden implorar en vano, y solo llegar a los barquitos que se hacen a la mar, o se harán de madrugada cuando la ría sea poco más que una lámina de estaño. Pero tu voz, mi querido amigo, no se perderá aunque clame inútilmente y los patricios de la zona hagan oídos sordos a tu súplica. Tu solo degustarás el banquete que preparaste para los otros, y la soledad  de los lánguidos será aún más cierta. Nunca debiste olvidar la batalla que te llevó hasta allí. Tejados de la maledicente uralita y de pizarra, y de la teja roja habitual por estos lares. Pero no de otras siderurgias que no son del lugar, pero podrían serlo a poco que el furor de la tierra se hubiera manifestado y el hierro hubiera surgido de las piritas con la devoción con la que surgen Cantábrico adelante. Triunfarás no lo dudes y tu voz, apenas un susurro, se alzará sobre los espejos como un alcatraz o un albatros que traen la buena nueva del Jordán. Deslíe de tu memoria todos los almacenes que guardas como papiros, resmas de un mar antiguo donde los griegos y los persas, los romanos y los cartagineses libraron sus batallas apenas nacido lo que hoy llamamos Occidente. Muere finalmente si no tienes otra cosa que hacer, quizás entonces los menesterosos y los propietarios de pazos y casa señoriales se dignarán visitarte, encontrando un festín apenas comenzado por falta de comensales, y la humildad de una dentadura solo hecha para el condumio de camarones y langostas de campo.  Mi ignoto y, sin embargo, amigo llamado “el Nécora”.             

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