viernes, 17 de enero de 2020

RECORDS


Nada más sentarnos a la mesa lo primero que hacía papá por aquella época era mirarme a la cabeza, y luego dirigir una mirada de desaprobación a mamá, como si entre ambas hubiera una relación con la que no estaba de acuerdo. Las primeras veces que sucedió esto yo no tenía la menor idea de qué se trataba, pero pronto pude atar cabos y darme cuenta. Mamá siempre había dicho que yo tenía un pelo muy especial, y que era una pena que se me estropeara al dormir, por lo que decidió que sería conveniente ponerme una redecilla por la noche para que amaneciera con los rizos intactos en su sitio. De hecho, a la hora del desayuno los contemplaba con un embeleso incomprensible para mí, y lo que es más para papá, pues ese era sin duda el sentido de sus miradas a la hora de la comida, después de enterarse del asunto de la redecilla.
Afortunadamente la situación no duró mucho tiempo, pues supongo que el antiguo oficial de la Armada la convenció de que esa no era la manera más adecuada de educar a un futuro Aspirante de Marina. Mamá nos protegía, y le tenía sin cuidado las ínfulas ordenancistas de papá, pues si por él fuera nos hubiera sometido a un régimen cuartelero a partir de la primera comunión, por poner una fecha aproximada.  Independientemente de eso, lo cierto es que yo le admiraba y sentía por él un gran respeto, como si fuera el grumete de un barco del que él fuera el comandante. Me gustaba su minuciosidad al razonar y su amor por el detalle, y cuando le veía escribir me quedaba tan absorto contemplando su letra menuda y perfectamente formada que enseguida me propuse imitarla, algo que con los años logré hacer con bastante éxito, sobre todo la firma. Todavía recuerdo el día que después de mil ensayos se la mostré esperando que valorase mi empeño y dedicación, y mi frustración y vergüenza subsiguientes al ver su mirada de reprobación, pues según me dijo cada cual debía ser uno mismo y no empeñarse en copiar a los demás. Me sentí un tanto confuso e intenté cambiar, pero a esas alturas, yo ya debía andar por los trece o catorce años, la situación ya era irreversible, y toda mi vida he escrito como él, hasta tal punto que un grafólogo hubiera tenido problemas para distinguir nuestras escrituras, y hasta es posible que un psicólogo hubiera hablado de ciertas patologías hereditarias. Por otro lado me contagió su amor por las matemáticas y el fútbol.
Con las primeras, recuerdo que se pasaba tardes enteras conmigo tratando de ayudarme a resolver algunos problemas, situación que ya avanzado el bachillerato se volvió un tanto conflictiva, pues si tenía uno verdaderamente complicado, se empeñaba en resolverlo empezando por la aritmética del parvulario, prácticamente por la suma, y para mi desesperación nos eternizábamos, hasta que acabé por no pedirle ayuda y prescindir de la que me prestaba, voluntariosa pero agotadora. Lo del fútbol fue lo mejor, pues en varias ocasiones me llevó hasta la otra punta del país en taxi o en un coche de la fábrica (no sé como lo conseguía) para ver un partido del equipo del pueblo que estaba en Tercera División, y del que se había convertido en un hincha comedido pero fervoroso, y yo creo que hasta en humilde mecenas, valga la contradicción, en sus momentos de dificultades. Desgraciadamente nunca he sido un buen deportista, pero debo aquí, sin embargo, hacer constar mi orgullo de futbolista de salón, pues si mi capacidad física nunca me llevó al terreno de juego como profesional, tal cosa no impidió que tuviera un dominio técnico del balón extraordinario.
Ahí quedan para el libro guiness de bolsillo, mi record de más de mil toques seguidos con el empeine del pie izquierdo, mi pie bueno, que nunca igualaron ninguno de mis hermanos ni mis amigos. A pesar de ser un superdotado, según decían, para las matemáticas, acabé estudiando Abogado, porque en Oviedo no había Escuela de Ingeniería y yo quería seguir en el pueblo (que estaba cerca) para no alejarme de una novia que me había echado por entonces, y de la que no quería alejarme; de hecho, me acabé casando con ella. De aquella época datan mis gafas que me impidieron el ingreso en la Marina, y supongo que un cambio hormonal en toda regla, que entre otras cosas supuso el cambio de mi pelo fosco y rizoso de niño, a otro recio y liso que me ha acompañado toda la vida, y que siempre contó con la aprobación de mamá, pero no con su entusiasmo.

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