Nada más sentarnos a la mesa lo primero que hacía papá por
aquella época era mirarme a la cabeza, y luego dirigir una mirada de
desaprobación a mamá, como si entre ambas hubiera una relación con la que no
estaba de acuerdo. Las primeras veces que sucedió esto yo no tenía la menor
idea de qué se trataba, pero pronto pude atar cabos y darme cuenta. Mamá
siempre había dicho que yo tenía un pelo muy especial, y que era una pena que
se me estropeara al dormir, por lo que decidió que sería conveniente ponerme
una redecilla por la noche para que amaneciera con los rizos intactos en su
sitio. De hecho, a la hora del desayuno los contemplaba con un embeleso
incomprensible para mí, y lo que es más para papá, pues ese era sin duda el
sentido de sus miradas a la hora de la comida, después de enterarse del asunto
de la redecilla.
Afortunadamente la situación no duró mucho tiempo, pues
supongo que el antiguo oficial de la Armada la convenció de que esa no era la
manera más adecuada de educar a un futuro Aspirante de Marina. Mamá nos
protegía, y le tenía sin cuidado las ínfulas ordenancistas de papá, pues si por
él fuera nos hubiera sometido a un régimen cuartelero a partir de la primera
comunión, por poner una fecha aproximada. Independientemente de eso, lo cierto es que yo
le admiraba y sentía por él un gran respeto, como si fuera el grumete de un
barco del que él fuera el comandante. Me gustaba su minuciosidad al razonar y
su amor por el detalle, y cuando le veía escribir me quedaba tan absorto
contemplando su letra menuda y perfectamente formada que enseguida me propuse
imitarla, algo que con los años logré hacer con bastante éxito, sobre todo la
firma. Todavía recuerdo el día que después de mil ensayos se la mostré
esperando que valorase mi empeño y dedicación, y mi frustración y vergüenza
subsiguientes al ver su mirada de reprobación, pues según me dijo cada cual
debía ser uno mismo y no empeñarse en copiar a los demás. Me sentí un tanto
confuso e intenté cambiar, pero a esas alturas, yo ya debía andar por los trece
o catorce años, la situación ya era irreversible, y toda mi vida he escrito
como él, hasta tal punto que un grafólogo hubiera tenido problemas para
distinguir nuestras escrituras, y hasta es posible que un psicólogo hubiera
hablado de ciertas patologías hereditarias. Por otro lado me contagió su amor
por las matemáticas y el fútbol.
Con las primeras, recuerdo que se pasaba tardes enteras
conmigo tratando de ayudarme a resolver algunos problemas, situación que ya
avanzado el bachillerato se volvió un tanto conflictiva, pues si tenía uno
verdaderamente complicado, se empeñaba en resolverlo empezando por la
aritmética del parvulario, prácticamente por la suma, y para mi desesperación
nos eternizábamos, hasta que acabé por no pedirle ayuda y prescindir de la que
me prestaba, voluntariosa pero agotadora. Lo del fútbol fue lo mejor, pues en
varias ocasiones me llevó hasta la otra punta del país en taxi o en un coche de
la fábrica (no sé como lo conseguía) para ver un partido del equipo del pueblo
que estaba en Tercera División, y del que se había convertido en un hincha
comedido pero fervoroso, y yo creo que hasta en humilde mecenas, valga la
contradicción, en sus momentos de dificultades. Desgraciadamente nunca he sido
un buen deportista, pero debo aquí, sin embargo, hacer constar mi orgullo de
futbolista de salón, pues si mi capacidad física nunca me llevó al terreno de
juego como profesional, tal cosa no impidió que tuviera un dominio técnico del
balón extraordinario.
Ahí quedan para el libro guiness de bolsillo, mi record de
más de mil toques seguidos con el empeine del pie izquierdo, mi pie bueno, que
nunca igualaron ninguno de mis hermanos ni mis amigos. A pesar de ser un
superdotado, según decían, para las matemáticas, acabé estudiando Abogado,
porque en Oviedo no había Escuela de Ingeniería y yo quería seguir en el pueblo
(que estaba cerca) para no alejarme de una novia que me había echado por
entonces, y de la que no quería alejarme; de hecho, me acabé casando con ella.
De aquella época datan mis gafas que me impidieron el ingreso en la Marina, y
supongo que un cambio hormonal en toda regla, que entre otras cosas supuso el
cambio de mi pelo fosco y rizoso de niño, a otro recio y liso que me ha acompañado
toda la vida, y que siempre contó con la aprobación de mamá, pero no con su
entusiasmo.
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