Aún se baila en palacio, mi querido amigo, no le demos más vueltas y
mareemos la perdiz, creyendo que todo es demasiado complicado como para que los
danzantes abandonen de una vez por todas su afición irredenta a los valses y
bajen definitivamente a la calle, donde el pueblo todavía contempla con asombro
la perfección del edificio. No pasarán de los jardines al llegar las sombras de
la tarde, y desde allí comentaran la maravilla del ocaso entre las fuentes y
los pavos reales que adornan las alamedas y los senderos hasta las tapias
erizadas de agujas de acero. Como dijo Leibniz, vivimos en el mejor de los
mundos posibles, y pretender otra cosa es apelar al caos; ya ha costado
demasiada sangre llegar hasta aquí, y no es cuestión ahora de sacudir el árbol,
no vaya a ser que con los frutos en sazón se desprendan otros envenenados que
nos arrastren de nuevo a una vorágine inmanejable. Las cosas están bien como
están, aunque haya que pagar, es cierto, el precio de cierta injusticia. Piense
que a pesar de todo hoy proliferan las entidades benéficas y los ayuntamientos
organizan comedores y albergues para los que no pudieron asistir al baile. Y no
desestime las ONGs que para sí hubieran querido en otro tiempo los menesterosos
y desubicados.
-No le entiendo, créame, pues si en un principio al comenzar a leerle
creí que se apuntaba a la revolución, luego me ha parecido que giraba hacia una
comprensión del mundo que hemos creado, lo que estaría más de acuerdo con mi
forma de verlo. El ser humano es imperfecto a pesar de su inteligencia, y que
duda cabe que dentro de él anidan instintos y emociones que no difieren mucho
de los que tienen los animales, por eso cualquier sistema que pongamos en
marcha tendrá que tener en cuenta esa aparente injusticia de la falta de
igualdad que fácilmente puede observarse, por ejemplo, en una manada de leones.
Que los más capaces o más afortunados triunfen y se distingan, que vivan mejor,
si pueden, yo lo acepto en aras de un beneficio general, por más que otros
pasen dificultades. El igualitarismo a rajatabla ha sido la madre de los
mayores crímenes cometidos por la humanidad, recuerde esto. Y no creo que sea
necesario recurrir a los ejemplos.
- Jugué
voluntariamente al despiste en mi primer parlamento, y estoy de acuerdo con usted
en líneas generales, pero descubriendo ya aquí mis cartas, le diré que no creo
que debamos ahora hablar de revoluciones, ese fetiche sanguinolento que los
poderosos esgrimen para conservar sus privilegios, sino de un deslizamiento
razonable que no facilite que al lado del mayor lujo, proliferen todavía los
barrios miserables de casas de hojalata o de favelas, mira por donde, ahora que
en Brasil parece que algo se mueve(*). Me dirá usted que la acumulación de
capital bien invertido dará enseguida trabajo a millones de personas, y de esa
manera les facilitará la vida, y no puedo negarlo. Pero resulta que en buena
medida siempre conserva su valor, mientras que en el otro extremo, la capacidad
de trabajo, y por lo tanto él mismo, se consumirá sin mayor rendimiento que la
extenuación tras jornadas agotadoras de doce horas. Y no me venga ahora con la
historia del hombre hecho a sí mismo que todo lo consiguió a base de esfuerzo a
partir de la nada. Existen, pero son la excepción y no se puede generalizar su
caso.
-Mire usted,
hemos inventado un sistema que pese a todas las limitaciones que se quiere funciona,
algo que no puede decirse de otro concretamente que constituyó un fracaso
estrepitoso. Tratar de combatirlo diciendo que a la larga resulta inviable, es
poner la primera piedra para su abolición y emprender el camino hacia lo
desconocido, en mi opinión hacia el desastre. Este sistema tiene sus propios
mecanismos de defensa y de reforma y reequilibrio, él mismo puede corregir sus
defectos, sin tener que recurrir a cambios drásticos a los que quisieran
acogerse quienes sólo pretenden ocupar el lugar de los poderosos.
-En resumidas
cuentas, usted me vendría a decir lo tantas veces repetido, que el mercado
mismo busca el equilibrio y se modifica per se, como si fuera un organismo vivo
que busca continuamente su homeostasis, vamos como si el artificio del
intercambio de mercancías tuviera una especie de de cerebro ético, capaz de
reformarse en caso de injusticias. El mercado como propietario de un corazón
sensible que no sólo se autorregularía, sino que incluso sería capaz de
calibrar las diferencias y tratar de atenuarlas.
-Yo no he
dicho eso, y usted lo sabe bien. Aquí es donde entraría la labor del Estado
como ente regulador, en cierta forma el conocido como estado del bienestar
que vela por la justicia distributiva y el bien común, algo que por cierto ya
está en marcha hace mucho tiempo y que ha permitido concretamente grandes
logros en Occidente.
-Pero usted
sabe también perfectamente que hoy en día la clase política vela casi
exclusivamente por su propio interés, como si fuera otro grupo social más,
digamos que el gremio de los ingenieros o los abogados, y que por lo tanto no
se puede esperar demasiado de ellos, pues las leyes que aprueban les tienen a
ellos mismos como principales beneficiarios. Y no digamos nada del al parecer
insustituible sistema de los bancos y las grandes multinacionales que, eso es
ya evidente, sólo buscan su propio beneficio, y el barco si es preciso que se
hunda con ellos, aunque el capitán nunca lo abandonará el último, cuando todo
el pasaje esté a salvo. Les bastará recoger sus ganancias y fuck the world,
como usted sabe bien.
-Bueno, al
parecer ya solo le queda afirmar que para eso que nos mande un padrecito
(¿imagina quién?), y que el pueblo tome el poder, y “se organice
autogestionándose”. Los colchones no faltarán ¡hasta ahí podíamos llegar! ni en
el peor de los casos, y ya se sabe que uno de sus cometidos más provechosos
consiste en emplearlos para guardar el dinero debajo de ellos. A eso quería
usted llegar, supongo. Otro día hablamos del tercer mundo y las fuentes
de energía si le parece, que seguro que ahí también tiene usted unas opiniones
que me atrevo a llamarlas desde ahora, pintorescas. Un saludo.
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