lunes, 1 de abril de 2019

BÚHOS


Estoy muy interesado por el problema de la empatía, esa cualidad, casi virtud, consistente en la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Creo que si verdaderamente fuéramos capaces de ello, la inmensa mayoría de los problemas que nos asaltan desaparecerían con relativa facilidad. E incluso con una facilidad absoluta, casi mágicamente. Porque si lo aceptamos de verdad, si aceptamos que solo somos nosotros mismos accidentalmente, de tal forma que muy pudiéramos ser ese otro que nos preocupa cuando nos cuenta sus dificultades (o sus alegrías, ojo), habríamos avanzado mucho. Un suponer, imaginemos que en plena noche me despierto aquejado de un fuerte dolor de cabeza y aunque enseguida me tomo una aspirina, al cabo de un rato me doy cuenta de que nada, de que el dolor sigue ahí. Y claro, la cosa se complica cuando poco después al echarme agua por la cara e incluso en la cabeza, no hay cambios. El dolor sigue ahí como si tuviera la cabeza aprisionada por una prensa (por decir la primera cosa que se me ocurre). Sin embargo, qué alivio si al poco rato soy capaz de vencer el exceso de prudencia que me contiene, y me atrevo a llamar por teléfono a unas horas tan intempestivas a una amiga, que independientemente del susto que se lleva al principio, me calma poco a poco haciéndome ver que tal hecho suele ser banal, y que casi seguro es debido a una variación de la presión atmosférica (el tiempo está cambiando), o al vasito de vino que indebidamente me tomé con la cena pocas horas antes. Y además se dirige a mí con una voz muy agradable y una tranquilidad que para nada transmite nerviosismo o prisa, que a esas horas serían bastante naturales. Se ha tomado tan en serio mi dolor de cabeza que a los pocos minutos ya me siento mucho mejor y completamente despejado, algo que le agradezco profundamente. Me dice que se alegra de mi mejoría, y que los que nos pasa en general con cualquier problema que tenemos, es que nos ponemos nerviosos y tratamos de solucionarlo de inmediato sin ir a las raíces del mismo o tomárnoslo más al aligera. Luego durante un buen rato casi me da una conferencia sobre la etiología de las cefaleas y las migrañas, que según ella en su origen suelen tener dos desencadenantes: vascular o nervioso. Y que la solución consiste sobre todo en identificarlo. Sigue con los detalles de ambos casos durante un buen rato, y yo, si digo la verdad, me doy cuenta de que empiezo a dormirme. La oigo  como si se tratara de una radio lejana a la que por mucho que me esfuerce no puedo prestar demasiada atención, hasta que finalmente me acuerdo del asunto de la empatía y reacciono vigorosamente. Me digo que no puede ser dejar a tu buena amiga con la palabra en la boca, y reacciono. Así que a las cinco de la mañana, casi una hora después del acontecimiento, me pongo en su lugar y experimento su posible decepción por no sentirse escuchada después de la impagable ayuda que me ha prestado. Me vuelvo a levantar y de nuevo me echo agua por la cara y cabeza para reaccionar  y prestarle la atención que se merece. Hasta que de repente ella sin ninguna transición me dice: “Bueno, cariño, me alegro de que estés mejor. Me duermo. Buenas noches” Y cuelga sin más preámbulos. Yo me siento totalmente despejada, como si estuviera en la cima de una montaña, qué se yo, en el Tirol, o los Pirineos o las cordillera Penibética. Vaya usted a saber, pero el hecho es el hecho Lo cierto es que al cabo de unos minutos me doy cuenta de que padezco un insomnio de campeonato, y tengo otra vez la tentación de llamar a mi amiga y contarle mi nueva situación. Si verdaderamente fuera tan empática conmigo como pareció serlo cuando lo del dolor de cabeza, no tendría que molestarse, aunque al mismo tiempo soy consciente de que eso sería también un abuso de confianza bastante evidente. Son ya las seis de la mañana y me siento incapaz de volverme a dormir. Me he tomado un valium y medio y sigo despierto como un búho. Me voy a repensar esto de la empatía, sobre todo lo de sus efectos secundarios, como en los folletos de los medicamentos, esos que si verdaderamente queremos tomárnoslos, lo mejor es no leerlos en absoluto. Por la ventana empieza a entrar la luz del día. Está amaneciendo. Esto de la empatía va a resultar más complicado de lo que yo suponía. Se lo tengo que decir a mi amiga, a ver que opina. Bueno, visto lo visto, mejor me callo.
     Claro que ahora que lo pienso, lo que acabo de contar eran puras suposiciones y no tienen nada que ver con algo que me haya sucedido realmente. O quizás sí. De noche todos los gatos son negros y nunca se sabe.

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