1) A y B se conocieron y se
casaron. Tuvieron dos hijos C y D. A y B
murieron a los 82 y 78 años respectivamente. De C y D nunca más se supo.
2) A y B se conocieron y tras un breve periodo de noviazgo se casaron.
Tuvieron dos hijos C y D, hembra y varón respectivamente. A y B murieron
pronto, aquejados por una enfermedad común que contrajeron por permanecer mucho
tiempo a la intemperie sin ropa de abrigo. De sus hijos apenas se supo después,
aunque hay quien asegura que ambos emigraron a América del Sur, donde crearon
sus propias familias, totalmente ajenos a la situación de sus padres, que
fallecieron en el asilo.
3) A solía pasear por la alameda atraída por el rumor de los álamos las tardes con
viento. Allí conoció a B, que solía hacer lo mismo a las mismas horas, atraído
por causas que nunca se llegaron a conocer con exactitud, pero de las que
posiblemente el mero hecho de la presencia de A a esas horas no fuera la menor.
Finalmente surgió entre ellos una bonita amistad que tras un largo noviazgo
culminó en una boda bastante señalada, pues ambos pertenecían a dos familias
muy conocidas y respetadas del lugar. C y D, sus hijos, vinieron al mundo con
cierto retraso para lo que era habitual en aquella época, pues al parecer A
tenía ciertos problemas, que las malas lenguas achacaban a que posiblemente era
“demasiado estrecha”. B, una vez casado, tuvo una fama solo regular, pues se
pasaba las tardes en el casino dedicado a los juegos de azar y el coqueteo con
algunas jovencitas de buena familia y mejor aspecto. Los hijos C y D pronto
desaparecieron. El varón acabó ingresando en un circo como mago, dado su arte
en hacer aparecer y desaparecer cualquier cosa que tuviera entre manos. La
chica después del bachillerato se fue a Madrid, donde cursó Filosofía y Bellas
Artes al mismo tiempo, aunque nunca se supo mucho más de ella, y se llegó a
rumorear que se dedicaba a actividades que poco tenían que ver con su cerebro,
sino con partes prácticamente en el polo opuesto de su anatomía.
4) A y B se conocieron paseando por la alameda del pueblo, un
lugar en el que los días con buen tiempo, sus habitantes trataban de distraerse
de tedio de sus vidas cotidianas, pues la inmensa mayoría estaban en el paro o
eran jubilados. A y B eran sin embargo jóvenes, y los vecinos, al poco de
verlos juntos, hicieron todo lo posible para favorecer la relación, pensando
que de tal manera una sangre nueva empezaría a fluir pronto en aquella
comunidad tan avejentada. Y lo consiguieron a pesar de que fue sencillo, pues
la chica, es decir A, puso muchas pegas al asegurar que, más que como a un
marido, veía a B como a un primo o un familiar próximo. A pesar de lo anterior,
el hecho cierto es que después de cinco años de noviazgo irregular, a lo largo
de los cuales se les conocieron a ambos otras relaciones, la pareja acabó
casándose en una ermita románica cerca del pueblo. Al parecer todo transcurrió
de manera totalmente normal, aunque algunos asistentes a la boda ubicados en las
primeras filas, manifestaron poco después que a la novia se le veía todo el
rato que duró la ceremonia con una
mirada claramente desdeñosa. Algo sí como si se preguntara qué estaba haciendo
ella en aquel lugar a aquellas horas con el tipo que estaba a su lado y que, al
parecer, era su novio. En cualquier caso, hay que decir de inmediato que para
la finalidad que se habían propuesto los vecinos con aquel enlace, la unión de
A y B fue un éxito absoluto, pues a los diez años de la boda ya tenían ocho
hijos, a los que siguiendo la tradición familiar, llamaron también con
distintas letras del alfabeto, que en su opinión simplificaba mucho las cosas.
Tal proliferación de vástagos dio mucho que hablar en el pueblo desde diversos
puntos de vista, pues mientras que las mujeres eran de la opinión que podía
promover la imitación en el resto de parejas jóvenes de la localidad, y
favorecer de esa forma un aumento del censo espectacular en pocos años, los
hombres, sin embargo, manifestaban no entender nada, pues desde un punto de
vista aceptado por todos ellos, A no era alguien por la que un joven varón
pudiera volverse loco para no dejarla ni respirar en el dormitorio. Contra todo
pronostico, A y B con los años fueron afianzando su relación y llegaron a ser
una pareja ejemplar para sus vecinos. Sus hijos, cinco chicas y tres chicos,
pronto les abandonaron, yéndose algunos a la capital de la provincia, otros a
la del reino, y los tres menores a Japón atraídos irremediablemente por la
tecnología punta de ese país, y los dibujos manga paralos juegos de los
ordenadores y los teléfonos móviles. B murió a la edad de noventa años de un
mal extraño que los médicos nunca llegaron a diagnosticar con certeza, aunque
las malas lenguas dijeron que era posible se tratara del sobreuso de ciertas
partes de su anatomía, que a esa edad más vale dejar en paz. A murió al año
exacto del fallecimiento de su esposo. A su funeral asistieron sus ochos hijos
y cincuenta y seis nietos, a siete por pareja, lo que para regocijo de los
habitantes del lugar, convirtió la penosa ceremonia en toda una fiesta.
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