jueves, 28 de abril de 2016

AFICIONES

Arturo y yo nos conocimos hace ya algunos años en un Club Deportivo en el que ambos compartíamos nuestra afición a la natación y el tenis, y desde entonces han sido innumerables los días en los que hemos hecho juntos cientos de largos en la piscina y jugado decenas de partidos hiciera frío ó calor. Todo transcurrió con normalidad mientras en nuestras charlas me atuve a comentar las incidencias de nuestras evoluciones en la pista o en la piscina, sin entrar en demasiados detalles, pero pasado cierto tiempo, empecé a observar que parecía molestarse cuando introducía en ellas algún comentario de tipo técnico o alusiones a nuestra vida personal. Y no digo nada, la cara de perplejidad, y yo diría que hasta de irritación, que empezó a poner cuando hacía alguna reflexión psicológica relacionada con nuestras aficiones que, para nosotros constituían auténticas pasiones, e incluso, desde mi punto de vista, obsesiones un tanto patológicas.
Pero el día que alentado por la lectura de algún libro divulgativo, me atreví a mencionar la importancia de la biomecánica y las visualizaciones para mejorar nuestro nivel, empezó a torcer el gesto y decirme desabridamente que “jugase y me dejara de zarandajas”. Su reacción me afectó, e hizo que a partir de entonces mantuviera con él una actitud más distante y que, desde luego, silenciara cualquier opinión sobre la importancia de los factores psíquicos en el tenis, y la conveniencia de añadir rituales al juego para estabilizarlo y hacerlo más eficaz, dos temas que por entonces me interesaban especialmente. Me cuidé muy mucho, por lo tanto, de aconsejarle, además, que en el momento del impacto, intentara imaginar “ser uno con la raqueta y ésta con la bola”, haciendo un paralelismo sobre
la unión del jinete y el caballo en las carreras y la hípica, o al motorista “fundirse” con la motocicleta, según recomienda el conocido libro “el zen y el arte de montar en motocicleta”. Sobre el conocido tema de la flecha y el arquero, por supuesto que guardé un silencio absoluto. En natación me abstuve totalmente de hacer el menor comentario sobre la importancia de la ubicación del cuerpo dentro del agua para un deslizamiento más eficaz. Dada su actitud, cada vez me sentía más constreñido a emplear solo monosílabos valorando su rendimiento o comentarios mínimos del tipo “bien”, “mala suerte”, “buena bola”, etc…
Con el tiempo, dada su fobia evidente a considerar nuestras aficiones con mayor sutileza que la propia de un aizkolari cortando troncos, nuestros intercambios verbales empezaron a hacerse cada vez más escasos, y en los momentos fuera de la pista y la piscina en los que nos veíamos obligados a compartir un espacio, por ejemplo en los vestuarios, nos dedicábamos a monólogos descriptivos de lo acaecido, exentos de cualquier consideración que él pudiera considerar como ideológica, teórica o fuera de contexto. A partir de cierto momento, quedó suprimido el aperitivo que nos tomábamos después del partido o la piscina, y desde luego dejamos de considerar toda posibilidad de comer juntos, como hacíamos en los primeros tiempos.
Sin embargo, pasado cierto tiempo de esta manera, violento por como se estaba desarrollando nuestra relación, y sintiéndome un tanto cobarde y pusilánime, reconsideré mi actitud ante él y decidí que debía comportarme de forma espontánea, de la misma manera que lo hacía él que en el tenis al hablar todo el rato durante el juego, como si fuera un locutor retransmitiendo un partido de fútbol, y sin importarle en absoluto que a mí me molestara. Reforzado pues en mis puntos de vista, y teniendo en cuenta que si la cosa se ponía peliaguda yo era una persona bastante más corpulenta que él, cierto día le dije si había considerado en profundidad la conocida frase del barón de Coubertin a propósito de la práctica deportiva.
Le aseguré que no había dicho en absoluto “lo importante no es ganar sino PARTICIPAR”. Que lo que realmente había dicho era “lo importante no es ganar, sino COMPETIR”, a lo que él, cuando pudo reaccionar me respondió si con eso quería enviarle un mensaje velado o verdaderamente “críptico”, y empleó esta palabra con cierto retintín. Le dije que en absoluto, y, sorprendido por su contestación tan matizada y un tanto irónica, creí por unos instantes que aceptaba un debate, por somero que fuera, sobre las diferencias semánticas entre “participar” y “competir”, por lo que me alargué durante varios minutos en la sutilezas y matices de ambos verbos, y como habían sido utilizados intencionadamente por las partes interesadas, ya fueran federaciones ó atletas fracasados. O incluso el gobierno de la nación en algunas ocasiones. Él, acostumbrado a vencerme con facilidad mediante el lenguaje no verbal, se quedó mirándome un tanto perplejo creyendo que eso me arredraría, pero no cedí en absoluto, y cuando se dirigió al bar para tomarse la consabida cerveza, le acompañé sin esperar su aprobación, cosa que claramente le molestó, pero que yo ignoré olímpicamente. Durante el tiempo que aguantó en la barra mi perorata, le hice ver que en mi opinión en su tenis desaprovechaba la posibilidad de imprimir más velocidad a la bola mediante la rotación del tronco, incrementando de esta manera el momento angular y por tanto la potencia, así como que ignoraba con demasiada frecuencia “jugar al porcentaje”, tratando únicamente de realizar golpes ganadores, con un tanto por ciento exagerado de errores no forzados. Respecto al servicio, le puntualicé que la pronación de su antebrazo era insuficiente, lo que le impedía añadir efectos, sobre todo en el segundo saque, lo que le hacía cometer demasiadas dobles faltas. Le acabé haciendo ver que el tenis es un deporte en el que es totalmente aplicable la lógica aristotélica, y es inútil enfrascarse en planteamientos platónicos sobre un mundo ideal, de nula aplicación en un deporte, el tenis, donde el resultado siempre está de acuerdo con el
desarrollo del juego. En cuanto a la natación, le hice considerar que un batido de pies furibundo, tipo turbina, no da resultado si no va acompañado de la armonía del movimiento del resto de la pierna, en perfecta coordinación con el de los brazos y la respiración. Aquí debo confesar que me equivoqué totalmente, pues cuando nos despedimos (él, de hecho, no se despidió), me di cuenta que él nadaba exclusivamente a braza, y que mis recomendaciones eran en su caso totalmente inútiles. Le ofrecí, de todas maneras mis videos y DVDs de ambos deportes, en los que podría aprender a mejorar su técnica, e incluso su táctica, pues como ya debía saber, su empeño en defenderse ante mí de forma numantina a base de globos, era inútil dada mi calidad como rematador. Sobre una servilleta, y a modo de despedida, le pergeñé las trayectorias en el aire de las pelotas según el efecto que se les hubiera dado, así como los botes correspondientes a las mismas. En natación intenté que comprendiera la maniobra adecuada para girar bajo el agua en la piscina al cambiar de dirección, sin tener que detenerse, o como alguna vez observé, golpeándose con cierta brutalidad contra el borde. Le quise dejar claro la diferencia básica entre estos deportes, en el que en el tenis el enfrentamiento de los jugadores se realiza cara a cara, y en otros como la natación los nadadores lo hacen en la misma dirección, con las implicaciones emocionales que esta diferencia establece. Quise alargarme con algunas consideraciones acerca del deporte como formador del carácter, y de la manera interesada en que los gobernantes suelen utilizar a los deportistas en su propio beneficio, mediante su identificación con la nación. Y como, a mi parecer, había que permanecer alerta ante estos abusos, pues una cosa son Rafael Nadal o la selección nacional de fútbol, y otra el país, y más aún la llamada patria. Fui pronto consciente de que mi amigo apuraba las cervezas sin apenas respirar, y más cuando para terminar añadí que era fundamental que se diera cuenta que en manos interesadas, los deportistas pueden convertirse en marionetas del
sentimiento nacional que los políticos emplean en su propio beneficio. Y aquí me referí a como Hitler había tratado de patrimonializar los Juegos Olímpicos de Berlín en el 34, a pesar de la vejación que supuso la participación y la victoria del atleta negro (¡!) Jesse Owens en cuatro pruebas diferentes. Cuando ya había bebido no menos de cuatro tercios de Cruz Campo, que era su cerveza favorita, abandonó el local temblando, echándose las manos a la cabeza, y balbuceando por lo bajo frases que me parecieron fuera de contexto, pero en las que pude captar algo así como “nunca más, nunca más”, creo que dirigidas a mí, incapaz al parecer de valorar mi interés en la mejoría de sus cualidades innatas.
Voy a tener que buscarme otro contrincante: eso está claro.

martes, 26 de abril de 2016

DIAMANTES

Al poco de conocerte, en mi situación debo ser sincero contigo, no sabes cuánto me extrañó que me pidieras lo que me pediste, sabiendo la pena que podía caerme como fuera sorprendido. Pero también te soy sincero si te digo que una vez cometidas las primeras fechorías, y perdóname esta palabra hoy casi en desuso, me sentí perfectamente, incluso embargado por una alegría cuya única explicación era el hecho de verte feliz. No sabes con qué delectación te observaba por las tardes con tu minúscula cajita de estaño, acariciando aquellos diminutos trocitos de diamante que hurtaba en cuanto se me presentaba la menor oportunidad y te iba entregando con devoción. La verdad es que sustraer directamente aquellos pequeños ejemplares hizo que me sintiera en algunos momentos al borde de una crisis de nervios, pero afortunadamente por aquella época el jefe del taller y el contable también se traían entre manos algunos negocios poco aconsejables, y optaron por mirar hacia otro lado. Recuerdo con especial ternura aquellas sobremesas en las que te veía acariciando con una fruición que ahora se me antoja un tanto maníaca, las piezas que había robado para ti. Era principalmente tu gesto arrobado, tu boca casi temblorosa y tus preciosos ojos inundados de las iridiscencias de las joyas, los que me compensaban de la angustia que me hacías pasar para seguir a tu lado. Me quedaba extasiado al oírte recitar con una voz casi trémula las características inigualables de los diamantes, su composición de carbono al ciento por ciento, su inigualable dureza y su consistencia a la altura de los materiales más sólidos.
Pero cuando mi corazón se desbordaba hacia ti de algo que no podía ser sino amor bordeando la adoración, era cuando hacías un recorrido minucioso por las obras de arte, novelas y películas en las que el diamante era, digamos, el personaje principal. ¿Recuerdas el momento casi sublime en el que evocaste a Audrey Hepburn en
“Desayuno con diamantes”? Casi creí desfallecer contemplando la dulzura de tu rostro, en nada inferior en aquél momento al de la famosa estrella de Hollywood ¡Dios mío, cuanto amor sentía en mi pecho! Claro que el paso de los días empezó a hacer su trabajo silencioso, y paulatinamente empecé a añorar otros momentos quizás no tan intensos, pero desde luego más tranquilos y menos arriesgados, sobre todo cuando mis compinches fueron detenidos, y se me hizo evidente que el próximo sería yo ¡Como hubiera deseado entonces que te hubieras conformado con algunas piedras bituminosas
y grafito, teniendo en cuenta que con las primeras se pueden hacer diseños e imitaciones muy interesantes, y que con el segundo podrías jactarte de poseer un mineral también compuesto al 100 % de carbono purísimo (puedes tomarte esto como una ironía, pero es la verdad). Pero no fue así, y no solo eso, sino que finalmente quisiste que te diera un último antojo y sustrajera una pieza casi tan gorda como una ciruela, no muy alejada del célebre Ko-i-noor ¡Y lo hice, vaya que si lo hice! Por ti fui capaz de todo, y burlar todos los sistemas de seguridad, máximos para la ocasión en la que nos visitaba la pieza en cuestión, no fue un problema insalvable para mí, como bien sabes ¡Cuanto mejor hubiera sido, me digo ahora, contentarse con visitar con más frecuencias el Rijmuseum, el Museo de Arte Contemporáneo, el Museo Van Gogh, todos juntitos y tan cerca de nuestra casa. Nuestra querida casa, que ahora evoco con nostalgia. ¡Podíamos habernos convertidos en expertos críticos de arte, especializados en Rembrandt, Rubens y Durero! Pero no, la vida tiene estás ironías y tengo que conformarme con imaginarte ¡vete tú a saber donde! Seguro que lejos y posiblemente en compañía de algún afamado joyero, mientras yo me pudro en esta lamentable cárcel comarcal de Amsterdam, sin ni siquiera poder darme un paseito por el Barrio Rojo, cosa que sí hacía en algunas ocasiones mientras estuvimos juntos. Y que conste que esto último, debo aquí ser absolutamente sincero, sí que te lo digo para joderte un poco. Y perdona la expresión.

lunes, 25 de abril de 2016

INSENSATECES

Mi amigo C.Q me invitó a su boda de una forma inesperada. Hacía tiempo que no sabía nada de él, y aunque hicimos juntos la carrera, él la abandonó antes de terminar y le perdí la pista. La verdad es que su abandono de los estudios me sorprendió porque era uno de los mejores, con una facilidad increíble para las matemáticas, y en general, para todo lo que tuviera que ver con la inteligencia racional o abstracta. No le interesaba nada más, y en otras áreas de la cultura podría ser considerado prácticamente como un analfabeto, algo que él justificaba diciendo que ya tenía bastante literatura en la vida normal como para dedicarse a leer nada parecido. Lo cierto es que después del verano del penúltimo curso, no se presentó en la Escuela, y no supe nada de él hasta estas Navidades, cuatro años después, cuando recibí una postal desde Addis Abeba, comunicándome que había conocido allí a una mujer africana bellísima de la que se había enamorado perdidamente, y que no quería saber nada que no tuviera que ver con ella. Comprendía que lo que le pasaba no era razonable, pero insistía en que había momentos en la vida en los que había que jugársela, y que estaba seguro que si regresaba, su mujer (ya la llamaba así), una ser extraordinario, acabaría liándose con alguno de los muchos europeos que vivían allí tratando de hacer fortuna a pesar del mal clima político y social del país. Decía que me recordaba con mucho afecto, y que me invitaba para que fuera en nombre de toda la clase. Le hubiera encantado invitar a los demás, pero siendo la familia de Rasha muy numerosa, le era del todo imposible. Me quedé bastante perplejo y comenté la posibilidad del viaje con los pocos compañeros con los que todavía me relacionaba, que me lo desaconsejaron vivamente recordándome el ambiente anárquico y casi bélico de aquella zona. Pero lo cierto es que algo en mi interior me impulsaba a ir, sobre todo porque me resultaba inverosímil que alguien estuviera a punto de cometer una tontería de ese calibre por una mujer de la que, por lo que me decía, yo tenía la impresión que le atraía exclusivamente por la novedad y su exotismo. Uno no debe dejarse seducir por los aspectos de una relación que pareciendo en principio maravillosa, acaba haciéndose vulgar pasado cierto tiempo.
De todas maneras C.Q., por lo que me contaba, llevaba bastante tiempo en África, o al menos el suficiente para haberse desencantado, pero al no ser así, acabé contestándole afirmativamente y volando al Cuerno de África un fin de semana para asistir a su boda. Me vino a buscar al aeropuerto con su novia, que para mi sorpresa, ni siquiera era nativa, sino una italiana afincada allí desde la época colonial. Disimulé como pude la decepción que me causó tal hecho, y me dispuse a pasar los dos días lo mejor posible, una vez desvanecido el encanto y tipismo que había imaginado en tal tipo de relación. Lo cierto, no obstante, es que en el breve trayecto en su coche desde el aeropuerto a la capital, aquella mujer me causó una fuerte impresión, no tanto por su aspecto, aunque debo reconocer que no estaba mal y que tenía una mirada muy sugerente, sino por un halo que parecía rodearla e investirla de un misterio que me hizo pasar toda la tarde pensando en ella, como si estuviera bajo los efectos de un hechizo del que no podía salir por más que lo intentara. La boda se celebró en un lugar extraño, una especie de descampado en la linde de un bosque donde habían alzado unas carpas gigantes, en las que los invitados, gente muy alegre y casi al borde de la euforia, se acomodó para el banquete después de la ceremonia.
Lo que aconteció después es algo que ni siquiera hoy en día he podido aclarar, a pesar de habérselo contado a algunos amigos íntimos e incluso a algún que otro psiquiatra. Sucedió que en medio de la comida, tuve que ausentarme de repente urgido por una necesidad imperiosa que nada tenía que ver con las físicas que pueden sorprendernos en cualquier momento, sino con un imperativo interno que me conminaba a encerrarme con mis pensamientos, víctima de una desazón creciente. Sentí que aquella mujer me pertenecía y que no podía soportar la situación ni un instante más. Desesperado y sin saber que hacer, opté por huir del lugar por una senda detrás de unos arbustos, ocultos a la mirada de los invitados. Me alejé corriendo como un aventado, me dirigí al hotel, hice el equipaje precipitadamente y cogí de inmediato un taxi hacia el aeropuerto. Ya en el aire, al mirar hacia abajo, tuve la impresión que una nube de polillas blancas y repugnantes sobrevolaba la zona. Supe entonces que la envidia y la vergüenza se pueden disfrazar de muchas cosas.

DISCUSIONES

Estoy en un restaurante con dos amigos celebrando el aniversario de la Institución. Es algo que hacemos habitualmente llevados más por un impulso de fraternidad a través de los años que por un auténtico apego a la misma, de la que procedemos y de la que guardamos un grato recuerdo, contándonos anécdotas de cuando éramos jóvenes y formábamos parte ella. A J. D., sin embargo, le gustaría que la conmemoración tuviera un tono más institucional, y en algún momento hace referencia ciertos valores de entonces, que en su opinión deberían regir nuestras vidas, de tal manera que la Institución no sólo fuera un recuerdo vago y desvaído al que ya poco nos vincula. A. A., por su lado, trata de hacerle ver que en esos momentos lo de menos es el origen de nuestra relación, y que lo verdaderamente importante es el hecho de que nuestra amistad haya perdurado a través de los años contra viento y marea. Se origina entre los dos un debate un tanto absurdo, animados ambos por una botella de Rioja, que da a sus opiniones un sesgo un tanto oscilante y descoordinado. A.A insiste en que nuestra amistad está por encima de pertenencias a determinado grupo, y se debe en exclusiva al hecho de haber compartido buena parte de nuestras existencias. Pone como ejemplo, a mi parecer no muy acertado, que lo mismo pasaría si hubiéramos compartido la oficina de una sucursal de Correos o un andamio. Y lo remata añadiendo el cariño y los recuerdos que aún se tiene a los compañeros de bachillerato, “tan lejos ahora de nosotros como un planeta extrapolar”.
Su afición en esos momentos a la astronomía hace que su discurso cobre un giro inesperado, y que pasemos de las características específicas de la Institución a consideraciones propias de los profesionales de la astrofísica. Al poco rato, no obstante, J. D. retoma su discurso inicial y hace hincapié en que
las cualidades y virtudes que nos adornan, “que sin duda las tenemos”, dice enfáticamente y con orgullo, se las debemos a la Institución, y no proceden en absoluto de valores debidos a nuestro ADN, y ni siquiera a la pertenencia a familias con un acendrado espíritu tradicional. “Y mucho menos a la cosmología”, añade con cierta sorna. A punto de finalizar la segunda botella, A .A, J. D y C. C, que soy yo mismo, nos vemos involucrados en una discusión absurda, en la que el primero actúa como librepensador, el segundo como un nacionalista furibundo, y yo mismo, terciando entre los dos, tratando de establecer entre ellos puentes de comprensión, que los dos se obstinan en dinamitar una y otra vez. La celebración en sí misma, llegados los postres, ha quedado totalmente olvidada, y los tres nos empeñamos en hacer comprensibles nuestros puntos de vista. J. D. alude a cualidades de orden emocional, e insiste en el valor de las convicciones arraigadas en el seno de la familia y la comunidad, A. A. sin embargo, es de la opinión, de que si bien en principio es proclive a inclinarse en ese mismo sentido, más tarde algo en su interior le dice que tiene que ser razonable, y no debe dejarse llevar exclusivamente por tales aspectos, de tal manera que al final, sintiéndolo mucho, no puede estar de acuerdo. Yo, a decir verdad, sufro al verles agitados entre sus puntos de vista, y si por un lado estaría dispuesto a salir en defensa del primero, por otro quisiera ser comedido y no dejarme llevar por arrebatos sin sentido, como apunta el segundo. La conversación en las inmediaciones de los postres cobra las características de una discusión en toda regla, pues los contendientes finalmente se han dejado arrastrar por los sentimientos encontrados que sus posiciones les provocan. Yo intento de nuevo mediar, tratando de buscar un punto de equilibrio, para lo cual tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no sumarme al debate.
Es ya media tarde, y en un momento dado, decido que después de todo, a mí no se me ha perdido nada en los vericuetos y las sutilezas de sus argumentos, tratando cada cual de llevar las aguas del molino a su cauce. Me doy cuenta
de que independientemente del ardor que ambos ponen en el asunto, yo comienzo a desimplicarme totalmente mientras miro con cierta melancolía el tránsito de los vehículos y paseantes al otro lado de la cristalera del restaurante. Más que rodar, los automóviles parecen deslizarse sobre la calzada suavemente y en silencio, como si se tratara de una exhibición de patinaje artístico, en el que la lluvia que ya la ha empapado por completo, actuara como una pista de hielo. Paulatinamente me voy alejando de la discusión, y las voces de mis amigos, a pesar de su vehemencia, empiezan a servirme como telón de fondo de otras emociones que la contemplación de la calle me va sugiriendo. Ausente ya de la mesa donde hemos celebrado el aniversario de la Institución, mi mente huye del lugar y se centra en lo que observo al otro lado de los cristales como si se tratara de una película. Transeúntes que pasan por la acera con prisas, como si algo muy urgente les esperara poco más allá, mientras ellos charlan animadamente sobre temas que desconozco pero que no me cuesta imaginar. Llego incluso a percibir los rostros de los automovilistas, algunos absortos mirando hacia adelante, y otros, los acompañantes, ensimismados en conversaciones sobre banalidades, que posiblemente debatan como si en ello les fuera la vida. Mis compañeros finalmente parecen haber llegado a un cierto acuerdo o a un punto muerto, pues poco a poco sus voces se van apagando confundiéndose con las de los demás clientes del local. Poco después tengo la impresión de que de una forma absolutamente natural, todos hemos llegado a un punto final en el que el silencio se apodera del lugar. Poco más tarde, la ausencia de luz en la calle y la escasez de tráfico y transeúntes, hacen que al mirar hacia afuera sólo nos vea a nosotros, unos rostros serios, dubitativos y un tanto perplejos reflejados con toda nitidez en la gran cristalera, que en esos momentos hace las veces de espejo.

miércoles, 20 de abril de 2016

NOSEPERODEBESUCEDERLOANTESPOSIBLE



LainformacionllegaamisojosatropelladamentequieroconestodecirquenopuedodiscernirconclaridadloquesucedeClaroquequizashabríaquepuntualizardequenosetratadequellegueprecisamenteamisojospuescomotodoelmundosabenestrosistemaperceptivoestacompuestodevariosorganosylavistaessolounodeelosquesoncincoEncualquiercasoloafirmadomasarribaesciertoymesientototalemnetedesorientadopuessindatosmecuestamuchoopinnaromasbiensoyincapazdehacerlomefaltandatoseseseríaelresumenPermanezcoporlotantoinmovilesperandoquealgosemanifiestaymehagaverconclaridadparadefinirmeencualquiersentidoEmplearelrestodesentidosesdecirlosotroscuatroparadecantarmeoalmenosirperfilandomiposturapuesladecisionaunquenoestrictamenteurgentesiprecisaunosprimerospasosqueabreviaríaelprocesolamuertedealguiennuncaesbanalysetratadeesoNocreoquesobreesteaspectodelaoperaciónhayaqueextendersedemasiadopuestodoelmundoesconscientedeelloeinclusolossuicidasenalgunmomentotesusazarosasvidasselolleganaplantearaunquefinalmentedenelsaltosecortenlavenasosetirendesdelaplantadecimadeunhotelenlaciudad.centraloenlaperiferiaeslodemenoslasangreesajenaalugarenelquebrotayenesesentidoeshonestayajenaatodoantojocuandobrotabrotayesoyaesunhechoquelainvistedeunvalordificilmenteigualableClaroqueaquíhabriaqueespecificarquenosetratadeunamuertenaturalqueparaesosolohayqueesperarunratoencualquierpuertadeunhospitalsinodeunasesinatoAlgonosiemprevistoconbuenosojosporlamayoriadelagenteinclusopodriaafirmarsequeporlatotalidadconlaslogicasexcepcionesqueconfirmanlareglaetcteraFulanodebedesaparecerporquesuexistenciaesungraveoncordiaparaqueelnegocioprospereydeeldependenmuchasvidastanvaliosascomolasuyasydadoelnumeromuchomasimportantesElmetodoesloquenosinquietapueshadeserunoquepasedesapercibidoynoseallamativoniensuformanienlascircunstanciasquelerodeenMiopinionesquelomásindicadoseríaunadesaparicionlightporejemploFulanodisfrutadeunasvacacionesenunlugardelacostaapartadoycuandoseleesperadevueltanosucedeloquehacepensarenunaccidenteounextravioenlanaturalezateniendoencuentaquelasplayasquesuelefrecuentarenvacacioesestanaunpasodelaselvayenestasesabequetodaviaseescondenalgunastribuscaníbalesquevayaustedasabersisetoparonconeluntantodespistadoylehicieronpasarasusaparatosdigestivosecheleun galgoqueenestasocasionesespracticamenteimposibledarconelparaderoNo
Esperemosencualquiercasqueprontovuelvaamiscabalesymisentendederaspuedanasimilarcuantosucedeamialrededorpuessoyyoquiendebellevaracaboelactoensíytodavíanosesideboutilizaruncuchillodebuenasdimensionesunaescopetaounrevolveraunquenoseaestrictamentenecesarioconsilenciadorporotroladonocontemploelhachaelbazookanielcañonsinretrocesode106pulgadas.

COMBINACIONES



 1) A y B se conocieron y se casaron. Tuvieron dos hijos  C y D. A y B murieron a los 82 y 78 años respectivamente. De C y D nunca más se supo.

2) A y B se conocieron y tras un breve periodo de noviazgo se casaron. Tuvieron dos hijos C y D, hembra y varón respectivamente. A y B murieron pronto, aquejados por una enfermedad común que contrajeron por permanecer mucho tiempo a la intemperie sin ropa de abrigo. De sus hijos apenas se supo después, aunque hay quien asegura que ambos emigraron a América del Sur, donde crearon sus propias familias, totalmente ajenos a la situación de sus padres, que fallecieron en el asilo.

3) A solía pasear por la alameda atraída  por el rumor de los álamos las tardes con viento. Allí conoció a B, que solía hacer lo mismo a las mismas horas, atraído por causas que nunca se llegaron a conocer con exactitud, pero de las que posiblemente el mero hecho de la presencia de A a esas horas no fuera la menor. Finalmente surgió entre ellos una bonita amistad que tras un largo noviazgo culminó en una boda bastante señalada, pues ambos pertenecían a dos familias muy conocidas y respetadas del lugar. C y D, sus hijos, vinieron al mundo con cierto retraso para lo que era habitual en aquella época, pues al parecer A tenía ciertos problemas, que las malas lenguas achacaban a que posiblemente era “demasiado estrecha”. B, una vez casado, tuvo una fama solo regular, pues se pasaba las tardes en el casino dedicado a los juegos de azar y el coqueteo con algunas jovencitas de buena familia y mejor aspecto. Los hijos C y D pronto desaparecieron. El varón acabó ingresando en un circo como mago, dado su arte en hacer aparecer y desaparecer cualquier cosa que tuviera entre manos. La chica después del bachillerato se fue a Madrid, donde cursó Filosofía y Bellas Artes al mismo tiempo, aunque nunca se supo mucho más de ella, y se llegó a rumorear que se dedicaba a actividades que poco tenían que ver con su cerebro, sino con partes prácticamente en el polo opuesto de su anatomía.

4) A y B se conocieron paseando por la alameda del pueblo, un lugar en el que los días con buen tiempo, sus habitantes trataban de distraerse de tedio de sus vidas cotidianas, pues la inmensa mayoría estaban en el paro o eran jubilados. A y B eran sin embargo jóvenes, y los vecinos, al poco de verlos juntos, hicieron todo lo posible para favorecer la relación, pensando que de tal manera una sangre nueva empezaría a fluir pronto en aquella comunidad tan avejentada. Y lo consiguieron a pesar de que fue sencillo, pues la chica, es decir A, puso muchas pegas al asegurar que, más que como a un marido, veía a B como a un primo o un familiar próximo. A pesar de lo anterior, el hecho cierto es que después de cinco años de noviazgo irregular, a lo largo de los cuales se les conocieron a ambos otras relaciones, la pareja acabó casándose en una ermita románica cerca del pueblo. Al parecer todo transcurrió de manera totalmente normal, aunque algunos asistentes a la boda ubicados en las primeras filas, manifestaron poco después que a la novia se le veía todo el rato que duró la ceremonia con  una mirada claramente desdeñosa. Algo sí como si se preguntara qué estaba haciendo ella en aquel lugar a aquellas horas con el tipo que estaba a su lado y que, al parecer, era su novio. En cualquier caso, hay que decir de inmediato que para la finalidad que se habían propuesto los vecinos con aquel enlace, la unión de A y B fue un éxito absoluto, pues a los diez años de la boda ya tenían ocho hijos, a los que siguiendo la tradición familiar, llamaron también con distintas letras del alfabeto, que en su opinión simplificaba mucho las cosas. Tal proliferación de vástagos dio mucho que hablar en el pueblo desde diversos puntos de vista, pues mientras que las mujeres eran de la opinión que podía promover la imitación en el resto de parejas jóvenes de la localidad, y favorecer de esa forma un aumento del censo espectacular en pocos años, los hombres, sin embargo, manifestaban no entender nada, pues desde un punto de vista aceptado por todos ellos, A no era alguien por la que un joven varón pudiera volverse loco para no dejarla ni respirar en el dormitorio. Contra todo pronostico, A y B con los años fueron afianzando su relación y llegaron a ser una pareja ejemplar para sus vecinos. Sus hijos, cinco chicas y tres chicos, pronto les abandonaron, yéndose algunos a la capital de la provincia, otros a la del reino, y los tres menores a Japón atraídos irremediablemente por la tecnología punta de ese país, y los dibujos manga paralos juegos de los ordenadores y los teléfonos móviles. B murió a la edad de noventa años de un mal extraño que los médicos nunca llegaron a diagnosticar con certeza, aunque las malas lenguas dijeron que era posible se tratara del sobreuso de ciertas partes de su anatomía, que a esa edad más vale dejar en paz. A murió al año exacto del fallecimiento de su esposo. A su funeral asistieron sus ochos hijos y cincuenta y seis nietos, a siete por pareja, lo que para regocijo de los habitantes del lugar, convirtió la penosa ceremonia en toda una fiesta.

jueves, 14 de abril de 2016

CONDERÁSPORAS SIN



LURA NO EMANTENA APRAC.



FRESCA SINMOTO PIRETAVO YA.



ELBAPURTEN NAVETI BOLGASKE YA



TRESNO PLEIS BUTSIT NOJOS.



LIMINE ANDRUVO KA TE MI DO.



UANSMO LAGOR COMERA NISPOR CHUR.



BRASCA BRESCA SINOR BELONIS RASMÓN.



SINAMBAR NABLA DOFONES RODASQUE YA.



SINUTI LIUS TOMBAES ECURIA MOL.



¿FRUCA? ¿TRASCA? ¿MRESCA?: PES.



BRANBALAMINO BEGOTE LAMINO LECHU ES.



NOJISTE SIPANDAN AN NEVADELES.



LORASMA NA ORGUNA LESCE ESATE NO PEROTE.



LATAN NOSÉ PATA TAMPÓN GREC.



EMOSCA TARITA ASIERU APÉN.



OSTRETA GUINATA WRUSCANO CANRE.



NIL NOL MÉ XAISTE RIUARRABE PRAFEN.



TACURTE LE GUEVANES SI ARAL ROTE.



CANDOPRO SROSHE NETUPE ISTOISA?



TOSI ABRÁ LLEEND PURSATE ALFÓN.



SENTA YESPARANO BARRESCA DALES.



KESAPE DUNAVES KEKE YAYERA OSE.


CONDERÁSPORAS



SINOPIO PARETERO PALMATRACA.

LAPARTA NA AMARUSA NO RESPUNGA.

CRUZATE NECOMA NO PEROÑU.

ZRUSCA DIJOQUE LEGUERO JAMASTE.

LANFALE RISPORA SIN RESTALLO FIN.

LASCALLUSCA PUMPUM LUCO LAPARTE.

BROSCA DIJO PERALQUE CATAPULTA.

NONESCANE PORE QUISATE SÍ.

DIALOS FINSE EMBUCA MERETOX.

BOLGA BILGA LADEMUS RAENUS SILUZIO.

NAGALA BEGA CAMPRANA FINLA.

MAGANES LABEGA FROSCAYA DUCA.

MROSCAFORA FRISCA BASTO PROMINE.

PASERRA MIRA RESFLO ALCANKATROS.

SEQUETA LLATO FURTO LEGUEROCA.

ZIDIJONE SIMBAR LASCOCOFA TE.

BERGA OLLATIN YAQUE SONICA É.

¡GLAMBA APURSE PRT NINCA BROS!

GORRENA CAFRUTA LLATE PRAFÓN.

¿DESASDÍ FER A PATRUSNA DO DO?

LEJYOS SELEVA BURARESÍN ALÓ

DRUROFASUSTE PETRUVA SANPETERA.

FRONLEAFAN.


lunes, 11 de abril de 2016

HAMBRUNAS



Suelo recorrer ligero de pies los barrios más recónditos de la ciudad,  lugares a los que incluso con un callejero ó un GPS resultaría complicado llegar. Arrabales abandonados de la mano de Dios, en los que los hampones y los bebedores de cerveza campan a sus anchas, y donde la Policía encuentra una resistencia, que ni siquiera ofrecieron en su día los obreros en las huelgas portuarias de la costa americana. Me pierdo en ensoñaciones, cuando por encima de mi cabeza no solo oigo los disparos de cualquier trifulca  vecinal, sino el fragor de todo tipo de objetos que cruzan   de lado a lado la calle, buscando blancos nada imaginarios. Me abstraigo, sin embargo, de la barahúnda, y soy capaz en circunstancias tan adversas, de habitar un mundo exclusivamente propio, donde las reyertas de cualquier tipo no tienen cabida, aunque sus consecuencias no me serían indiferentes. Recito de memoria poesías de Kavafis, Pessoa y Mallarmé, y soy capaz de esta manera, de recorrer en una sola mañana multitud de plazas y callejuelas donde se libran auténticas batallas. Pienso en las hambrunas que recorren todavía el mundo como auténticos apocalipsis, mientras la policía y los gangsters  aún juegan a chicagos pasados de moda. Me dan ganas de dirigirme a los contendientes y llamarles asesinos, e implorar piedad para los que en ningún caso podrían defenderse. Pero no me escucharán, enzarzados como están en sus historias de alcohol y anfetaminas, incapaces de imaginar situaciones que no sean las suyas. No importa que en Eritrea las bandas de facinerosos hagan de las suyas, ni que una sequía persistente envíe a la muerte a poblaciones enteras en África oriental, mientras en lejanos lugares de nuestra galaxia se produce un incremento inexplicable de emisiones de rayos gamma,  debidos a las explosiones de fulgurantes supernovas. Incapaz de soportar tanto desinterés, tanta desidia, acabo metiéndome en tabernas donde se alterna el consumo indiscriminado de alcoholes baratos y opiáceos, dicen que procedentes de Marruecos, e incluso, cuando puedo, comparto una pipa de agua con la clientela mora. Accedo de esta manera a paraísos  que nunca pude imaginar, mientras afueras aún silban las balas que, consideradas desde esa perspectiva, no son sino fuegos artificiales que, al caer la tarde, inundan de inesperados resplandores el local, cuajado de arabescos los azulejos que alicatan las paredes hasta el techo. Entorno los ojos y me sumerjo en oasis imaginarios, o surco el Nilo río arriba en busca de los templos que en su día fueron testigos del esplendor de los faraones. Consigo de este modo olvidarme de la inercia del mundo y sus habitantes, y me evado irresponsablemente de unas circunstancias adversas que no vienen al caso, pero cuando llega la noche, soy capaz de percibir un atisbo de esperanza en las desvencijadas farolas, que ocultan con su luz mortecina un cielo nada azul. Pienso entonces en ti, escondida en un oscuro zaguán cuando subo la calle, viéndome pasar como quien ve pasar al viento.

martes, 5 de abril de 2016

INFORME SOBRE JAVIER LANUZAS MEDINABEITIA, PSICOANALISTA.



UNO
Javier siempre andaba descalzo por casa. Y que quede claro que siempre quiere decir exactamente siempre, y no, por ejemplo, en muchas ocasiones o con frecuencia, como sucede en ocasiones con determinados adverbios poco precisos. Por qué lo hacía es algo que escapa a las consideraciones que aquí interesan, y podría ser objeto de otro informe tiempo adelante si lo llego a considerar apropiado, aunque imaginar que era simplemente porque le venía en gana, podría no estar demasiado desencaminado. Pero no solo andaba descalzo, algo que después de todo hace mucha gente a pesar de tener zapatillas, sino que lo hacía totalmente desnudo, como Dios le trajo al mundo. Pero con más pelos, naturalmente. Trataba de esa forma de verse como un hombre libre, y no sujeto a las convenciones de su especie al poco de descender de los árboles y migrar hacia el norte desde África. Esta costumbre, que arraigó en él poco después de independizarse de sus padres y establecerse como profesional liberal en la calle de Serrano de Madrid, la llevaba hasta extremos que podrían parecer improcedentes en un hombre educado y de buenas costumbres, como era su caso. Por poner un ejemplo: hasta después de utilizar el inodoro paseaba de aquí para allá de tal guisa, haciendo dejación de consideraciones de cualquier otro tipo. E incluso se sentaba en el sofá relajadamente con total ignorancia de sus posibles consecuencias. Hasta tal punto había prendido en él esta manía de los paseos desnudo, que cuando era invitado en casa ajena, a poco de despertar y levantarse, ya transitaba de esa manera por pasillos y salones, para dejar claro que el pudor no era uno de sus fuertes, y que, de hecho, le tenían sin cuidado las consideraciones que pudieran hacerse de su conducta. En las ocasiones en que en tales lugares había jóvenes impúberes, transigía ponerse un calzoncillo tipo slip para tales andanzas, aunque con frecuencia, haciéndose el olvidadizo, dejaba asomar por debajo cualquier parte de sus vergüenzas, como manifestación de su enojo y protesta por haber adoptado un vestuario que consideraba exagerado y un tanto castrador. Sus amistades estaban advertidas. Sabían hasta que punto Javier era consecuente consigo mismo y con qué rigor llevaba a cabo sus convicciones. Tenía pocos amigos, pero quienes lo eran, lo eran de verdad.

DOS
Las aficiones favoritas de Javier eran la música, la lectura y los paseos por el campo, aunque esto último solo lo practicaba los fines de semana y en las vacaciones que, por otro lado, él se permitía de forma aleatoria de forma que nunca coincidieran con las habituales de verano, Navidad o Semana Santa, a la que él consideraba como una continuación irrisoria de los carnavales. Sobre sus lecturas (a las que se entregaba con igual fervor tratase de lo que tratase) debe puntualizarse que se dedicaba con preferencia a los considerados pensadores clásicos de la antigüedad, especialmente a los filósofos griegos presocráticos, que le daban mucha risa. También, por supuesto, a los sabios de los sabios, Platón y Aristóteles, que se supone son la base de todos los que les siguieron a lo largo de los siglos cultivando la filosofía, en su opinión, porque eran incapaces de hacer otra cosa. Al leerlos, sentado cómodamente en su sillón de orejas, dejaba vagar su mente por los escenarios naturales, y evocaba a aquellos individuos perorando  sobre  cosas tan complejas de las que hoy tenemos noticia, imaginando la cara de asombro de sus discípulos, sin duda más preocupados por temas menos etéreos que el ser y la sustancia, por decir algo suave. En cualquier caso, siempre acompañaba su lectura con el manejo discreto de una de sus manos libres acariciando sus partes, como una forma de réplica metafórica a lo que estaba leyendo, en el sentido de transmitir al autor: “eso no te lo crees ni tú” y cosas por el estilo.
Javier era un hombre bien situado, y en ese sentido su costumbre podría considerarse aún más rara, en cuanto que para él el mejor de los pijamas de seda estaba al alcance de sus posibilidades sin ningún problema. Desde este punto de vista, no cabe despreciar la idea de que la actitud de este hombre fuera algo así como una protesta soterrada ante determinados aspectos de la vida, que él consideraba como puro cinismo. Llegados aquí, no estaría de más tener en cuenta que Javier era psicoanalista y estaba al corriente de los ríos subterráneos que recorren el alma humana, el famoso inconsciente. Y el exhibicionismo que él practicaba no es un caso tan poco frecuente como se piensa. Javier frecuentaba a un tipo de personas que habían hecho de la afectación y la apariencia su modo de vida, y su desnudez trataba de hacer evidente ese fariseísmo con independencia de cobrar a sus pacientes (clientes, más bien) 300 euros por una sesión de cuarenta minutos.

TRES
De todas maneras, y aún considerando de forma positiva la actitud reivindicativa de don Javier (o señor Lanuzas, como se hacía llamar en el restaurante de cinco tenedores en el que comía a diario), no está de menos indicar que llegado el momento de la cuenta, siempre pagaba a metálico con billetes de 50 euros, que solía sacar a puñados del bolsillo del pantalón sin sonrojarse lo más mínimo, dejando a diario otros diez de propina. En el fondo de si mismo, consideraba que estas demostraciones no solo le ponían a él en el lugar más elevado del estatus social de la zona, sino que hasta podía servir como estímulo para que aquellos indocumentados que le servían tomaran ejemplo y se dedicaran a la astrología, el tarot o la quiromancia, actividades todas ellas que en sus momentos de mayor lucidez, consideraba equiparables al psicoanálisis, actividad a la que a pesar de lo dicho se dedicaba por las razones que se pueden colegir de un somero análisis hermenéutico de lo apuntado poco más arriba. Consideraba que la teoría psicoanalítica con sus múltiples variantes era una patraña en toda regla, pero se justificaba a sí mismo pensando que, después de todo, el noventa por ciento de las actividades humanas podían ser valoradas de la misma manera. Si fuera absolutamente sincero, les diría a sus pacientes (clientes más bien), que lo único verdaderamente cierto del proceso terapéutico en el que estaban inmersos era su credulidad, porque posiblemente obtendrían mejores resultados creyendo a pies juntillas todas las fantasías que contaban los curas en la parroquia cercana, y más aún, si cabe, si se dejaban ayudar acudiendo semanalmente a confesar. E incluso, mejor, dos veces por semana, por cero euros.
Paradójicamente, sin embargo, en sus ratos libres se dedicaba a teorizar sobre la teoría psicoanalítica, en la que introducía apostillas que pretendía publicar un día cuando las tuviera suficientemente elaboradas. De hecho, tenía prácticamente terminada una que consideraba fundamental, y que en su fuero interno estimaba que podría suponer en el campo de la psicología una especie de revolución copernicana, parecida a la copernicana en la cosmología. Supondría sin duda un nuevo paradigma que dejaría en mantillas a muchos de sus predecesores, desde el padre Freud a sus discípulos Jung, Adler y tutti quanti. Incluido Wilhem Reich y su famoso orgón, origen en su opinión de la boyante industria pornográfica de nuestros días. Se trataba del “psicoanálisis del feto”, mediante el cual, después de su alumbramiento, el ser humano estaría mucho mejor dotado para vivir una vida plena y feliz. Las mujeres embarazadas deberían someterse a partir del cuarto mes a una terapia especial centrada en el nuevo ser que se estaba formando en su interior. Desde su punto de vista, sus vivencias personales a partir de ese momento hasta el del parto eran fundamentales para la formación del nasciturus, pues es entonces cuando verdaderamente empieza a tomar forma y sentido su cerebro. El padre de la criatura podría intervenir, pero no era imprescindible y en ciertas ocasiones podía llegar a ser contraproducente, pero ese era un tema que todavía no tenía suficientemente elaborado. Adiós pues a los psicofármacos, las terapias conductuales, cognitivas, dinámicas, bioenergéticas, etc…

CUATRO
En cualquier caso, si todo hay que decirlo, Javier Gómez Lanuzas, en otros momentos en los que mantenía una actividad cerebral menor y más pausada, solía entregarse a la meditación zen y la terapia del barro y las piedras calientes, momentos en los que sus elucubraciones psicoanalíticas, por muy novedosas y paradigmáticas que fueran, le parecían excesivamente elaboradas y a punto de convertirse en un puro desvarío. En esos instantes en los que la duda le atenazaba y llegaba a pensar si no hubiera sido mejor dedicarse a actividades más simples como las manualidades y la jardinería, bajaba al restaurante mencionado más arriba, donde solía acompañar la ingesta con un vino tinto Gran Reserva, digamos que un Vega Sicilia, con la guinda, para terminar, de una botellita de Moët Chandon casi sin respirar. Meter la mano en el bolsillo y estrujar los billetes de cincuenta euros obtenidos aquella misma tarde, era una delicia que alejaba de su mente cualquier preocupación.
En relación a la música, a la que se puede considerar su verdadero violín de Ingres, cabe decir que su gusto era muy heterogéneo y poco estructurado, pues alternaba la música popular, la folk, la pop y la música clásica, con preferencia la del Renacimiento y la Medieval, pero sin hacer ascos al romanticismo y ciertas composiciones de la contemporáneas, si excluimos a Schönberg, su creador, a quien odiaba sin límites por razones no explicitadas. No hay, sin embargo, que olvidar su debilidad por la música militar que algunas tardes hacía sonar a todo volumen en los altavoces de su equipo, para asombro y desesperación de sus vecinos, pues tenía calculados con toda precisión los decibelios permitidos por el ayuntamiento. Los timbales y tambores le retrotraían a la selva que aún debía rememorar su cerebro más rudimentario, y posiblemente a la invasión de Polonia por el ejército alemán que dio lugar a la segunda Guerra Mundial, hecho que solo de puertas para afuera decía aborrecer. En cualquier caso poco antes de dormir solía oír las Gymnopedias de Eric Satie, que al parecer le proporcionaban unos sueños muy dulces y reparadores. Y al levantarse, invariablemente escuchaba para hacer frente al nuevo oía La Consagración de la Primavera de Stravinsky, preferentemente la Danza sagrada, que la cierra estruendosamente.