-Nacer
de una madre. Vivir una vida. Despedirse sin hacer aspavientos ni dar un
portazo.
-Solo
decía obviedades que todos conocíamos. El sol brilla en lo alto. Va a saltar el
viento. Las palabras imprescindibles siempre en su boca.
-La
noche crece afuera por mucho que queramos ignorarla levantando muros de desdén
a nuestro alrededor. Pero la noche siempre estará ahí como un lobo que acecha.
-Tu
boca. Siempre tu boca. Tu boca que dice. Tu boca que ríe. Tu boca que besa. Tu
boca siempre más que tu boca.
-¿Cuál
es por fin la palabra no dicha que siempre tenemos en la punta de la lengua?
¿Será solo el silencio la palabra auténtica?
-Esos
juegos que juegas con tu voz. Esos malabarismos de tus palabras que, sin
embargo, descienden sobre mí como un techo que se desploma y permanece.
-¿Quién
eres cuando te veo al pasar y nos saludamos brevemente? ¿Dónde está tu corazón
que me pertenecería si el mío no fuera ya un campo de trigo agostado?
-Te
escucho con la atención que pone un maestro relojero en su obra. Conozco tus
palabras, tu acento y los matices sutilísimos de tus gestos con la precisión de
un cirujano que opera a corazón abierto.
Pero a ti no te conozco. Si me falta tu piel, eres como una extraña.
-El
día se presenta frente a mí como una empalizada que me impide ver los adentros.
He de saltarla, dar un rodeo o abrir una brecha, esa forma ignominiosa de
conocer el corazón de la madera que, sin embargo, en ocasiones es la única de
resolver los problemas.
-Surge
la sangre como un acontecimiento inesperado. Nunca lo evidente fue más temido e
ignorado, conscientes de que solo se trata de un río escaso y caduco. Un
manantial que puede extinguirse. No hablamos del mar.
Llegados
aquí, no debemos perdernos en disquisiciones de lo que está por venir. Nuestra
misión, si es que teníamos alguna, era ser conscientes y mirar. Dejar la
literatura y la metafísica para los desdichados que quieren otra cosa.
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