Queridos amigos, compañeros,
camaradas. Españoles de buena lid e incluso extranjeros estampillados: ¡salve! En este día, apenas pasado el solsticio de
verano, os recuerdo a algunos con el nítido perfil de adolescente que todos
dejamos a principio de los sesenta en la Costanilla de los Desamparados, cuando
no hacía tanto que, por decirlo de algún modo, empezábamos a echar pelo. A
otros os recuerdo vagamente, como sombras que cruzaban por delante de mí con la
tabla de logaritmos, imprescindibles entonces, como sabéis, para entrar en los
otrora Cuerpos Patentados de la Armada. Los que ingresamos por méritos propios
ó constantes aplicables a priori, que poco tenían que ver con la de Newton,
fuimos desde entonces una piña, de la que nuestra presencia hoy aquí es
testimonio. Por avatares del destino, he sido en buena medida un outsider, pero
recuerdo sin embargo con emoción, navegaciones loxodrómicas, curvas de perro y
curvas de Butakoff en emergencias como la del “¡hombre al agua!”.
Claro que recuerdo más vívidamente
circunstancias más prosaicas, como las subidas a Penizas ó las navegaciones
hasta la isla de Tambo, de la que por increíble que parezca, no hace tanto
tiempo me enteré que hace milenios formó
parte de las cumbres más altas de la cordillera Penibética, digamos Mulhacén.
Estuvimos juntos en el Estrecho de Magallanes ¿recordáis? y rendimos honores a
los navegantes españoles que en aquella época marcaron con su presencia los
límites meridionales de nuestro Imperio. Y hoy, casi medio siglo después, nos
toca rememorar aquel día en que cruzamos por primera vez la puerta de la
Escuela, para reunirnos de nuevo en torno a la inigualable mesa española, que
nunca olvidará el vino tinto, el queso manchego y el jamón ibérico. Que cada
cual añada lo que considere oportuno de su tierra chica, fabada asturiana,
gambas de Sanlucar, butifarra catalana, paella valenciana y un largo etcétera.
Reivindico hoy aquí los valores ancestrales de nuestra tierra, unidos tan
firmemente al hecho agrario y la longitud desmesurada de nuestras costas. Mi recuerdo
agradecido hoy a Cristóbal Colón y don Miguel de Cervantes y Saavedra, del que
la literatura universal es poco más que una nota a pié de página. Mi recuerdo
también emocionado a vuestros cráneos al poco de llegar a nuestra Escuela,
relucientes después de la máquina eléctrica y la tijera, que nos hacían
ingresar en un mundo desconocido y anhelado, que poco tenía que ver con los
neandertales y sí, hoy en día, con la mucho más española Atapuerca. Sin ser
entonces plenamente conscientes, ofrecimos nuestra vida a la patria, y hoy de
nuevo juntos, estoy seguro que todos renovaríamos los votos que entonces
hicimos, aunque a decir verdad nos encontremos, más que de ella misma, cercanos
a la tapia. Mis queridos amigos, no tendré que especificar a cual me refiero,
pues llegados a cierta edad los juegos de palabras, por ominosos que sean,
recobran un sentido que ni los humoristas hubieran sospechado. Un abrazo y un
brindis emocionado por todos vosotros. ¡Viva España, las Repúblicas bálticas e
incluso las islas Aleutianas!
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