A.- Al fin lo han conseguido. La
cadera ha sido su coartada, pero yo sé que se trata de otra cosa. Es duro tener
que decirlo, pero en muchas ocasiones, y esta es una prueba más, los
acontecimientos se desarrollan de una forma muy diferente de lo que hubiera
sido previsible. Nunca pensé que vivir en un segundo piso sin ascensor pudiera
ser la causa de mi exilio, que esa es mi realidad a poco que se piense. O la
cárcel, mejor me lo pones. Pero una cárcel especial solo hecha para viejos, no
nos andemos con eufemismos, cuando yo no entro estrictamente en esa categoría,
siendo, a pesar de mis años y achaques, un hombre en plena forma. Y si no, que
se lo pregunten a la chica que hace las habitaciones, que cada vez que habla
conmigo siente un arrobo que se hace evidente en su tartamudeo y sus mejillas.
J.- Me han metido en la
habitación a un tipo nuevo sin ni siquiera preguntarme. De un día para otro. Lo
acepto como algo irremediable en esta residencia a la que al final he venido a
parar. Siempre tengo problemas en estas instituciones que, al parecer, no solo
aceptan a viejos sino a viejos “normales”, ya se me entiende. Yo sé que soy una
persona especial, siempre lo he sido, pero parece que la democracia les tiene
sin cuidado y al menor indicio te discriminan. Y yo, digan lo que digan, aquí
me estoy comportando divinamente. El nuevo parece un tipo con clase, y desde
luego hace unos años debió ser un hombre guapo en el que yo me hubiera fijado
sin la menor duda.
M.- Por fin hemos conseguido
meter a papa en una residencia. Ha sido una dura batalla porque el hombre se ha
resistido hasta el límite de sus fuerzas. Pero por una vez hemos ganado, y
después de hacer toda su vida lo que le ha dado la gana, hemos logrado que
acabe aceptando lo irremediable. No va a ser fácil, pero a la larga esto será
lo mejor para todos. Sobre todo para mí que soy quien verdaderamente se ocupaba
de él.
R.- Me da pena papá. No sé cuanto
va aguantar ahí metido. Estoy convencido que no tardará mucho en armar una
buena, en lo que incluyo la posibilidad de una fuga.
A.- Cada vez se me hace más
difícil aguantar al tipo este de la habitación con el que me han metido. Con
todo lo que cobran ¿es que no tienen habitaciones individuales? Me parece
increíble que mi pensión y quinientos euros de los chicos no den para más. Debo
tener paciencia, aunque como ya he dicho el carcamal este que me ha tocado me
solivianta y es posible que pronto deje de hablarle. Si no me ponen enseguida
en una solo para mí, voy a acabar comprando un biombo para hacer de pared entre
las dos camas. Cada cual en su mundo.
L.- Papá por fin en una
residencia. Se acabaron las complicaciones. Allí le cuidarán bien y estará
controlado. Le ingresamos cerca del mediodía y nos quedamos con él a comer (fue
una excepción, según nos dijeron, pues no está permitido habitualmente). A las
cuatro ya estábamos en casa. Al día siguiente le llamé por teléfono, pero no se
puso, sin que pudieran darme explicaciones. Mariví, sin embargo si lo logró y
dice que está bien. Me alegro.
J.- Desde que llegó Antonio he
intentado ser comedido y que no se me vea el ramalazo de una forma ostensible.
Tampoco hay que exagerar. Y además quien sabe como puede reaccionar. Casi no me
habla y tiene con frecuencia unos gestos de indiferencia y hasta desdén que me
inquietan un poco. De todas formas, esta noche cuando nos acostemos no me voy a
privar de hacer lo habitual, que tampoco es cuestión que una deje de ser quien
es por un intruso.
A.- Lo que faltaba, ahora resulta
que el individuo con el que estoy es marica perdido. Ayer noche, sin ir más
lejos cuando nos metimos en la cama, sacó del cajón de su mesilla de noche lo
que en principio tomé por un peluche o algo así, y ante mi asombro resultó ser
un pelucón rubio enorme, que se colocó sobre los cuatro pelos que le
quedan para de inmediato ponerse encima
una redecilla diciéndome “no sabes, si no lo hago, se me destroza, con todo lo
que me muevo”. Estuve a punto de tener un ataque y ponerme a gritar llamando a
las monjas, pero al final me contuve, aunque no pude dormir hasta las tres de
la mañana.
J.- Creo que el nuevo está
empezando a aceptar que tiene a un compañero especial en su habitación. No me
habla en absoluto, pero en mi opinión empieza a aceptar los hechos consumados.
Me parece que se lo ha dicho a una de las monjas encargadas de nuestra área,
pero tengo la impresión de que su queja no ha surtido el efecto que él
esperaba, porque lo único que ha conseguido es que sor Gabriela me diga que no
sea malo porque ese señor está bastante trastornado.
M.- Nos hemos acercado todos a
ver a papá después de quince días de su ingreso. Primero hemos comido juntos en
el pueblo en un restaurante que viene recomendado en la guía gastronómica de la
región. Ha sido una comida maravillosa y no me extrañaría que este local pronto
tuviera una estrella Michelín. Rosa y Luis parecían contentos de que por fin
papá encuentre un lugar adecuado para él en la residencia. Luis tan pragmático
como siempre, pensando en los horarios, las comidas y los entretenimientos de
los ancianos, y Rosa, para no variar, tan sentimental muy en su línea, pensando
que papá puede sentirse muy solo en ese sitio. A veces me saca de quicio. A
ella quisiera yo haberla visto haciéndose cargo de él durante años. Así es muy
fácil.
L.- Papá nos ha recibido en silla
de ruedas, de la que no se ha levantado durante las dos horas que hemos estado
con él. Hacia las seis nos hemos ido cuando nos ha dado la impresión de que ya
tenía suficiente y no ha vuelto a abrir la boca. Hemos llegado a casa hacia las
siete menos veinte. Mariví parece preocupada y Rosa, como una mater dolorosa,
ha llegado a decir que estar allí de esa manera debe ser muy duro, y que si
tuviera más tiempo y dinero se lo llevaría a su casa. Cuando nos fuimos, para
sorpresa de todos, papá se ha levantado de la silla y nos ha dicho adiós
agitando un pañuelo y dándose una carrerita por la acera.
J.- No entiendo a este hombre que
en ocasiones se pasea delante de mí simulando estar estuviera en plena forma, y
hoy, sin embargo, ha recibido a su familia sentado en una silla de ruedas como
si fuera un tullido. Ni que decir tiene que nada más irse se ha levantado, y se
ha pavoneado delante de los demás delante de la tele con paso atlético y mirada
desafiante. Tengo la impresión de que tiene un problema grave con los suyos y
mantiene ante ellos una actitud de víctima para que se sientan culpables o algo
parecido. A mí, si he de ser sincero, no me importa. Me lo imagino como el
adolescente guapísimo que debió ser, y todo lo demás me tiene sin cuidado.
Cuando tengamos un poco más de confianza le voy a pedir que me enseñe algunas
fotos de cuando era joven. Debió ser una bellezón. No me ha gustado nada la
actitud del marido de su hija mayor (creo que se llama Mariví), que le echa
unas miradas de admiración (o al menos eso me parece a mí) que casi me hacen
sentir celos.
R.- Pobre papá, la cadera no le
deja vivir, a pesar de que le pusimos una prótesis de titanio de las mejores y
más caras. Nos ha recibido en silla de ruedas y al verle no he podido evitar
echarme a llorar.
A.- Me duele que se vayan y me
dejen aquí solo, pero por mí no se van a enterar de mis debilidades. Estar más
de dos horas en la puñetera silla no me ha sido nada grato, sobre todo, porque
al cabo del rato me acaba doliendo la espalda. Me he emocionado al ver a Rosita
que no ha podido disimular y se ha echado a llorar. Siempre ha sido una infeliz,
y esto hace que ahora me preocupe por su futuro, soltera y sin que nadie se
ocupe de ella. Mariví es otra cosa, aunque siempre he tenido la impresión de
que de alguna forma disimula, y no es para nada tan fuerte e independiente como
trata de aparentar. Su marido, por otro lado, es un memo, del que tengo la
impresión que siempre me la ha tenido guardada. No debe gustarle nada que su
mujer, es decir, mi hija, me haga más caso a mí que a él mismo.
G.- Los de la habitación
veintiséis me preocupan. No parecen llevarse nada bien. Supongo que Antonio
debe estar haciendo de las suyas, tratando de provocar a su acompañante, que
por cierto también se llama Antonio, lo que no facilita para nada el trato con
ambos ni la cuestión administrativa. Antonio el mariquita, para que vamos a
andarnos con rodeos, me ha dicho en privado, que teniendo ambos el mismo
nombre, lo lógico seria que yo le llamara por el segundo, María, a lo que yo me
he negado en redondo, y le he dicho que para nosotras las monjas y el personal
adjunto, esa casualidad no supone ningún problema, pero que si insiste, le
llamaremos por su apellido, es decir, Jiménez, a lo que se ha negado porque le
parece horrible.
J.- Sor Caridad se niega a
llamarme María, como le había pedido para distinguirme de Antonio, mi compañero
el guapetón. Ha sido una oportunidad perdida para sentirme como la mujer que
siempre quise ser, pero tampoco es cuestión de ponerse dramática. El mundo es a
veces cruel y no quiere reconocer que las cosas son como son y no como sus
habitantes pretenden. Pero no es cuestión de enemistarse con la Iglesia y sus
representantes que, al fin y a la postre, son quienes tienen la sartén por el
mango. Dicho sea esto sin doble sentido, por cierto.
L.- Creo que visto lo visto, con
el viejo más vale mantener una actitud respetuosa pero distante. Después de
todo ya Mariví y Rosa se preocupan por él. Su decisión de vernos en silla de
ruedas, creo que es la expresión firme su actitud beligerante por haberle
metido en una residencia, y la forma de decirnos a su manera que no está de
acuerdo y que hemos sido crueles. Paciencia. El tiempo todo lo cura. Me voy
pronto a la cama. Mañana tengo que estar en el trabajo a las siete de la
mañana, pero no voy a quejarme. Los que ocupamos puestos de dirección tenemos
que estar decididos a aceptar este tipo de sacrificios. Bastante nos ha costado
llegar a nuestro nivel, aunque, pensándolo bien, a esas horas ya el metro debe
estar atestado de curritos camino de su trabajo.
R.- Mañana volvemos a ver a papá.
Me siento emocionada y me cuesta aceptar que está en un sitio tan horroroso
acompañado de unos seres espantosos que no le llegan ni a la suela de sus zapatos.