miércoles, 22 de enero de 2014

CADERAS TRES


 

V- Creo que Rosa no está bien. Ayer cuando fui a su casa, resultó que había sacado a su padre de la residencia y se lo había traído para que viva con ella. Al poco de llegar  puse una disculpa para bajar al coche y no he vuelto. Me lo tengo que pensar bien, pero desde luego los fines de semana no estoy dispuesto a convivir con un tipo que además no debe de estar en sus cabales.

 

R –Tengo un disgusto espantoso después de lo que ha pasado. Víctor vino y poco después fue sin darme más explicaciones. Está claro que es por lo de papá. Le voy a llamar en cuanto me tranquilice, pero papá se queda aquí. A la residencia no vuelve.

 

A – Aquí estoy bien, aunque Rosa me preocupa. Resulta que se ha mudado a esta casa que yo no conocía, y la verdad es que parece un santuario hippie, con fotografías de lamas por las paredes y todo lleno de lámparas y muebles morunos y orientales. A lo mejor hasta fuma porros. De momento no huele.

 

R –Le he dicho a V que se equivoca, que mi padre es una persona muy culta y hasta divertida en algunos momentos, y que se lo podían pasar muy bien charlando de los temas que les interesan. Los dos son filósofos y ese tipo de gente enseguida se enrolla con sus cosas. Nosotros podemos salir más a menudo, y para lo nuestro aquí cerca hay unos apartamentos por horas muy cómodos y baratos.

 

M –La locura. He ido a ver a papá de improviso y resulta que R se lo ha llevado a su casa sin dar más explicaciones. Esta mujer se debe haber vuelto loca. Además los de la administración me han dicho que se quedan con el dinero del mes entrante por no haber avisado.

 

A –Ha sucedido lo que me temía. Me ha llamado un tipo maleducado y avasallador al banco diciéndome que Marta, “su señora”, no iba a volver a casa, que se iba con él a Sudamérica y ha colgado. He intentado volver a llamarle de inmediato, pero ha sido imposible. Debía llamarme desde la calle o desde un número oculto. No puedo creerme todo esto. Parece un novelón rosa. Mafia incluida. A ver que les digo a los chicos. No parecía una broma.

 

V –Rosa me ha llamado. Parece muy afectada, pero insiste que a su padre no le vuelve a internar. Finalmente he vuelto a su casa y he tratado de calmarla diciéndole que llegaremos a una solución. Luego he estado charlando con Antonio, que de repente me ha preguntado si yo estaba más con la filosofía aforística, estilo Pascal, Nietzsche o Wittgenstein o era más tradicional, y abogaba por la clásica, más argumentativa y sistemática. Le he respondido que yo era sobre todo de Hegel y Carlos Marx. No me ha contestado y se ha encerrado en su habitación casi de inmediato.

 

M –Tengo que ir a casa de Rosa. Tengo que ir a casa de Rosa. Debo hacerlo. Me lo repito a ver si por fin me decido. Esa mujer no debe andar bien de la cabeza. He intentado ponerme de acuerdo con Luis para ir juntos pero ha sido imposible. Lo único que he entendido es que era muy probable que tuviera que irse una temporada a Sudamérica, aunque no ha especificado adónde ¿Qué pasa en esta familia?

CADERAS DOS


R- Ayer Mariví y Luis me dieron plantón, por lo que finalmente fui yo sola a ver a papá. Al principio, cuando me llamaron para decírmelo me sentó bastante mal, pero luego me alegré porque de esa manera pude charlar con él de manera más confidencial. La ausencia de los otros no pareció importarle demasiado.

 

A- La visita de Rosa ha sido estupenda. La pobre sin sus hermanos parece otra. Yo creo que ante ellos se siente acomplejada, y sola conmigo se suelta y está mucho más natural y segura de sí misma. Salimos un rato de la residencia y me llevó a comer al pueblo sin avisar. Luego a la vuelta me dejó en la entrada y salió se fue sin dar explicaciones. Supongo que esto traerá cola.

 

M- Lo que ha pasado me parece increíble. Rosa sacó a papá de la residencia y se fueron a comer por ahí. Además, al parecer, papá regresó bastante achispado diciendo tonterías y metiéndose con las monjas y su compañero de habitación. He llamado a Rosa para que me dé alguna explicación, pero no me contesta. Luego llamé a Luis, al que no pareció interesarle demasiado el asunto y se disculpó con una reunión en el Banco. Tengo que hacer algo.

 

J- El otro día Antonio salió a la calle con una de sus hijas y al verme poco después me llamó de todo. Parece mentira que un hombre como él, culto y  que, según dicen, fue catedrático, pueda actuar así. Pensé que las personas ilustradas sabían medir sus palabras y mantener unos criterios más equilibrados. Pero no es así. Quien lo diría un doctor en Filosofía, con la que se trajeron los griegos, por cierto, llamándome maricona de mierda.

 

L- No estoy dispuesto a perder la cabeza con el asunto de papá. Es un viejales, que le vamos a hacer, pero no quiero que sus últimos años pongan mi vida patas arriba. Bastantes problemas tengo ya con el banco, y con Marta y los chicos. Ellos porque son unos vainas, vamos a ser sinceros, y ella porque lleva una vida de la que no me entero ni la mitad. Ayer sin ir más lejos, volvió a las tantas y no quiso darme la menor explicación. No quiero ni pensarlo, pero esto me huele a cuernos, y lo malo es que, y creo no equivocarme, yo soy el astado.

 

C –Antonio el nuevo creo que nos va atraer más problemas de lo que supusimos al principio. El médico nos dice que esperemos aún un poco, porque su conducta puede obedecer al shock que le ha causado ingresar en la residencia. Veremos, pero yo no estoy dispuesta a aguantar más escenas como las del otro día en el que al pobre Jiménez le puso por los suelos y a mí acabó diciéndome que a pesar del habito estaba convencido de que no era virgen.

 

A –Si al menos me hubieran dado una habitación para mí mismo estoy seguro que no me sentiría tan desquiciado y no daría lugar a zafarranchos como los del otro día. ¿Es tan difícil de comprender? Quiero estar solo y no tener la sensación permanente de que un tipo repulsivo te mira lúbricamente ¡A mis años! Ha sucedido lo inimaginable. Sé que lo que le dije a sor Caridad no está bien, pero tengo el convencimiento de que es así. Me irritan sobremanera estas personas que están en el mundo dándoselas de virtuosas.

 

R –Estoy empezando a pensar en traerme a papá a casa. Va a ser un trabajo, desde luego, pero el pobre se va a sentir mucho mejor aquí que entre todos esos carcamales que casi parecen sus abuelos. Sé que Víctor va a ponerme pegas al principio cuando venga los fines de semana, pero seguro que acabará aceptándole, después de todo también él es un intelectual y seguro que podrán charlar de temas que les interesan a los dos. Mariví puede ser el verdadero problema porque estoy convencida de que va a sentir unos celos horribles. Cree que papá s propiedad suya.

 

L- ¡El desideratum! Rosa me ha llamado diciendo que dentro de unos días piensa llevarse a papá a su casa. Que la residencia es un lugar indigno para personas de su categoría con tres hijos activos y con buena salud. Y que, por si fuera poco, la última vez que estuvo allí, tiene el convencimiento de que a los viejos no les cambian los dodotis, porque olía mucho a pis.

 

M –No hay forma de ponerme en contacto con Rosa. Es evidente que me rehuye y pretende hacerse la loca, como si no hubiera pasado nada. Me ha llamado el administrador de la residencia y me ha dicho que piensan mudar a papá a una habitación individual en cuanto quede libre, pero me ha advertido que debemos hablar con él y decirle seriamente que se comporte porque de otra manera se van a ver obligados a tomar medidas que por nada del mundo quisieran. Luego se puso sor Caridad, la monja que se ocupa de ellos y me ha asegurado, por otro lado, que nuestro padre se equivoca en lo que la dijo. No le he querido preguntar de qué se trataba y le he dado la razón para terminar de una vez. Ya me enteraré el próximo fin de semana.

 

 

lunes, 20 de enero de 2014

CADERAS


A.- Al fin lo han conseguido. La cadera ha sido su coartada, pero yo sé que se trata de otra cosa. Es duro tener que decirlo, pero en muchas ocasiones, y esta es una prueba más, los acontecimientos se desarrollan de una forma muy diferente de lo que hubiera sido previsible. Nunca pensé que vivir en un segundo piso sin ascensor pudiera ser la causa de mi exilio, que esa es mi realidad a poco que se piense. O la cárcel, mejor me lo pones. Pero una cárcel especial solo hecha para viejos, no nos andemos con eufemismos, cuando yo no entro estrictamente en esa categoría, siendo, a pesar de mis años y achaques, un hombre en plena forma. Y si no, que se lo pregunten a la chica que hace las habitaciones, que cada vez que habla conmigo siente un arrobo que se hace evidente en su tartamudeo y sus mejillas.

 

J.- Me han metido en la habitación a un tipo nuevo sin ni siquiera preguntarme. De un día para otro. Lo acepto como algo irremediable en esta residencia a la que al final he venido a parar. Siempre tengo problemas en estas instituciones que, al parecer, no solo aceptan a viejos sino a viejos “normales”, ya se me entiende. Yo sé que soy una persona especial, siempre lo he sido, pero parece que la democracia les tiene sin cuidado y al menor indicio te discriminan. Y yo, digan lo que digan, aquí me estoy comportando divinamente. El nuevo parece un tipo con clase, y desde luego hace unos años debió ser un hombre guapo en el que yo me hubiera fijado sin la menor duda.

 

M.- Por fin hemos conseguido meter a papa en una residencia. Ha sido una dura batalla porque el hombre se ha resistido hasta el límite de sus fuerzas. Pero por una vez hemos ganado, y después de hacer toda su vida lo que le ha dado la gana, hemos logrado que acabe aceptando lo irremediable. No va a ser fácil, pero a la larga esto será lo mejor para todos. Sobre todo para mí que soy quien verdaderamente se ocupaba de él.

 

R.- Me da pena papá. No sé cuanto va aguantar ahí metido. Estoy convencido que no tardará mucho en armar una buena, en lo que incluyo la posibilidad de una fuga.

 

A.- Cada vez se me hace más difícil aguantar al tipo este de la habitación con el que me han metido. Con todo lo que cobran ¿es que no tienen habitaciones individuales? Me parece increíble que mi pensión y quinientos euros de los chicos no den para más. Debo tener paciencia, aunque como ya he dicho el carcamal este que me ha tocado me solivianta y es posible que pronto deje de hablarle. Si no me ponen enseguida en una solo para mí, voy a acabar comprando un biombo para hacer de pared entre las dos camas. Cada cual en su mundo.

 

L.- Papá por fin en una residencia. Se acabaron las complicaciones. Allí le cuidarán bien y estará controlado. Le ingresamos cerca del mediodía y nos quedamos con él a comer (fue una excepción, según nos dijeron, pues no está permitido habitualmente). A las cuatro ya estábamos en casa. Al día siguiente le llamé por teléfono, pero no se puso, sin que pudieran darme explicaciones. Mariví, sin embargo si lo logró y dice que está bien. Me alegro.

 

J.- Desde que llegó Antonio he intentado ser comedido y que no se me vea el ramalazo de una forma ostensible. Tampoco hay que exagerar. Y además quien sabe como puede reaccionar. Casi no me habla y tiene con frecuencia unos gestos de indiferencia y hasta desdén que me inquietan un poco. De todas formas, esta noche cuando nos acostemos no me voy a privar de hacer lo habitual, que tampoco es cuestión que una deje de ser quien es por un intruso.

 

A.- Lo que faltaba, ahora resulta que el individuo con el que estoy es marica perdido. Ayer noche, sin ir más lejos cuando nos metimos en la cama, sacó del cajón de su mesilla de noche lo que en principio tomé por un peluche o algo así, y ante mi asombro resultó ser un pelucón rubio enorme, que se colocó sobre los cuatro pelos que le quedan  para de inmediato ponerse encima una redecilla diciéndome “no sabes, si no lo hago, se me destroza, con todo lo que me muevo”. Estuve a punto de tener un ataque y ponerme a gritar llamando a las monjas, pero al final me contuve, aunque no pude dormir hasta las tres de la mañana.

 

J.- Creo que el nuevo está empezando a aceptar que tiene a un compañero especial en su habitación. No me habla en absoluto, pero en mi opinión empieza a aceptar los hechos consumados. Me parece que se lo ha dicho a una de las monjas encargadas de nuestra área, pero tengo la impresión de que su queja no ha surtido el efecto que él esperaba, porque lo único que ha conseguido es que sor Gabriela me diga que no sea malo porque ese señor está bastante trastornado.

 

M.- Nos hemos acercado todos a ver a papá después de quince días de su ingreso. Primero hemos comido juntos en el pueblo en un restaurante que viene recomendado en la guía gastronómica de la región. Ha sido una comida maravillosa y no me extrañaría que este local pronto tuviera una estrella Michelín. Rosa y Luis parecían contentos de que por fin papá encuentre un lugar adecuado para él en la residencia. Luis tan pragmático como siempre, pensando en los horarios, las comidas y los entretenimientos de los ancianos, y Rosa, para no variar, tan sentimental muy en su línea, pensando que papá puede sentirse muy solo en ese sitio. A veces me saca de quicio. A ella quisiera yo haberla visto haciéndose cargo de él durante años. Así es muy fácil.

 

L.- Papá nos ha recibido en silla de ruedas, de la que no se ha levantado durante las dos horas que hemos estado con él. Hacia las seis nos hemos ido cuando nos ha dado la impresión de que ya tenía suficiente y no ha vuelto a abrir la boca. Hemos llegado a casa hacia las siete menos veinte. Mariví parece preocupada y Rosa, como una mater dolorosa, ha llegado a decir que estar allí de esa manera debe ser muy duro, y que si tuviera más tiempo y dinero se lo llevaría a su casa. Cuando nos fuimos, para sorpresa de todos, papá se ha levantado de la silla y nos ha dicho adiós agitando un pañuelo y dándose una carrerita por la acera.

 

J.- No entiendo a este hombre que en ocasiones se pasea delante de mí simulando estar estuviera en plena forma, y hoy, sin embargo, ha recibido a su familia sentado en una silla de ruedas como si fuera un tullido. Ni que decir tiene que nada más irse se ha levantado, y se ha pavoneado delante de los demás delante de la tele con paso atlético y mirada desafiante. Tengo la impresión de que tiene un problema grave con los suyos y mantiene ante ellos una actitud de víctima para que se sientan culpables o algo parecido. A mí, si he de ser sincero, no me importa. Me lo imagino como el adolescente guapísimo que debió ser, y todo lo demás me tiene sin cuidado. Cuando tengamos un poco más de confianza le voy a pedir que me enseñe algunas fotos de cuando era joven. Debió ser una bellezón. No me ha gustado nada la actitud del marido de su hija mayor (creo que se llama Mariví), que le echa unas miradas de admiración (o al menos eso me parece a mí) que casi me hacen sentir celos.

 

R.- Pobre papá, la cadera no le deja vivir, a pesar de que le pusimos una prótesis de titanio de las mejores y más caras. Nos ha recibido en silla de ruedas y al verle no he podido evitar echarme a llorar.

 

A.- Me duele que se vayan y me dejen aquí solo, pero por mí no se van a enterar de mis debilidades. Estar más de dos horas en la puñetera silla no me ha sido nada grato, sobre todo, porque al cabo del rato me acaba doliendo la espalda. Me he emocionado al ver a Rosita que no ha podido disimular y se ha echado a llorar. Siempre ha sido una infeliz, y esto hace que ahora me preocupe por su futuro, soltera y sin que nadie se ocupe de ella. Mariví es otra cosa, aunque siempre he tenido la impresión de que de alguna forma disimula, y no es para nada tan fuerte e independiente como trata de aparentar. Su marido, por otro lado, es un memo, del que tengo la impresión que siempre me la ha tenido guardada. No debe gustarle nada que su mujer, es decir, mi hija, me haga más caso a mí que a él mismo.

 

G.- Los de la habitación veintiséis me preocupan. No parecen llevarse nada bien. Supongo que Antonio debe estar haciendo de las suyas, tratando de provocar a su acompañante, que por cierto también se llama Antonio, lo que no facilita para nada el trato con ambos ni la cuestión administrativa. Antonio el mariquita, para que vamos a andarnos con rodeos, me ha dicho en privado, que teniendo ambos el mismo nombre, lo lógico seria que yo le llamara por el segundo, María, a lo que yo me he negado en redondo, y le he dicho que para nosotras las monjas y el personal adjunto, esa casualidad no supone ningún problema, pero que si insiste, le llamaremos por su apellido, es decir, Jiménez, a lo que se ha negado porque le parece horrible.

 

J.- Sor Caridad se niega a llamarme María, como le había pedido para distinguirme de Antonio, mi compañero el guapetón. Ha sido una oportunidad perdida para sentirme como la mujer que siempre quise ser, pero tampoco es cuestión de ponerse dramática. El mundo es a veces cruel y no quiere reconocer que las cosas son como son y no como sus habitantes pretenden. Pero no es cuestión de enemistarse con la Iglesia y sus representantes que, al fin y a la postre, son quienes tienen la sartén por el mango. Dicho sea esto sin doble sentido, por cierto.

 

L.- Creo que visto lo visto, con el viejo más vale mantener una actitud respetuosa pero distante. Después de todo ya Mariví y Rosa se preocupan por él. Su decisión de vernos en silla de ruedas, creo que es la expresión firme su actitud beligerante por haberle metido en una residencia, y la forma de decirnos a su manera que no está de acuerdo y que hemos sido crueles. Paciencia. El tiempo todo lo cura. Me voy pronto a la cama. Mañana tengo que estar en el trabajo a las siete de la mañana, pero no voy a quejarme. Los que ocupamos puestos de dirección tenemos que estar decididos a aceptar este tipo de sacrificios. Bastante nos ha costado llegar a nuestro nivel, aunque, pensándolo bien, a esas horas ya el metro debe estar atestado de curritos camino de su trabajo.

 

R.- Mañana volvemos a ver a papá. Me siento emocionada y me cuesta aceptar que está en un sitio tan horroroso acompañado de unos seres espantosos que no le llegan ni a la suela  de sus zapatos.

 

lunes, 13 de enero de 2014

SOLO EN OSLO


No tengo nada que decir. Nada. Escribir, por lo tanto, es una forma de engañarme y matar el tiempo. En cierta medida una añagaza para no sentirme abrumado por la inanidad de mi existencia. Ciertamente podría hacer otras cosas, pero en el fondo vendría a ser lo mismo, maneras para no ser consciente de un tiempo que me parece excesivo. La tarde, sin embargo, es plácida, todo hay que decirlo, y podría se feliz contemplando el lento deambular de los paseantes por la acera frente a la terraza de este café de Oslo. Qué duda cabe que cuanto observo, visto con otros ojos, tendría un encanto indudable. Se trata de una tarde de verano en la que todo el mundo en esta ciudad parece haberse echado a la calle. Sin duda, aquí los días soleados se pueden contar con los dedos de la mano, y la gente no quiere perdérselos quedándose en casa. Aunque pensándolo bien, también eso me tiene sin cuidado. Pero debo una vez más reconocer que la tarde es muy agradable, y que los rayos de sol sobre mi piel me transmiten una sensación a la que debería abandonarme y olvidar así el simple hecho de no tener nada que decir. Disfrutar de tener un cuerpo que me transmite sensaciones placenteras, y no pensar obsesivamente en una noche que se aproxima cargada de oscuros presagios. Es llamativo, y de esto sí quiero dejar aquí constancia, la sorprendente actitud de los viandantes, que parecer discurrir frente a mí a cámara lenta, como si más que caminar, se deslizaran sobre el pavimento, al estilo de una película con pretensiones esteticistas, pongamos que Visconti. Claro que este es un lugar especial, donde en su día algunos escritores trastornados deambulaban de aquí para allá haciendo aspavientos y hablando consigo mismos, algo que, después de todo, se parece a lo que, más discretamente, yo hago en estos precisos momentos. Me llama la atención no solo ese ritmo pausado de los paseantes, sino su atuendo perfectamente conjuntado e idóneo para  la estación. Me refiero a la abundancia de camisas de manga corta de tonos claros y calzado informal a juego, que es posible que sea el causante de la sensación de lentitud que me transmiten. Al mismo tiempo no dejo de ser consciente de la proliferación de sombreros de tela o paja en los varones y de pamelas de colores llamativos en las mujeres, sin que falten tampoco los parasoles, que inesperadamente añaden a la atmósfera que me rodea un indudable toque oriental y decimonónico. Al caer la tarde se levanta una brisa fresca que hace que los transeúntes se apresuren camino a casa, lo que rompe el encantamiento previo y hace que todo adquiere de repente el carácter de una realidad que parece presagiar al otoño ya en ciernes. Es hora de volver al hotel, y por razones que desconozco pero que de alguna forma intuí con anterioridad, me asalta el temor de una sorpresa desagradable. Mi habitación, sin embargo es muy confortable y desde la ventana puedo ver un paisaje muy bello de la ciudad con el fiordo y los muelles al fondo. No sé lo que temo, pero me siento inquieto. No es bueno sin duda sentirse así. Solo en Oslo.

viernes, 10 de enero de 2014

NUESTRO TIEMPO


El mundo es transitorio,

contingente, no necesario.

Y yo estoy aquí

de la misma manera que estoy

en Plutón.

O más lejos.

 

Hete pues ante nosotros la disyuntiva:

uno de los dos sobra

en los espacios siderales.

(aunque, después de todo, se trata

de una decisión

irrelevante

dada la amplitud de lo enunciado).

 

Vayamos pues alternativamente

hacia los anillos de Saturno.

Otros criterios serán entonces necesarios

cuando la soledad

ya sea el paradigma de un autismo

entendido estrictamente como tal.

 

No cejemos, y llegados allí

persistamos en nuestra indagación.

Quien sabe: podemos conseguir

que nuestro solipsismo

acabe en bacanal y el anfitrión

Rouco Varela reparta hostias

a mansalva.

 

Dios existe. Cristo existe y

la Virgen María habita entre nosotros.

Posa en bikini y se llama

María Dolores de Cospedal.

 

Otros serán los irresponsables,

perdidos entre tarjetas e ipads de

nueva generación. Prosigamos

los que somos de Plutón

nuestra labor

más allá de la nube de Oort:

el evangelio no tiene

fronteras.

 

La única manera de convencer

a quien se deje

de que no por banal

nuestra misión desmerece:

de dos no sobra uno.

Hay sitio para todos.

 

No es fútil nuestro esfuerzo.

Nos vemos en Orión,

llegado el caso.

ESTEPAS


Por fin me decidí y me puse en camino aunque no tenía muy claro con qué objetivo. Después de todo, allí adonde me dirigía no se me había perdido nada. Fue sin embargo una idea que empezó a fraguarse en mi cabeza la semana anterior a mi partida, un día que me dio por echar un vistazo a un mapa de carreteras de España. Quería ir a un lugar que no me dijera absolutamente nada. Que ni siquiera pudiera relacionarlo fácilmente con la comarca, provincia o región donde estuviera situado. Ni con la ciudad más próxima, que no podría hallarse a menos de cien kilómetros. Se trataba por lo tanto de algo parecido a ir a la luna sin salir de la península ibérica, para lo que en principio se me ocurrieron determinados lugares que en ese sentido gozan de una fama merecida. A saber: el desierto de Tabernas en Almería, los Monegros en Aragón y las Bardenas Reales en Navarra. Finalmente me decidí por este último por hallarse más cerca de casa y por la posibilidad, aunque remota, de ser atacado por aviones de la Fuerza Aérea española durante sus ejercicios con fuego real, que tienen lugar en aquel lugar. Aunque no creo que me cayera esa breva, al escasear últimamente la munición debido a la falta de presupuesto. Ya sé que estas posibilidades parecían contradecir en principio los criterios que había supuesto para su elección, pero yo no tengo la culpa de hollar el suelo patrio hace más de seis décadas, haber sido un alumno con nota superior al aprobado en mi lejano bachillerato, y que nuestro país no alcance las dimensiones, es un decir, de la extinta Unión Soviética, y tener por lo tanto una vaga idea de su geografía. No quise darle más vueltas. Llegué a mi destino después de un viaje bastante accidentado, no por el estado de las carreteras, sino debido a mis titubeos por mi indeterminación a la hora de tomar un rumbo definitivo. En cualquier caso, en cuatro horas estaba allí, algo más de la media nacional en las distancias desde la capital del país, teniendo en cuenta que las ciudades más alejadas, Huelva, la Coruña y Gerona apenas quedan a siete. Eso sí, sin descansos intermedios ni levantar el pie del acelerador, y sin sobrepasar la velocidad máxima en autopista. Una vez sometido a un somero reconocimiento sobre el terreno, aquel lugar me llenó de felicidad. Se trataba de un hotel de cinco estrellas situado en la cima de un altozano, que por sus características me subyugó de inmediato. El edificio en cuestión se levantaba sobre una planta rectangular con cuatro alturas, cuyo primer piso estaba dedicado a lo que en líneas generales puede considerarse como ocio y los otros tres al alojamiento, a razón de catorce habitaciones por planta. Afortunadamente a su alrededor se extendía una extensión indeterminada pero suficiente de terreno para equiparlo, a falta de más pesquisas, con el desierto del Sahara, el de Atacama o el del Gobi, según opiniones, dada la proliferación de arena y terreno pedregoso alternativamente. El primer piso, según pronto pude enterarme en una primera ronda de reconocimiento, estaba íntegramente dedicado a las actividades recreativas de los clientes, y consistía en las siguientes secciones: gimnasio, sauna, spa, sala de musculación, piscina cubierta, paddle y squash, además de una sala de estar con bar, en donde se suponía que los deportistas podrían relajarse con lecturas varias y la posibilidad de compensar su esfuerzo con aguas carbonatadas, tónicas y multivitaminadas, estando prohibido el alcohol, aunque se disponía de cerveza sin. En plan confidencial, alguien me confesó que, no obstante, no eran pocos los clientes que en sus bolsas deportivas incluían petacas con licores que no bajaban del 40%. La administración del hotel hacía la vista gorda, a pesar que no era infrecuente que algunos clientes abandonaran las instalaciones en un estado que dejaba mucho que desear. El exterior del edificio recordaba vagamente a la plaza de toros de Las Ventas y era por tanto neomudéjar, algo también frecuente en la ciudad de Teruel, de donde era natural el propietario. Antes de adentrarse en la zona estrictamente desértica, o lo que es lo mismo en las propias Bardenas Reales, la empresa había querido mostrar a sus habituales la posibilidad de un oasis, y para ello había construido tres piscinas olímpicas rodeadas de un amplio palmeral que para nada tenía que envidiar al de Elche, sin ir más lejos. Además, como un homenaje a las montañas Lebombo en el Parque Nacional de Kruger y a André de Saint Exupery (por razones obvias), había plantado varios baobabs que daban al lugar un exotismo inesperado y un tanto surrealista. En resumidas cuentas, y a fuer de ser sincero, era algo que no esperaba, ansioso como estaba de un lugar oculto a la mirada de los demás y lo más parecido posible a un cenobio o un convento de clausura. Afortunadamente, poco después de preguntar en Recepción me sentí aliviado, pues toda aquella exhibición, no se correspondía con lo que verdaderamente ocurría allí. Por de pronto, baste decir que aquella suntuosa residencia no tenía clientes, o para ser más exactos, contaba con uno por planta, que, según pronto me informaron, cumplían una función exclusivamente metafórica en el sentido de que representaban a los ausentes que, en ese sentido, resultaban redundantes. Cabe decir, sin embargo, que las actividades del hotel se llevaban a cabo como si estuviera al completo, por lo que todos los servicios funcionaban a pleno rendimiento, aunque sus actividades resultaban como bien puede entenderse absolutamente superfluas. Las habitaciones se hacían a diario, con cambio de ropa de cama y toallas incluido, y la lavandería, secadora y servicios diversos no daban a basto. En las proximidades del lounge del hotel las tiendas abrían diariamente y la cafetería, peluquería, restaurante y sala de fiestas tenían todo su personal al completo, por lo que mi estancia es aquel lugar se presentaba como una orgía de placidez, valga la antinomia o el oxímoron, que no las tengo todas conmigo. Aquí, sin embargo es de justicia reseñar que el personal solo estaba disponible para situaciones de emergencia en caso de que los tres clientes (conmigo cuatro) tuvieran una necesidad ineludible. Se puede por lo tanto decir aquí que también ellos cumplían una función simbólica, queriendo de tal manera el propietario del hotel dejar bien claro que el deber está por encima de la necesidad. La señorita de Recepción me informó en plan confidencial (que me rogó no transmitiera a nadie) que allí, en su opinión, todo tenía una función meramente representativa y que, en realidad, nada era lo que parecía. En ese sentido, añadió que solo el señor D. Braulio Senantes, el propietario, podía dar información fidedigna de lo que había pretendido, aunque al parecer -y aquí su voz se hizo casi inaudible- no andaba muy bien de la cabeza, pues ya en dos ocasiones se había intentado quitar de en medio arrojándose de una de las torres del Pilar de Zaragoza. Como la conversación con tan agradable señorita estaba resultando muy interesante (con independencia de aquellas informaciones inquietantes), le dije si nunca había pensado que quizás la verdadera finalidad del hotel podría ser su destrucción mediante el fuego amigo de la aviación nacional, a lo que me contestó que nunca se le había pasado por la cabeza, pero que en esos momentos que yo se lo sugería, le parecía coherente, cobrando así sentido el que durante la noche todo el edificio y zonas colindantes permanecieran iluminadas. “Como un verdadero blanco”, añadí yo al despedirme casi eufórico y darme cuenta que mi visita a aquella estepa desolada cobraba un sentido que no supe calibrar cuando inicié el viaje. En aquel momento fui consciente de que toda vida humana es teleológica, reafirmándome de esta manera en mi fe en el principio antrópico y en Teilhard de Chardin. Estaba convencido de la importancia de mi existencia en el universo y quise celebrarlo de inmediato, por lo que subí a la habitación, me serví un whisky doble bien cargado del mueble bar, me tumbé placidamente en la cama sin quitar la colcha, y encendí un cigarrillo, observando ascender sus volutas de humo. Los fuegos artificiales estaban al caer.