miércoles, 17 de abril de 2019

CRISIS


Aún se baila en palacio, mi querido amigo, no le demos más vueltas y mareemos la perdiz, creyendo que todo es demasiado complicado como para que los danzantes abandonen de una vez por todas su afición irredenta a los valses y bajen definitivamente a la calle, donde el pueblo todavía contempla con asombro la perfección del edificio. No pasarán de los jardines al llegar las sombras de la tarde, y desde allí comentaran la maravilla del ocaso entre las fuentes y los pavos reales que adornan las alamedas y los senderos hasta las tapias erizadas de agujas de acero. Como dijo Leibniz, vivimos en el mejor de los mundos posibles, y pretender otra cosa es apelar al caos; ya ha costado demasiada sangre llegar hasta aquí, y no es cuestión ahora de sacudir el árbol, no vaya a ser que con los frutos en sazón se desprendan otros envenenados que nos arrastren de nuevo a una vorágine inmanejable. Las cosas están bien como están, aunque haya que pagar, es cierto, el precio de cierta injusticia. Piense que a pesar de todo hoy proliferan las entidades benéficas y los ayuntamientos organizan comedores y albergues para los que no pudieron asistir al baile. Y no desestime las ONGs que para sí hubieran querido en otro tiempo los menesterosos y desubicados.

-No le entiendo, créame, pues si en un principio al comenzar a leerle creí que se apuntaba a la revolución, luego me ha parecido que giraba hacia una comprensión del mundo que hemos creado, lo que estaría más de acuerdo con mi forma de verlo. El ser humano es imperfecto a pesar de su inteligencia, y que duda cabe que dentro de él anidan instintos y emociones que no difieren mucho de los que tienen los animales, por eso cualquier sistema que pongamos en marcha tendrá que tener en cuenta esa aparente injusticia de la falta de igualdad que fácilmente puede observarse, por ejemplo, en una manada de leones. Que los más capaces o más afortunados triunfen y se distingan, que vivan mejor, si pueden, yo lo acepto en aras de un beneficio general, por más que otros pasen dificultades. El igualitarismo a rajatabla ha sido la madre de los mayores crímenes cometidos por la humanidad, recuerde esto. Y no creo que sea necesario recurrir a los ejemplos.

- Jugué voluntariamente al despiste en mi primer parlamento, y estoy de acuerdo con usted en líneas generales, pero descubriendo ya aquí mis cartas, le diré que no creo que debamos ahora hablar de revoluciones, ese fetiche sanguinolento que los poderosos esgrimen para conservar sus privilegios, sino de un deslizamiento razonable que no facilite que al lado del mayor lujo, proliferen todavía los barrios miserables de casas de hojalata o de favelas, mira por donde, ahora que en Brasil parece que algo se mueve(*). Me dirá usted que la acumulación de capital bien invertido dará enseguida trabajo a millones de personas, y de esa manera les facilitará la vida, y no puedo negarlo. Pero resulta que en buena medida siempre conserva su valor, mientras que en el otro extremo, la capacidad de trabajo, y por lo tanto él mismo, se consumirá sin mayor rendimiento que la extenuación tras jornadas agotadoras de doce horas. Y no me venga ahora con la historia del hombre hecho a sí mismo que todo lo consiguió a base de esfuerzo a partir de la nada. Existen, pero son la excepción y no se puede generalizar su caso.

-Mire usted, hemos inventado un sistema que pese a todas las limitaciones que se quiere funciona, algo que no puede decirse de otro concretamente que constituyó un fracaso estrepitoso. Tratar de combatirlo diciendo que a la larga resulta inviable, es poner la primera piedra para su abolición y emprender el camino hacia lo desconocido, en mi opinión hacia el desastre. Este sistema tiene sus propios mecanismos de defensa y de reforma y reequilibrio, él mismo puede corregir sus defectos, sin tener que recurrir a cambios drásticos a los que quisieran acogerse quienes sólo pretenden ocupar el lugar de los poderosos.
-En resumidas cuentas, usted me vendría a decir lo tantas veces repetido, que el mercado mismo busca el equilibrio y se modifica per se, como si fuera un organismo vivo que busca continuamente su homeostasis, vamos como si el artificio del intercambio de mercancías tuviera una especie de de cerebro ético, capaz de reformarse en caso de injusticias. El mercado como propietario de un corazón sensible que no sólo se autorregularía, sino que incluso sería capaz de calibrar las diferencias y tratar de atenuarlas.

-Yo no he dicho eso, y usted lo sabe bien. Aquí es donde entraría la labor del Estado como ente regulador, en cierta forma el conocido como estado del bienestar que vela por la justicia distributiva y el bien común, algo que por cierto ya está en marcha hace mucho tiempo y que ha permitido concretamente grandes logros en Occidente.

-Pero usted sabe también perfectamente que hoy en día la clase política vela casi exclusivamente por su propio interés, como si fuera otro grupo social más, digamos que el gremio de los ingenieros o los abogados, y que por lo tanto no se puede esperar demasiado de ellos, pues las leyes que aprueban les tienen a ellos mismos como principales beneficiarios. Y no digamos nada del al parecer insustituible sistema de los bancos y las grandes multinacionales que, eso es ya evidente, sólo buscan su propio beneficio, y el barco si es preciso que se hunda con ellos, aunque el capitán nunca lo abandonará el último, cuando todo el pasaje esté a salvo. Les bastará recoger sus ganancias y fuck the world, como usted sabe bien.

-Bueno, al parecer ya solo le queda afirmar que para eso que nos mande un padrecito (¿imagina quién?), y que el pueblo tome el poder, y “se organice autogestionándose”. Los colchones no faltarán ¡hasta ahí podíamos llegar! ni en el peor de los casos, y ya se sabe que uno de sus cometidos más provechosos consiste en emplearlos para guardar el dinero debajo de ellos. A eso quería usted llegar, supongo. Otro día hablamos del tercer mundo y las fuentes de energía si le parece, que seguro que ahí también tiene usted unas opiniones que me atrevo a llamarlas desde ahora, pintorescas. Un saludo.

martes, 16 de abril de 2019

CEREBRO / CAPITAL


-El cuerpo humano es un sistema dirigido y coordinado por el cerebro, sin el cual no podría funcionar. Al menos no podría hacerlo tal y como sabemos, aunque sí podría hacerlo como una secuoya, que no lo tiene. Siendo pues el cerebro la parte más importante de ese sistema, es lógico suponer que podría prescindir de las otras y dedicarse en exclusiva a sí mismo, pero tal cosa no tendría demasiado sentido, pues ha sido construido precisamente para controlarlas (órganos y subsistemas que dependen de él, uno de los cuales sería –con algunos matices- la mente). Suponer un cerebro aislado sin ninguna finalidad sería tan absurdo como imaginar un motor en marcha sin otras conexiones en el desierto o la tundra, por poner un ejemplo. Pero no solo eso, pues como se sabe, el cerebro es un órgano sumamente plástico que se modifica a sí mismo en función de las necesidades que requieran los sistemas dependientes de él, algo así como si la necesidad de carburante de un vehículo para subir una pendiente pudiera modificar las características del motor que lo propulsa, lo que no dejaría de ser algo maravilloso. Un cerebro sin otros órganos, sería en buena medida un cerebro fosilizado y desde luego inútil. Hasta ahí lo extraordinario del cerebro: siendo lo principal, no tiene sentido por sí solo. O lo que es lo mismo, solo la existencia de otros órganos o subsistemas se lo dan.

- De la misma manera el cuerpo social sobrevive gracias a diversas herramientas, que a lo largo del tiempo se han decantado en dos principales, el capital y el trabajo. El capital es una creación estrictamente humana –un artificio- y viene a ser el equivalente del valor (habitualmente expresado en dinero) que sus integrantes dan a determinadas objetos o materiales (el oro, verbigracia), y sirve como moneda de cambio. El trabajo es la capacidad de los integrantes de dicho cuerpo social para realizar las funciones necesarias para la supervivencia del grupo. Con el tiempo, el primero de ambos factores se ha impuesto, y no siendo más que una metáfora de otra cosa, incluso del trabajo, se ha concretado en un valor, que normalmente se expresa en forma de dinero. El capital, por lo tanto, se ha convertido en el corazón del sistema económico, de tal manera que sin él, la posibilidad de trabajar es mínima, aunque al igual que el cerebro en el punto anterior respecto a los otros órganos, sin trabajo tendría poco sentido. El problema, sin embargo, es que en la actualidad en el sistema que se ha creado, solo ese capital  parece ser el creador de riqueza, mientras el trabajo es algo subsidiario, cuando lo cierto es que sin él, el primero no es nada. Robinson Crusoe en una isla desierta con un cofre lleno de monedas de oro o de diamantes salvados del naufragio, podría tranquilamente morir de inanición (a no ser que fuera capaz de comer tan nobles materiales) si no fuera capaz de subirse a los árboles para coger nidos, o de cazar ciertos vertebrados o de pescar en la playa. ¿Cómo se ha llegado pues a esta situación en una sociedad en la que los menos hábiles (o no) pueden ser los más afortunados, a poco que tengan un capital del que los verdaderos expertos (o no) podrían carecer? Esa es la gran paradoja de nuestros días: aquello (b) que sirvió para facilitar el intercambio, aunque por sí mismo sea inútil, se ha adueñado del escenario. A pesar de todo, quizás esto no sea tan extraño en la medida que en nuestras vidas con frecuencia son las metáforas, es decir lo irreal, quienes toman la delantera y se hacen más importantes que lo verdadero (algo que sin demasiada imaginación se hace evidente también para otros conceptos).

(a) Y como en el primer apartado, puede modificarlo
(b)  Llámese como se quiera: capital del trabajo o capital financiero.

    

lunes, 8 de abril de 2019

METRALLA DISFÓRICA


A partir del día de mañana queda prohibida la aerostación a no ser que el aerostato tenga patas. Bueno, piernas. La buena educación antes de nada.

En el Río de la Plata (Argentina) se han encontrado el fósil de un dinosaurio que una vez sometido a la prueba del carbono catorce ha resultado ser solo un dino.  Eso que conste.

Los niños eran raros, seamos sinceros, y tenían de niños lo que mis santos cojones tienen de zeppelines, dicho sea lo anterior con el respeto debido a la infancia.

Calla de una vez puto viejo, que se os deja crecer y luego pasa lo que pasa: todo el santo día soltando peroratas sobre la ineluctabilidad del tiempo y otras paparruchas.

Las cuatro partes del mundo son tres, a saber: Soria y Segovia. Badajoz no cuenta.

Déjese de zarandajas y maltráteme bien maltratado. Nada hay mejor para un masoquista que el maltrato que proceda de un sádico pusilánime como usted mismo.

La bicicleta de Indurain es la que verdaderamente ganó los cinco Tours de Francia. Quien la montaba era aleatorio, pues el cerebro del triunfador se encontraba debajo del sillín. Y el dopaje…no voy a comentar lo ignominiosos del hallazgo (también tiene que ver con el sillín).

La señora aquella llegaba y casi de inmediato se sacaba las tetas, luego permanecía muy quieta y como muda, o como mucho exclamaba ¡contemplad! Luego se las recogía y cambiaba de mesa. Ya muy mayor, sin embargo, lo que enseñaba era el puturrú. Vulgo parrús.

El jugador de tenis tiene de tenista lo que yo de arzobispo y se pasaba el partido recitando poemas que sacaba de la funda de la raqueta. Eso es al menos lo que parecía, pero el amor es ciego y la cosa puede cambiar.

En esto estamos todos de acuerdo una vea que esto sea definido, eso resulta evidente.