No estoy dispuesto a que la banda de
música se tome esto exclusivamente como si fuera un auditorio, donde sus
integrantes vienen a ensayar un rato para, a continuación, dedicarse a holgazanear
hasta la salida, a la manera de quienes afinan su instrumentos antes de empezar
el concierto. Claro, que aquí debo aclarar que se trata de una banda de música
militar, y que cuando actúa, sus miembros deben hacerlo con la gorra en su
lugar. La prenda de cabeza, traslada al espectador la sensación de que los
maestros músicos pertenecen a una entidad con un significado especial, en el
que no están permitidas improvisaciones ni iniciativas privadas que pongan en
solfa la partitura, algo que sin embargo sí se puede permitir una orquesta
sinfónica, o mejor, una de jazz. Soy el comandante director de la Banda de
Música, Cornetas y Tambores de la Agrupación, y mi cometido es que la gente que
está a mis órdenes y obedece a mi batuta, no se desvíe ni un ápice de la partitura,
y que considere que si en ocasiones se les permite tocar piezas del repertorio
de la música clásica o la popular, su principal cometido es imbuir a la tropa y
cuerpos profesionales del espíritu de la milicia, y por lo tanto de un espíritu por el cual,
llegado el caso, hagan entrega generosa de sus vidas por la patria. Y nada más
adecuado para ello que las marchas e himnos, que elevan su espíritu a cimas de
heroísmo que no necesitan las sutilezas de la música de cámara.
De hecho, deben llegar a tener claro
que no se deben a un pueblo, un gobierno o un sistema político, sino a un
concepto superior, invocado en el nombre de la nación. Y cuando digo concepto,
me refiero al crisol de virtudes que la constituyen, y que de ninguna manera se
pliega a interpretaciones tendenciosas. La patria está por encima de
valoraciones personales, y el lugar inmarcesible que ocupa, no es interpretable
a voluntad. Por eso, los soldados llevan gorra, y las bandas de música cubren
también las cabezas de sus integrantes: en señal de respeto y acatamiento a
designios que están muy por encima de lo que, en un momento dado, pudieran
urdir sus cerebros. Ese es el sentido
definitivo que quiero trasladar a mi banda, la subordinación de su inteligencia
a un bien superior, incluso en los momentos en que sus componentes pudieran idear
subterfugios para evitar el estricto cumplimiento de su deber. Es por eso que aplaudo
la decisión del coronel jefe de la agrupación de realizar una marcha logística,
mitad motorizada y mitad a pié, que recuerde a mis músicos que una cosa es la
excelencia que puedan alcanzar con su interpretación, y otra, más meritoria,
subordinarla a las rudas tareas de las armas y cuerpos de nuestro glorioso ejército.
Sé que trasladar a toda la unidad monte a través a pie, banda incluida, con
toda su impedimenta no será para ellos una tarea sencilla, pero lo que pretendo
es que poco después acepten con el elevado espíritu de un soldado en primera
línea, el hecho de sobrepasar crestas y colinas y moverse con sus instrumentos
por trochas y barrancas, con la agilidad que la presencia del enemigo frente a
ellos les haría tener. Comprendo que no será sencillo, sobre todo con la
percusión, los contrabajos, el arpa, la tuba y especialmente el piano, pero es
en esta lid cuando demostrarán a los demás que, después de todo, lo de Mozart y
Beethoven no es un simple antojo, y que puestos a elegir, nada más bello,
después de todo, que un cuerpo a tierra a los acordes brutales ó líricos de la
“Obertura 1812” de Tchaicovsky, mientras sobre sus
gorras silban las balas.
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