domingo, 22 de julio de 2018

EUDIVIGIS


Eudivigis casi no tiene frente. Y digo casi, que no es que no la tenga. Tiene poca, eso es todo. Lo que sucede es que cuando se habla con ella o se está cerca aunque no se hable, uno no puede dejar de darse cuenta. En resumen, no puede ignorarlo, siempre y cuando Eudivigis haya sido objeto de la mínima atención, como en mi opinión se merece, por otros motivos que no son del caso. Y después viene lo que viene, que para eso dejamos de ser monos, para calibrar lo que acontece delante de nuestros ojos y evaluarlo adecuadamente. O en un lejano rincón de nuestra galaxia, todo hay que decirlo, que algún sentido han de tener los telescopios, ya metidos en gastos. Pero ese es otro asunto del que sin duda se ocuparán en las funciones que les correspondan los cosmólogos y los matemáticos. Y los filósofos y posiblemente algunos poetas, por meter a alguien más en nómina. En cualquier caso, las metáforas siempre tuvieron su sentido, pero vaya usted a saber, que quizás me estoy yendo por las ramas, hablando como estábamos hablando de mi amiga Eudivigis.
       Pues bien, imagine que Eudivigis está ahí frente a mí, o frente a usted misma que cualquier día se la puede encontrar a la salida del supermercado o de repente por la acera, pues no viven- usted y ella- demasiado lejos, y más vale estar preparada, porque no se puede saber de antemano lo que puede suceder. Un ser humano casi sin frente, con los pelos de la cabeza naciéndole como quien dice desde las cejas, no es algo que se vea todos los días, a no ser en la selva asiática o africana, donde proliferan a sus anchas los llamados orangutanes, chimpancés y gorilas. Y aún así. El susto puede ser morrocotudo. Más vale ir sobre aviso y saber qué puede pasar, adelantar acontecimientos para que el incidente, si llega, no nos coja desprevenidos y suframos las consecuencias.
           Ante Eudivigis en tal circunstancia más vale reaccionar con total normalidad, como ante la vecina de enfrente o una vedette de las que uno acostumbra a ver con frecuencia en las revistas del corazón. Exclamar, por lo tanto, sin elevar excesivamente el tono “Hola Eudivigis -como si fuera algo totalmente normal y su aspecto no presentara ninguna particularidad- no sabes como te encuentro de estupenda. La primavera te está sentando fantásticamente, aunque a decir verdad a ti te sientan bien las cuatro estaciones del año. Y si hubiera más estaciones seguro que te sentarían igual de bien, de eso estoy seguro. Por ti no pasa el tiempo, pero claro eso es natural porque todavía eres una cría. Por cierto ¿Cuántos años tienes, Eudivigis, pero calla, no me lo digas, que tu mamá y yo éramos casi de la misma quinta, tú me entiendes”. Y de inmediato, sin esperar su respuesta, esquivarla y salir a toda prisa en dirección contraria, si tal cosa es posible, y el primate que la habita no te cierra el paso y ruge. Porque puede suceder, la gente como Eudivigis, con una frente apenas perceptible puede tener el cerebro del tamaño de una nuez, y  a partir de ahí todo es posible. Y para terminar, a mí, sin embargo, la pobre mujer me tiene consternada y en el fondo de mi corazón solo le deseo todo lo mejor. Para dar solo un dato, en mi jardín ya he plantado un árbol donde  podrá subirse cuando le apetezca (por ejemplo, cuando recuerde con ternura a sus ancestros no tan lejanos), y considerarse como en casa.

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