Eudivigis casi no tiene frente. Y digo casi, que
no es que no la tenga. Tiene poca, eso es todo. Lo que sucede es que cuando se
habla con ella o se está cerca aunque no se hable, uno no puede dejar de darse
cuenta. En resumen, no puede ignorarlo, siempre y cuando Eudivigis haya sido
objeto de la mínima atención, como en mi opinión se merece, por otros motivos
que no son del caso. Y después viene lo que viene, que para eso dejamos de ser
monos, para calibrar lo que acontece delante de nuestros ojos y evaluarlo
adecuadamente. O en un lejano rincón de nuestra galaxia, todo hay que decirlo,
que algún sentido han de tener los telescopios, ya metidos en gastos. Pero ese
es otro asunto del que sin duda se ocuparán en las funciones que les
correspondan los cosmólogos y los matemáticos. Y los filósofos y posiblemente
algunos poetas, por meter a alguien más en nómina. En cualquier caso, las
metáforas siempre tuvieron su sentido, pero vaya usted a saber, que quizás me
estoy yendo por las ramas, hablando como estábamos hablando de mi amiga
Eudivigis.
Pues
bien, imagine que Eudivigis está ahí frente a mí, o frente a usted misma que
cualquier día se la puede encontrar a la salida del supermercado o de repente
por la acera, pues no viven- usted y ella- demasiado lejos, y más vale estar
preparada, porque no se puede saber de antemano lo que puede suceder. Un ser
humano casi sin frente, con los pelos de la cabeza naciéndole como quien dice
desde las cejas, no es algo que se vea todos los días, a no ser en la selva
asiática o africana, donde proliferan a sus anchas los llamados orangutanes,
chimpancés y gorilas. Y aún así. El susto puede ser morrocotudo. Más vale ir
sobre aviso y saber qué puede pasar, adelantar acontecimientos para que el incidente,
si llega, no nos coja desprevenidos y suframos las consecuencias.
Ante Eudivigis en tal circunstancia más vale reaccionar con total
normalidad, como ante la vecina de enfrente o una vedette de las que uno
acostumbra a ver con frecuencia en las revistas del corazón. Exclamar, por lo
tanto, sin elevar excesivamente el tono “Hola Eudivigis -como si fuera algo
totalmente normal y su aspecto no presentara ninguna particularidad- no sabes
como te encuentro de estupenda. La primavera te está sentando fantásticamente,
aunque a decir verdad a ti te sientan bien las cuatro estaciones del año. Y si
hubiera más estaciones seguro que te sentarían igual de bien, de eso estoy
seguro. Por ti no pasa el tiempo, pero claro eso es natural porque todavía eres
una cría. Por cierto ¿Cuántos años tienes, Eudivigis, pero calla, no me lo
digas, que tu mamá y yo éramos casi de la misma quinta, tú me entiendes”. Y de
inmediato, sin esperar su respuesta, esquivarla y salir a toda prisa en
dirección contraria, si tal cosa es posible, y el primate que la habita no te
cierra el paso y ruge. Porque puede suceder, la gente como Eudivigis, con una
frente apenas perceptible puede tener el cerebro del tamaño de una nuez, y a partir de ahí todo es posible. Y para
terminar, a mí, sin embargo, la pobre mujer me tiene consternada y en el fondo
de mi corazón solo le deseo todo lo mejor. Para dar solo un dato, en mi jardín
ya he plantado un árbol donde podrá
subirse cuando le apetezca (por ejemplo, cuando recuerde con ternura a sus
ancestros no tan lejanos), y considerarse como en casa.
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