domingo, 22 de julio de 2018

AMISTAD


Somos amigos porque pertenecemos a un tiempo en el que escupir en el suelo y  cagarse en Dios no era nada frecuente, pero estaba mal visto y las autoridades lo prohibían en cientos de carteles por todas las esquinas, lo que acababa haciendo que la tuberculosis siguiera extendiéndose y los sacrilegios se multiplicaran.

También lo somos porque pertenecemos a una época en la que los días entre semana vestíamos de trapillo, los sábados de media gala y los domingos de gala completa con traje de chaqueta y corbata. También podía utilizarse la pajarita, aunque era considerada algo cursi y en el fondo una mariconada.

Y luego somos también amigos por compartir una misma visión del mundo, e incluso del universo, en el por un lado estábamos los buenos y por otro los hijos de puta de los comunistas, o sea, los malos. Y si no se me cree, recuerde al padrecito Stalin y Siberia, sin olvidar al hombrecito de la boina rara llamado Vladimir Illich Lenin, o al de las amplias barbas entrecanas llamado Carlos Marx. Y me callo a su entrañable amigo Engels, Federico para sus amistades, que siendo de la cuerda, las mataba callando. De Santiago Carrillo hablamos otro día que ahora no quiero sulfurarme. Tengamos la fiesta en paz.

A todo lo anterior, debo añadir que nuestra a mistad está también cimentada por nuestra asistencia a la misa de una los domingos  y días de precepto. Solíamos llegar cinco minutos tarde, cuando el cura ya enseñaba el culo a la parroquia, pero aún a tiempo para el grueso de la ceremonia. Es lo que tenía el primer vermut, había que darse prisa y apurarlo rápidamente o el asunto se complicaba y llegábamos ya en el Evangelio y con un poco de mala suerte en la Elevación. Y no estábamos suficientemente en forma para ponernos e inmediato de rodillas.

Pero el verdadero fundamento de nuestra perdurable amistad, quizás haya estado en aquellas interminables tertulias futbolísticas, en las que en el fondo lo que se venía a tratar que si Di Stefano o Kubala. El uno por su regate en corto y su visión panorámica del juego (y desde luego su tiro a puerta), o en la forma de proteger el balón y facilitar el desmarque de sus compañeros del azulgrana, húngaro o lo que fuera aquel tipo rizoso con pinta de levantador de pesas.

Y para terminar debo confesar que nuestra amistad se ha fundamentado por sobre todas las cosas en compartir una concepción muy precisa y emocional del hecho de ser españoles (que lo mismo hubiera sido de ser franceses si no fueran al mismo tiempo gabachos). Algo único, inconmensurable, diferente, sobre todo cuando abandonábamos la costa y nos adentrábamos, pasado el puerto del Escudo, en Castilla, una tierra noble, corazón de todas las Españas, incluso de aquellas que no queriéndolo, lo iban a ser por mis santos cojones.

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