Somos amigos porque pertenecemos a un tiempo en el
que escupir en el suelo y cagarse en
Dios no era nada frecuente, pero estaba mal visto y las autoridades lo
prohibían en cientos de carteles por todas las esquinas, lo que acababa
haciendo que la tuberculosis siguiera extendiéndose y los sacrilegios se
multiplicaran.
También lo somos porque pertenecemos a una época
en la que los días entre semana vestíamos de trapillo, los sábados de media
gala y los domingos de gala completa con traje de chaqueta y corbata. También
podía utilizarse la pajarita, aunque era considerada algo cursi y en el fondo
una mariconada.
Y luego somos también amigos por compartir una
misma visión del mundo, e incluso del universo, en el por un lado estábamos los
buenos y por otro los hijos de puta de los comunistas, o sea, los malos. Y si
no se me cree, recuerde al padrecito Stalin y Siberia, sin olvidar al
hombrecito de la boina rara llamado Vladimir Illich Lenin, o al de las amplias
barbas entrecanas llamado Carlos Marx. Y me callo a su entrañable amigo Engels,
Federico para sus amistades, que siendo de la cuerda, las mataba callando. De Santiago
Carrillo hablamos otro día que ahora no quiero sulfurarme. Tengamos la fiesta
en paz.
A todo lo anterior, debo añadir que nuestra a
mistad está también cimentada por nuestra asistencia a la misa de una los
domingos y días de precepto. Solíamos
llegar cinco minutos tarde, cuando el cura ya enseñaba el culo a la parroquia,
pero aún a tiempo para el grueso de la ceremonia. Es lo que tenía el primer
vermut, había que darse prisa y apurarlo rápidamente o el asunto se complicaba
y llegábamos ya en el Evangelio y con un poco de mala suerte en la Elevación. Y
no estábamos suficientemente en forma para ponernos e inmediato de rodillas.
Pero el verdadero fundamento de nuestra perdurable
amistad, quizás haya estado en aquellas interminables tertulias futbolísticas,
en las que en el fondo lo que se venía a tratar que si Di Stefano o Kubala. El
uno por su regate en corto y su visión panorámica del juego (y desde luego su
tiro a puerta), o en la forma de proteger el balón y facilitar el desmarque de
sus compañeros del azulgrana, húngaro o lo que fuera aquel tipo rizoso con
pinta de levantador de pesas.
Y para terminar debo confesar que nuestra amistad
se ha fundamentado por sobre todas las cosas en compartir una concepción muy
precisa y emocional del hecho de ser españoles (que lo mismo hubiera sido de
ser franceses si no fueran al mismo tiempo gabachos). Algo único,
inconmensurable, diferente, sobre todo cuando abandonábamos la costa y nos
adentrábamos, pasado el puerto del Escudo, en Castilla, una tierra noble, corazón
de todas las Españas, incluso de aquellas que no queriéndolo, lo iban a ser por
mis santos cojones.
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