viernes, 27 de julio de 2018

PROSAS A SU AIRE


Cuando no tengo nada que hacer me siento o me levanto y permanezco en esa posición el tiempo que me parezca conveniente dedicado a mis cosas, pues debo advertir que soy un individuo con una rica vida interior que suele entretenerse con pensamientos difíciles de trasladar al papel y ni siquiera de ser de ser contados de viva voz. En otras ocasiones cuando me percibo más gimnástico no me siento o me levanto, sino que me siento y levanto sin solución de continuidad, con una frecuencia que puede oscilar de una vez por minuto a varias por segundo, cosa que hace que al poco rato hace tenga que detenerme extenuado. En este último caso además no puedo dedicarme a desarrollar mi rica vida interior como dije más arriba sino dedicarme a flexionar y extender las piernas por las rodillas, a un ritmo que más vale guardar para uno. La consecuencia inmediata de este ejercicio es el aumento exponencial de sudoración y la elevación de mi frecuencia cardiaca hasta límites peligrosos para un varón adulto que ya no cumplirá los setenta.

Contrariamente a lo expuesto en el párrafo anterior, cuando tengo muchas cosas que hacer, incluso demasiadas, suelo sentarme y tomar una especie de respiro antes de iniciar la primera de ellas. Sabiendo, no obstante, lo que me espera, suelo permanecer en esta posición un buen rato hasta el punto de que con frecuencia no vuelvo a levantarme y me dedico  a realizar la ingente tarea que me espera “in pectore”, o como se dice hoy en día, de forma virtual: pienso que las estoy haciendo y con eso tengo suficiente. Algunas veces, debo aquí ser sincero, tiendo a no realizarlas pese a mi buena voluntad. Se trata mayormente de aquellas que para ser llevadas a cabo necesitan un cambio de ubicación propio, por ejemplo trasladarme de A a B. Ir al banco para sacar una cierta cantidad de dinero podría constituir un buen ejemplo, incluso aunque tuviera varios billetes en el bolsillo, pues no es lo mismo tenerlo que sacarlo (ni el bolsillo y la caja del banco), como bien sabe cualquiera que maneje el castellano con cierta decencia. Creo que me explico.

Tampoco le hago asco en ocasiones al puro hecho de permanecer de pie, cuando sentarme o levantarme no me apetece en absoluto. En esas ocasiones simplemente permanezco de pie y me dedico a otear el horizonte, como podría hacer el vigía de un velero asentado en la cofa o un centinela en el frente durante la guerra. Algo así  no suele ocurrir todos los días por razones obvias, pero de cualquier forma en la vida corriente es una profesión, por decir algo, desdeñada desde tiempo inmemorial. Soy pues una especie de oteador de horizontes, que con frecuencia realiza descubrimientos sorprendentes: una nubes ligeras huyendo a toda prisa, una bandada de grullas despareciendo, un sol escondiéndose detrás de lo que parece un incendio o el flamear de una bandera que hace que me espíritu se inflame de un patriotismo escondido poco antes Dios sabe donde: puros hallazgos. Sin embargo, hay ocasiones, es cierto, en que el horizonte más allá de lo que consista puramente en esos momentos, puede presentarse como algo banal y no tener nada de relevante, momento que llevado por la cualidad homoestática de mi organismo suelo adormecerme y llamar la atención del resto de viandantes que pasan a mi lado agitándose de aquí para allá un tanto inútilmente, todo hay que decirlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario