miércoles, 27 de diciembre de 2017

GAMBAS



Me acerqué cautelosamente a Federico por detrás, y pude ver lo que estaba escribiendo. No eran letras, sino un dibujo que en principio me pareció la cabeza de buen tamaño de un mono junto a un cuchillo. Pensé que aquel hombre no estaba totalmente en sus cabales, como ya sospechaba desde hacía tiempo. Quizás debido a eso empecé a retroceder lentamente sin darle la espalda. A pesar de mi cautela,  debió darse cuenta de mi presencia, porque a los pocos pasos oí su voz claramente: “no te he visto pero te he sentido, y mira qué casualidad, te estaba haciendo un retrato. Supongo que lo has visto y me gustaría saber qué te ha parecido. Yo al menos he intentado ser sincero”.

Llegué a la reunión de la Junta Directiva hacia las ocho de la tarde, aunque estaba prevista para las nueve en punto. Pensé que adelantarme no supondría un inconveniente para nadie, pero sobre todo llegué a pensar que si llegara a serlo, yo era lo suficientemente importante como para permitirme ciertas libertades con total independencia de la opinión de los demás, aunque se tratara de los jefes: una reunión sin un secretario que levante acta no tiene demasiado sentido. Alguien que asistió a la misma reunión y que llegó algo más tarde, al salir me comentó que los directivos estaban muy satisfechos de los acuerdos obtenidos, aunque, supongo que a modo de advertencia, añadió con cierto énfasis “excepto el lamentable incidente de la llegada prematura del gilipollas de Peláez, que con su puñetera afición a las gambas nos jodió el aperitivo”.

El partido se celebrará a las doce. Estoy listo, aunque debo confesar que algo nervioso. Me he preparado a conciencia, sabiendo que en él se dirime algo más que el resultado. Odio a ese idiota que tendré enfrente. Y no por su juego, sino por su aspecto físico. Sobre todo por su gesto permanente de suficiencia, como si todo lo que le rodea, y especialmente su rival, que en esta ocasión soy yo, le diera asco. No lo soporto, me desquicia. Llamarle hijo de puta a la cara estoy seguro que me tranquilizaría y al menos me permitiría hacer un partido decente, pero el árbitro me expulsaría, y posiblemente me quitarían mi licencia para competir. Aunque pensándolo bien, podría aprovechar la ocasión para llamarle también  a él hijo de mala madre. Después de todo, soy rico y pasarme la vida dando raquetazos a una cosa amarilla, no deja de ser una idiotez impropia de mi categoría.

jueves, 21 de diciembre de 2017

PROSAS GAMBERRAS - Objetivos



3.- Objetivos.
Mi objetivo en estos precisos momentos es llegar hasta el final de la calle, para una vez allí, dar media vuelta, regresar y volver a realizar el mismo itinerario el número suficiente de veces para mantenerme en forma, según me ha recomendado el doctor a quien he confesado mis achaques. Para mi edad, tengo la certeza de que se trata de un cometido poco exigente: poco más de trescientos metros. Claro que repetidos el número adecuado de veces, podría convertirse en un maratón. Ahí es nada, cuarenta y dos kilómetros ¡Oh melancólica evocación de las guerras del Peloponeso!... cuando los habitantes de la antigua Hélade trataban de dirimir si la pluma o la espada: un paradigma que definiera en adelante sus vidas. Mi objetivo no confesado, sin embargo, es mucho más modesto, la certeza de mantenerme con una vida digna aún de ser vivida. Ser algo más que una hoja caída y arrastrada por el viento a lo largo de la alameda sobre la que camino. Mi objetivo, pues, está claro y lo llevo a cabo con un paso regular y acompasado, al tiempo que solo braceo discretamente, no vaya a ser que los otros viandantes me tomen por un aventado, rememorando los tiempos antiguos en los que llegó a lucir las estrellas de capitán y mandando desfiles. Aunque, todo hay que decirlo, con la suficiente energía como para desmentir una decrepitud ya algo más que en ciernes. Es el mío, según se habrá podido observar, un objetivo modesto que espero poder seguir cumpliendo varios años, antes de que la metafísica se vuelva en mi cabeza algo más que un concepto aprendido en Aristóteles, al que se haga urgente prestar una atención ya ineludible.

Mi objetivo no confesado es llegar a ser general, algo que hoy en día al común de la gente, ocupada en menesteres más prosaicos, puede parecer un desvarío de alguien con la cabeza a pájaros. Es igual, mi decisión es firme y ya tengo programada la secuencia de actos que podrán llevarme a tan excelsa categoría entre los varones para los que el amor a la patria es la razón fundamental de sus vidas. Tener a mi disposición un puñado de hombres dispuestos a reconquistar los valores que la confusión de los tiempos modernos casi ha hecho desaparecer: he ahí mi cometido. La disciplina, la obediencia, el bien común, la bandera, los himnos. E incluso la guerra, cuando el enemigo es lo suficientemente contumaz para no poder evitarla. Sé que a mis diecisiete años me espera una labor de titanes, pero cuando siento mi pecho henchido del orgullo de haber pertenecido a una nación antigua, que llenó su historia de páginas de una gloria imperecedera, nada me parece imposible. Pronto ingresaré en la academia militar, cuna de los héroes que en un futuro próximo devolverán a mi patria el antiguo  imperio donde nunca se ponía el sol. Atentos pues a mi decisión, la trayectoria hasta el generalato será sin duda difícil con la cantidad de trepas que existen en los escalafones, pero con la musculatura lista para la acción y el corte de pelo reglamentario, no creo que nada se me resista.

PROSAS GAMBERRAS - Creencias



2.- Creencias.

Creo en un dios creador de todo lo existente, ubicuo, omnipotente, omnisciente y personal. Y en este último sentido, equiparable al ser humano, hecho a su imagen y semejanza pero menos guapo, eso fijo. Creo en su pertenencia al sexo masculino aunque no ejerza, añadiendo en cualquier caso, que por su carácter y actitud, no tiene nada que envidiar de las virtudes que adornan al femenino, pues incluso puede llegar a parecer coqueto. Este ser o como quiera llamarse, se creó mediante un proceso autogenerativo en el principio de los tiempos que, sorprendentemente, también fueron creados por él mismo, desdoblándose hacia atrás mediante un retroceso de difícil explicación para los profanos en física cuántica y saltos de trampolín. Y poco más puede decirse de esta creencia mía, tan íntima que casi me da pudor hacer pública. Quizás solo añadir que este dios es muy celoso de su status,  y exige ser reconocido tanto en la fortuna como en la adversidad, situación dura esta última, para la cual sin embargo dispuso la creación del Cuerpo de bomberos y las salas de urgencias de los hospitales de cierta entidad. A él personalmente, dada su categoría, las dificultades de sus súbditos le importan tres cojones.

Creo en un ser incognoscible que, sin embargo, puede ser representado bajo cualquier forma o advocación, y que por lo tanto, está en el origen de lo que se ha dado en denominar panteísmo, que lo mismo puede hacerse evidente en la descarga de electrones de un rayo en un día de tormenta, que en una simple patata, kartofen en Centroeuropa. Este ser, sin embargo, no tiene nada que ver con el mundo físico, que solo puede ser considerado como una emanación de su verdadera sustancia. Noúmeno para los antiguos griegos. Su actividad principal se manifiesta a través de las cuatro grandes fuerzas de la naturaleza, especialmente de la menos significativa de ellas, la fuerza nuclear débil, principio, no obstante, creador de la energía nuclear y por ende de la bomba atómica, de la que dice sentirse muy orgulloso. Y eso es todo. Si acaso valorar finalmente su humildad, pues si puede representarse con propiedad en un artículo de lujo de Loewe o similares, no pone ninguna objeción en hacerlo de la misma manera en una baratija de bisutería que cualquiera pueda llevar en el bolso, la mariconera o el bolsillo de los vaqueros sin el mínimo desdoro. Puestos a elegir, es algo a tener en cuenta.

Creo en la energía oscura, elemento dinamizador del universo que hace que este se desplace ad infinitum  a una velocidad muy superior a la de la luz, por raro que esto pueda parecer a los estudiantes de Física de primer curso. Esta energía, concebida en un principio por error por un sabio alemán apellidado Einstein, no puede ser captada sino en sus manifestaciones más evidentes, al hacer que las galaxias se alejen unas de otras a mayor velocidad cuanto más lejos estén del punto desde donde son observadas. No sé si me explico. En cualquier caso, no confundir este principio generador de la expansión ilimitada del cosmos, con la materia oscura que se limita a actuar en el interior de las galaxias, dotándolas de una masa impensable, observadas a ojo de buen cubero. La energía oscura se caracteriza por lo tanto por su velocidad desorbitada, y en ese sentido, equiparable a nivel casero con el famoso velocista jamaicano Usain Bolt, aunque no le importaría tampoco ser considerada cono un doble de Bob Marley, pero sin rastas.

Creo en la física cuántica aunque no la entienda de ninguna de las maneras, siendo en ese sentido un fiel seguidor de Niels Bohr, que afirmó que quien diga que la entiende es que no ha entendido nada. Yo, en ese sentido, ni lo intento. Dentro de ella me pirra  el principio de indeterminación de Heisenberg y el gato de Schrodinger, científicos que después de tirarse de los pelos durante muchos años, llegaron a darse cuenta de que venían a decir lo mismo, aunque no se me pregunten a mí en qué consistía tal cosa. Creo también en Max Planck, descubridor ad originem de la teoría de los cuantos, paquetes de energía de los que pueden tener noticia en cualquier texto elemental de esta bonita pero enrevesada asignatura. Creo asimismo en la equivalencia entre onda y partícula, asunto para cuya comprensión/no comprensión remito al texto mencionado con anterioridad. En ambos casos podrán verificar que ni por esas. Creo asimismo en un fenómenos sorprendente llamado entrelazamiento, mediante el cual un átomo situado en las inmediaciones de Cañada Real a la salida de Madrid por la carretera de Valencia, está íntimamente relacionado con otro ubicado en la constelación de Orión, en plena Vía láctea, pero a miles de años/ luz. Creo en resumidas cuentas en la física de partículas que subyace modestamente bajo la tosca apariencia de una mesa de madera, o en la etérea acrobacia de un saltador de altura en su fossbury más elaborado, pongamos para no ser machistas, que se trata de Ruth Beitia. Y que conste, no obstante, que cuando me inunda un fervor desbordante no tengo ningún inconveniente en postrarme de hinojos ante cualquier dios del Olimpo griego, ante Alá, Yahvé o Brama. O sus representantes en este planeta.

PROSAS GAMBERRAS - Actividades



1.-Actividades

Llegados a este punto tengo que confesaros lo siguiente: supongamos que estoy viendo tranquilamente la televisión, por ejemplo, y de repente me dan por la cabeza así como unas corrientes que me dejan estupefacto y agitado. Y que como reacción inmediata, me incorporo y me pongo a pasear a lo largo y ancho del salón para tranquilizarme, o me tiro boca arriba en el suelo esperando la hora definitiva en forma de electrocución o afines. No creo que os sea difícil imaginar el panorama. Pasado sin embargo un rato, soy consciente de que no se trata de eso, me levanto y me asomo a la ventana buscando un aire que comienza a faltarme. La noche (porque este fenómenos siempre tiene lugar después del crepúsculo) es negra como boca de lobo, y apenas llego a atisbar los edificios colindantes y la calle aledaña, estando sus farolas apagadas por orden del ayuntamiento enajenado por una concepción mal entendida del ahorro energético. Al poco rato vuelvo a sentarme en el sofá a la espera de la siguiente descarga, pero suele ser en vano, pues estas corrientes solo aparecen  cuando menos se las espera. Decidme ahora que lo sabéis, si puede uno imaginar un porvenir más desasosegante.

En el colegio la actividad extraescolar de fútbol se desarrolla siguiendo un protocolo mal definido, que bien podría expresarse de la manera que se apunta a continuación. Los chicos salen de las clases con una evidente euforia al abandonar la labor más odiada de sus cortas vidas.  A saber: el mero hecho de tener que estudiar para el día de mañana llegar a ser unos hombres y mujeres de provecho y no unos simples mandriles, lo que, sin embargo, si lo confesaran con sinceridad, sería su aspiración más noble y profunda. O gorilas, en caso de tratarse de los más energéticos o bigardos. Una vez en el patio que hace las veces de terreno de juego, los equipos se sitúan a su aire, enfrentados unos a otros a lo largo del perímetro del lugar, con varias porterías y balones. Nunca menos de cinco de ambos artefactos, para hacer más prolífica la cosecha de goles, teniendo en cuenta que por cada una de las primeras puede haber dos porteros, y que los balones nunca deben pesar menos de tres kilos por unidad. El partido se juega sin reglas, o lo que es lo mismo: todos a por todas y maricón el último. A la media hora, tiempo que dura el recreo, los equipos se retiran satisfechos de haber colmados sus anhelos, a la espera de que sus componentes comiencen a echar pelo para transformarse en ingenieros de caminos puertos y canales, o técnicos informáticos a gusto del consumidor y satisfacción, en cualquier caso, del Mercado. Lo mismo puede decirse de las chicas, a ver si uno va a ser considerado un machista irredento, y tal no es el caso.

La actividad que desarrolla Leonor consiste en acuchillar el parquet de su casa los días pares y encerarlo los impares o viceversa, que no tengo información precisa al respecto, y verdaderamente no tiene demasiada importancia. El problema de Leonor, no obstante, es que realizar tal faena en una casa de apenas cien metros cuadrados (es la media), no le lleva más allá de quince días, por lo que cada mes aproximadamente debe comprarse otra para continuar su trabajo. El problema es menor del que podría uno imaginar, porque dicha señora es rica y su cuenta corriente lo suficientemente holgada como para comprar tantas casas como le salga del coño. Si Leonor fuera simplemente una cajera de Carrefour, Alcampo o el Corte Inglés y viviera de ello, estaríamos hablando de algo diferente, y con seguridad de una afición frustrada. Y lo mismo sucedería en el caso de fregar escaleras o ser una camarera de habitaciones de un hotel de cinco estrellas, incluso el Ritz o el Waldorf Astoria. Podría, sin embargo, atenuar su dolor si aún así, fuera propietaria de un pequeño apartamento con suelo de losetas en el barrio de Orcasitas. O donde cojones pudiera vivir, que no va a estar una al corriente de tantos detalles. Y aquí me callo, porque cuando hablo de este tipo de actividades tan estrambóticas, me asalvajo mucho y empiezo a soltar todo tipo de barbaridades.

Si fuéramos buenos, es posible que no llegásemos a morir y viviéramos por siempre jamás. Ad aeternum, como diría el clásico latino. Tal es la conclusión a la que han llegado un grupo de científicos del Laboratorio de Inventos Raros de Silycon Valley en California, Estados Unidos. No obstante, se sabe que tal supuesta felicidad acarrearía innumerables problemas a tales buenos, especialmente en sus momentos de ocio y asueto, que prácticamente serían todos, puesto que no debe olvidarse que la mayoría de los óbitos se producen después de la jubilación. La contemplación del cosmos es una posibilidad con ciertas ventajas, al ser este prácticamente infinito, pero temen los científicos a los que se ha hecho referencia, que tal hecho acabe aburriendo a los espectadores y se establezca entre ellos un hastío insoportable con las consecuencias que son de imaginar. Otra posibilidad que se abre para esta gente son los juegos de pelota indiscriminados (solo hay que considerar la infinidad de ellos con los que el común de los mortales se idiotiza a diario mientras aún respiran). Es posible que, más bien pronto que tarde, la confusión sea de tal calibre, que la mayor parte de esos buenos inmortales comenzarían a cometer todo tipo de tropelías para dejar de serlo, y poder  descansar en paz definitivamente. Creo que se me entiende. No se descarta no obstante que surjan verdaderos adictos al aburrimiento y el dolce far niente. Auténtico colgados que, con independencia de su apego a los teléfonos móviles, no pongan el menor inconveniente en pasar los milenios e incluso los eones que les queden por delante, papando moscas.

lunes, 18 de diciembre de 2017

LA LANGOSTA




Hola, llego tarde…
Da igual. La hora era aproximada.
Ah, bueno… ¿hay langosta de segundo plato?
No, venía con los entremeses, pero ya no quedan.
Entonces me voy. Lo mío es la langosta.
Era la langosta, querrá decir.
Eso. Bueno, adiós
Por decir algo.


Hola, llego tarde…
Sí. Exactamente media hora.
El tráfico era tremendo.
Es una disculpa demasiado manida. E incluso de mal gusto si se considera la polución asfixiante.
¿Puedo sentarme?
Coja una banqueta. No quedan sillas.
Entonces pagaré menos: la comodidad cuesta.
Ya se verá porque aún queda la langosta, que es lo más caro.
En ese caso pagaré lo que haga falta. Mi alma incluida.


Hola, llego tarde…
Sí. Es una costumbre impropia de un verdadero caballero.
Nunca me tuve por tal. Y menos por caballo, claro está.
Un hombre lo que se dice corriente.
En efecto, pero no de la plebe.
Llover no llueve nada.
Lástima de paraguas. Sobra.
Lo traje por si las moscas.
Es una metáfora mal traída. Y langosta no queda.
Sin ella todo es inútil y abandono.


Hola, llego tarde…
Pida disculpas. Es lo menos.
Pido disculpas y beso las manos de las señoras.
Haga el favor de sentarse. Llega a los postres.
Pero puedo pronunciar el discurso de despedida, si lo tienen a bien.
Lo aceptamos siempre que haga alusión a su impuntualidad.
Disculpen mi falta de puntualidad. Siempre he sido un desastre para las citas protocolarias. España, sin embargo, es una gran nación y sin duda la más antigua de Europa. Y sus langostas las mejores. Y ni que decir tiene que todos le deseamos un brillante provenir Sr. Palazuelos.
Siéntese. Ya es suficiente. Su mensaje ha calado profundamente en todos nosotros. Ahora váyase a tomar por el culo como mínimo.
Muy agradecido en cualquier caso, aunque la langosta me ha sabido a poco.
 

Hola, llego tarde…
Mejor que no lo haga.
Imposible. Es una realidad: ya estoy aquí.
Pues intente disimular.
Pero no soy transparente.
Pues sería una oportunidad magnífica para ello.
Creo que lo he conseguido.
Efectivamente. Transparente no. Pero sí translúcido, que ya es algo.
Lucido también.
Eso es algo más complejo y requeriría un jurado.
Guarda.
Efectivamente. Y le advierto que se servirá buey de mar en lugar de langosta. A la larga resulta más sabrosa y hace las digestiones más llevaderas.
Es de agradecer aunque lo mío sea la langosta.


Hola, llego tarde…
…………………..
Llego tarde, insisto. Y me disculpo.
Disculpas aceptadas ¿Va usted a comer langosta?
Prefiero cigalas de tronco, si no es mucha molestia.
Bogavantes o carabineros: es la última opción.
¿O quizás gambas de Huelva?
Los cojones. Va usted a comer lo que haya. Incluidas las sobras. O con preferencia. Es el pago por su tardanza.
Aquí el que sobra soy yo y abandono.


Hola, llego tarde…
Se equivoca, en estos momentos procedíamos a tomar asiento.
Me puedo sentar, por lo tanto.
Proceda.
¿La langosta es gallega o subsahariana? Pregunto.
No ha lugar. Siguiente pregunta.
No tengo otras. Solo me interesa la langosta.
En ese caso, serán 200 euros. IVA aparte.
 

Hola, llego tarde…
Pero usted no estaba invitado.
Cuando se trata de langosta no respeto el protocolo.
En ese caso, sea usted bienvenido al club de los gorrones.
Pero me habían dicho que se trataba de langosta.
Nunca hay que descartar las aves.
En ese caso, bueno.

jueves, 14 de diciembre de 2017

TRAPECISTAS



Los trabajadores arreglan la pared del edificio de enfrente: sus ventanas, terrazas y balcones. Al menos eso es lo que yo supongo desde una calle próxima apostado en la acera más alejada. Digo que deben estar arreglándola porque esa es la impresión que me producen, aunque quizás me equivoque y no haya que hacerme demasiado caso, no ando muy bien de la vista y mi observatorio no es el más adecuado. Hay árboles y setos enormes que hacen que cada dos por tres tenga que moverme para no perderles de vista, pues para más inri con una frecuencia absurda pasan unos autobuses altísimos que jamás había visto con anterioridad.
   La visión casi podría denominarse espectáculo, pues por razones que no puedo precisar dada mi escasa visibilidad, los albañiles, que también podrían ser pintores, se balancean en el vacío, suspendidos en sus arneses bajo en las cuerdas que cuelgan del voladizo del tejado. En estas circunstancias, tampoco sería demasiado descabellado suponer que se trata de trapecistas. O incluso de escaladores o alpinistas en prácticas. Hoy en día las posibilidades en una ciudad son casi infinitas. Posiblemente un  niño de corta edad supondría que cualquiera de estas opciones sería la más natural. Hasta la adolescencia, los chicos tienen una visión de la realidad más bien fantástica y un conocimiento escaso del mundo laboral, y posiblemente les parecería ridículo que unos señores se arriesguen a permanecer colgados en el vacío, con una posibilidad nada despreciable de romperse la crisma, solo para que la pared parezca más limpia. La belleza y el orden son conceptos que aún no han anidado en sus inocentes cabezas. Afortunadamente.
   En cualquier caso, como o tengo nada más importante que hacer, permanezco observándoles un buen rato, a decir verdad, prácticamente toda la mañana. Me resulta entretenido y por un proceso natural, mi mente me trae recuerdos de cuando siendo un crío asistía con cierta frecuencia al circo instalado cerca de casa, al tiempo que me permite dar ciertos paseítos por la acera para no perderlos de vista, teniendo en cuenta los obstáculos que mencioné más arriba. Ellos, los supuestos artistas quiero decir, están muy concentrados en los suyo, pues debe tratarse de una tarea que requiere toda su atención, y lógicamente no parecen haberse dado cuenta de mi presencia, que en estos momentos debe ya prolongarse más de dos horas desde que salí de desayunar del bar donde habitualmente lo hago en las inmediaciones de mi domicilio. Hay que decir, sin embargo, que a pesar de su aparente concentración, los tipos con frecuencia se gritan unos a otros dándose instrucciones o consejos, y se pasan ciertos objetos que no puedo distinguir con claridad, aunque supongo que se trata de utensilios de trabajo: brochas, martillos, llanas, buriles, botes de pintura y cosas por el estilo. Una de ella se la pasan con más frecuencia de lo habitual, y yo juraría que se trata de una botella de vino o de licor, pues, desde luego, se la llevan a la boca inmediatamente. Espero por su bien que no se trate de tal cosa sino solo de agua o algún tipo de refresco, aunque si debo decir la verdad, de calor en estos momentos, nada de nada.
   Ya pasadas las tres horas de mi presencia en el lugar, me doy cuenta de que estaba equivocado y que me habían visto, aunque a decir verdad no lo entiendo demasiado bien, pues soy un individuo de lo más corriente. De talla media, con un vulgar traje de calle,  y de edad avanzada y con pelo (aunque a decir verdad ya hace tiempo que empezó a ralear). En resumen, nada llamativo, pero lo cierto es que en un momento dado, todos se quedan inmóviles en sus arneses y me señalan como si pretendieran algo de mí. Yo  no puedo acercarme a ellos para averiguarlo porque los coches no dejan de pasar, por lo que hago los gestos típicos de alguien que pregunta a otros desde la distancia si necesitan algo. Luego chillo inútilmente porque el ruido del tráfico es demasiado intenso, y a decir verdad nunca he sido un prodigio de voz (aunque bien timbrada, al menos eso me dijo siempre mamá). Así que a partir de ese momento, hago también los gestos habituales de quien se ve incapaz de comunicarse, sobre todo llevándome la mano a una oreja repetidamente. En esos momentos, da la impresión de que ellos se divierten y charlan animadamente, hasta que poco después, no sé si en un momento en que el tráfico es menos intenso y por lo tanto menos ruidoso, o que el viento les es favorable, me llega con toda nitidez una voz diciéndome: “¡Vago, maricón, a ver si te largas, y dejas de hacer el pasmarote mientras los demás trabajan!”.
    Me siento de inmediato muy dolido. Vejado, incapaz de demostrarles el afecto que había sentido por ellos recordando el tiempo cuando siendo un niño, me maravillaba contemplando a los trapecistas. Me alejo del escenario con una tristeza difícil de imaginar a mis años. Desgraciadamente, la carpa está vacía.