Mi querido amigo
Creo que tu propuesta
de ayer va a ser tildada de cualquier cosa, pero en esta ocasión no cabe
considerarla como descabellada, algo que tratándose de ti (en la medida que
creo conocerte bien) podría parecer un tanto aventurado. Que hayas emprendido
empresas absurdas o condenadas al fracaso de antemano no quiere decir que todas
las que se te ocurran tengan que serlo. Lejanos ya quedan los días en los que
propusiste que los auténticos peregrinos de la ruta jacobea francesa que iniciaban
su camino en Roncesvalles, deberían hacerlo de rodillas, o aquella otra, mucho más disparatada, de
llegar a la luna en ala delta (el hecho que quien la pilotara fuera provisto de
un equipo para respirar a partir de la estratosfera no tenía ninguna
importancia, ni tampoco el que estuviese pertrechado con un traje especial para
temperaturas bajo cero).
En este caso,
sin embargo, percibo un atisbo de cordura y hasta de genialidad en tu afán de
terminar de una vez con la crisis económica que parece haberse instalado entre
nosotros de forma permanente. No será fácil, no obstante, convencer a todos los
ciudadanos. Y mucho menos al Parlamento, donde los prejuicios e intereses
creados de los políticos son al menos de la misma entidad que los de los altos
ejecutivos de Goldman Sachs o Lehman Brothers, por decir algo. Tu propuesta de
un salario máximo para hacer menos hirientes la diferencia entre los ingresos
superiores y los inferiores, me parece muy acertada, y si no recuerdo mal, creo
que hace solo unos meses fue algo que dejaron caer los de podemos, sabemos o
una de esas formaciones políticas voluntariosas y optimistas, que han saltado
al ruedo sin estoque ni capote. Que a continuación añadas que incluso aquellos
con una cuenta corriente superior a los diez mil euros donen al menos la mitad
para la creación de nuevas empresas estatales rentables (el cómo y el qué serían
otro cantar) también cuenta con mi beneplácito, a pesar de que serías de
inmediato tachado de comunista. Claro que aquí debería añadir que en ninguno de
ambos casos mi patrimonio ni mis rentas se verían afectadas, teniendo en cuenta
que se aproximan a lo que en matemáticas puras podría llamarse el cero absoluto
(no confundir con esa temperatura, equivalente a -272 grados Celsius), lo que
sería visto por no pocos como jugar con ventaja. En cuanto a la posibilidad de
establecer una edad máxima absoluta, a partir de la cual el óbito sería forzoso
(por métodos no cruentos a estudiar) podría, de entrada, parecer algo radical,
pero no debería echarse en saco roto, pues a buen seguro las generaciones de
jóvenes en paro estarían mayoritariamente de acuerdo. En ese sentido recuerdo
la sátira (así al menos ha pasado a la historia de la literatura) que dejó
plasmada Jonathan Swift en su librito “Una modesta propuesta”, en el que sugería
la ingesta indiscriminada por parte de las clases pudientes del país, de los bebés
y recién nacidos hijos del campesinado, para acabar definitivamente con el
hambre en Irlanda, algo a primera vista demasiado cruel para ser llevado a cabo
sin cierto resquemor, pero absolutamente posible y hasta deseable si al
hacerlo, los adultos de las élites pensaban que se estaban comiendo un
lechoncito.
Espero que nos
veamos pronto para perfilar tus propuestas, e incluso añadir otras que a
cualquier persona con sentido común y en apuros se le podrían ocurrir. A bote
pronto, yo propondría el cierre radical de fronteras para los emigrantes sin
una cuenta corriente saneada, el aborto libre hasta el séptimo mes de embarazo,
y la aprobación generalizada de la eutanasia
para enfermos graves a partir de los setenta años.
Hombres como tú
(¿y como yo?) son los que necesita este país.
Un fuerte abrazo
de tu buen amigo X.
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