sábado, 5 de septiembre de 2015

MASPALOMAS



“He matado a mamá y a Rufus, pero me alivia tener la certeza de que ninguno de los dos ha sufrido. Lo tenía planeado hace tiempo, aunque hasta el sábado pasado no me atreví a dar el paso. Sé que a cualquiera que no conociese nuestra situación, este hecho le parecerá algo horrible y no dudará en llamarme asesino, cuando lo cierto es que, según mamá, siempre fui un alma de cántaro. Que conste, sin embargo, que no quiero justificarme. Las cosas son como son, y la verdad es que he mandado al otro barrio a los dos seres que más quería en este mundo: mi querida mamá y su perrito. Debo aquí, no obstante, señalar que mamá en algunas ocasiones me sacaba de quicio al haberme tratado durante toda la vida como a un niño, y haberme exigido un comportamiento totalmente infantil que me irritaba muchísimo, aunque nunca me atreví a demostrarle lo contrario. Yo soy un hombre hecho y derecho, y  mi cuerpo tiene las necesidades normales de un adulto, aunque en casa siempre me las apañé para que tal cosa no fuera evidente. Por ejemplo, yo siempre he lavado mi ropa interior, y cuando quería estar con una mujer, jamás se me ocurrió subirla a casa, a pesar de que en el chalet haya espacio de sobra para que mamá  no se diera cuenta.
Mamá tenía un tumor tremendo en la cabeza, y el médico del hospital nos dijo que no valía la pena intentar nada, y que el día menos pensado se iría sin ni siquiera enterarse, posiblemente durmiendo. Lo cierto, sin embargo, es que no ha sido tan fácil pues en los últimos tiempos tenía unos dolores de cabeza terribles, que no se le quitaban ni con aspirinas, ibuprofenos o nolotiles. Menos mal que la farmacéutica me pasaba bajo cuerda algunas dosis de morfina que la dejaban como alelada sin enterarse de nada. En esos momentos apenas era consciente de estar en el mundo, aunque en algunas ocasiones hablaba de papá y la extraña muerte que tuvo al caerse por las escaleras de casa. Por supuesto que ni siquiera en esos momentos le he dicho la verdad, pero lo cierto es que yo le empujé porque me tenía desesperado con su manía de reírse de mí y de tomarme el pelo. “Parece mentira-solía decir- cincuenta añitos y todavía en casa con sus papás como un adolescente…”. No podía soportarlo ni un día más, y aquella tarde de verano que se encontraba fatal y con la tensión por los suelos, fue bastante más fácil de lo que nunca pude imaginarme: un empujoncito y rotura de la base del cráneo fulminante al pie de la escalera. El médico forense nos tranquilizó asegurándonos que no había sufrido en absoluto. Mamá pasó una mala temporada, pero con Rufus y conmigo a su lado pronto se olvidó. La verdad es que mis padres nunca se habían llevado demasiado bien, aunque en los momentos a los que he aludido más arriba mamá parecía mantener con mi padre ciertas conversaciones en las que les reprochaba su falta de agilidad y el que la hubiera abandonado tan pronto. Algo bastante natural en un matrimonio después de tantos años. Pero lo que me inquietaba es que poco antes de ser consciente y necesitar otra inyección, solía terminar con una frase inquietante para mí: “No sé yo, no sé yo… a mí Juanito siempre me pareció un niño muy raro y nunca se sabe lo que sería capaz de hacer …”. Y Juanito soy yo, eso está claro.
En aquella ocasión la policía ni siquiera debió sospechar lo más mínimo, porque jamás me preguntó nada comprometedor o que dejara suponer que yo estaba en su punto de mira. Papá hacía algún tiempo que había empezado a tener los primeros síntomas del Parkinson, lo que sin duda facilitó que no se iniciaran más trámites que los imprescindibles para cubrir el expediente de un accidente casero fortuito con resultado de muerte. Cierto es, sin embargo, que a partir de entonces mamá en algunas ocasiones, sobre todo cuando se sentía mal, me trataba de manera diferente, como si de alguna manera me culpara de la ausencia de papá. Incluso en algunos momentos especiales cuando discutíamos o no nos poníamos de acuerdo en cualquier tontería, parecía ofuscarse y atacarme con una saña poco adecuada por un motivo trivial, lo que me lleva a pensar que algo debía andar rondándole por la cabeza.
Esta vez va a ser diferente, porque he querido que todo este claro desde el principio. Al poco de matar a mamá y a Rufus he bajado al banco, he sacado los cuatro cuartos de la cuenta familiar, he cobrado la pensión de mamá (para lo que ella me había autorizado como uno de los deberes de su niño), y con una bolsa de viaje antigua me he dirigido a Barajas, donde he cogido casi de inmediato un avión para Canarias. Y aquí estoy, en un hotel frente a la playa de Maspalomas, prácticamente al lado del faro. Es un paisaje bonito, el clima es muy agradable y desde la terraza puedo ver el mar perderse en el horizonte. Me siento triste, esa es, sin embargo la verdad. Me invade cierta melancolía y por momentos me echo a llorar como un crío. Añoro una vida que no he podido vivir  sobre todo al crepúsculo, cuando veo al sol hundiéndose en el agua e inundando todo de una luz de una luz dorada y escarlata que me hace gemir de dolor y desesperación. He dejado mi rastro por todas partes, en el banco, el aeropuerto y en el hotel, por lo que sé que pronto la policía llamará a la puerta. Se lo he puesto muy fácil, y si no me he entregado voluntariamente enseguida ha sido por introducir en mi vida algún elemento de belleza que al menos la diera cierto sentido. Apenas he bajado a la calle y no he pisado la playa. Voy a cerrar los ojos y a esperar, deben de estar al caer. Hoy es Jueves y todo sucedió el sábado, el olor tiene que haber alertado a los vecinos el lunes o el martes. Y a partir de ese momento todo debe haber sido muy rápido.
A mamá y a Rufus les puse juntitos en la camita. Se adoraban y si se lo hubiera preguntado seguro que estarían de acuerdo.
Espero que lleguen pronto los guardias porque esto está empezando a hacérseme demasiado duro.”

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