“He matado a
mamá y a Rufus, pero me alivia tener la certeza de que ninguno de los dos ha
sufrido. Lo tenía planeado hace tiempo, aunque hasta el sábado pasado no me
atreví a dar el paso. Sé que a cualquiera que no conociese nuestra situación, este
hecho le parecerá algo horrible y no dudará en llamarme asesino, cuando lo
cierto es que, según mamá, siempre fui un alma de cántaro. Que conste, sin
embargo, que no quiero justificarme. Las cosas son como son, y la verdad es que
he mandado al otro barrio a los dos seres que más quería en este mundo: mi
querida mamá y su perrito. Debo aquí, no obstante, señalar que mamá en algunas
ocasiones me sacaba de quicio al haberme tratado durante toda la vida como a un
niño, y haberme exigido un comportamiento totalmente infantil que me irritaba
muchísimo, aunque nunca me atreví a demostrarle lo contrario. Yo soy un hombre
hecho y derecho, y mi cuerpo tiene las
necesidades normales de un adulto, aunque en casa siempre me las apañé para que
tal cosa no fuera evidente. Por ejemplo, yo siempre he lavado mi ropa interior,
y cuando quería estar con una mujer, jamás se me ocurrió subirla a casa, a
pesar de que en el chalet haya espacio de sobra para que mamá no se diera cuenta.
Mamá tenía un
tumor tremendo en la cabeza, y el médico del hospital nos dijo que no valía la
pena intentar nada, y que el día menos pensado se iría sin ni siquiera
enterarse, posiblemente durmiendo. Lo cierto, sin embargo, es que no ha sido
tan fácil pues en los últimos tiempos tenía unos dolores de cabeza terribles,
que no se le quitaban ni con aspirinas, ibuprofenos o nolotiles. Menos mal que
la farmacéutica me pasaba bajo cuerda algunas dosis de morfina que la dejaban
como alelada sin enterarse de nada. En esos momentos apenas era consciente de
estar en el mundo, aunque en algunas ocasiones hablaba de papá y la extraña
muerte que tuvo al caerse por las escaleras de casa. Por supuesto que ni
siquiera en esos momentos le he dicho la verdad, pero lo cierto es que yo le
empujé porque me tenía desesperado con su manía de reírse de mí y de tomarme el
pelo. “Parece mentira-solía decir- cincuenta añitos y todavía en casa con sus
papás como un adolescente…”. No podía soportarlo ni un día más, y aquella tarde
de verano que se encontraba fatal y con la tensión por los suelos, fue bastante
más fácil de lo que nunca pude imaginarme: un empujoncito y rotura de la base
del cráneo fulminante al pie de la escalera. El médico forense nos tranquilizó
asegurándonos que no había sufrido en absoluto. Mamá pasó una mala temporada,
pero con Rufus y conmigo a su lado pronto se olvidó. La verdad es que mis
padres nunca se habían llevado demasiado bien, aunque en los momentos a los que
he aludido más arriba mamá parecía mantener con mi padre ciertas conversaciones
en las que les reprochaba su falta de agilidad y el que la hubiera abandonado
tan pronto. Algo bastante natural en un matrimonio después de tantos años. Pero
lo que me inquietaba es que poco antes de ser consciente y necesitar otra
inyección, solía terminar con una frase inquietante para mí: “No sé yo, no sé
yo… a mí Juanito siempre me pareció un niño muy raro y nunca se sabe lo que
sería capaz de hacer …”. Y Juanito soy yo, eso está claro.
En aquella
ocasión la policía ni siquiera debió sospechar lo más mínimo, porque jamás me
preguntó nada comprometedor o que dejara suponer que yo estaba en su punto de
mira. Papá hacía algún tiempo que había empezado a tener los primeros síntomas
del Parkinson, lo que sin duda facilitó que no se iniciaran más trámites que
los imprescindibles para cubrir el expediente de un accidente casero fortuito
con resultado de muerte. Cierto es, sin embargo, que a partir de entonces mamá
en algunas ocasiones, sobre todo cuando se sentía mal, me trataba de manera
diferente, como si de alguna manera me culpara de la ausencia de papá. Incluso
en algunos momentos especiales cuando discutíamos o no nos poníamos de acuerdo
en cualquier tontería, parecía ofuscarse y atacarme con una saña poco adecuada
por un motivo trivial, lo que me lleva a pensar que algo debía andar rondándole
por la cabeza.
Esta vez va a
ser diferente, porque he querido que todo este claro desde el principio. Al
poco de matar a mamá y a Rufus he bajado al banco, he sacado los cuatro cuartos
de la cuenta familiar, he cobrado la pensión de mamá (para lo que ella me había
autorizado como uno de los deberes de su niño), y con una bolsa de viaje
antigua me he dirigido a Barajas, donde he cogido casi de inmediato un avión
para Canarias. Y aquí estoy, en un hotel frente a la playa de Maspalomas,
prácticamente al lado del faro. Es un paisaje bonito, el clima es muy agradable
y desde la terraza puedo ver el mar perderse en el horizonte. Me siento triste,
esa es, sin embargo la verdad. Me invade cierta melancolía y por momentos me
echo a llorar como un crío. Añoro una vida que no he podido vivir sobre todo al crepúsculo, cuando veo al sol
hundiéndose en el agua e inundando todo de una luz de una luz dorada y
escarlata que me hace gemir de dolor y desesperación. He dejado mi rastro por
todas partes, en el banco, el aeropuerto y en el hotel, por lo que sé que
pronto la policía llamará a la puerta. Se lo he puesto muy fácil, y si no me he
entregado voluntariamente enseguida ha sido por introducir en mi vida algún
elemento de belleza que al menos la diera cierto sentido. Apenas he bajado a la
calle y no he pisado la playa. Voy a cerrar los ojos y a esperar, deben de
estar al caer. Hoy es Jueves y todo sucedió el sábado, el olor tiene que haber
alertado a los vecinos el lunes o el martes. Y a partir de ese momento todo
debe haber sido muy rápido.
A mamá y a Rufus
les puse juntitos en la camita. Se adoraban y si se lo hubiera preguntado
seguro que estarían de acuerdo.
Espero que
lleguen pronto los guardias porque esto está empezando a hacérseme demasiado
duro.”
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