miércoles, 16 de septiembre de 2015

CONSTRUCCIONES



El batallón se ha concentrado en el patio del cuartel. Al parecer el Jefe quiere dirigir  unas palabras a la unidad pues lo más probable es que mañana embarque y zarpe con rumbo desconocido para una misión muy peligrosa. No se sabe exactamente de qué se trata aunque se supone que será una operación anfibia en el norte de África: los moros siempre fueron su enemigo potencial. Después de todo es lo lógico, teniendo en cuenta que Francia y Portugal son amigos declarados desde hace décadas, Rusia ya no es comunista, China solo lo es a medias y otros posibles enemigos están demasiado lejos.
Sin embargo, con la tropa ya en formación a la espera de que el jefe se pronuncie, de una de las puertas del pabellón de la segunda compañía sale un tipo vestido con uniforme de gala y grita “¡Han matado a Vladimir!”, lo que rompe de inmediato la secuencia prevista. Por unos instantes la confusión se adueña de la tropa, y todos nos miramos dubitativos hasta que la misma voz prosigue “¿A qué esperan? ¡Orden de combate en Prevención!” Las unidades salen de estampida hacia la entrada del cuartel dispuestas a defender al batallón o a Vladimir, si tal fuera el caso (aunque verdaderamente para este último sería un poco tarde). El problema principal  estriba en que nadie sabe quien es ese tipo, y en todo caso, dado que está muerto, no parece que haya demasiado que hacer, a no ser darle cristiana sepultura. Corremos, sin embargo hacia  el local de la Guardia de Prevención como si en ello nos fuera la vida, y al llegar, tratándose de cerca de ochocientos hombres, se arma un enorme barullo que bloquea la salida e impide cualquier acción.
Los que han podido llegar a primera fila y están delante de la explanada frente al acuartelamiento, parecen asombrados por un descubrimiento que les deja mudos de estupor. Parece ser que el llano se ha convertido en una catedral del llamado gótico flamígero, y que a su alrededor han surgidos innumerables edificios de  bellísima factura que, según dice uno de los entendidos de la vanguardia, recuerda a los templos y pagodas de Angkor-Bat, vegetación incluida. Por extraño que parezca, a pesar de las voces de mando del Jefe de la Unidad y el tipo vestido de gala, que es su ayudante, la tropa no toma ninguna acción bélica propiamente dicha, sino que, bien al contrario, presa de un furor botánico/arquitectónico incontrolable, se dispone en corrillos, en los que se debate con vehemencia el origen de la transformación y el sentido de la mezcla de dos épocas y estilos absolutamente dispares, separados en el espacio por decenas de miles de kilómetros y en hábitats muy diferentes, pues si en uno proliferan los quercus y las coníferas en otro lo hacen los tropicales y la vegetación lujuriante.
A esto se le suma poco después, que los que tienen mejor vista han detectado entre la maraña arborícola, unas pequeñas edificaciones que por su factura, trazado y robustez apuntan al románico lombardo, con profusión de capiteles, archivoltas y cimborrios. Vladimir ha desaparecido según todas las informaciones (hay quien opina que jamás existió), y el enemigo, si es que tal existe, debe estar refugiado en el interior de tales edificaciones haciéndole poco menos que invulnerable, pues nadie está dispuesto a asolar tales obras de arte. Hay quienes (sin duda los más extremistas), están dispuestos a coger la piqueta y la dinamita y proceder a su demolición sin miramientos. “Después de todos ellos están haciendo lo mismo en Palmira” es una de las frases más repetidas de los que urgen la entrada en combate de la compañía de zapadores. Afortunadamente el Teniente Coronel jefe del batallón se hace oír a través de los servicios de megafonía y detiene a dicha unidad, que ya se aprestaba a la acción.
Paralizada pues la intervención del batallón, el jefe del mismo y los capitanes y oficiales de las compañías deciden en una reunión relámpago, que lo más conveniente sería reconvertirlo en una unidad de investigación cuyo único objetivo sea la identificación del tal Vladimir, del que nadie sabe nada, pues no se tiene idea de que entre los integrantes haya ningún ruso (lo que sin duda debe ser -o haber sido- el mencionado). En cualquier caso, el jefe, siguiendo una secuencia racional de tipo cartesiano, decide interrogar al ayudante (de quien partió la alarma) sobre la causa que originó su grito. Este, hombre poco dado a los silogismos aristotélicos y proclive al gongorismo y la aleatoriedad, al verse sorprendido por una pregunta que no esperaba, parece en un primer instante titubear, pero poco después, como si se tratara de una respuesta-tipo de un contestador automático, manifiesta que siguió las órdenes de “su ser interior”, para añadir punto seguido “aunque pudiera darse el caso de que el tal Vladimir fuera yo mismo”. El jefe, consciente de inmediato de la arbitrariedad y contradicción de la respuesta, decide que su ayudante no está en sus cabales, y da las órdenes precisas para que el servicio sanitario tome las medidas oportunas y lo retire del lugar (“si es preciso con camisa de fuerza”, puntualiza).
Tal hecho origina que la explanada frente al cuartel vuelva a ser la de antes, y que el lujuriante paisaje mestizo desaparezca como por ensalmo (por un procedimiento que bien podría equipararse al del típico espejismo africano). Al parecer todo ha sido una falsa alarma, y el batallón vuelve a sus funciones rutinarias en el interior del cuartel, entre las que destacan la limpieza exhaustiva del material de guerra y la repetición de consignas en las que quede bien claro su pasado glorioso y su decidida voluntad de lucha cara a un futuro incierto.

jueves, 10 de septiembre de 2015

PARECERES



Raquel, ya sé que siempre fuiste partidaria de las cosas simples, y que en cuanto cualquier situación requiere un análisis algo detallado te inquietas e incluso pierdes los nervios. Lo tuyo es una virtud, que duda cabe, y una forma sencilla (precisamente) de solucionar los problemas o hasta de obviarlos, al no considerarlos como tales. Hemos vivido juntos durante veinte años, y estarás de acuerdo conmigo en que sé de lo que hablo, aunque también puedas pensar, como yo, que la mera convivencia no es una garantía absoluta de mutuo conocimiento y que, por paradójico que pueda parecer, también podríamos ser unos auténticos desconocidos el uno para el otro. Y ambas conclusiones no son contradictorias, en la medida de que siempre habrá aspectos del otro que se nos pueden escapar, bien por su hermetismo o porque no nos interese enterarnos de ellos. Después de todo, esto no es nada nuevo, y ya Toynbee, el famoso historiador británico, concluyó que cuando dos civilizaciones entran en contacto, lo normal es que una coja de la otra solo los aspectos más superficiales, algo que a mi parecer y haciendo un paralelismo, es perfectamente aplicable a las relaciones humanas. La nuestra sin ir más lejos.
Valga esta pequeña introducción para entrar en materia, que es lo que en estos momentos me interesa. Vaya, no obstante, por delante, que sé que quizás no sea este el momento más oportuno, cuando acabas de llegar a la playa de vacaciones con los chicos y sin duda intentarás descansar y recargar pilas, después de un año (lo sé) para ti excesivamente complicado en tu trabajo. Pero, qué quieres que te diga, mis tardes en soledad a la salida del mío (decir “mis tardes de Rodríguez me parece una horterada), me brindan la ocasión para reflexionar sobre determinados problemas entre nosotros, poco abordables durante el resto del año. El asunto es que cada vez se me hace más evidente que te conozco demasiado poco e incluso, yendo más al fondo y siendo verdaderamente sincero, que verdaderamente no te conozco de nada. Ya sé que al leer esto puedes pensar que desvarío o que estos días solo en Madrid me están sentando mal, pero te equivocas. Esto es algo sobre lo que en mis momentos más auténticos he reflexionado con sinceridad, y es una conclusión que aunque me duele y descorazona, es dolorosamente cierta. Raquel, no me refiero, como supongo que puedes llegar a imaginar, a aspectos tuyos que desde luego me sé al dedillo, como tu inveterada costumbre de ir semanalmente a la peluquería o mantener unas conversaciones por teléfono inacabables (y desquiciantes) con Pilar en los momentos más inoportunos, sino un conocimiento auténtico sobre tu “verdadero ser”, ese que todos, lo queramos o no, guardamos en nuestro interior incluso sin ser conscientes de ello. Porque, por ejemplo, dónde estás tú realmente esas tardes del domingo frente al televisor, cuando percibo tu mirada perdida por encima del aparato, absolutamente ajena a la película de la sobremesa, que sé que te tiene sin cuidado o que incluso te carga. Estás ausente, es cierto, pero yo no estoy contigo, y por tanto, al hurtarme tu verdadera presencia, nuestra cercanía no deja de ser una burda imitación de la auténtica proximidad, del verdadero conocimiento. Sé sincera, en esos momentos y en muchos otros que no voy a mencionar, somos dos extraños que en su día cometieron la equivocación de irse a vivir juntos (sabes que hacer referencia al matrimonio dada mi concepción laica de la vida me irrita sobremanera). Bueno, incluso, para no molestarte, puedo admitir que más que estrictamente juntos, nos fuimos a vivir en pareja. Las mujeres sois unas románticas incurables, y esto además de ser una virtud, puede llegar a ser casi una patología, recuerda que “romántico” viene del francés (y supongo que yendo hacia atrás del latín, luego miraré wikipedia) y significa novela. Noveleras, por lo tanto, y no te ofendas, fantasiosas, imaginativas, esas cosas…
Piensa, y trato ahora de ponerte otro ejemplo (espero que no te lo tomes a mal), que puede ser aún más significativo. Te he observado en el dormitorio las veces que estamos juntos, que siempre al terminar te quedas un buen rato de espaldas con la mirada perdida en el techo (¡en el techo, te das cuenta!), como si tu auténtico ser se ausentara del lugar y me dejara a mí a tu lado como a un trasto inútil que has utilizado de una forma mecánica, casi como se acepta un precepto obligatorio al que uno se ha habituado pero que no significa gran cosa (si fuera religioso, diría que de la misma manera que no pocos católicos asisten a misa los domingos) Porque seamos sinceros ¿dónde estás tú en esos momentos? Tu “yo verdadero”, quiero decir, ese que se me escapa como agua entre los dedos en los momentos que más necesitaría. Ya sé que podrías responderme que dramatizo, y que con el tiempo lo que anteriormente fue trascendental se hace trivial sin por ello perder su importancia. Y quizás sea así y tengas razón, pero ¿qué quieres que te diga? Añoro tu cabeza en mi hombro viendo la televisión y riéndonos con las idioteces de los cómicos españoles en las películas de los sesenta…y no digo nada de aquella costumbre que tenías de fumar un pitillo después y tu mirada soñadora viendo ascender las volutas de humo hasta el techo. El techo sí, como ahora, pero era otra cosa que ya no volverá. Que hayas dejado de fumar hace la situación más sana, pero mucho más aséptica.
Raquel, espero que no te tomes a mal lo que te acabo de decir. Reflexiona sobre ello, que, después de todo, y a pesar de lo dicho con anterioridad, no es sino un deseo de acercamiento a ti, la persona de la que, con todas las pegas que quieras, todavía sigo enamorado. Pronto me darán las vacaciones y nos veremos en la playa, pero sobre todo intenta que los niños no se enteren del contenido de esta carta, siempre han sido muy sensibles, como tú, y no querría amargarles el verano. Un beso. Rafael.

sábado, 5 de septiembre de 2015

MASPALOMAS



“He matado a mamá y a Rufus, pero me alivia tener la certeza de que ninguno de los dos ha sufrido. Lo tenía planeado hace tiempo, aunque hasta el sábado pasado no me atreví a dar el paso. Sé que a cualquiera que no conociese nuestra situación, este hecho le parecerá algo horrible y no dudará en llamarme asesino, cuando lo cierto es que, según mamá, siempre fui un alma de cántaro. Que conste, sin embargo, que no quiero justificarme. Las cosas son como son, y la verdad es que he mandado al otro barrio a los dos seres que más quería en este mundo: mi querida mamá y su perrito. Debo aquí, no obstante, señalar que mamá en algunas ocasiones me sacaba de quicio al haberme tratado durante toda la vida como a un niño, y haberme exigido un comportamiento totalmente infantil que me irritaba muchísimo, aunque nunca me atreví a demostrarle lo contrario. Yo soy un hombre hecho y derecho, y  mi cuerpo tiene las necesidades normales de un adulto, aunque en casa siempre me las apañé para que tal cosa no fuera evidente. Por ejemplo, yo siempre he lavado mi ropa interior, y cuando quería estar con una mujer, jamás se me ocurrió subirla a casa, a pesar de que en el chalet haya espacio de sobra para que mamá  no se diera cuenta.
Mamá tenía un tumor tremendo en la cabeza, y el médico del hospital nos dijo que no valía la pena intentar nada, y que el día menos pensado se iría sin ni siquiera enterarse, posiblemente durmiendo. Lo cierto, sin embargo, es que no ha sido tan fácil pues en los últimos tiempos tenía unos dolores de cabeza terribles, que no se le quitaban ni con aspirinas, ibuprofenos o nolotiles. Menos mal que la farmacéutica me pasaba bajo cuerda algunas dosis de morfina que la dejaban como alelada sin enterarse de nada. En esos momentos apenas era consciente de estar en el mundo, aunque en algunas ocasiones hablaba de papá y la extraña muerte que tuvo al caerse por las escaleras de casa. Por supuesto que ni siquiera en esos momentos le he dicho la verdad, pero lo cierto es que yo le empujé porque me tenía desesperado con su manía de reírse de mí y de tomarme el pelo. “Parece mentira-solía decir- cincuenta añitos y todavía en casa con sus papás como un adolescente…”. No podía soportarlo ni un día más, y aquella tarde de verano que se encontraba fatal y con la tensión por los suelos, fue bastante más fácil de lo que nunca pude imaginarme: un empujoncito y rotura de la base del cráneo fulminante al pie de la escalera. El médico forense nos tranquilizó asegurándonos que no había sufrido en absoluto. Mamá pasó una mala temporada, pero con Rufus y conmigo a su lado pronto se olvidó. La verdad es que mis padres nunca se habían llevado demasiado bien, aunque en los momentos a los que he aludido más arriba mamá parecía mantener con mi padre ciertas conversaciones en las que les reprochaba su falta de agilidad y el que la hubiera abandonado tan pronto. Algo bastante natural en un matrimonio después de tantos años. Pero lo que me inquietaba es que poco antes de ser consciente y necesitar otra inyección, solía terminar con una frase inquietante para mí: “No sé yo, no sé yo… a mí Juanito siempre me pareció un niño muy raro y nunca se sabe lo que sería capaz de hacer …”. Y Juanito soy yo, eso está claro.
En aquella ocasión la policía ni siquiera debió sospechar lo más mínimo, porque jamás me preguntó nada comprometedor o que dejara suponer que yo estaba en su punto de mira. Papá hacía algún tiempo que había empezado a tener los primeros síntomas del Parkinson, lo que sin duda facilitó que no se iniciaran más trámites que los imprescindibles para cubrir el expediente de un accidente casero fortuito con resultado de muerte. Cierto es, sin embargo, que a partir de entonces mamá en algunas ocasiones, sobre todo cuando se sentía mal, me trataba de manera diferente, como si de alguna manera me culpara de la ausencia de papá. Incluso en algunos momentos especiales cuando discutíamos o no nos poníamos de acuerdo en cualquier tontería, parecía ofuscarse y atacarme con una saña poco adecuada por un motivo trivial, lo que me lleva a pensar que algo debía andar rondándole por la cabeza.
Esta vez va a ser diferente, porque he querido que todo este claro desde el principio. Al poco de matar a mamá y a Rufus he bajado al banco, he sacado los cuatro cuartos de la cuenta familiar, he cobrado la pensión de mamá (para lo que ella me había autorizado como uno de los deberes de su niño), y con una bolsa de viaje antigua me he dirigido a Barajas, donde he cogido casi de inmediato un avión para Canarias. Y aquí estoy, en un hotel frente a la playa de Maspalomas, prácticamente al lado del faro. Es un paisaje bonito, el clima es muy agradable y desde la terraza puedo ver el mar perderse en el horizonte. Me siento triste, esa es, sin embargo la verdad. Me invade cierta melancolía y por momentos me echo a llorar como un crío. Añoro una vida que no he podido vivir  sobre todo al crepúsculo, cuando veo al sol hundiéndose en el agua e inundando todo de una luz de una luz dorada y escarlata que me hace gemir de dolor y desesperación. He dejado mi rastro por todas partes, en el banco, el aeropuerto y en el hotel, por lo que sé que pronto la policía llamará a la puerta. Se lo he puesto muy fácil, y si no me he entregado voluntariamente enseguida ha sido por introducir en mi vida algún elemento de belleza que al menos la diera cierto sentido. Apenas he bajado a la calle y no he pisado la playa. Voy a cerrar los ojos y a esperar, deben de estar al caer. Hoy es Jueves y todo sucedió el sábado, el olor tiene que haber alertado a los vecinos el lunes o el martes. Y a partir de ese momento todo debe haber sido muy rápido.
A mamá y a Rufus les puse juntitos en la camita. Se adoraban y si se lo hubiera preguntado seguro que estarían de acuerdo.
Espero que lleguen pronto los guardias porque esto está empezando a hacérseme demasiado duro.”

ZAMBULLIDAS



He conocido a Ambrosio en la piscina. Estamos a finales del verano pero el buen tiempo ha hecho que las autoridades municipales prolonguen un poco más la temporada. A pesar de todo, casi no hay nadie; es natural, por un lado ayer empezaron los colegios, y como es lógico los padres de los alumnos suelen trabajar. Y en cualquier caso, como ya se sabe, la gente es de costumbres fijas y al llegar el uno de Septiembre todo el mundo da la temporada por finiquitada aunque haga un calor ecuatorial, como es el caso. Ambrosio, como yo, debe ser un desocupado y hasta el momento de presentarnos le observé pasear inquieto de un lado para otro al borde de la piscina. Lo curioso es que yo tenía la impresión de que en cualquier momento se iba a tirar al agua, pues en algunas ocasiones parecía perder el equilibrio (lo que lo haría inevitable), y en otras, él mismo adoptaba la postura de un nadador profesional a punto de zambullirse al inicio de una prueba. Pero finalmente no fue así, y en un momento dado se dirigió con paso decidido hacia mí y se presentó sin más preámbulos. Ambrosio Fernández Palomares, exclamó con una voz bien timbrada, como si estuviera presentándose ante un tribunal o una oficina de Hacienda, al ser requerido por algún asunto turbio o de cierta trascendencia. Yo le  respondí de inmediato como Andrés Palomeque Garcíatorena, un nombre que no tiene nada que ver con el mío, pero que fue el primero que se me vino a la cabeza. La rapidez de mi contestación pareció sorprenderle, y cuando intentó continuar, balbuceó algo incomprensible visiblemente azorado para, punto seguido, coger carrerilla y lanzarse de cabeza a la piscina.
Poco después, reapareció varios metros más allá tras un somero buceo, momento en el que me di cuenta de la entrada  en las instalaciones municipales de un grupo de niños acompañados por un monitor. Este, después de mandarles sentar en mis inmediaciones, inició una charla sobre la importancia de la naturaleza en la ciudad, para lo cual les señalaba con tal insistencia el árbol bajo el cual estaba yo sentado, que casi me doy por aludido, pues los chicos parecía más intrigados por mi aspecto de viejo carcamal solitario que por la vegetación del lugar. Casi inmediatamente después, cuando yo empezaba a interesarme por la charla, volvió a aparecer Ambrosio totalmente empapado, que se dirigió a mí con la misma decisión de la vez anterior, puntualizando: “artista, Ambrosio Fernández Palomares, artista”. Y ha recalcado su profesión con, a mi parecer, la intención de que le preguntara cual era, algo que al anticiparlo y parecerme su actitud un tanto presuntuosa,  no he hecho, a la espera de que él mismo lo hiciera. Lo ha hecho casi de inmediato como escultor, lo que me hubiera dado pie a hacer referencia a Fidias, Praxíteles o Chillida, pero como no le he preguntado nada en absoluto (que sin duda es lo que él pretendía), y me he puesto a divagar sobre los diferentes tipos de árboles del lugar siguiéndole el juego al monitor, momento en el que ha reaccionado con un poco disimulado mal humor, y se ha zambullido de nuevo en la piscina, esta vez haciendo lo que los niños llaman “la bomba”,  dando así a entender por la violencia de su impacto en el agua, que mi actitud y falta de interés no le habían parecido para nada correctos.
Cuando poco más tarde se ha vuelto a presentar delante de mí, ni siquiera le he dado tiempo para abrir la boca, y le he dicho como si fuera una lección recién aprendida, que no son lo mismo las plantas fanerógamas que las criptógamas, y que haría muy mal en pensar que las monocotiledóneas y las dicotiledóneas son la misma cosa. Esta vez, sin embargo no se ha mostrado sorprendido por mi discurso, ya que se ha sentado con el grupo de chicos y ha permanecido con ellos muy atento a las explicaciones del monitor. Mis palabras habían obrado el milagro de convertir en un instante a aquel hombre aparentemente desequilibrado y posiblemente un artista fracasado, en un amante de la botánica, pues a partir de entonces no ha abandonado el grupo, dando por completo la impresión de haberse integrado en el mismo con total normalidad, a pesar de la diferencia de edad y del hecho incontestable de haberse quitado el bañador, hecho que pude apreciar al alejarme del lugar.
No quise saber como terminaba la situación, que una vez puestos en pie debería hacer palpable la evidencia de la falta de adecuación del adulto Ambrosio Fernández Palomares con un grupo de niños que en el mejor de los casos, no sobrepasaban los diez años de edad. En los vestuarios, eso es cierto, me pareció percibir cierto revuelo en el exterior y algunos gritos, de lo que pude colegir que algo estaba pasando, aunque intenté despistarme y no darme por enterado poniendo mi transistor a todo volumen. Al abandonar las instalaciones, todo parecía haber vuelto a la calma, y no percibí signos llamativos de algún tipo de incidente, a no ser varias sillas volcadas cerca de la salida y a la supervisora dando muestras de agobio con la respiración agitada e incluso sofoco. Ya en la calle, varios coches de policía con las luces de emergencia rotatorias funcionando, me dieron una pista bastante fiable de que era bastante posible que Ambrosio, el frustrado escultor del “Peine de los vientos”, pudiera estar pasando por ciertos trámites que podían llevarle una temporada a la sombra o a disposición de los servicios médicos pertinentes.
Al día siguiente volví a la piscina, pues el calor seguía siendo inaguantable, pero para mi sorpresa, según indicaba un cartel a tal efecto, estaba cerrada por una situación sobrevenida de forma imprevista el día anterior, aconsejándose a los usuarios otra piscina próxima, y recordándoles encarecidamente la obligación de utilizar “las prendas de baño habituales” (sic), con lo que la situación se me hizo si cabe aún más clara.

PROPUESTAS



Mi querido amigo

Creo que tu propuesta de ayer va a ser tildada de cualquier cosa, pero en esta ocasión no cabe considerarla como descabellada, algo que tratándose de ti (en la medida que creo conocerte bien) podría parecer un tanto aventurado. Que hayas emprendido empresas absurdas o condenadas al fracaso de antemano no quiere decir que todas las que se te ocurran tengan que serlo. Lejanos ya quedan los días en los que propusiste que los auténticos peregrinos de la ruta jacobea francesa que iniciaban su camino en Roncesvalles, deberían hacerlo de rodillas,  o aquella otra, mucho más disparatada, de llegar a la luna en ala delta (el hecho que quien la pilotara fuera provisto de un equipo para respirar a partir de la estratosfera no tenía ninguna importancia, ni tampoco el que estuviese pertrechado con un traje especial para temperaturas bajo cero).
En este caso, sin embargo, percibo un atisbo de cordura y hasta de genialidad en tu afán de terminar de una vez con la crisis económica que parece haberse instalado entre nosotros de forma permanente. No será fácil, no obstante, convencer a todos los ciudadanos. Y mucho menos al Parlamento, donde los prejuicios e intereses creados de los políticos son al menos de la misma entidad que los de los altos ejecutivos de Goldman Sachs o Lehman Brothers, por decir algo. Tu propuesta de un salario máximo para hacer menos hirientes la diferencia entre los ingresos superiores y los inferiores, me parece muy acertada, y si no recuerdo mal, creo que hace solo unos meses fue algo que dejaron caer los de podemos, sabemos o una de esas formaciones políticas voluntariosas y optimistas, que han saltado al ruedo sin estoque ni capote. Que a continuación añadas que incluso aquellos con una cuenta corriente superior a los diez mil euros donen al menos la mitad para la creación de nuevas empresas estatales rentables (el cómo y el qué serían otro cantar) también cuenta con mi beneplácito, a pesar de que serías de inmediato tachado de comunista. Claro que aquí debería añadir que en ninguno de ambos casos mi patrimonio ni mis rentas se verían afectadas, teniendo en cuenta que se aproximan a lo que en matemáticas puras podría llamarse el cero absoluto (no confundir con esa temperatura, equivalente a -272 grados Celsius), lo que sería visto por no pocos como jugar con ventaja. En cuanto a la posibilidad de establecer una edad máxima absoluta, a partir de la cual el óbito sería forzoso (por métodos no cruentos a estudiar) podría, de entrada, parecer algo radical, pero no debería echarse en saco roto, pues a buen seguro las generaciones de jóvenes en paro estarían mayoritariamente de acuerdo. En ese sentido recuerdo la sátira (así al menos ha pasado a la historia de la literatura) que dejó plasmada Jonathan Swift en su librito “Una modesta propuesta”, en el que sugería la ingesta indiscriminada por parte de las clases pudientes del país, de los bebés y recién nacidos hijos del campesinado, para acabar definitivamente con el hambre en Irlanda, algo a primera vista demasiado cruel para ser llevado a cabo sin cierto resquemor, pero absolutamente posible y hasta deseable si al hacerlo, los adultos de las élites pensaban que se estaban comiendo un lechoncito.
Espero que nos veamos pronto para perfilar tus propuestas, e incluso añadir otras que a cualquier persona con sentido común y en apuros se le podrían ocurrir. A bote pronto, yo propondría el cierre radical de fronteras para los emigrantes sin una cuenta corriente saneada, el aborto libre hasta el séptimo mes de embarazo, y la aprobación generalizada de la  eutanasia para enfermos graves a partir de los setenta años.
Hombres como tú (¿y como yo?) son los que necesita este país.

Un fuerte abrazo de tu buen amigo X.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

PARACETAMOLES



-Hola baby, dijo A.
-Hola, te llamo y no me haces caso. No lo entiendo, dijo B al otro lado del hilo telefónico.
-Baby, son las cinco de la mañana y no sé quien eres.
-Pero me llamas baby como si me conocieras…
-Tu voz me inspira cierto cariño, hasta ternura, pero te lo repito, no sé quien eres y voy a tener que colgarte otra vez…
-No lo hagas, cariño, estoy sola y tengo las rodillas hinchadas. No tengo a nadie para contárselo, y tú también me inspiras mucho cariño. Como si te conociera de toda la vida.
-Mira baby, estoy contigo, pero creo que en tu caso lo mejor sería que llamaras al 112. Hay gente estupenda a la que puedes contarle todas tus cosas…
-Ya lo he hecho, tesoro, y me han dicho que si quiero me mandan una ambulancia, pero yo no necesito un médico. No sé si me entiendes…
-Te entiendo, pero no son horas, baby, voy a tener que colgar…
-No lo hagas, por favor…además creo que estoy embarazadita porque tengo la tripa gorda y el ombligo se me abre…
-No te preocupes…no te pasa nada….si quieres me llamas más tarde y hablamos. No te conozco pero me gustaría ayudarte…
-Eres un cielo, pero a lo mejor me pongo de parto...Rafael se presentó hace unas horas y me parece que me violó…
-Estate tranquila, baby, no te pasa nada. Tómate un orfidal y verás como enseguida te duermes…
-Claro, ahora resulta que eres una egoísta y lo que quieres es que me calle de una vez. No quieres oírme. Además ya tomé el paracetamol que me dijiste y no me hizo nada…
-No te preocupes, pero creo que el orfidal te sentará mejor para lo tuyo.
-No te he dicho que ayer por la noche me invitó Raquel, una vecina, a cenar en su casa y creo que a la tarta del postre le pasaba algo…estaba buena pero sabía raro. Raquel es una bruja y creo que quiere envenenarme…por eso se me abre el ombligo…
-Baby, no hay ninguna razón por la que Rafael o Raquel te quieran hacer daño. Yo acabo de conocerte y ya te he dicho que te he cogido afecto enseguida…
-Sí, pero quieres que me duerma para colgar enseguida…
-Lo que sucede es que es muy temprano y tengo sueño. Eso es todo, baby…creo que eres una buena chica. De verdad…
-Mi hermano Julián dice que me va a mandar al médico y que me va a meter en un hospital de la sierra para mujeres como yo. Me lo conozco, con cuatro señoras en una habitación en el monte, te lo juro…
-No le hagas caso. Julián dice eso por que no te conoce y quiere darte miedo para que te calmes y no le cuentes cosas. No entiende. Ya hablaré yo con él para que no lo vuelva a hacer…
-pero tengo la tripita muy abultada y me duelen las rodillas. El paracetamol no me ha hecho nada…
-Tú siempre has querido tener un niño ¿a que sí? Seguro que se trata de eso. Fantasías…
-Rafael me violó, estoy segura. Yo no quería pero no pude resistirme. Es muy fuerte y muy guapo. Además cuando se fue me dijo que era una puta ¿Entiendes? una puta…
-Te entiendo, baby, procura tranquilizarte. Tómate el orfidal y mañana te iré a ver para hablar de todo esto. Verás como se soluciona…¿de acuerdo?
-Me duele la tripita…