El sueño
consistía en lo siguiente: yo iba andando por la calle, y de repente, sin una
razón clara, me detenía y saludaba levantando un brazo y agitando la mano. Eso,
dentro del propio sueño me dejaba perplejo, pues no veía a nadie ni tenía la
impresión de haber sentido nada que me hiciera adoptar tal actitud, por lo que
casi de inmediato empezaba a mirar en todas direcciones un tanto desconcertado.
Sin embargo, era evidente que tal hecho debía responder a algún tipo de
estímulo, aunque también era posible que estuviera programado para obedecer a
una secuencia desconocida, y no tenía más remedio que actuar de esa manera.
Algo parecido a un automatismo, como cuando tratamos de quitarnos una mosca
cerca de la cara y damos un manotazo al aire. Pero sin mosca, claro. Pensándolo
a posteriori, lo más lógico es que alguien me hubiera saludado a cierta
distancia, aunque, dadas las características del sueño, no recordase ni su voz
ni su aspecto. Además, puestos ya a elucubrar, es muy posible que se tratara de
alguien próximo o bastante conocido, pues tales familiaridades no se suelen
tener más que con aquellos que nos son cercanos, o con quienes mantenemos una
relación personal. Los días siguientes a ese primer sueño, que se repitió con
pocas variantes durante un tiempo, estuve muy atento a percibir cualquier pista
que aclarara la situación, pero fue inútil y en ningún momento se añadió nada
significativo. Quizás lo único reseñable fue que en algunas ocasiones llevaba
puestos diferentes tipos de sombreros, y que en función de tal circunstancia
saludaba de una u otra manera. Los días en los que llevaba sombrero de copa o
bombín, lo hacía ceremoniosamente, ciñéndome así a lo que la prenda de cabeza
parecía sugerir, mientras que los días en los que usaba sombrero de ala ancha
en sus diferentes modalidades (incluido el tirolés), parecía hacerlo de un modo
más desinhibido, como si tuviera la certeza de que el otro no iba a sentirse
vejado por mis maneras desenvueltas. Todo esto no tendría ninguna importancia,
si se hubiera visto reducido a una de tantas situaciones oníricas inexplicables,
que experimentamos a lo largo de nuestra existencia, pero empezó a suponer un
problema en el momento que cuando paseaba en mi vida real, empecé a tener la
necesidad de saludar aleatoriamente cada cierto tiempo, viniera o no a cuento,
como si lo soñado se estuviera convirtiendo en un modus operandi habitual, al
que no podía faltar. Tal situación, como bien puede comprenderse, empezó a
llamar la atención de mis vecinos, y en general, de las personas que se
cruzaban conmigo, y se veían compelidas a imitarme por aquello de los buenos
modales, aunque en el fondo no entendieran la razón. Fui pronto consciente de
esta desazón, pero durante cierto tiempo me sentí incapaz de actuar de otra
manera, por lo que alguien cercano, me llegó a advertir que mi actitud estaba
sumiendo a no poca gente en una perplejidad que en cualquier momento podía
tornarse en animadversión, pues a nadie le gusta sentirse forzado a hacer lo
que no quiere, y a tal cosa es a lo que yo estaba llegando. Afortunadamente,
meses después de empezar esta situación, se me ocurrió que debía interpretar mi
sueño como una metáfora que nada tenía que ver con la realidad, algo que me
alivió y me hizo cavilar sobre el posible significado de tal actitud. De
entrada, yo jamás llevaba sombrero, por lo que el hecho de su presencia,
suponía un añadido, una suerte de impostación a mi verdadera forma de ser, que
pronto interpreté como algo superfluo, de lo que yo debía servirme en mi
relación con los demás, quizás una actitud poco natural, que iba desde un
cierto aristocratismo diletante cuando me tocaba con sombrero clásicos, a una
familiaridad un tanto infatuada los días en los que como si fuera un aventurero
o un vaquero del farwest, me ponía los de ala ancha (afortunadamente nunca me
vi con el de charro ni con la teja de un cura de pueblo, pues en cualquiera de
ambos casos, la interpretación se hubiera complicado). Esta interpretación me
hizo ver que en mi relación con los demás tenía una tendencia exagerada a
quedar bien con todo el mundo, una necesidad de ser apreciado con independencia
de mis auténticos sentimientos, por lo que a partir de ese momento me propuse
ser más auténtico y ceñirme a lo que verdaderamente sentía, ateniéndome a las
consecuencias, pues no todos lo iban a entenderlo, ya que las personas con las
que me unía cierta amistad no pasarían de la media docena. Puesta en práctica
mi nueva actitud, sé que muchos no comprendieron mi cambio radical al quedarse
con la palabra en la boca o con el brazo semi alzado, aunque si he de ser
sincero, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no levantarlo yo, porque en
mi fuero interno seguía sintiendo lo mismo. Tuve que empezar a frecuentar
determinados lugares donde tal gesto no estuviera mal visto, por lo que desde
entonces soy un asiduo de las estaciones de trenes y autobuses de larga
distancia, así como de los mítines de los partidos políticos de orientación
fascista y las paradas militares, donde tal actitud es vista con indudable
simpatía. Así, mi extraño sueño se ha convertido en una manera de relacionarme
con los demás, y quien sabe si, a poco que me esmere, con un poco de tiempo
pueda ser una forma honrada de ganarme la vida y elevar mi status social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario