domingo, 24 de febrero de 2013

MORADAS


Hola Emeterio,

Vivo en una casa que yo mismo construí con mis propias manos cuando salí del penal. Había heredado una parcela de terreno al pie de la sierra, y no se me ocurrió otra cosa mejor que hacer. Yo soy un hombre de ciudad, para que vamos a engañarnos, pero me convenía quitarme de en medio una temporada, y después de todo Zamora no queda tan lejos. Y con esto no quiero afirmar que Zamora sea exactamente una ciudad, pero lo intenta. Después de unos meses llegué a construir una casa de una planta como buenamente pude, con la supervisión de un tipo del ayuntamiento sin cuyo permiso al parecer no podría haberlo hecho. Es lo más sencillo que uno se pueda imaginar, teniendo en cuenta que no tengo ni idea de albañilería, pero afortunadamente me echó una mano alguien de por allí que tampoco sabía demasiado, pero con quien pude al fin levantarla con la ayuda de una plomada y una burbuja de esas. En la planta baja está el salón, mi habitación, la cocina y el cuarto de baño, y la alta, una buhardilla de buenas dimensiones y un cuarto diminuto que yo llamo “el de la plancha” en recuerdo a uno parecido que había en casa de mis padres cuando era un crío. Paso gran parte del día, como se puede fácilmente imaginar, en la planta de abajo, que es donde tengo instalada la televisión, delante de la cual me paso las horas muertas. A mi modo de ver es muy instructiva y se pueden aprender muchas cosas, además si debo ser sincero, a mi lo de leer y oír música no se me da bien y se me hace muy pesado. Cuando me aburro salgo afuera y me doy paseos por los alrededores, a veces subo la cuesta hacia la montaña que es endemoniadamente empinada, y en otras ocasiones me meto en la maleza que hay en dirección a la carretera, y con frecuencia me siento entre los juncos e imagino que estoy en una selva de Birmania o algo parecido. Te parecerá una majadería y una pérdida de tiempo con la cantidad de cosas que se pueden hacer en esta vida, pero créeme si te digo que me resulta muy relajante, y no hecho nada de menos el ajetreo de la ciudad, aunque por lo que te dije al principio pudiera parecerte lo contrario. Debe ser que estoy cambiando. Otra cosa de la que me acuerdo con cierta nostalgia es de la cárcel, aunque te parezca mentira, al cabo de los años me había acostumbrado, y además éramos ya un grupo de reclusos muy bien avenidos, que nos lo pasábamos en grande en el patio charlando de nuestras cosas y en un apartado que nos dejaban los vigilantes para que echáramos la partida. Menudas timbas se organizaban. Claro que a pesar de esa nostalgia, tampoco es cuestión de que me acerque al pueblo y haga cualquier salvajada para que me vuelvan a ingresar. Además es posible que me mandaran a otro lugar y la cosa cambia. Finalmente, cuando ya me harto del cañaveral y de los sapos que abundan por allí, me vuelvo a casa y veo un poco más la tele o pongo la radio que esa sí que no me incomoda. Todavía me acuerdo cuando en el 59 en Radio Nacional oí el triunfo de Bahamontes en el Tour de Francia, aún me emociono al recordarlo. Poco antes de acostarme subo al primer piso, quiero decir al único piso, y me recojo un rato en el cuarto de la plancha. Allí tengo una especie de jergón de paja y me paso un buen rato mirando al techo, que aunque no lo creas, tiene su intríngulis. Ya te explicaré. Ayer, sin ir más lejos pude ver paseándose tranquilamente a una araña gorda y peluda que para mí que era una tarántula de esas. Otros días, en lugar de meterme en ese cuarto (la verdad es que a veces me deprime), entro en la buhardilla y evoco los felices días de mi infancia en los que me peleaba con mis hermanos en la de mis queridos padres, que en paz descansen. Me gustan las telarañas y los pavos. Ya sé que no tienen nada que ver entre ellos, pero no se me ocurre nada mejor para despedirme, Emeterio. Las cosas de la vida, ya sabes.

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