martes, 22 de octubre de 2019

Apostasía del rencor



APOSTASÍA DEL RENCOR

I

Usted y yo nos conocimos hace ya mucho tiempo, y no me negará, al menos, que usted siempre dijo lo que quiso decir, lo que le vino en gana. Fue fiel a su vida antes de conocernos, porque después de todo debo manifestar que a pesar de lo anterior, ya ambos habíamos cumplido los cincuenta años. O casi. Medio siglo, toda una vida, toda una eternidad. Y que conste que nuestros antecedentes eran bastante parecidos: familia media ortodoxa y de buenas costumbres burguesas. O lo que es lo mismo: familia de vencedores. Pero por razones que ni siquiera conozco, en algún momento yo por mi parte me planteé algo que usted no pudo o no quiso hacer. Ser un privilegiado no se elige. Sucede y  reconocerlo es, cómo poco, señal de buena cuna. Me esforcé sin duda para salir adelante, pero también tuve buena suerte, y algunas de las razones ya han sido esbozadas. Eso al menos los que no la tuvieron sabrán reconocerlo.  Afortunadamente no se trata para nada de estar desaparecido en las cunetas sino de todo lo contrario, pasear tranquilamente sobre ellas porque la vida nos sonrió por puro azar, sin que ni usted ni yo interviniéramos para nada. Con la lluvia y con el sol sucede algo parecido, y nada ni nadie puede detenerlos. Estarles agradecidos cuando se los necesita no solo es un síntoma de cordura sino de buen corazón. Ellos al menos son honestos.

II

Algo habrás hecho, cabrón, hijo de puta, cuando te buscan. La verdad finalmente resplandecerá y tendrás tu merecido. Es muy fácil hablar pero aún lo es más reconocer que lo dicho puede tener sus consecuencias. Y ese será tu sino por mucho que te escondas. La verdad no puede ocultarse eternamente y tu infamia acabará reconociéndose, y la bestia que te habita saldrá por fin a la luz. Y será inútil que se vista con la piel del cordero. Hijo de puta, dije, y me quedé corto, porque no se puede cometer mayor infamia que traicionar los dictados de la propia sangre. La de los tuyos, que llegado el momento sabrán devolverte al lugar que tratas de evitar. El páramo donde acaban todos los traidores. Los grandes cementerios bajo la luna, que dijo el poeta equivocado en un rapto de cínico lirismo. Porque para ti, debes saberlo, ni siquiera la luna tendrá misericordia.

Quien sabe



QUIEN SABE

Verdaderamente quien sabe.
Unos podrán decir
La nieve, sus manos,
Lo que usted quiera
O no decir nada.
Porque en este país
Ya no es obligatorio
Hablar aunque antes
Sí lo fuera estar callado.

Eso es lo que sucede cuando
Tras las esquinas apenas
Escondidos los fusiles
Aguardaban y usted lo sabe.
Llegó por fin el día
De las voces, la palabra.
El día en que decir
No es un sacrilegio
Porque ya no existen
Los pecados ni existe
La tapia del cementerio.

Por no existir ya
Ni siquiera estos existen.
Solo la luz cautiva que
Antes se negaba: sangre
Por fin no derramada.

LAUREANA III (Fin)


Hace varios días que Laureana no viene a la tertulia, y de hecho nadie sabe nada de ella. No descuelga el teléfono, ni responde a los correos o el guasap. Pero lo más preocupante de todo es que, por mucho que cueste creerlo, nadie sabe donde vive. Ella siempre decía que allá, por la zona de la estación, pero claro, resulta que aquí hay dos estaciones de ferrocarril y otras de autobuses, así que estamos aviados. Según pasan los días estamos más y más preocupados, y no solo porque echemos de menos sus charlas sobre el Amazonas o el Orinoco (ríos a los que por cierto últimamente había añadido los tres de la Media Luna Fértil: Nilo, Tigris y Eufrates), sino porque nos hemos dado cuenta de que después de todo, aunque nadie lo confiese, era ella la que nos mantenía unidos. Sin ella, es más que posible que en poco tiempo nuestro grupo se diluya y desaparezca. Después de todo ¿qué nos unía? Aunque nadie lo diga, todos lo sabemos: sobre todo, sus silencios. Aquellos momentos únicos, especiales, en los que además de observarla con un detenimiento casi enfermizo, cada uno sin decirlo, hacía cábalas sobre lo que estaría sucediendo en su interior. Porque si de algo estábamos seguros, y eso solo lo comentábamos en su ausencia, era que guardaba algún secreto que de ninguna de las maneras quería desvelar. Algunos pensaban que lo que verdaderamente ocultaba era una identidad sexual más que dudosa (los gestos un tanto vigorosos de sus manos podían ser un indicio, o quizás un extraño fruncimiento de sus labios cuando se sentía contrariada). Otros, sin embargo, aceptando ciertas actitudes sorprendentes, no tenían ninguna duda de que se trataba de una hembra con todas las de la ley (y ni un solo pelo en la barba lo atestiguaba), pero afirmaban que un oscuro pasado debía torturarla, quien sabe si un padre desquiciado y una madre mujer de la mala vida. O ambas cosas, incluso un padre presidiario. Pero se trataba de meras conjeturas.
         Lo cierto, sin embargo es que solo eran suposiciones en nuestro afán de darle un sentido a su ausencia. Posiblemente lo que había sucedido es que Laureana estaba harta de nosotros, unos tipos de lo más vulgares que nunca habíamos apreciado como realmente se merecía la única presencia femenina del grupo. Ese era sin duda el quid de la cuestión. En el fondo de cada uno de nosotros, repito de cada uno, suponía que ella le pertenecía en exclusiva. Se sentía el preferido, y eso nos hacía suponernos superiores a los demás. El hecho, sin embargo es que Laureana no aparece. Cada vez se hace más evidente que nos ha abandonado. Adiós por lo tanto a sus silencios, a sus palabras o frases misteriosas, o a sus interminables soliloquios sobre los ríos más largos y caudalosos de La Tierra. O a los seres monstruosos que un día los habitaron. Fantasías, de acuerdo. Incluso nimiedades y hasta desvaríos de alguien que en resumidas cuentas no andaba muy bien de la cabeza. De acuerdo. Lo que usted quiera. Pero tratándose de Laureana la cosa varía.

domingo, 20 de octubre de 2019

LAUREANA II


Pero a decir verdad, lo que verdaderamente preocupa de Laureana son sus ausencias. Está allí, es cierto, y puede en algunas ocasiones intervenir y decir cualquier frivolidad, pero todos somos conscientes de que en realidad está en otro lugar. Dónde, ni ella misma lo sabe si fuera preguntada sobre tal hecho. Pero es algo evidente para pasar inadvertido, téngase en cuenta que nos conocemos hace ya demasiado tiempo, y entre nosotros nada se nos escapa. Como una gran familia que a pesar de ignorarse aparentemente, todos están al corriente de todos hasta en los menores detalles. En cuanto a Laureana concretamente (que, por cierto ¿a quién se le ocurrió llamarla así?: ella nunca lo dice), cabe, sin embargo, decir que en esos momentos de ausencia puede a pesar de todo decir algo, y si no exactamente decir, sí balbucear. Palabras inconexas, frases sin sentido, que no aportan nada en concreto a la reunión, pero que hacen que todos nos miremos entre sorprendidos y expectantes ¿Cuál será la palabra o la frase siguiente? Porque hay días en los que alguna de ellas hace que una vez dicha, todo  transcurra para nosotros por unos derroteros totalmente imprevistos. Quiere decir esto que si el tema tratado hasta ese momento era la incapacidad de los políticos para pasar de la teoría a la práctica y hacer creíbles sus decisiones, a partir de ese momento da un giro imprevisto y de buenas a primeras el tema en cuestión no tiene en absoluto nada que ver con lo antedicho. Por ejemplo, retomando un asunto tratado con anterioridad, puede ocurrir que de buenas a primeras nos veamos sumergidos en un acalorado debate sobre la importancia de la red fluvial para el transporte de la madera desde los aserraderos río arriba (o selva adentro). Y hablamos de nuevo del Amazonas, como cualquiera que esté al corriente de los temas que interesan a Laureana, habrá captado de inmediato.
                    Pues hasta aquí otra de las características de esta singular mujer, que a pesar de sus profundos silencios o sus interminables peroratas, nos sorprende en ocasiones con decires que no pueden ser fácilmente clasificados en ninguna de las narrativas vulgarmente tratadas. O sí, podría quizás decirse que se trata de aforismos, máximas, sentencias, consignas, conceptos o todo lo que usted quiera, pero verdaderamente nada que hasta ahora haya sido explicado con cierta coherencia en ningún tratado de términos literarios al uso. Y que conste que para algunos esta característica de Laureana no es siempre bienvenida, en la medida que suele actuar como un punto y aparte, casi como una cizalla que cercena el flujo previo de la conversación que hasta ese momento transcurría de forma placentera. “Altramuz”, puede exclamar por ejemplo en un momento dado, y todo da un giro imprevisto, y lo que se trataba del fútbol de aquella tarde- la mayoría de las veces somos previsibles e incluso vulgares- se ve de repente inmerso en unas disquisiciones desquiciantes sobre el origen de tal vocablo. Que si árabe o estrictamente autóctono, o de origen indudablemente cervantino. La locura. Un desastre que hace que no pocas veces, algunos den por finalizada la reunión y no pocos, despechados hinchas de cualquiera de los equipos sobresalientes, abandone el lugar sin ni siquiera despedirse de Laureana.

LAUREANA I


Laureana habla poco, seamos sinceros. E incluso en ocasiones no habla absolutamente nada. Se sienta o se levanta, porque son estas dos de sus actividades más corrientes y apenas abre la boca. Mira hacia aquí o hacia allá según le dé el día, pero permanece callada, prácticamente muda a pesar de que en algunas ocasiones, raramente, esboza una sonrisa o algo que alguien bienintencionado podría calificar de tal.
        Hay ocasiones, sin embargo, en que Laureana es un torrente inagotable, no para de hablar aunque parezca raro, dicho lo dicho, pero esta mujer, si es algo, es contradictoria, eso que quede claro. Y los temas que aborda son muy variados, incluso variopintos, que si esto que si lo otro, que para qué te voy a contar, que mejor me callo (pero de eso nada), etcétera, etcétera. Y en ocasiones, las más de las veces, se alarga con asuntos que nada tienen que ver con la realidad y que dejan a los presentes estupefactos. El monotema, porque de monotemas se suele tratar, suele ser absolutamente exótico y fuera de contexto, como cuando se lía con unas parrafadas inacabables sobre el río Amazonas. O sobre el Orinoco, ojo, que ella es muy de ríos caudalosos, de aguas bravas o muy extendidas, que desde una orilla apenas se divisa a otra. De cocodrilos o saurios, y desde luego de toda la fauna piscícola, empezando por los esturiones, vaya usted a saber por qué, y terminando por los tiburones, aunque en ríos como los mencionados y prácticamente en todos, tales peces sean una rareza a no ser en sus desembocaduras y sus correspondientes estuarios, seamos sinceros una vez más.
          Pues esa es en resumidas cuentas Laureana. Imprevisible y en ocasiones todo lo contrario, algo que hace exclamar al resto del grupo casi al unísono al verla llegar: ahí viene Laureana, vamos a ver con qué pretende hoy llamar nuestra atención. Porque ese es en el fondo la cuestión. Habla y habla sin parar, y cuando habla no le importa lo que dice, es como un torrente después de la tormenta, en el que lo de menos es el qué (no puede sino tratarse de otra cosa) sino la cantidad de agua que arrastra. Y está claro que hablamos de metáforas. Porque dicho lo anterior, resulta evidente que cuando se calla no hay nada que decir. Si acaso hacer algún apunte sobre sus gestos, esa mirada un tanto perdida o algunos ademanes desmayados, como si la vida se le fuera escapando a chorros. Esa y no otro es Laureana para todos cuando algunas tardes nos reunimos en el casino las pocas amistades que nos tratamos en este lugar perdido del mundo. Y digo lugar y quizás exagero. Y digo mundo y exagero sin lugar a dudas, se ponga Laureana como se ponga, que esa es otra canción, si llega a leer esto, que lo dudo.