lunes, 25 de febrero de 2019

INSTRUCCIONES PARA BAJAR UNA ESCALERA


UNO: PROLEGÓMENOS Y PRIMER PASO
Bajar una escalera resulta sumamente sencillo si usted tiene menos de setenta años y la diferencia de nivel entre escalones no supera los treinta centímetros aproximadamente. Y si usted tiene piernas, como es natural, pues bajarlas en silla de ruedas no es una tarea demasiado sencilla, y casi lo mismo se podría decir de hacerlo con muletas, aunque no tanto. A lo que habrá que añadir que si usted no ha cumplido todavía los dos años de edad y tiene ciertas dificultades para mantenerse en pie, tampoco resulta fácil. Mejor permanezca en casa y ni se asome al descansillo en ausencia de su mamá, pongo por caso. Bajarlas rodando podría ser un éxito dada la plasticidad de sus huesos y la flexibilidad de sus articulaciones, pero aún así al llegar abajo podrían presentarse ciertas complicaciones aunque todavía respire y las fracturas no sean la norma.
        Pero poniéndonos en el mejor de los casos, recuerde que una escalera es un artificio muy antiguo que puede reportarle múltiples beneficios, especialmente para sus sistemas cardio respiratorio, musculoesquelético y circulatorio. Para ello bastará con situarse en el rellano donde usted decida iniciar la bajada, agarrándose bien al pasamano y comenzar a andar siempre con la idea en la cabeza de que el peldaño siguiente siempre (siempre) se encontrará a un nivel inferior al que estaba. Si no fuera así, sino todo lo contrario, significará que usted no va a bajar las escaleras, sino a subirlas, cosa absolutamente diferente, como más adelante tendremos la oportunidad de verificar. Dicho lo anterior quizás sea superfluo indicar que si no se da ninguno de ambos casos, lo que sucede es que usted permanece en el mencionado descansillo, o está en el salón de su casa y está sufriendo alucinaciones. Aunque también es posible también que ya se encontrara en la calle sin haberse dado cuenta. En tal caso, si hace buen tiempo y la temperatura es agradable, puede aprovechar el rato para darse un paseo por los alrededores, ocupación muy agradable algunas tardes. Concretamente poco antes de puesta de sol en mi caso si ya es primavera, aunque para eso, como para todo, hay gustos.
          Pues bien, como íbamos diciendo, una vez dado el primer paso y descendido de nivel, verá que la dificultad es mínima cuando en el peldaño alcanzado apoya toda la planta del pie y no solo la puntera o el talón del mismo, pues en tal caso podría perder el equilibrio y proyectarse escaleras abajo con las consecuencias desagradables especificadas con anterioridad, agravadas en buena medida por la edad. Si, sin embargo, el descenso mencionado ha sido un éxito, puede aprovechar el momento para disfrutar del horizonte delante de sus ojos, que siendo prácticamente idéntico al anterior le ofrece la oportunidad de gozar de una perspectiva mínimamente diferente de los estucados de la pared un poco más abajo, suponiendo, claro está, que habite en un piso lo suficientemente señorial para gozar de adornos tan elegantes. Algo nada desdeñable recordando la monotonía habitual de nuestras vidas, pues a un día sigue otro, etcétera etcétera como ya se han encargado de hacérnoslo saber los filósofos pesimistas, los poetas agoreros y los suicidas. E incluso el Eclesiastés, si no recuerdo mal. El  cantar de los cantares es otra cosa, desde luego.

DOS: EL DESCENSO EN sí mismo, SEGUNDO ESCALÓN INCLUIDO

Bajar las escaleras, como cualquier otra actividad, por cierto, requiere una motivación que finalmente será la que nos llevará a dar el segundo paso, aunque quizás aquí sea conveniente matizar que algunas personas para bajar cada escalón dan dos pasos, pues no dan por finalizada dicha operación hasta que tienen la planta de los dos pies, o lo que es lo mismo, los dos pies enteros, en el escalón alcanzado. Digamos, por ejemplo, quienes tienen dificultades en las articulaciones de las piernas o problemas circulatorios en las susodichas. Si tal motivación falta o no es lo suficientemente fuerte, la persona con toda probabilidad rectificará y volverá sobre sus pasos (o paso), situándose de nuevo en el rellano, para volver de inmedito a su domicilio tras abrir la puerta (dado que hasta le fecha no se tiene noticia, excepto en las novelas fantásticas, de que los cuerpos sólidos las atraviesen sin seguir el procedimiento mencionado). Reconocer la incapacidad para descender al segundo peldaño puede ser considerado como un fracaso en toda regla y constituir una prueba terminante de la pusilanimidad del descendiente, caso que puede originar diversos trastornos entre los que la visita al psiquiatra no estaría descartada.
          Pongámonos pues en el supuesto más favorable para las intenciones de este texto, es decir, que el interesado decida continuar descendiendo y ni remotamente se le ocurra rectificar y bajar en ascensor. Hasta ahí podíamos llegar, dicho lo dicho. Pues bien, bajar al escalón numero dos en el sentido de la marcha no es una cuestión tan banal como pudiera parecer, sino la confirmación de que el propósito en llegar hasta abajo es firme. Y aquí se debe incidir en el hecho de que en esta situación, como en muchas otras de la vida, lo importante no es solo empezar sino perseverar. Alcanzar el segundo supone la ratificación de que todo está en orden y que la secuencia de nuestro movimiento nos llevará poco después hasta el portal. A partir de ese momento, todo podría ser coser y cantar si nos mantenemos vigilantes y no descuidamos la disciplina de marcha, por decirlo de alguna manera. No hay que olvidar que tras los primeros éxitos, nuestra mente experimenta con frecuencia un exceso de confianza y tiende a pensar que ya está todo hecho. Y la realidad suele demostrarnos que de eso nada. Es frecuente que con el ejercicio las piernas se vuelvan bailarinas, como si más que pertenecernos a nosotros pudieran pertenecer, que digo yo, a los inmortales de la danza, pongamos que  Fred Astaire, y ensayemos un salto de varios peldaños o nos pongamos a bailar claqué, con las consecuencias previsibles y la intervención del 112. Y quien dice Fred Astaire, dice Cyd Charisse, que no quiero aquí pecar de machista y tener dificultades de ahora en adelante con las feministas. Ojo.
          Suponiendo que tal cosa no pasa, y que usted no considera la danza contemporánea ni el claqué como una afición a la que no puede sustraerse, se haya en disposición de culminar felizmente su singladura. Durante ella, es fundamental, dada su previsible edad, que no suelte el pasamanos y piense que ya está todo hecho, especialmente en los cambios de dirección de la escalera (y no le digo nada si se trata de una de caracol), lugares muy adecuados para romperse la crisma al menor despiste. Es conveniente por lo tanto estar siempre muy atentos al siguiente peldaño y los sucesivos, olvidando aquellos felices años de la adolescencia en que se podía descender 3 o 4 escalones de un salto. La inercia al movimiento- primera ley de Newton- no varía con la edad, pero la capacidad para dominarla (vulgo aterrizaje). Su actividad cerebral debe concentrarse exclusivamente en el mero hecho de bajar las escaleras, sin permitirse excursiones mentales a otros ámbitos, olvidándose absolutamente de sus dificultades con la hipoteca o el dolor de espalda que le aqueja esa mañana desde el mismo momento de bajarse de la cama. Manténgase en el aquí y ahora  del budismo zen según la finalidad deseada parece acercarse, y recuerde la lamentable situación de un ciclista que a punto de ganar una carrera al sprint se cae aparatosamente a pocos metros de la meta. Piense positivamente y recuerde en todo caso e  lo afortunado que será cuando tenga que realizar el camino inverso, es decir, subir la escalera que tan pundonorosamente ha bajado, y para ello cuente con a inestimable ayuda del ascensor. Olvídese en ese caso de la s recomendaciones de los médicos aconsejándole todo lo contrario. Ya hablaremos.

CONTINUARÁ: La llegada al portal y la salida a la calle.

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