Qué sucedió entonces para que ahora todo sea tan diferente,
es algo para lo que no tengo una respuesta adecuada. Los datos en origen es
posible que tengan consecuencias previsibles en función de ellos mismos, pero no siempre sucede así, porque
los criterios para enjuiciar aquel momento pueden no tener nada que ver con los
actuales. Que te quería, es evidente, teniendo en cuenta que abandoné por ti un
porvenir que, de acuerdo con la opinión más generalizada, se me presentaba brillante. Aprobar
las oposiciones a notario a los veintiséis años no es algo demasiado frecuente,
pero abandonar la profesión poco después
para dedicarse a la venta ambulante, lo es mucho menos. Pero ¡qué podía hacer
yo en aquel momento! apenas un chiquillo al que el mundo se le antojaba
demasiado grande, a pesar de tener una inteligencia notable y una memoria de
elefante que me hicieron sacar la mejor nota. Te empeñaste en que, en el fondo,
era indigno vivir de la necesidad estatal de dar el visto bueno a todo tipo de
actividades de los ciudadanos, como una forma de control de su vida y sus
actividades. Preferías algo menos remunerado, pero que colaborase a la “elevación
del mundo” (en tus propias palabras). Para
ti, ocupar un puesto de repartidor de una editorial de cierto prestigio, me
hacía mucho más importante, y no dejando de ser una labor un tanto rutinaria y
semi administrativa, colaboraba, en tu opinión, a que el mundo subiera un
peldaño, y nos alejara definitivamente
de un regreso intempestivo a nuestros antepasados de la cuenca del Rift. Recuerdo
el entusiasmo con el que algunas tarde me recibías, sudoroso y agotado, después
de pasarme doce horas pateando los barrios de Madrid, y como en esos momentos, antes
de quedarme dormido un buen rato, me preguntabas con ilusión cuántos “Ulises”
había vendido o cuántos “Procesos”, porque
la verdad es que eras una persona muy polarizada hacia la literatura que un
cinéfilo, en su ámbito, llamaría “de autor”. Los clásicos, la literatura
costumbrista o simplemente de aventuras,
no te llamaban la atención, preferías a los autores que de alguna forma pusieran
en duda el suelo que pisábamos, por eso también te gustaba que vendiera
literatura fantástica, donde la mente se evade del mundo cotidiano y busca
salidas a la rutina de nuestro quehacer diario.
La literatura gótica, Lewis Carroll e incluso Asimov y sus compadres, te
parecían que podían introducir en el mundo valores que lo redimíesen del
simplismo y cotidianidad de las novelas decimonónicas y de los “roman fleuve”. Acepté
tu punto de vista, porque entonces no
existía para mí nada superior a tu opinión ; la verdad era, a pesar de todo, que en no pocas ocasiones, yo me preguntaba el
por qué de mi sacrificio, pues con mi título y colegiación, podíamos vivir una
vida muelle (expresión que sé que
detestas por costumbrista, y por la cuál aun siento el impulso natural de
pedirte perdón) y disfrutar de cualquier tipo de literatura que nos agradara, sin
necesidad de recurrir al puerta a puerta, como si fuera un propagandista de los
Testigos de Jehová o de cualquier
Iglesia Evangelista. Pero al mismo tiempo era consciente de que eso te
parecería por mi parte una abdicación en
aras de un savoir vivre que juzgabas detestable. Estaba claro que ante
ti, mi trabajo me redimía de una culpabilidad personal que debía purgar, como
si en el fondo fuera un redentor llegado al mundo para exonerarse a sí mismo de
un pecado original nunca explicitado. Heme pues aquí, deudor de un pecado del
que no tengo conciencia, pero que tu te empeñas en recordarme cuando regreso
exhausto y me recompensas con una sonrisa que no acabo de entender ¿Te alegra
verme derrengado, casi exhausto, pero capaz de haber vendido tres ejemplares de
“La montaña mágica”? durante una jornada en la que he recorrido a pié y a más
de treinta grados todo el distrito centro de la capital de España?
Llegados aquí debo confesarte que he decidido
poner fin a esta especie de aventura como veterano propagandista una fe
literaria: la tuya. Sobre la mesa del salón verás cuando vuelvas de la peluquería, un buen
montón de libros que puedes quedarte, y
que sé sin duda que te agradarán, pues, como amante que eres de la literatura
de vanguardia, no harás ascos a títulos que te retrotraerán a tus buenos
tiempos de profesora de Literatura Contemporánea. Encontrarás asimismo varios
boletines de suscripción del Circulo de
Lectores, del que a partir de este momento, si lo deseas, podrás ocupar mi
puesto. Las cosas han cambiado, olvídate de mí: vuelvo a la notaría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario