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pero bla demasiados.
domingo, 30 de septiembre de 2018
sábado, 22 de septiembre de 2018
ORQUESTAS
No estoy dispuesto a que la banda de
música se tome esto exclusivamente como si fuera un auditorio, donde sus
integrantes vienen a ensayar un rato para, a continuación, dedicarse a holgazanear
hasta la salida, a la manera de quienes afinan su instrumentos antes de empezar
el concierto. Claro, que aquí debo aclarar que se trata de una banda de música
militar, y que cuando actúa, sus miembros deben hacerlo con la gorra en su
lugar. La prenda de cabeza, traslada al espectador la sensación de que los
maestros músicos pertenecen a una entidad con un significado especial, en el
que no están permitidas improvisaciones ni iniciativas privadas que pongan en
solfa la partitura, algo que sin embargo sí se puede permitir una orquesta
sinfónica, o mejor, una de jazz. Soy el comandante director de la Banda de
Música, Cornetas y Tambores de la Agrupación, y mi cometido es que la gente que
está a mis órdenes y obedece a mi batuta, no se desvíe ni un ápice de la partitura,
y que considere que si en ocasiones se les permite tocar piezas del repertorio
de la música clásica o la popular, su principal cometido es imbuir a la tropa y
cuerpos profesionales del espíritu de la milicia, y por lo tanto de un espíritu por el cual,
llegado el caso, hagan entrega generosa de sus vidas por la patria. Y nada más
adecuado para ello que las marchas e himnos, que elevan su espíritu a cimas de
heroísmo que no necesitan las sutilezas de la música de cámara.
De hecho, deben llegar a tener claro
que no se deben a un pueblo, un gobierno o un sistema político, sino a un
concepto superior, invocado en el nombre de la nación. Y cuando digo concepto,
me refiero al crisol de virtudes que la constituyen, y que de ninguna manera se
pliega a interpretaciones tendenciosas. La patria está por encima de
valoraciones personales, y el lugar inmarcesible que ocupa, no es interpretable
a voluntad. Por eso, los soldados llevan gorra, y las bandas de música cubren
también las cabezas de sus integrantes: en señal de respeto y acatamiento a
designios que están muy por encima de lo que, en un momento dado, pudieran
urdir sus cerebros. Ese es el sentido
definitivo que quiero trasladar a mi banda, la subordinación de su inteligencia
a un bien superior, incluso en los momentos en que sus componentes pudieran idear
subterfugios para evitar el estricto cumplimiento de su deber. Es por eso que aplaudo
la decisión del coronel jefe de la agrupación de realizar una marcha logística,
mitad motorizada y mitad a pié, que recuerde a mis músicos que una cosa es la
excelencia que puedan alcanzar con su interpretación, y otra, más meritoria,
subordinarla a las rudas tareas de las armas y cuerpos de nuestro glorioso ejército.
Sé que trasladar a toda la unidad monte a través a pie, banda incluida, con
toda su impedimenta no será para ellos una tarea sencilla, pero lo que pretendo
es que poco después acepten con el elevado espíritu de un soldado en primera
línea, el hecho de sobrepasar crestas y colinas y moverse con sus instrumentos
por trochas y barrancas, con la agilidad que la presencia del enemigo frente a
ellos les haría tener. Comprendo que no será sencillo, sobre todo con la
percusión, los contrabajos, el arpa, la tuba y especialmente el piano, pero es
en esta lid cuando demostrarán a los demás que, después de todo, lo de Mozart y
Beethoven no es un simple antojo, y que puestos a elegir, nada más bello,
después de todo, que un cuerpo a tierra a los acordes brutales ó líricos de la
“Obertura 1812” de Tchaicovsky, mientras sobre sus
gorras silban las balas.
ARTRÓPODOS
Hay noches en las que cuando me levanto
inopinadamente, enseguida me planteo si lo hago llevado por una necesidad
imperiosa de orden fisiológico o si se trata más bien de algo incidental que
aprovecho para tal fin. En cualquier caso y siendo siempre así, lo primero
después de sentarme en el borde de la cama es ponerme las zapatillas, no me
gusta andar descalzo a pesar de que el baño esté a escasos dos metros de mi
habitación. Claro que aquí debo reconocer que actúo llevado por razones
absolutamente irracionales, valga la contradicción, pero de tipo práctico por
lo que se verá. Tengo fobia a los bichos, y algo interior me dice que los que
me acompañan en mi domicilio (de eso tengo la total seguridad) aprovechan mi
ausencia durante la noche para salir a pasear. A pasear o como ellos entiendan
el mero hecho de movilizarse de aquí para allá, felices sin duda de las
facilidades ofrecidas. Resulta que siempre temo encontrármelos por el suelo arrastrándose
o corriendo tras de mí tratando de morderme los pies, con todo el peligro que
tal cosa supondría para mi salud, teniendo en cuenta que en esos momentos tengo
además la certeza de que son venenosos. Ya se trate de ratas, ratones, arañas o
simples cucarachas. Y no digamos nada si hablamos de otros artrópodos,
especialmente las arañas peludas del Amazonas o las escolopendras y milpiés del
sudeste asiático.
Debo estar prevenido, pues aunque su existencia en un piso del centro de
Madrid sería sorprendente, no hay que dejar de considerar la maldad de algunos
seres humanos, capaces de introducirlos subrepticiamente en mi domicilio, y a
estas alturas del siglo, la facultad de algunos seres como los mencionados para
la teletransportación. Me pongo pues las zapatillas y en ocasiones incluso el
batín, por si se les antojara andar por el techo o las paredes, y me acerco al
cuarto de baño. Antes de proceder a lo fácilmente imaginable, suelo mirarme en
el espejo en el que normalmente tengo una impresión bastante lamentable de mi
aspecto, lo que para tranquilizarme suelo achacar a la luz un tanto desangelada
del lugar. Siempre me prometo cambiarla pero al día siguiente me parece una
solemne idiotez y la dejo como estaba. Y aquí es cuando sucede lo más curioso,
pues cuando ya estoy preparado para proceder, algo en mi interior se rebela
y no lo hago, vuelvo todo a su lugar, me doy media vuelta y regreso a la
cama sin más preámbulos, siempre atento a la presencia de los artrópodos y
demás fauna. En algunas ocasiones, sin embargo, me acerco al salón, me siento
en el sofá y reflexiono sobre la futilidad de la vida y la negrura de la
noche que puedo percibir a través de la cristalera de la terraza. Son instantes
fugaces que dedico a la filosofía, con la cual trato de compensar mi negativa
anterior. No me parece justo que una persona de mi edad, recién operada tenga
unas necesidades que debieran haber desaparecido, según me indicó el
especialista.
lunes, 17 de septiembre de 2018
CÚRCUMA
Estimado Antonio
Quiero que a partir de este momento sepas que
estoy totalmente a tu disposición o como diría un militar, a tus órdenes. Para
lo que quieras, cualquier tipo de necesidad que tengas, incluso aunque solo sea
para ocurrencias que otros pudieran juzgar como inapropiadas. Sin ir más lejos,
a lo mejor te apetecería indicarme lo primero que se te pase por la cabeza, una
necesidad de primera mano o una fruslería propia de una mulata brasileña, que
aquí estoy yo para tu servicio. Mándame a por tabaco aunque no fumes, y ahí
estará tu amigo poco después con una cajetilla de Marlboro o de Chesterfield, o
de lo que cojones se fume hoy en día, que yo también hace mucho tiempo que lo dejé y no estoy para
humos en estos momentos.
Te lo
digo de verdad, aunque te vea con cara de sorpresa ante mi ofrecimiento, pero
comprendo que en el mundo en hoy, preñado de indiferencia y falta de empatía,
ofrecimientos como el mío se salen de lo corriente y pueden justificarlo. No te
digo, Antonio, que me tomes por lo que no soy, que nos conocemos desde hace
mucho tiempo. Por ponerte un par de ejemplos, no me digas que me afilie al
partido comunista ni quieras tomarme como esclavo sexual, que yo soy un hombre
muy hombre y no estoy para veleidades de género ni para travestismos, que este
bigote que me caracteriza no me tocó en una tómbola, como bien sabes. Y si
tienes algunos antojos pues después de la ducha te acercas a la sauna de aquí
cerca, que creo que te dan unos masajes de cojones a base de aloe vera y aceite
de cúrcuma. O al revés, no me hagas mucho caso.
Por
otro lado, insisto, siempre a tus órdenes, y no solo en el aspecto meramente
práctico de lo que se te ofrezca, sino en toda la parafernalia metafórico/simbólica
que las acompañe. Tú ordenas y yo te respondo con una reverencia o el consabido
saludo militar, palma de la mano a la visera (de canto o de frente según el
ejército con el que me identifiques). Antonio, mándame algo, cojones, que te
limpie los zapatos, por ejemplo, que lo haré de mil amores, o que te escriba
una versión nueva de El Quijote, nacido este en Viladecans, o unas apostillas a
la “Crítica de la razón pura” de Kant o a la “Teoría de la Justicia” de John
Rawls, tan de actualidad. Y deja ya de admitir en tu empresa esos oprobiosos panfletos
y opúsculos que publicas de pobres desgraciados incapaces de hacer la o con un
canuto. Por favor, deja ya salir al tirano que te habita.
jueves, 13 de septiembre de 2018
PROSAS PROCACES Y SUBERSIVAS - LA NOCHE
1.- LA
NOCHE
Yo a las cinco de la mañana es que me descojono. O
a las tres o las cuatro, que en cuestión de horarios no soy nada puntilloso.
Pero que sea de noche, eso sí, que haga oscuro y toda esa parafernalia que lo
acompaña (a lo oscuro, quiero decir). La forma de descojonarme es lo de menos,
pero puedo no obstante precisar que enseguida me pide levantarme, ir al baño y echarme
agua por la cara al tiempo que trato (a veces con gran esfuerzo) de cerrar la
quijada. La risa a esas horas es siempre estentórea, y el riesgo, por lo tanto,
de despertar a los vecinos es máximo. Si se tratase de ronquidos sería
diferente, son molestos, que duda cabe, pero con un poco de imaginación pueden
confundirse con las olas del mar, y ahora que termina el verano tomarse como
una prolongación de las vacaciones en la costa.
Otra
cosa que me sucede con esto de la risa nocturna, es algo que de inmediato puede
provocarme otra superpuesta, el puro hecho de que para tratar de contenerme me
aferro a las sábanas con una energía que hace temblar no solo al colchón sino
al somier que está más abajo, con el riesgo de que toda la estructura se vaya
al carajo, valga el pareado (o al garete, sin él). Pues bien, el episodio este
de las carcajadas a destiempo viene a durarme algo así como de un cuarto a
media hora, y es inútil que durante dicho periodo trate de despistarme leyendo
a Perez Galdós o a Apolonio Morales, porque soy incapaz de juntar las letras y
no digo nada de comprender las palabras. Del tal Apolonio, por otro lado, no
tengo nada. No obstante puedo certificar que el incidente suele terminar con
una serie de hipidos, que sin duda acabarán siendo lo más sobresaliente y lo
que sin duda alguna recordarán los vecinos de los pisos superiores, inferiores
y adyacentes al mío. Pregúnteles usted, si tiene algún interés, por la
escandalera que noche sí y noche también se organiza en el quinto letra b, y
verá usted los sacrilegios de los que son capaces honorables padres de familia
que van a misa y comulgan con frecuencia los domingos. Y los ingenieros
informáticos por meter a alguien más en el ajo, aunque sean más de misas
negras.
En
algunas ocasiones, sin embargo, de carcajadas nada. Lo que me sucede entonces,
es que me despierto chapoteando en un charco de sangre, pues al parecer mi
organismo tiene antojos y le da por organizar matanzas nocturnas de sí mismo, y
menudo cristo se arma en la cama. Yo, como es natural, lo primero que hago es
buscar el arma homicida, pues debe tratarse sin duda de un asesinato, aunque
sea fallido. Lo mejor sería toparme, o eso pienso en esos instantes, con una
faca albaceteña o un krys malayo, ya puestos en plan exótico e implicando a los
menudillos. Pero todo lo anterior con suma frecuencia puede solo ser un sueño
macabro, y de lo que se trata en sí, el numen del acontecimiento, es una
intensa tormenta de ventosidades que organiza un tremendo revuelo en la
habitación con el consiguiente descalabro de todos los Lladrós y y bibelots de
todo tipo a los que, por ser muy fino,
y hortera, soy muy proclive en mis aposentos.
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