-Me llama Katty
y me dice que tiene el convencimiento de que los asesinatos de Almería tienen
algo que ver con el choque de trenes en las cercanías de Moscú, que es algo
demasiado evidente. Pienso de inmediato que esa chica está loca. Hace un par de
años que no sabía nada de ella, y de buenas a primeras, sin ni siquiera
saludarme, me viene con esas. Disimulo, finjo no oír nada por problemas, cuelgo
y sigo escuchando los conciertos para trompa de Mozart. A los pocos minutos me
doy cuenta que no soy capaz de concentrarme y apago el equipo de música. Estoy
perplejo y casi temblando. El silencio hace que se recrudezcan mis acúfenos
habituales. Un sonido agudo y penetrante que en algunas ocasiones tengo la
sensación de que podría volverme loco. Como a Katty, la pobre, que creo que ya
lo está. Vuelvo a poner a Mozart.
- Katty vuelve a
llamar y me dice que antes tuvo que colgar pues alguien la estaba espiando, y
no quiere que nadie más que yo se entere de lo que le pasa. Tiene la certeza de
que ETA la persigue, y que también lo hacen los propietarios del club donde
tiempo atrás servía copas, bailaba y hacía pasarela. Vuelvo a decirme que esta
mujer esta mal de la cabeza. Rematadamente mal y alguien debería ayudarla, por
eso esta vez no cuelgo y la sigo la corriente durante un rato. Dice que está
segura que todo lo anterior está escrito en algún lado, y que si la dejara
venir a casa podríamos comprobarlo en mi ordenador. Se trata de algo en el
fondo relacionado con la tabla periódica de elementos, “con la química y todo
eso” concluye. Le digo que me llame la próxima semana porque en unas horas
tengo que salir al extranjero por un asunto de trabajo urgente. No le doy
tiempo a contestar y cuelgo. Vuelvo a poner algo de Mozart, esta vez las
sonatas para violín y piano. No puedo concentrarme y lo apago. Vuelven los
acúfenos, pero esta vez me mantengo en silencio dispuesto a soportarlos, o a
ver adonde podrían conducirme. Al poco rato decido abrir la ducha del cuarto de
baño cercano. El ruido del agua cayendo me relaja. A los sufrientes de tinitus,
Aristóteles les recomendaba la
proximidad de las fuentes. No es lo mismo, pero trato de echarle imaginación y
funciona.
El lunes por la
maña Katty se presenta en casa. Llama desde el telefonillo de la calle y me
ruega que le abra enseguida porque unos tipos la persiguen y ya están llegando.
Lo hago, y ya adentro me pregunta inmediatamente donde está el ordenador. “Es
la única manera, aunque tú no te lo creas” me dice. Según ella todo se trata de
una conspiración mundial para destruirla. En principio trato re razonar
mínimamente, pero pronto me doy cuenta que es inútil. Sentada frente al
ordenador se mete en algunas webs que dice conocer y teclea frenéticamente sin
ton ni son al tiempo que exclama con euforia “¿ves? ¿ves?”. Lo cierto es que yo
no veo nada excepto su locura. Cuando termina con la convicción de haber dado
con la clave del complot, se dirige a mi hablando torrencialmente de la misma
manera que lo haría con cualquier otro que tuviera cerca. De repente empieza a
cabecear. Dice que está agotada y que quiere dormir. La llevo a la habitación
del fondo y se echa en la cama que tengo allí preparada. Salgo y me tomo de
inmediato un valium con dos vasos de vino, luego me voy a mi habitación y
cierro con pestillo por dentro. Tengo miedo. Vuelven los acúfenos y esta vez
soy incapaz de recurrir a Aristóteles.
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