-El mundo no es
lo que debiera ser, dijo A.
-Lo que debería
ser, corrigió B.
-A: Es lo mismo.
-B: No, si lo
fuera no existirían los tiempos verbales.
-A: Los tiempos
verbales son un invento de los gramáticos para ganarse la vida y complicársela
a los demás.
-B: El mundo no
es lo que debería ser, insisto.
-A: La semántica
lo único que ha hecho es traer la confusión a este mundo. Después e todo el
tiempo no existe, y por lo tanto los tiempos verbales son inútiles.
-B: Eso en todo
caso es física, y no de la mejor. Para lo que a nosotros nos interesa, no es lo
mismo ahora que ayer o mañana, y en cada caso existe una forma precisa para expresarlo.
Lo demás es confusión.
-A: Ganas de
complicarse la vida. Bastaría con el sustantivo.
-B: Es
discutible, pero tal hecho se prestaría a confusiones terribles.
-A: Lo terrible
también depende del criterio con que se aborde el tema de que se trate. En
realidad todo es una cuestión de criterios. El mundo sería muy diferente si la
gente comprendiera algo tan simple.
-B: Por lo que
dice, mi criterio respecto a usted es que es usted excesivamente simplificador,
porque el análisis de lo que sea requiere un mínimo de discriminación. No es lo
mismo un perro que un gorila.
-A: Mamíferos,
eso es todo.
-B: Esa es una
forma de ver las cosas insuficiente y de corto alcance.
-A: Es posible,
pero mi vida es mucho más sencilla desde que me lo tomo así.
-B: Quizás deba admitir que tiene usted algo de razón,
pero no toda la razón.
-A: Matices para
justificar su incapacidad. Adoro lo simple. Hay que purgar al lenguaje de una
complejidad innecesaria. Mi sistema es la decantación resultante de una idea
que puso en marcha Wittgenstein el siglo pasado.
-B: Cuestión de
alambiques y retortas, por lo tanto…
-A: Ya empieza
usted con sus complicaciones.
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