lunes, 19 de octubre de 2020

GUERMANTES

 Me preocupa este desasosiego matinal que me sorprende como una boa constrictora al doblar una esquina en Manhattan. Como ella me aprisiona y aovilla, sabedor de que es en esos primeros momentos donde todo se juega. Tengo aún opciones para escapar, es cierto, pues el dribbling y el gambeteo siempre fueron dominados por una piernas, las mías, hechas para el regate en corto. Que no se me pidan, sin embargo, galopadas a lo largo de la banda que para eso ya con otros fue suficiente. Elegidme, si tal fuera necesario para el ingenio breve y fulgurante, esa capacidad para parecer lo que no se es, o siéndolo, parecerlo aún más. Ya sé que puestos a ello cada cual es capaz de buscar alternativas, y los itinerarios pueden rectificarse cuando se sabe que el peligro acecha detrás de una esquina. Se desprecia a mi modo de ver, el paso lento y mesurado, como si solo la velocidad y no la amplitud de zancada fuera lo importante, aunque ya sé que el compás no siempre puede abrirse todo lo que uno desearía. El aprendizaje de la lentitud es algo en general poco considerado, se olvida esa íntima satisfacción, casi deleite, de detenerse y apreciar el paisaje, urgidos por una prisa que solo nos conducirá al despeñadero. Dada la boa y las esquinas, no haríamos mal en suponer a priori que toda precaución es poca, pues con la primera es inútil eternizarse en divagaciones, teniendo tales seres como único argumento el aumento de la presión por centímetro cuadrado, y con las segundas ser conscientes de la opacidad del 95% de los materiales sólidos habituales en las esquinas y chaflanes. Si actuamos como alguien que sabe apreciar la importancia de los razonamientos, es más que posible que permanezcamos a una distancia racional de la, digamos, fiera, y que incluso podamos pasear a su alrededor tranquilamente, y observar las maravillas de la madre naturaleza puede conferir a los seres vivos, anden naden o vuelen. O como es el caso se arrastren por el suelo. Los ofidios nos pueden enseñar la importancia de la lentitud a la que más arriba se aludió, pues es bien sabido que por mucho que se apuren, nunca podrán competir con un antílope, ni, guardando las distancias, con las arañas tejedoras, aunque resulten netamente superiores a las tortugas. Prevenido pues por sustos precedentes, tomo la calle de amanecida en el preciso momento en que los servicios municipales de limpieza recitan las últimas estrofas de los poemas que Federico García Lorca dedicó a Nueva York, cuando las boas deciden por fin regresar a las alcantarillas, donde mantienen una relación ambivalente con las ratas, pues lo mismo confraternizan con ellas que se las tragan sin decir ni siquiera esta boca es mía. Duro y bello oficio este de paseante que nunca alcanzará en este lugar del mundo la belleza europea de Guermantes, y para nada recordará a los paseos y ensoñaciones de Jean Jacques Rousseau, cuando estimaba en un rapto de melancolía y abandono que se hallaba solo en el mundo, sin más hermano, amigo ni sociedad que él mismo

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