jueves, 28 de febrero de 2019

INSTRUCCIONES PARA BAJAR UNA ESCALERA UNO y DOS


UNO: PROLEGÓMENOS Y PRIMER PASO
Bajar una escalera resulta sumamente sencillo si usted tiene menos de setenta años y la diferencia de nivel entre escalones no supera los treinta centímetros aproximadamente. Y si usted tiene piernas, como es natural, pues bajarlas en silla de ruedas no es una tarea demasiado sencilla, y casi lo mismo se podría decir de hacerlo con muletas, aunque no tanto. A lo que habrá que añadir que si usted no ha cumplido todavía los dos años de edad y tiene ciertas dificultades para mantenerse en pie, tampoco resulta fácil. Mejor permanezca en casa y ni se asome al descansillo en ausencia de su mamá, pongo por caso. Bajarlas rodando podría ser un éxito dada la plasticidad de sus huesos y la flexibilidad de sus articulaciones, pero aún así al llegar abajo podrían presentarse ciertas complicaciones aunque todavía respire y las fracturas no sean la norma.
        Pero poniéndonos en el mejor de los casos, recuerde que una escalera es un artificio muy antiguo que puede reportarle múltiples beneficios, especialmente para sus sistemas cardio respiratorio, musculoesquelético y circulatorio. Para ello bastará con situarse en el rellano donde usted decida iniciar la bajada, agarrándose bien al pasamano y comenzar a andar siempre con la idea en la cabeza de que el peldaño siguiente siempre (siempre) se encontrará a un nivel inferior al que estaba. Si no fuera así, sino todo lo contrario, significará que usted no va a bajar las escaleras, sino a subirlas, cosa absolutamente diferente, como más adelante tendremos la oportunidad de verificar. Dicho lo anterior quizás sea superfluo indicar que si no se da ninguno de ambos casos, lo que sucede es que usted permanece en el mencionado descansillo, o está en el salón de su casa sufriendo alucinaciones. Aunque también es posible que ya se encontrara en la calle sin haberse dado cuenta. En tal caso, si hace buen tiempo y la temperatura es agradable, puede aprovechar el rato para darse un paseo por los alrededores, ocupación muy agradable algunas tardes. Concretamente poco antes de puesta de sol en mi caso si ya es primavera, aunque para eso, como para todo, hay gustos.
          Pues bien, como íbamos diciendo, una vez dado el primer paso y descendido de nivel, verá que la dificultad es mínima cuando en el peldaño alcanzado apoya toda la planta del pie y no solo la puntera o el talón del mismo, pues en tal caso podría perder el equilibrio y proyectarse escaleras abajo con las consecuencias desagradables especificadas con anterioridad, agravadas en función de la edad. Si, sin embargo, el descenso mencionado ha sido un éxito, puede aprovechar el momento para disfrutar del horizonte delante de sus ojos, que siendo prácticamente idéntico al anterior le ofrece la oportunidad de gozar de una perspectiva mínimamente diferente de los estucados de la pared un poco más abajo, suponiendo, claro está, que habite en un piso lo suficientemente señorial para gozar de adornos tan elegantes. Algo nada desdeñable recordando la monotonía habitual de nuestras vidas, pues a un día sigue otro, etcétera etcétera como ya se han encargado de hacérnoslo saber los filósofos escépticos, los poetas agoreros y los suicidas. E incluso el Eclesiastés, si no recuerdo mal. El  cantar de los cantares es otra cosa, desde luego.

DOS: EL DESCENSO EN sí mismo, SEGUNDO ESCALÓN INCLUIDO

Bajar las escaleras, como cualquier otra actividad, por cierto, requiere una motivación que finalmente nos llevará a dar el segundo paso, aunque quizás aquí sea conveniente matizar que algunas personas para bajar cada escalón dan dos pasos, pues no dan por finalizada dicha operación hasta que tienen la planta de los dos pies bien asentadas (o lo que es lo mismo, los dos pies enteros) en el escalón alcanzado. Digamos, por ejemplo, quienes tienen dificultades en las articulaciones de las piernas o problemas circulatorios en las susodichas. Si tal motivación falta o no es lo suficientemente fuerte, la persona con toda probabilidad rectificará y volverá sobre sus pasos (o paso), situándose de nuevo en el rellano, para volver de inmedito a su domicilio tras abrir la puerta (dado que hasta le fecha no se tiene noticia, excepto en las novelas fantásticas, de que los cuerpos sólidos las atraviesen sin seguir el procedimiento mencionado). Reconocer la incapacidad para descender al segundo peldaño puede ser considerado como un fracaso en toda regla y constituir una prueba terminante de la pusilanimidad del descendente, caso que puede originar diversos trastornos entre los que la visita al psiquiatra no estaría descartada.
          Pongámonos pues en el supuesto más favorable para las intenciones de este texto, es decir, que el interesado decida continuar descendiendo y ni remotamente se le ocurra rectificar y bajar en ascensor. Hasta ahí podíamos llegar, dicho lo dicho. Pues bien, bajar al escalón numero dos en el sentido de la marcha no es una cuestión tan banal como pudiera parecer, sino la confirmación de que el propósito en llegar hasta abajo es firme. Y aquí se debe incidir en el hecho de que en esta situación, como en muchas otras de la vida, lo importante no es solo empezar sino perseverar. Alcanzar el segundo supone la ratificación de que todo está en orden y que la secuencia de nuestro movimiento nos llevará poco después hasta el portal. A partir de ese momento, todo podría ser coser y cantar si nos mantenemos vigilantes y no descuidamos la disciplina de marcha, por decirlo de alguna manera. No hay que olvidar que tras los primeros éxitos, nuestra mente experimenta con frecuencia un exceso de confianza y tiende a pensar que ya está todo hecho. Y la realidad suele demostrarnos que de eso nada. Es frecuente que con el ejercicio las piernas se vuelvan bailarinas, como si más que pertenecernos a nosotros pudieran pertenecer, que digo yo, a los inmortales de la danza, pongamos que  Fred Astaire, y ensayemos un salto de varios peldaños o nos pongamos a bailar claqué, con las consecuencias previsibles y la intervención del 112. Y quien dice Fred Astaire, dice Cyd Charisse, que no quiero aquí pecar de machista y tener dificultades de ahora en adelante con las feministas. Ojo.
          Suponiendo que tal cosa no pasa, y que usted no considera la danza contemporánea ni el claqué como una afición a la que no puede sustraerse, se haya en disposición de culminar felizmente su singladura. Durante ella, es fundamental, dada su previsible edad, que no suelte el pasamanos y piense que ya está todo hecho, especialmente en los cambios de dirección de la escalera (y no le digo nada si se trata de una de caracol), lugares muy adecuados para romperse la crisma al menor despiste. Es conveniente por lo tanto estar siempre muy atentos al siguiente peldaño y los sucesivos, olvidando aquellos felices años de la adolescencia en que se podía descender 3 o 4 escalones de un salto. La inercia al movimiento- primera ley de Newton- no varía con la edad, pero la capacidad para dominarla (vulgo aterrizaje). Su actividad cerebral debe concentrarse exclusivamente en el mero hecho de bajar las escaleras, sin permitirse excursiones mentales a otros ámbitos, olvidándose absolutamente de sus dificultades con la hipoteca o el dolor de espalda que le aqueja esa mañana desde el mismo momento de salir de la cama. Manténgase en el aquí y ahora  del budismo zen según la finalidad deseada parece acercarse, y recuerde la lamentable situación de un ciclista que a punto de ganar una carrera se cae aparatosamente a pocos metros de la meta. Piense positivamente y recuerde en todo caso e  lo afortunado que será cuando tenga que realizar el camino inverso, es decir, subir la escalera que tan pundonorosamente ha bajado, y para ello cuente con a inestimable ayuda del ascensor. Olvídese en ese caso de las recomendaciones de los médicos aconsejándole todo lo contrario. Ya hablaremos.


martes, 26 de febrero de 2019

SUCESOS

Qué sucedió  entonces para que ahora todo sea tan diferente, es algo para lo que no tengo una respuesta adecuada. Los datos en origen es posible que tengan consecuencias previsibles en función  de ellos mismos, pero no siempre sucede así, porque los criterios para enjuiciar aquel momento pueden no tener nada que ver con los actuales. Que te quería, es evidente, teniendo en cuenta que abandoné por ti un porvenir que, de acuerdo con la opinión  más generalizada, se me presentaba brillante. Aprobar las oposiciones a notario a los veintiséis años no es algo demasiado frecuente, pero abandonar la profesión  poco después para dedicarse a la venta ambulante, lo es mucho menos. Pero ¡qué podía hacer yo en aquel momento! apenas un chiquillo al que el mundo se le antojaba demasiado grande, a pesar de tener una inteligencia notable y una memoria de elefante que me hicieron sacar la mejor nota. Te empeñaste en que, en el fondo, era indigno vivir de la necesidad estatal de dar el visto bueno a todo tipo de actividades de los ciudadanos, como una forma de control de su vida y sus actividades. Preferías algo menos remunerado, pero que colaborase a la “elevación  del mundo” (en tus propias palabras). Para ti, ocupar un puesto de repartidor de una editorial de cierto prestigio, me hacía mucho más importante, y no dejando de ser una labor un tanto rutinaria y semi administrativa, colaboraba, en tu opinión, a que el mundo subiera un peldaño,  y nos alejara definitivamente de un regreso intempestivo a nuestros antepasados de la cuenca del Rift. Recuerdo el entusiasmo con el que algunas tarde me recibías, sudoroso y agotado, después de pasarme doce horas pateando los barrios de Madrid, y como en esos momentos, antes de quedarme dormido un buen rato, me preguntabas con ilusión cuántos “Ulises” había vendido o  cuántos “Procesos”, porque la verdad es que eras una persona muy polarizada hacia la literatura que un cinéfilo, en su ámbito, llamaría “de autor”. Los clásicos, la literatura costumbrista o  simplemente de aventuras, no te llamaban la atención, preferías a los autores que de alguna forma pusieran en duda el suelo que pisábamos, por eso también te gustaba que vendiera literatura fantástica, donde la mente se evade del mundo cotidiano y busca salidas a la rutina de nuestro quehacer diario.  La literatura gótica, Lewis Carroll e incluso Asimov y sus compadres, te parecían que podían introducir en el mundo valores que lo redimíesen del simplismo y cotidianidad de las novelas decimonónicas y de los “roman fleuve”. Acepté tu punto de vista,  porque entonces no existía para mí nada superior a tu opinión ; la verdad era, a pesar de todo,  que en no pocas ocasiones, yo me preguntaba el por qué de mi sacrificio, pues con mi título y colegiación, podíamos vivir una vida muelle (expresión  que sé que detestas por costumbrista, y por la cuál aun siento el impulso natural de pedirte perdón) y disfrutar de cualquier tipo de literatura que nos agradara, sin necesidad de recurrir al puerta a puerta, como si fuera un propagandista de los Testigos de Jehová o  de cualquier Iglesia Evangelista. Pero al mismo tiempo era consciente de que eso te parecería por mi parte una abdicación  en aras de un savoir vivre que juzgabas detestable. Estaba claro que ante ti, mi trabajo me redimía de una culpabilidad personal que debía purgar, como si en el fondo fuera un redentor llegado al mundo para exonerarse a sí mismo de un pecado original nunca explicitado. Heme pues aquí, deudor de un pecado del que no tengo conciencia, pero que tu te empeñas en recordarme cuando regreso exhausto y me recompensas con una sonrisa que no acabo de entender ¿Te alegra verme derrengado, casi exhausto, pero capaz de haber vendido tres ejemplares de “La montaña mágica”? durante una jornada en la que he recorrido a pié y a más de treinta grados todo el distrito centro de la capital de España?
 Llegados aquí debo confesarte que he decidido poner fin a esta especie de aventura como veterano propagandista una fe literaria: la tuya. Sobre la mesa del salón  verás cuando vuelvas de la peluquería, un buen montón  de libros que puedes quedarte, y que sé sin duda que te agradarán, pues, como amante que eres de la literatura de vanguardia,  no harás ascos  a  títulos que te retrotraerán a tus buenos tiempos de profesora de Literatura Contemporánea. Encontrarás asimismo varios boletines de suscripción  del Circulo de Lectores, del que a partir de este momento, si lo deseas, podrás ocupar mi puesto. Las cosas han cambiado, olvídate de mí: vuelvo a la notaría.