Salimos con el niño a la
calle, andamos un poco por la acera y al llegar a la esquina nos paramos y nos
quedamos a su lado para que vea pasar a la gente. El niño les mira y dice cosas,
la mayor parte de las veces totalmente incomprensibles. La gente también mira,
primero a él y luego a nosotros, que somos sus padres. No dicen nada, pero en
su mirada se adivina que les gustaría saber exactamente qué le pasa a Beltrán,
por qué está así y es tan raro. Pero no dicen nada, se alejan y muchos menean
la cabeza como si después de todo, la cosa estuviera suficientemente clara.
Algunos días cuando hace fresco o a él se le antoja, le bajamos con una boina,
y cuando le miro a veces tengo la impresión de que no parece un niño sino un
señor mayor muy pequeñito. Posiblemente por eso le llamamos Beltrán, que es mi
apellido, y que a él, cuando se enteró siendo casi un bebé, le dio por
repetirlo con cierto entusiasmo. A continuación con frecuencia me da por pensar
en lo que le hemos dado de comer ese día, pero especialmente durante toda su
vida, no fuera a ser que su aspecto de retrasado, a pesar de lo que nos ha
dicho el médico, fuera una cuestión de alimentación. Nosotros comemos sobre
todo garbanzos y él participa de ellos con entusiasmo. Manuela, que es mi
mujer, me dice cuando se lo comunico que no diga tonterías, que no hay cosa
mejor, que las legumbres son fenomenales y que el niño siempre ha comido bien.
Que en todo caso será de otra cosa, que busque en mi familia que abunda en
gente poco espabilada. En esos momentos se pone muy nerviosa y se dedica a
ponerle y quitarle la gorra a Beltrán sin parar, hasta que éste se la quita de
un manotazo.
Lo que más me irrita del chico es cuando se
empeña en que nos vayamos un poco más arriba ¿Un poco más arriba? suelo decir
yo ¡si después de todo estamos en una puta acera que es igual por todos lados!
Pero Manuela me dice que no nos cuesta nada y que hay que hacerle caso, no vaya
a ser que el niño se ponga de mala hostia (literal) y arme la
marimorena. Un día le dio un ataque tremendo y se levantó de la silla ¡Dios mío,
gritamos Manuela y yo al mismo tiempo, milagro, milagro! Pero la cosa no se ha
repetido y Beltrán sigue en su sillita como siempre. Precisamente desde entonces
por razones que me son totalmente ajenas, tengo la impresión que a mi mujer le
ha crecido la nariz o la tiene más ancha, como si en vez de ser ella fuera otra
mujer, pero no le digo nada no vaya a ser que tal cosa le confirme que el
primero que anda mal de la cabeza soy yo mismo, y lo del crío es la herencia
que le he dejado, si seré desgraciado.
A veces Beltrán me pone de los nervios,
pues se dedica a abrir mucho la boca y enseñar los dientes, enormes para su
edad, apenas seis añitos, y dice a todo el mundo ¡mira, mira! Yo a veces doy
explicaciones a la gente y les digo que no tienen nada que ver con la
alimentación, que el chico come estupendamente tres o cuatro veces al día pero
que han salido así de raros. Y en ocasiones lo que ya me desquicia es que él
repite como loco así, así, pero con acento andaluz ¡azí, azí!... que no sé de
donde cojones lo ha sacado porque nosotros de andaluces nada de nada. De Zamora
mismamente. Hasta que ya harto, le digo calla ya, jodido, que a los
señores no les importa donde has nacido si en Sevilla, miento, o en Tegucigalpa
¡Tegucigalpa, Tegucigalpa! dice el tonto los cojones, porque esa es la puta
verdad por mucho que me cueste reconocerlo, y después bese y abrace a este
desgraciado hijo mío. Me paso todo el día enseñándole a comportarse, pero todo
inútilmente, y no digo nada de los días que le da por hacerse todo encima ¡Que
me cago, que me cago! chilla el muy cabrón, y claro que se caga, que ni
siquiera es suficiente con el montón de pañales que le ponemos. Debe ser cosa
de los garbanzos pienso yo. “Creo que vamos a tener que cambiarle la dieta”, le
digo a Manuela, que siempre me responde que no diga más sandeces y vaya a
limpiarle el culo. Esto, con ser una buena faena, no es nada comparado con los
momentos en los que a Beltrán se le va la olla totalmente y se pone a
insultar a la gente. “¡Cabrón, sinvergüenza, a ti te iba yo a dar! ¿Y tú qué
coño miras…a tu madre debías mirar, hijoputa!
Este angelito nos va a matar a disgustos.