No se sabe exactamente en qué momento Juanito
perdió la cabeza definitivamente. Siempre fue una persona muy original, desde
luego, y ya desde niño destacó entre sus amistades por sus extravagancias, las
más notables de las cuales eran salir a la calle con paraguas aunque no cayera
ni una gota de agua, y subir las escaleras hasta arriba en todos los edificios
de cierta altura. Su familia aceptó pronto que el problema no tenía solución, y
lo más que hicieron fue suministrarle unas pastillas recetadas por el médico de
toda la vida, que les dijo que más valía eso que llevarle al especialista (no
se atrevió a decir psiquiatra), que con toda seguridad le acabaría poniendo una
camisa de fuerza e internándole en Conxo, el hospital de locos más cercano.
Con el
tiempo, sin embargo, el asunto empezó a cobrar un cariz que no podía ignorarse,
pues afectaba a los demás de muchas maneras, sobre todo chicas jóvenes y gente
menuda. Sucedió que siendo ya un hombre hecho y derecho, tras una adolescencia
bastante agitada en la que le dio por hablar sin ton ni son, comenzó a
ejercitarse en una variante de sus chaladuras que no podía dejar indiferente a
nadie con dos dedos de frente. Resulta que en una ocasión en la que desapareció
durante todo un día, le encontraron al siguiente en un campo de amapolas
hablando con ellas con la bragueta abierta y sus partes a la intemperie, como
si fueran estas las que mantenían la conversación. “Este también tienen
derecho a conocer mundo” contestó él como toda explicación a los que le
preguntaron por tan extraño proceder. Juanito hacía las voces de ambos
interlocutores variando el tono y la intensidad según quien fuera el que
hablaba. El pene como es de suponer hablaba con una voz bien timbrada y energía,
como es de esperar en quien ya ha tenido las suficientes experiencias en los
ámbitos que le son propios. Al parecer, interrogaba a las flores por su
capacidad de polinización y en el caso de que esta no tuviera lugar por ser
silvestres y seguir otro método de reproducción, por las moscas, mosquitos,
avispas y demás insectos, que sin duda se les acercarían atraídas por su color.
No fue fácil lograr que Juanito se aviniera a razones, y solo la mención que
alguien hizo de la posibilidad de un resfriado por tener elementos tan sensibles
al aire, logró convencerle de que envainara, valga la expresión.
Juanito, después de este incidente, al que siguieron otros de la misma
índole o parecida, continuó con sus originales actividades, casi todas
relacionadas con la parte inferior de su anatomía. El ayuntamiento del pueblo,
como medida preventiva, decidió regalarle una jardinera y un notable surtido de
macetas para la terraza de su domicilio, situada al respaldo del edificio lejos
de miradas indiscretas, encargándose que en cualquier época del año estuvieran
bien surtidos de flores, especialmente geranios y pensamientos que, ni que
decir tiene, mantenían largas conversaciones con quien es de suponer que,
cuando se sentía contrariado por alguna de las respuestas, les mostraba su
enojo con un chaparrón que las marchitaba casi de inmediato.
Ni que
decir tiene que Juanito acabó en Conxo a pesar de las advertencias del médico
de cabecera familiar cuando todo comenzó.
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