sábado, 17 de febrero de 2018

OFIDIOS



Me preocupa este desasosiego matinal que me sorprende como una boa constrictor al doblar una esquina en Manhattan; como ella, me aprisiona y aovilla, sabedor de que es en esos primeros momentos donde todo se juega. Tengo aún opciones para escapar, es cierto, pues el dribbling y el gambeteo siempre fueron dominados por unas piernas, las mías, hechas para el regate en corto. Que no se me pidan, sin embargo, galopadas a lo largo de la banda, que para eso con otros ya fue suficiente. Elegidme, si tal cosa fuera necesaria, para el ingenio breve y fulgurante, esa capacidad de parecer lo que no se es, o siéndolo, parecerlo aún más. Ya sé que, puestos a ello, cada cual es capaz de buscar alternativas, y los itinerarios pueden rectificarse cuando se sabe que el peligro acecha detrás de una esquina. Se desprecia a mi modo de ver, y yo me incluyo, el paso lento y mesurado, como si solo la velocidad, y no la amplitud de la zancada, fueran lo importante, aunque ya sé que no siempre el compás puede abrirse todo lo que uno desearía. El aprendizaje de la lentitud es algo en general poco considerado, se olvida esa íntima satisfacción, casi deleite, de detenerse  y apreciar el paisaje, urgidos por una prisa que solo nos conducirá al despeñadero. Dadas la boa y las esquinas, no haríamos mal en suponer a priori que toda precaución es poca, pues con la primera es inútil eternizarse en divagaciones, teniendo tales seres como único argumento el incremento de la presión por centímetro cuadrado, y con las segundas, ser consciente de la opacidad del 95% de los materiales sólidos. Si actuamos como es previsible en alguien que sabe apreciar la importancia de los razonamientos, es más que posible que permanezcamos a una distancia prudencial de la digamos fiera, y que incluso podamos pasear a su alrededor tranquilamente, y observar las maravillas que la madre naturaleza puede conferir a los seres vivos, anden, naden o vuelen. O como es el caso, se arrastren por los suelos. Los ofidios nos pueden enseñar la importancia de la lentitud a la que más arriba se aludió, pues es bien sabido que por mucho que se apuren, nunca podrán competir con un antílope, ni, guardando las distancias, con las arañas tejedoras, aunque resulten netamente superiores a las tortugas. Prevenido pues por sustos precedentes, tomo la calle de amanecida en el preciso momento que los servicios municipales de limpieza recitan las últimas estrofas de los poemas que Federico García Lorca dedicó a Nuevo York, cuando las boas deciden por fin regresar a las alcantarillas, donde mantienen una relación ambivalente con las ratas, pues lo mismo confraternizan con ellas que se las tragan sin decir ni siquiera esta boca es mía. Duro y bello oficio este de paseante que nunca alcanzará en este lugar del mundo la belleza europea de Guermantes, y para nada recordará a los paseos y ensoñacianes de Jean Jacques Rousseau, cuando estimaba en un rapto de melancolía y abandono, que se hallaba solo el mundo  sin más hermano, amigo ni sociedad que él mismo.

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