jueves, 22 de febrero de 2018

PUNTOS DE FUGA



No te rasques con desmesura que te vas a arrancar los ojos de la cara.

Amanece que no es poco, pero tampoco anochece.

Los puercos espines no tienen pelo, pero joder lo que rascan.

La virtud es directamente proporcional a las masturbaciones inhibidas, dijo el manco sin ningún orgullo, mostrando sus muñones.

Los hermafroditas no tienen un sexo definido, pero los saxofonistas lo tocan con frecuencia.

Llegó a la estación, sacó un billete, se montó en un tren y se marchó: adiós muy buenas.

Se despertaba con un ligero dolor de cabeza que desaparecía en cuánto ésta tal y tal.

Más allá del horizonte, por encima de las nubes, pero en realidad justo aquí.

La novela comienza por el final y termina por el principio, por lo que es recomendable leerla al revés. De qué revés hablamos es otro cantar.

Espero que todo salga según sus expectativas y que al final cante victoria (de los Ángeles, por supuesto).

Usted tire todo recto y después en un bloque de casas es justo allí. Las de putas quiero decir.

Procede de la siguiente manera. Primero, eso. Después, lo otro y finalmente the end. Lo de más allá no figura.

Habitualmente se despierta riéndose a carcajadas. Los días que no es así también lo hace, pero para adentro.

Queridos amigos, antes de nada manifestarles que lo anterior es un decir. Pero si quieren me callo y no digo nada.

Se trata de un ruido insidioso y frustrante. No son acúfenos pero tampoco acuíferos. Eso que quede claro.

Se le ve con frecuencia en el campo saltando entre las trochas. Las mochas las deja para el final, si llega a definirlas.

Cuan verde era mi valle, dice. No te jode, tratándose de un chileno habitante del desierto de Atacama.

Estaba hoy aquí y mañana allí, pero entre uno y otro día se situaba precisamente en una posición intermedia, nunca la bisectriz.

La minuta consiste en café con leche y pan para el desayuno. De comida, unos frijoles y un vaso de agua. Y a la cama te vas a ir ligerito.

Lo verdaderamente destacable del cuadro era su marco. El que su propietario se llamara Aurelio era pura casualidad y no tenía la menor importancia.

El reloj da las horas, las medias y los cuartos. Y ya puesto a ello, lo que sobre todo da es por donde usted imagina y quizás incluso disfruta.

A partir del año tal la energía de propulsión será exclusivamente procedente del hidrógeno. El gas metano lo dejaremos para las vacas y la capa de ozono.

A partir de un momento dado, se calló y no volvió a decir esta boca es mía. La conferencia, sin embargo, resultó todo un éxito, y los sordos aplaudieron a rabiar.

La perspectiva no era desde luego halagüeña pero tampoco catastrófica. El punto de fuga todavía no se había inventado.

Como insistas te voy a partir la cara, y si no ésta, tu maravilloso rostro de mariquita depravada.

He dicho, dijo para terminar el orador, consciente del efecto positivo que tal expresión suele tener en el auditorio, vacío sin embargo en esta ocasión de entusiastas.

sábado, 17 de febrero de 2018

OFIDIOS



Me preocupa este desasosiego matinal que me sorprende como una boa constrictor al doblar una esquina en Manhattan; como ella, me aprisiona y aovilla, sabedor de que es en esos primeros momentos donde todo se juega. Tengo aún opciones para escapar, es cierto, pues el dribbling y el gambeteo siempre fueron dominados por unas piernas, las mías, hechas para el regate en corto. Que no se me pidan, sin embargo, galopadas a lo largo de la banda, que para eso con otros ya fue suficiente. Elegidme, si tal cosa fuera necesaria, para el ingenio breve y fulgurante, esa capacidad de parecer lo que no se es, o siéndolo, parecerlo aún más. Ya sé que, puestos a ello, cada cual es capaz de buscar alternativas, y los itinerarios pueden rectificarse cuando se sabe que el peligro acecha detrás de una esquina. Se desprecia a mi modo de ver, y yo me incluyo, el paso lento y mesurado, como si solo la velocidad, y no la amplitud de la zancada, fueran lo importante, aunque ya sé que no siempre el compás puede abrirse todo lo que uno desearía. El aprendizaje de la lentitud es algo en general poco considerado, se olvida esa íntima satisfacción, casi deleite, de detenerse  y apreciar el paisaje, urgidos por una prisa que solo nos conducirá al despeñadero. Dadas la boa y las esquinas, no haríamos mal en suponer a priori que toda precaución es poca, pues con la primera es inútil eternizarse en divagaciones, teniendo tales seres como único argumento el incremento de la presión por centímetro cuadrado, y con las segundas, ser consciente de la opacidad del 95% de los materiales sólidos. Si actuamos como es previsible en alguien que sabe apreciar la importancia de los razonamientos, es más que posible que permanezcamos a una distancia prudencial de la digamos fiera, y que incluso podamos pasear a su alrededor tranquilamente, y observar las maravillas que la madre naturaleza puede conferir a los seres vivos, anden, naden o vuelen. O como es el caso, se arrastren por los suelos. Los ofidios nos pueden enseñar la importancia de la lentitud a la que más arriba se aludió, pues es bien sabido que por mucho que se apuren, nunca podrán competir con un antílope, ni, guardando las distancias, con las arañas tejedoras, aunque resulten netamente superiores a las tortugas. Prevenido pues por sustos precedentes, tomo la calle de amanecida en el preciso momento que los servicios municipales de limpieza recitan las últimas estrofas de los poemas que Federico García Lorca dedicó a Nuevo York, cuando las boas deciden por fin regresar a las alcantarillas, donde mantienen una relación ambivalente con las ratas, pues lo mismo confraternizan con ellas que se las tragan sin decir ni siquiera esta boca es mía. Duro y bello oficio este de paseante que nunca alcanzará en este lugar del mundo la belleza europea de Guermantes, y para nada recordará a los paseos y ensoñacianes de Jean Jacques Rousseau, cuando estimaba en un rapto de melancolía y abandono, que se hallaba solo el mundo  sin más hermano, amigo ni sociedad que él mismo.

viernes, 2 de febrero de 2018

K DOS



K está de acuerdo con muchas cosas que oye a su alrededor. Y lo está porque piensa que quienes las dicen tienen sus razones para ello, aunque en la mayoría de las ocasiones si fuera él quien las dijera, le parecerían auténticas locuras.

K no es el verdadero nombre de quien dice llamarse así. De hecho, él nunca dijo como se llamaba, y desde que llegó, los demás decidieron llamarle de esa manera, que él aceptó como si fuera una inscripción en el registro civil, y no tuviera un nombre propio. Quizás en su país de procedencia, por otro lado también desconocido, las personas no se llamen de ninguna manera, y son reconocidas por alguna característica física especial, o mediante una elipsis verbal que describa con cierta precisión una cualidad notable. Pero quizás no absoluta, lo que puede dar lugar a equívocos que podrían tenerles sin cuidado u originar conflictos nada deseables.

K pasea por la alameda muy circunspecto, y aunque la gente con la que se cruza le saluda amablemente, él se mantiene impertérrito sin darse por aludido, lo que ha originado que algunos le tilden de maleducado, a lo que él en cierta ocasión objetó que si respondiera al saludo, dejaría de llamarse como se llamaba. Y a eso no estaba dispuesto de ninguna de las maneras. K siempre será K, afirma muy ufano.

K tiene un concepto bastante ajustado de sí mismo. Esa es al menos su propia opinión y la de los psicólogos que lo han tratado cuando ha tenido alguna duda. Ésta, además, solo ha consistido en llamarse K en lugar de K, lo que no le hubiera importado demasiado. Otra cosa hubiera sido llamarse K, de eso está seguro.

K pasa por momentos difíciles cuando alguien pone en entredicho su pertenencia al género masculino. No debería ser así porque tiene a diario la posibilidad de comprobarlo, pero ha de considerarse que tal hecho tiene más que ver con una percepción psicológica que con la de su propio cuerpo. La profusión de vello corporal, su voz grave de barítono, y la indiscutible presencia de un pene y unos testículos voluminosos, no llegan a disuadirle de ello.

K - SINOPSIS DE OSLO CON PROPINA



K se despierta a medianoche después de haber visto por la tarde un programa sobre ovnis, y tiene la seguridad de ser un marciano infiltrado en la Tierra. Para más inri, sus vecinos de piso  tienen también la impresión de no ser de este mundo, lo que origina unas situaciones que nada tienen que ver con lo anterior, e incluso le permiten escribir alguna historia que recuerda a otra muy famosa de Franz Kafka.



K está obsesionado con el verdadero sentido de de los entes, los seres y las cosas, por lo que termina haciendo una lista de los posibles significados de algunos de ellos, con objeto de tener siempre conciencia de cuanto le rodea y de sí mismo, para que su vida le resulte más fácil y llevadera.



K escribe un tanto al azar todo lo que se le pasa por la cabeza, y el resultado es una especie de dietario que lo mismo puede servir como una mínima memoria personal un tanto deslavazada, que como un libro de cocina.



K es un lector empedernido, que de vez en cuando llega a mezclar sus lecturas con algunas historias de su propia cosecha, en las que lo mismo caben pequeños ensayos filosóficos que mínimos cuentos surrealistas o poéticos. E incluso humorísticos, que dan al conjunto un aire más ligero, por mucho que un tipo solitario sea incapaz de disfrutar de una bonita tarde de verano frente al puerto de Oslo.



K no entiende por qué en este mundo solo se alaba a los vencedores. Él es partidario de la gran mayoría, es decir, de los perdedores. Claro que él es un perdedor nato y su opinión podría considerarse como una suerte de egoísmo.



K pasa temporadas recluido en su habitación, de donde solo sale para comer y hacer sus necesidades. A quien extrañado le pregunta por las razones de tan singular comportamiento, suele responderle que el mundo le cabe en la cabeza. Esta, sin embargo, no tiene nada de extraordinario ni en su aspecto ni en su contenido. El caso es que es físico de partículas y es posible que tal condición sea algo más que una profesión o una metáfora.



K entra en el local, coge uno de los periódicos que están sobre la barra para los clientes, y después de pedir un café bien cargado con sacarina, se sienta y se pone a leer de inmediato con avidez. Pasa las páginas muy despacio, y en ocasiones sigue con un dedo el texto que esté leyendo en esos momentos. En ocasiones parece no estar de acuerdo, y se le oye farfullar algo, aunque nunca llegue a expresar nada medianamente comprensible. Lo sorprendente del hecho es que jamás prueba el café que, sin embargo, paga religiosamente, lo que sume al camarero y la clientela en la perplejidad. Pero, por raro que parezca, nadie parece dispuesto a preguntarle la razón de tal incoherencia. Se ha convertido en un mito, cuyo significado todos quieren mantener oculto. Como tantos otros, por cierto.



K no es una persona gregaria. Aborrece los best-sellers y le espantan las multitudes, por lo que sería imposible verle vociferando como espectador en un partido de fútbol o en una manifestación, con o sin banderita. Odia ser algo más que él mismo, y al parecer en su domicilio se sienta en el sofá o pasea a lo largo del pasillo como Dios le trajo al mundo. Odia la ropa, algo en su opinión absolutamente artificial e impropio de los seres vivos, de los cuales suele poner como ejemplo a los animalitos del bosque. Hay quien  llega a asegurar que en algún momento le ha oído decir que incluso le sobra la piel, algo que sorprende cuando en la farmacia aseguran que compra asiduamente crema hidratante de aloe vera al 100%.



K en ocasione aprecia ser llamado por su nombre completo, Kafka, del que ha hecho su patronímico, eliminando a Franz, que es el verdadero, pero que le parece vulgar. En tales ocasiones, solo admite conversaciones que tengan que ver con el famoso autor checoslovaco del mismo nombre, de quien dice ser sobrino político. Manifiesta adorar a las cucarachas, hecho que hace que quienes le conocen, duden de su parentesco, pues de todos es sabido la repugnancia que le inspiraban a su supuesto tío los blatodeos y los mustélidos.



K de acuerdo, pero KK no, afirma K fuera de sí.