A las cinco de la mañana, Edelmiro Gutiérrez Rendueles, que
padecía de insomnio, tuvo un retortijón. Se levantó de la cama, hizo de cuerpo
abundantemente y acabó limpiándose el culo con las obras completas de Jorge
Luis Borges y Camilo José Cela, ambos premios Nobeles, ensañándose
especialmente con este último. Luego pudo dormir como un lirón hasta bien
entrada la mañana.
A las cinco de la mañana Antonio Peláez y Peláez tuvo un sueño y
se creyó en medio de la selva, donde recordó a su amor perdido, de nombre Jane.
Incapaz de soportar el dolor de la ausencia, se levantó de inmediato, salió a
la terraza y gritó desaforadamente “Aaaaaaaaah…”, el grito de Tarzán. Nadie le
respondió y solo en casa de sus vecinos del quinto piso letra B pudo oírse un
comentario muy significativo: “Ya está el hijoputa de Antón haciendo de las
suyas…”
Aquejado de estreñimiento crónico, Ulpiano Velásquez Besteiro,
tuvo una urgencia en plena noche, que le hizo levantarse y proceder como venía
haciendo desde su más tierna infancia. Una vez realizada la operación, se dio
cuenta de que un zurullo de proporciones equiparables a la catedral de Burgos,
se le había atorado en el recto con el consiguiente padecimiento. Tuvo una idea
desesperada y procedió con el desatascador, logrando finalmente una victoria
laboriosa, que hizo que a partir de ese
momento, mantuviera con el mencionado utensilio un prolongado romance.
Valerio Gómez Mandargas se despertó en plena noche y pudo observar
para su sorpresa que a su lado en la cama dormía a pierna suelta una señora
mayor y entrada en carnes, a la que no conocía en absoluto. No la despertó,
sabedor de los problemas que tal hecho podía acarrear al sistema
cardiorrespiratorio de la interesada. Así que se durmió de nuevo en tal
compañía, pero antes tuvo tiempo de recordar que Cesarían su mujer muy pronto
cumpliría los ochenta y que, más que gorda, era obesa. Tuvo después un descanso
reparador solo salpicado en ocasiones por extraños sueños en los que se veía
vestido de carnicero con todo un arsenal de cuchillos de cocina y armas blancas
a su disposición.
A las cinco de la maña a la señora Evelina Perez Rubiroso le dio
por levantarse de la cama y encerar el parquet de su apartamento, a pesar de no
ser de su propiedad. Una vez terminada la faena, que le llevó más de dos horas,
decidió que debía limpiar la bandeja de plata y en general todos los metales de
su casa, incluida la cubertería, para lo que se empleó a fondo a base de Sidol
y Fairy. Luego, con la idea de meterse nuevamente en la cama, tuvo un repente y
consideró que estaba harta de todas las figuras, adornos y en general cacharrería
de cualquier material de las estanterías, por lo con un martillo de buenas
proporciones, redujo todos a polvo y los tiró al cubo de la basura. Al terminar,
decidió no acostarse y enseguida salió a la calle cargada de una energía nueva
como resultado del reacondicianamiento de su domicilio. Fue consciente, no
obstante, de la dificultad de hallar otros trabajos similares las noches
venideras, lo que introdujo en su espíritu un punto de inquietud.
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