Juan y María son un matrimonio especial. De hecho, ni
siquiera son un matrimonio clásico en el sentido de haber pasado por un juzgado
o por la vicaría, sino una pareja que en realidad tampoco actúa como tal según
lo que suele entender el común de la gente. Viven juntos, es cierto, pero ya
aquí debe decirse que cada cual ocupa un ala diferente de su casa, y apenas
tienen contacto a lo largo del día. Y menos durante las noches, por supuesto
(al menos a primeras vista). Naturalmente, se cruzan en algunos momentos, y en
ocasiones hasta mantienen conversaciones entre ellos, pero por lo general sobre
temas tangenciales, o que si a uno le interesan al otro le tienen sin cuidado.
Lógicamente se trata de charlas breves, casi mínimas, pues en su fuero interno
consideran esta actitud como la forma más educada de no herirse mutuamente.
Sus ocupaciones, como es natural dado lo dicho hasta ahora,
son absolutamente dispares, y si en el caso de él se trata de actividades
relacionados con las matemáticas, la estadística y la geometría, ella se ocupa
de otros en los que priman la filosofía, las artes figurativas y los cantares
de gesta. Siendo esto así, no deja de resultar sorprendente que cuando hablan
lo hagan exclusivamente de las materias que les interesan, aunque el otro no
entienda absolutamente nada o le levante un intenso dolor de cabeza. Ellos, sin
embargo, perciben sus aproximaciones como una forma de enriquecimiento, en el
que el otro viene a representar lo incognoscible de determinados aspectos del
mundo natural, y más específicamente, la incapacidad de comunicarse de los
seres humanos. “Islas ignotas en un desierto de arena”, suele ella decir en
algunos momentos llevada por unos arrebatos líricos que Juan considera como una
forma evidente de desvarío.
Sus noches son especiales, y ya desde que cae el sol se
instaura en la pareja, con independencia de su necesidad de descansar, una
tensión inaceptable y supone un período de la jornada especialmente difícil de
soportar, algo que resuelven finalmente metiéndose en la cama con el
pensamiento compartido de que “sea lo que Dios quiera”. El hecho de que cada
cual ocupe en la cama un lugar bien definido en uno de los extremos de la
misma, sin la posibilidad ni siquiera de rozarse, alivia momentáneamente sus
psiquismos y hace que puedan llegar al día siguiente vivos y prácticamente
incólumes.
Lo sorprendente, sin embargo, es que con relativa frecuencia
Juan y María, llevados sin duda por necesidades imperiosas de su composición
orgánica, ya de madrugada proceden a determinadas efusiones amatorias que desdicen
lo que hasta entonces podía colegirse de los datos expuestos hasta ahora. Los
momentos son breves pero intensos, hasta el punto de que en cuatro ocasiones a
lo largo del tiempo, han estado a punto de dar sus frutos en la forma habitual,
a no ser por la intervención inmediata de sus progenitores, incapaces de traer
al mundo a seres que pudieran llegar a parecérseles. Por otro lado, posiblemente
sea este el instante de confesar que la pareja a lo largo el día también se
siente tentada por la llamada del sexo, pero sus componentes saben sabiamente
resolver la situación mediante el autoerotismo compulsivo. Él, como viene
siendo habitual en los varones desde el comienzo de los tiempos, mediante el
adecuado acople del agente y el órgano, utiliza la mano, aunque en ciertas
ocasiones busca rarezas como la que ha sido denominada en algunos círculos de
iniciados, método de “la mosca sin alas”, a efectuar en la bañera. Ella, para
no quedarse atrás y satisfacer a algunas asociaciones feministas de las que
forma parte, utiliza también las extremidades superiores, aunque en no pocas
ocasiones recurre a los juguetes, sin descartar a las hortalizas de buen tamaño
prelavadas.
Salen poco a la calle, pero siempre lo hacen juntos por lo
que los vecinos les tienen por un matrimonio bien avenido, casi ejemplar, y su
aparente hermetismo y falta de comunicación, es tomada como una forma profunda
de empatía en la que uno conoce al otro perfectamente y huelgan las palabras.
En el cine y el teatro, que frecuentan los fines de semana y son al parecer sus
únicas expansiones fuera del hogar, suelen sentarse en butacas separadas, lo
que también se ha tomado como una forma de permanecer unidos telepáticamente. Y
hay hasta quien llega a afirmar que su gestualidad siguiendo las peripecias de
las escenas más importantes de la obra en cuestión, es prácticamente idéntica y
evidencia una profunda comunión interna entre María y Juan, siendo su silencio
una prueba irrefutable de una unión casi mística.
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