Cada día que pasa me ratifico más en la impresión que tuve
tiempo atrás, de que al volver a ver a las personas con las que trato
habitualmente, estas han sufrido un cambio importante en alguno de los aspectos
que las definen. Puede tratarse de su fisonomía, de su forma de ser o su manera
de expresarse, eso es lo de menos. Al principio pensé que eran ideas mías, pues
no se me escapa que soy una persona un tanto inestable, con días buenos y días
malos con mucha frecuencia. Demasiado variables para llevar una vida
equilibrada, si a estos les sumamos además otros maravillosos y no pocos
verdaderamente lamentables.
Pero aparte de estas características personales que yo acabo
considerando minucias, a día de hoy tengo más que la impresión (como dije al
principio), la certeza, de que los cambios aludidos son algo absolutamente reales,
por lo que llego a plantearme si no seré algo así como un especie de
catalizador, cuya sola presencia altera el entorno de un día para otro. Claro
que también podría darse el caso de que no fuera yo, sino las personas en cuestión
deciden adoptar representaciones de sí mismas cambiantes (posturas, voz, gestos,
color de la piel, etc…) para desorientarme.
A nadie se le escapa que soy un bicho raro (al menos eso he
oído en varias ocasiones en las que quienes lo decían creían que yo no estaba
atento), y sus transformaciones no serían sino una forma sutil, para acabar
haciendo de mí el desequilibrado que todos desearían. Porque, en el fondo, creo
que lo que verdaderamente les sucede es que ante mí, por raro que pueda
parecer, se acomplejan y tratan de alguna manera de camuflarse, de no ser ellos
mismos para de esa manera no sentirse demasiado afectados.
Tengo la seguridad, por ejemplo, de que al poco de verme e
intercambiar las primeras palabras, tratan de que no abra más la boca y
permanezca mudo. Temen mi facilidad de palabra, mi lenguaje que se adapta de
una forma absolutamente natural al tema de que se trate, capaz de ser breve y
conciso cuando se precisa, o florido y hasta barroco cuando lo que se necesita
es la proliferación de adjetivos, pongo por caso. La situación me inquieta,
debo ser sincero conmigo mismo, y no sé que actitud tomar para que las cosas
permanezcan igual a sí mismas a través del tiempo, con los estragos indudables que
a este le son debidos. O las enfermedades súbitas y los cambios climatológicos
imprevistos, que sin duda influyen en varios aspectos de forma casi inmediata.
Creo que como defensa y para ponerlos a prueba, voy a ser yo
mismo quien introduzca en mi aspecto cambios sutiles, para que sean ellos los
sorprendidos y quienes acaben interrogándose sobre su verdadera identidad. Hoy,
sin ir más lejos, me he pintado en el borde de los ojos dos líneas finísimas
que quienes tengan cierta sensibilidad podrán apreciar a pongo que estén
atentos. Se sentirán confundidos, pues de todos es sabido que las “patas de
gallo” no surgen así como así de un día para otro. Y ese será mi caso.
Veremos al final quien gana.
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