martes, 24 de marzo de 2015

HABLAMOS (TANGO)






Después de todo,                                                                           
lo importante es                                                                  
saber de qué se trata.
                  
De qué hablamos
cuando hablamos
(y hablamos sin parar).                                                       

Y no solo hablamos,
hacemos aspavientos
y alzamos la voz
y no callamos.

Pues si lo hacemos, es
para tomar aliento,
para recomenzar aún
con más empeño.

Es necesario, dirás,
llegar a un acuerdo.
Pararse, meditar,
saber de una vez
(aunque solo sea una)
de qué se trata
esto que nos tiene
tan enojados
hablando sin parar.

Quizás fuera mejor
callar definitivamente.
Aceptar que es el fin
y cada cual seguir
por su camino.

Pero duele saber
de antemano
que ya no habrá más tardes,
ni días ni amaneceres
en las que poder reír,
llorar y beber vino.

Y que el amor,
si esto es amor,
se estrelló definitivamente.
Y la indiferencia
tomará la delantera.

Cuando al cruzarnos
ni siquiera
abramos la boca
cortésmente,
olvidando los días
en que pelearnos
era una forma de amarnos
tan profunda.

DAGAS (Poesía)



DAGAS

La noche desciende
una vez más
como una daga oscura.

De nuevo como un pez
que surge del limo
e invade mi memoria.

Palabras de otro tiempo
resucitadas
en tu ausencia.
Voces nacidas de un vacío
colmado sin embargo
de tu nombre.

¿Dónde estás noche
que me invades
pletórica de una luz
amalgamada de alquitrán?

Negra serpiente que llegas
y me habitas.
Cruel anaconda que aprietas
tus anillos
y me ahogas.

Dime por fin
si vivir se trata de esto.
Una luz que se extingue,
se derrama
y te nombra.

AMAZONAS (Poesía)



CRISTALES



Noche,

como un pájaro oscuro

descendida.



Párpados

que no buscan,

pero son  tuyos.



Caen

las horas lentamente

del insomnio.



Surge

en mis labios tu nombre

repetido.



Amanecer

tantas veces esperado.

Cristales, oro, escarcha.



Vida





AMAZONAS



Cuando la vida se hace

pequeñita,

y las horas que pasan

se colman de recuerdos.



Y el mundo se transforma

y crece.

Magia que no nace

pero irrumpe poderosa

en mi frente.



Llama que brota

y no hay río caudaloso

que la extinga.

Incendios.



Porque todo se vuelve

un puñal.

Y el amor que me habita

es a la vez un manantial

y un amazonas poderoso.

lunes, 23 de marzo de 2015

SIN EMBARGO TU VOZ (Poesía)



SILENCIOS



Esa manía tuya de decir.

Ese delirio.



Boca no hecha

para la palabras

sin embargo.



Basta

porque no hay razones

para ellas

por lo tanto.



Solo tus labios

en el silencio.



Miradas:

con eso basta.



CIELOS



El cielo que yo invento

para ti.

Todo blancor en las tardes

de lluvia.



Y el cielo continúa.

Se reinventa y crece

ajeno.



Lágrimas que no son,

pero sí ojos.





AGONÍAS



Penetra el dolor

y permanece.

Pecho donde se alarga

la agonía.



Lo que fue

ya no importa.



Dolor que crece.

Enredaderas

trepando más allá

del olvido.



Voces, delirios.

Manos que ya

no buscan.



Palomas. Una plaza.

Una casa. Una escalera.



Y el viento:

brisa de todos los días

perecida.





EXISTENCIAS





Quien eres

no lo sabes.

Y el universo,

sin embargo,

espera.



Y las estrellas

y el teorema de Pitágoras

por mucho que te obstines

en negarlo.



Existes

y saltas a un abismo

no hecho para ti

cuando el horizonte se diluye

y nace.



Aves que ya regresan.

Primavera.





VUELOS



No vuela la paloma, 

solo huye.


sábado, 21 de marzo de 2015

MARIPOSAS

Por aquí todo sigue igual. Al menos esa es mi impresión y la de las personas con las que me relaciono. La verdad, sin embargo, es que cuando hablamos sobre ello, parecen titubear un instante, lo que me hace pensar que quizás en el fondo de ellas mismas no lo tienen tan claro. Después de todo, a mí me pasa igual. Digo que nada ha cambiado, pero en mi interior no tengo la certeza absoluta de que sea así. En estos momentos y en mis circunstancias, lo que menos me conviene es imaginar nada que pueda inquietarme. En cualquier caso, si en un futuro más o menos inmediato me diera cuenta de algo especial, lo dejaré aquí por escrito. La sinceridad no puede hacerle daño a nadie.
Antes de continuar, debo añadir, sin embargo, que aunque los días y las noches se siguen sucediendo con toda normalidad, el tiempo parece haber sufrido alguna alteración. Se trata de algo sutil que solo estando muy atento se puede percibir: algo diferente en el ambiente que todo lo trastoca. Una atmósfera de la que parece haberse apoderado una vibración apenas perceptible, parecida al aleteo de mariposa que pasara cerca de nuestras cabezas y que rápidamente desapareciese. Y que, por lo tanto, nadie es capaz de definir con precisión.
Sea lo que fuere, debió llegar un día de improviso y se quedó con nosotros definitivamente. Está ahí desde hace tiempo y todos lo sabemos, aunque no queramos confesarlo. Se palpa en el ambiente. Se respira y nos hace actuar con precaución, como si en un momento dado nuestras acciones pudieran volverse contra nosotros mismos. La gente habla con un comedimiento artificial y desde luego nadie levanta la voz, temiendo sin duda que hacerlo pueda suponer una ofensa para esa presencia misteriosa, con consecuencias desagradables. Incluso letales. Porque en el fondo, todos tenemos la certeza de que lo que verdaderamente está en juego son nuestras vidas.
Todo sigue ahí como siempre, sería una necedad discutirlo, pero en cada uno de nosotros se ha obrado una transformación que no nos pasa desapercibida, por más que tratemos de ignorarla. Y lo mismo sucede con cuanto nos rodea. Una piedra sigue siendo una piedra. Uno la tiene en sus manos, y por más que la mire y la dé vueltas sin percibir ningún cambio, tiene la seguridad de que no es la piedra que fue antes. Y de la misma manera, las manos que la sujetan se han convertido en otra cosa, sin que nuestra mirada pueda apreciar la diferencia. Incluso nuestro perro, al que tratamos día a día y conocemos a fondo, sigue siendo él mismo, aunque algo en su mirada intente en vano advertirnos que ya nada es igual.
Quizás sea por todo esto, que la gente se ha hecho más huraña y huidiza. Tratamos de no encontrarnos y si nos vemos, nos saludamos con cierta precipitación y nos alejamos enseguida, pues tenemos la absoluta certeza de que poco después será inevitable hablar de lo que ocultamos: ese presentimiento que llevamos dentro y no nos abandona. En ocasiones intento tranquilizarme y me llego a preguntar si no se trata de una especie de delirio colectivo, una enfermedad desconocida que se ha apoderado de todos nosotros, pero que pronto pasará.
Es posible que finalmente me decida y les asegure a todos que no sucede nada, y que nuestras vidas deben continuar como antes, cuando el mundo parecía tener un sentido, y cada cual seguía adelante con la certeza de que antes o después, los momentos de alegría y felicidad que tanto deseábamos, acabarían llegando. Seré fuerte y les diré que no pasa nada, tratando de infundirles el ánimo que a mí mismo me falta. No pasa nada. Absolutamente nada. Se lo diré con vehemencia. Se lo repetiré. Es preciso que me escuchen.
Pero se trata de una nada demasiado intensa, demasiado angustiosa para que verdaderamente no sea nada.

viernes, 13 de marzo de 2015

PALOMAS



El día que Alicia le abandonó, Gustavo anduvo desasosegado de aquí para allá, pero poco antes de anochecer regresó a su domicilio sin mayores problemas. Antes de acostarse se preparó una colación ligera a modo de cena, compuesta por un caldo de pollo, dos huevos al plato y una patata hervida. Apenas se le había ido el apetito. Al meterse en la cama, para su sorpresa, se hallaba en un estado próximo a la euforia, y tuvo que tomarse un tranquilizante para relajarse. Antes de cerrar los ojos recordó brevemente a los filósofos presocráticos y algunos aforismos del Tractatus de Wittgenstein. Luego se durmió profundamente, aunque de madrugada soñó con su esposa vestida con una túnica blanca montada sobre un caballo también blanco. Le decía adiós con la mano sonriendo abiertamente, para partir de inmediato al galope, lo que hizo que se despertara un tanto sobresaltado pero riéndose a carcajadas.
Al despertar, apenas recordaba lo sucedido el día anterior y se sorprendió de no ver a Alicia a su lado, aunque finalmente recordó que le había abandonado. Se levantó y preparó un desayuno a base de café con leche con dos magdalenas y un zumo de melocotón (de bote). A media mañana se trasladó al parque de El Olvido, y una vez allí, después de dar un breve paseo hasta el estanque para estirar las piernas, se sentó en un banco. A su lado estaba un tipo con mal aspecto, que no le hacía ninguna gracia, pero procuró no hacerle caso y distraerse tirando migas de pan a las palomas, muy abundantes en aquel lugar. Ver la confianza y docilidad de los animalitos le relajaba. Sin embargo, el individuo en cuestión los empezó a espantar a patadas, al tiempo que él mismo se comía las migas. Se mudó a un banco alejado de aquel bárbaro, donde estuvo cavilando un buen rato sobre los últimos acontecimientos de su vida, y especialmente en algunos aspectos de su esposa, sus cualidades y defectos. Entre las primeras destacaba el mero hecho de ser una mujer muy guapa, de las que llamaban la atención, hasta tal punto que años atrás sus amistades la habían calificado como “una mujer de bandera”. Además había hecho un curso de Secretariado. Entre sus defectos más sobresalientes, destacaba su incapacidad absoluta para permanecer callada más de medio minuto, y la evidencia de que el tiempo pasa incluso para los cuerpos “más gloriosos” (fue la primera expresión que se le vino a la cabeza, aunque él jamás la utilizara). Sus cualidades, puestos a hacer balance, superaban con muchos a sus defectos, por lo que en un momento dado la echó de menos y deseó que estuviera a su lado dando de comer a las palomas. Pero pronto intentó pensar en otra cosa al recordar su despedida, escueta pero taxativa: “Gustavo, te abandono, no me busques. Me voy a otro lugar de la península ibérica. Para tu tranquilidad te diré que no hay otro hombre”.
Después volvió a casa y entró en  de los restaurantes de sus inmediaciones. Allí pronto olvidó esas elucubraciones, al comprobar que todo el personal de servicio del local, incluidos el propietario y el maître, eran unos tipos muy mayores (de hecho, venerables ancianos), que no debía tener menos de cien años. Lo sorprendente era que tales individuos se comportaban como auténticos adolescentes, tanto en sus manifestaciones verbales, plagadas de bromas y chascarrillos, como en su aspecto físico, destacando por una agilidad y energía que desplegaban como auténticos atletas. Abandonó el bar y volvió a su casa, donde nada más llegar se propuso dedicar la tarde a meditar concienzudamente sobre la ausencia de Adela. Se sentó en el sofá y con un lápiz empezó a escribir sobre una hoja de papel los aspectos más relevantes de aquel acontecimiento. Casi de inmediato, sin embargo, a poco de empezar la tarea, pudo ver a través de la ventana que había empezado a llover con cierta intensidad, lo que de inmediato le sugirió que el hecho de ser abandonado reunía las mismas condiciones que la inesperada lluvia. De repente surgen unas nubes en el horizonte, se acercan, se hacen más densas y oscuras y empieza a llover. Se trataba pues de fenómenos muy parecidos e inevitables, por lo que se levantó, dejó el lápiz sobre la mesa, rompió el papel donde había empezado a pergeñar sus impresiones, y lo tiró a la basura. Era inútil ofuscarse y buscarle tres pies al gato. Debía aceptar los hechos tal como habían sucedido y no darle más vueltas al asunto. Poco después puso un guasap a sus amistades más próximas (y con algunas variantes, a sus tres hijos), con el siguiente texto “Alicia me ha abandonado, pero la vida sigue. Es inútil lamentarse, sobre todo porque, sorprendentemente, a pesar de los pesares, mi moral está por las nubes. Adiós”.
Luego se adormeció durante buena parte de la tarde, aunque al despabilarse tuvo la sensación de haber estado conversando con su mujer, que le había llamado por teléfono desde Lisboa diciéndole que estaba muy arrepentida y que pronto volvería. Al ver en el reloj de pared que ya faltaba poco para las nueve, se decidió a bajar al mismo bar del mediodía, para tomarse cualquier cosa como refrigerio vespertino. Ya allí y una vez sentado a la mesa, le dijo al camarero que quería comer algo “porque era la hora”, y que lo mismo le daba un filete de ternera que un revuelto de gambas y ajetes. El empleado trató de hacerle ver que esos platos no figuraban en la carta a esas horas, a lo que Gustavo añadió que no tenía nada que añadir, y que puestos a ello, podían avisar a los bomberos o a la policía, porque él no pensaba moverse, y tanto le daba. Finalmente, cuando ya eran audibles las sirenas de la autoridad llegando a la zona, se avino a razones, y comió cuatro de los cinco platos que figuraban como “entradas”. Al abandonar el local, poco después de que los bomberos comprendieran que se trataba de una falsa alarma, Gustavo se asombró del cambio sufrido por los camareros en el corto intervalo de la comida a la cena, pues si en aquella se trataba de auténticos carcamales haciéndose pasar por jóvenes atletas, ahora sucedía todo lo contrario, y unos chicos que no alcanzarían los veinte años de edad, parecían unos viejos decrépitos aquejados por todos tipo de males, que se desplazaban renqueantes entre las mesas, clamando al cielo por su infortunio apenas comenzadas sus cortas vidas. Al llegar a casa se sintió invadido por una saudade muy profunda, y se durmió en el sofá escuchando fados y esperando el regreso de su añorada Alicia.
Esta, sin embargo, nunca volvió, hecho que Gustavo siempre justificaba diciendo que, después de todo, era normal porque sin duda “había pasado al otro lado del espejo”, lo que le tranquilizaba e hizo posible que llegase a alcanzar la extraña longevidad de los camareros de su bar habitual, mitad ancianos mitad adolescentes.