La vida erótico/afectiva de P empezó muy temprano, hacia los ocho años,
poco antes de su Primera Comunión. Fue así: su mamá se estaba acicalando en el
cuarto de baño familiar, y pudo ver por el espejo como a sus espaldas, P
procedía en la bañera a determinados tocamientos, algo que siendo una mujer de
recias convicciones religiosas, quiso reprimir de inmediato, advirtiendo al
catecúmeno que tal hecho podía dañar gravemente su corazón. No sucedió así,
pues P incluso llegó a ser un buen atleta, aunque en algunas ocasiones, tiempo
adelante, llegó a sentir una opresión inquietante en el pecho, que
indefectiblemente le hacía recordar su madre, se supone que por razones nada
banales. En resumen, su primera relación, como suele ser habitual, fue consigo
mismo.
La segunda tuvo
lugar en los primeros años del bachillerato con una de las hermanas gemelas de
su clase, se llamaba G, pero podía llamarse también Y, porque eran idénticas. Se
decantó por G porque Y cojeaba ligeramente, algo que si en un principio la
descartó, al poco tiempo le llegó a estimular sobremanera, pero ya estaba
cogida por un compañero de pupitre, digamos CH. Con él se acercaba a verlas
algunas tardes, y las gemelas, asomadas a la ventana de un cuarto piso, les
tiraban trocitos de galletas como si fueran palomas (las galletas y ellos
mismos). Casi simultáneamente a esta pretendida relación a dos bandas, tuvo un
affaire absolutamente inocente con I, una niña de su clase, cuya característica
principal, además de hablar ruso y llevar gafas, era el hecho de tener unas
tetas fuera de lo común para su edad. Algo que de lo que sin embargo él no pudo
cerciorarse, pero de lo que daba fe el hermano de la chica, que la veía en el
baño y no tenía ningún inconveniente en hacerlo público.
Poco antes de
terminar el bachillerato conoció a A una chica muy mona y recatada, con la que
hacía manitas en el cine a los quince años. Una vez se hicieron una foto debajo
de una palmera que P conservó mucho tiempo. Lo acabaron dejando porque ella se
ponía muy exigente, y además le empezaron a salir unas espinillas poco atractivas.
Al poco tiempo conoció a R, la chica más guapa del pueblo según el sentir
popular. Ella lo sabía y era objeto de miradas más que lascivas por buena parte
de la población. La historia lamentablemente se truncó cuando ella le dijo que
no le gustaban los chicos con paraguas, precisamente el día en que cayendo una
auténtica tromba de agua se le ocurrió ir a buscarla armado con tal artilugio.
En un lugar donde el mencionado meteoro era lo habitual un día sí y el otro
también, P eligió sobrevivir y la abandonó. Fue una lástima porque aquella
mujer estaba por entonces más que neumática. Las cosas como son. Ella conoció
varón poco tiempo después, pero nunca tuvo descendencia, lo que con tales
antecedentes parecería lo adecuado por razones obvias. Incluida la familia
numerosa.
En cualquier
caso R no lo hubiera tenido fácil, porque por aquella época P conoció a otra
chica, (digamos que V), en la playa que le subyugó. Tenía un encanto especial.
Era tímida, tierna y amante de Juan Sebastián Bach, la poesía simbolista y los
escritores románticos. Era diferente, y P la frecuentó, hasta que el clima y la
congregación de moscas alrededor de los cuartos traseros de las vacas expuestos
en el mercado del pueblo, hicieron que ambos enfermaron de una rara afección
ansioso/compulsivo/fóbica, que les tuvo en jaque algún tiempo. V acabó
dejándole alegando que su presencia le producía claustrofobia.
Cuando se terminó
esta relación P ya peinaba canas, y amedrentado quizás por lo imprevisto de las
mismas y su experiencia hasta ese momento, durante más de un año vivió una vida
recoleta, centrado en sí mismo y las habilidades aprendidas en la bañera,
mencionadas más arriba.
Después se lanzó
al mundo, frecuentando todo tipo de ambientes que favorecieran el
establecimiento de relaciones. Algunas noches, antes de retirarse a su
domicilio un tanto abatido por sus
magros resultados, se acercaba a algunos bares de copas, en uno de los cuales
conoció a S, una chica de buenas hechuras y bastante especial. Realmente no era
un bar de copas normal, sino una especie de club donde las chicas hacían top
less, bailaban sobre una tarima medio en cueros, y finalmente se introducían en
una especie de plataforma rotatoria rodeada de cabinas, en las que exponían sus
partes más íntimas al voyeur que introdujera unas monedas en el aparato
correspondiente. Es decir, el famoso peep-show. Frecuentó a esta mujer durante
varios años, incluso cuando ella cambió de trabajo y ejerció de enfermera,
modelo y propietaria de un local de ultramarinos y de un bar. Tenía una
habilidad increíble para transformarse en lo que fuera. Pero el tiempo, la
distancia y sus desacuerdos en la idea de la misión del ser humano en el
universo, hizo que lo dejaran. Aunque quizás sería más apropiado decir que fue
ella quien le dejó, aduciendo estar locamente enamorada de un empresario inglés
de export-import (al que, por cierto, conoció, también en el peep-show).
Afectado por la
situación, se dedicó a partir de ese momento a fomentar amistades que
estuvieran más en la línea que podría ser denominada como tradicional. Bares de
copas con chicas modosas, cines, teatros o espectáculos donde podía coincidir
con gentes amantes de la cultura (o similares) y las buenas costumbres, e
incluso algunos establecimientos educativos, en uno de los cuales conoció a G,
una mujer amante de Oriente y los viajes de larga distancia, y con fobia a
curas, militares y a Su Excelencia el Generalísimo Franco y su régimen. Era una
mujer interesante y librepensadora, a la que sin embargo sus arrebatos viajeros
a tierras lejanas, le añadían cierto misticismo, que podrían emparentarla
vagamente con una congregación religiosa sui generis, en la que desde luego
estuvieran permitidas las relaciones sentimentales y el hábito no supusiera un
inconveniente para determinadas actividades.
Estas relaciones
fueron en algunas ocasiones salpimentadas con otras ocasionales, entre las que
haciendo una labor de zapa, podrían mencionarse tres internacionales. La
primera, con una joven eslava empleada en un puticlub, con una tendencia a la
ingesta inmoderada de bebidas aguardentosas. La segunda, una europea con un
amor desmedido por el Madrid de los Austrias y el galanteo urbi et orbe. Y la
tercera, una nativa del Cono Sur, con la sorprendente tendencia a mantener
conversaciones íntimas con los miembros de cualquier entidad de cierta
relevancia (se recuerda aquí la polisemia de la palabra miembros, aunque quizás
no era necesario).
Esta fue pues la
vida erótico/sentimental de P, de la que se halla medianamente satisfecho
teniendo en cuenta que siendo un perfeccionista, no descarta que en todas ellas
hubiera sido capaz de alcanzar unas cotas de excelencia superiores en cualquiera
de ambos sentidos. Algo a lo que, sin embargo, tiene que resignarse teniendo en
cuenta que los viajes en el tiempo son algo de momento irrealizable. Y lo mismo
puede decirse de los agujeros de gusano.
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