sábado, 11 de octubre de 2014

ORTOPEDIAS

Tengo que cambiar. Hablo demasiado deprisa. Todo el mundo me lo dice: les cuesta entenderme. Bueno, exagero, me refiero especialmente a las personas que me interesan. Mi familia y mis amigos. Lo que me sucede puede parecer una trivialidad, pero es algo que me duele en lo más profundo, pues es a ellos precisamente a quienes tendría que transmitirles cosas importantes y no soy capaz de hacerlo, porque al final me atropello y solo me entienden a medias. O en absoluto. Ya sé que como creen conocerme lo suficiente, tal hecho no les importa demasiado, pero lo cierto es que se equivocan y se pierden lo fundamental, lo que se queda adentro. En cualquier caso esta situación me humilla, porque me gustaría tener una dicción clara y una voz armoniosa y bien timbrada, como Paco Rabal o Manuel Dicenta, por decir algo, y suponiendo que yo fuese un hombre, que de eso, nada. Lawrence Olivier era inglés y no viene al caso. De mujeres, ahora no caigo. Y con Nuria Espert tengo problemas.
     Me dicen que no me preocupe, que todos tenemos nuestras características que nos distinguen y hacen singulares. Pero no, yo no estoy dispuesta a llegar a vieja con todo lo que ello supone, y tener poco más que un pitido como voz. Me niego, y voy a empezar algún tipo de terapia que me ayude. De entrada, al verme en el espejo se me hace evidente que tengo una boca pequeña, de hecho, tanto, que si frunzo los labios o los aprieto, simplemente desaparece. Y luego, abriéndola totalmente, está también claro que su espacio interior es muy reducido, de hecho el paladar no está muy lejos de la lengua. Aunque si lo pienso quizás todo eso no tiene ninguna importancia con lo que nos ocupa, que es la velocidad desaforada a la que hablo. De todas maneras, creo que para empezar voy a intentar agrandarme la boca, y no hablo como algunos podrían suponer de ponerme silicona en los labios ni nada parecido. No es una cuestión de apariencia ni coquetería. Sería además ridículo e inútil. Ayer he visitado una tienda de productos ortopédicos, y me he fijado en un aparato que utilizan los dentistas y los otorrinos cuando deben acceder al interior de la boca, y que la mantiene abierta mientras trabajan. Creo que me podría venir bien usarla media hora antes de acostarme, aunque no sé como responderían mis mandíbulas abiertas durante todo ese tiempo. Puede que pasados unos meses haya logrado aumentar su apertura, y permita de esa manera que mi flujo verbal salga con más facilidad y me permita articular las palabras con mayor soltura. Por probar no pierdo nada, aunque tenga que esconderme durante ese rato en el cuarto de baño. Ya encontraré el método. O quizás sea mejor por las mañanas, que estoy sola.
       Después de unos meses, si el invento no da resultado, siempre podría acudir al foniatra o al logopeda, para que me enseñen a manejar como es debido todos los componentes del aparato fonador, incluida la respiración. La respiración, como todo el mundo sabe, es una algo fundamental en el proceso que intento mejorar. En ese sentido, quizás tampoco sea mala idea practicar algo de yoga. Concretamente el pranayama. Aprender a respirar despacio por la nariz desde el plexo solar, llevando a mi espíritu la tranquilidad que me falta. Por otro lado, la posición del zazen es muy cómoda, y puede ayudarme a mejorar mi postura y aliviar así los dolores de espalda tan frecuentes en mí en ciertas épocas del año.
      Aunque, si de verdad lo pienso, quizás todo lo anterior sea una tontería, y lo que me sucede es más un asunto mental que otra cosa. Verdaderamente, quiero decir demasiadas cosas al mismo tiempo, y me atropello, y acorto las palabras y las frases y se origina un batiburrillo incomprensible. Solo es eso. Debo calmarme y tratar de decir pocas cosas a la vez, pues lo que pasa es que antes de hablar ya pienso que el otro tiene prisa y no está dispuesto a oírme. Ensayar frases cortas tipo “Buenos día, chicos” “Hola, Pedro”, cosas así de simples, y respirar despacio para añadir a continuación lo que haya lugar sin precipitaciones. Yo quedaré mejor, estaré más relajada, y los demás me escucharán con más atención y no se pondrán nerviosos, que es lo que les sucede cuando les lanzo mi perorata imparable.

     Creo que cara al futuro debo tomarme este aprendizaje como un reto, algo que hará que mejore sustancialmente mis relaciones. Al fin los demás podrán saber cuantas cosas guardo en mi interior, que desconocen. Palabras, ideas, conceptos, pensamientos profundos. Cuanta filosofía, en resumidas cuentas, que les dejará con la boca abierta. Me hace mucha ilusión, y sé que con un poco de suerte seré finalmente la triunfadora que siempre quise ser. Claro que no se me escapa que debo tener mucho cuidado y no caer en el otro extremo, hablar tan despacio, que más que salirme de la boca, dé la impresión de que la voz se me descuelga. Debo de estar atenta, pues en tal caso, tengo el convencimiento que no tardarán en tomarme por boba o por lela. Que vienen a ser lo mismo. Y hasta ahí podíamos llegar después del empeño que he puesto en todo esto.

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