jueves, 30 de octubre de 2014

DESCAMPADOS

Me encontraba solo en un descampado de las afueras de una población, a la que hacía un rato había llegado en un tren procedente de la meseta. Parecía el lugar idóneo para encontrar lo que buscaba, y el único (pero grave) problema que tenía en esos precisos instantes, era que no me acordaba de qué se trataba. Sin duda de algo muy importante para mí, pues de otra manera no me hubiese molestado en viajar. Como por más que lo intenté no fui capaz de ello, acabé sentándome en el suelo con un cuaderno en el que iba apuntando los posibles objetivos de mi búsqueda.
Cuando estaba en plena faena, pasaron cerca de mí dos señoritas que a primera vista parecían azafatas de aviación por el uniforme que llevaban, que incluían un gorrito azul con unas alas zurcidas en su parte delantera. Sentí la tentación de preguntarles si a ellas se les ocurría alguna idea que pudiera ayudarme, pero como no me hicieron el menor caso y no quise hacer el ridículo, no me atreví y seguí trabajando. Lo hice de forma metódica y por orden alfabético. Cuando llegué a la O, no dudé en escribir “oro” en primer lugar, pues aunque lo cierto es que hoy en día ese metal está bastante devaluado para lo que fue en otra época, tampoco era cuestión de ponerse exquisito. Pensemos en la fiebre del oro americana: cuanto sacrificio y cuantas vidas. Pero no debía tratarse de eso, porque además no tenía ningún utensilio que pudiera servirme de ayuda, que sería lo lógico en tal caso. Qué menos que una piocha. Al comenzar la P, de inmediato escribí “perla”, pero me di cuenta que buscarlas allí sería totalmente absurdo porque no estábamos en el fondo del mar, y lógicamente no hay ostras en otro sitio. Ostras vivas, quiero decir, impensables en aquel lugar aunque en su día pudiera haber formado parte de la Atlántida.
 Descansé un buen rato tratando de recobrar el resuello. Estaba nervioso y muy agitado, y traté de relajarme contemplando el horizonte, una línea un tanto difusa con elevaciones, crestas y depresiones, sin duda debido a turbulencias atmosféricas en la lejanía. O quien sabe si a las ondas gravitacionales llegadas del cosmos, algo que al parecer estaba muy de moda, y cuya presencia, sin embargo, acababa de ser desmentida después de confirmarse su hallazgo tan solo unos días antes. No importaba. Quizás se trataba de mi vista. Finalicé la libreta sin resultados prácticos. No se trataba de ninguno de los elementos de la tabla periódica de Mendeleiev (que siempre llevo conmigo), ni de cualquier otro compuesto líquido, sólido o gaseoso. Ni por tanto del petróleo, mineral fósil acumulado por los restos del krill en los fondos marinos a través de los eones, cuya presencia subterránea en aquel lugar sería perfectamente inútil para mí en aquellos momentos, no siendo yo en absoluto espeleólogo ni nada que se le parezca.
  La solución debía estar por lo tanto por encima del suelo, y me puse a cavilar de qué podría tratarse aparte del oxígeno que, afortunadamente no escaseaba a pesar de la elevada temperatura. Cuando estaba en esas, vi acercarse a buen paso a un tipo que braceaba ostensiblemente y miraba en todas direcciones como si algo le inquietara o si, como yo, no tuviera demasiada idea de donde estaba. Pensé que se iba a dirigir a mí pues casi me  arrolla, pero pasó a mi lado a toda velocidad sin ni siquiera mirarme, por lo que empecé a pensar que solo cabían dos soluciones. O bien aquellas personas eran cortas de vista, o mi presencia era tan insignificante que me hacía prácticamente transparente. Por cierto, aquel tipo también iba vestido con el uniforme de una compañía aérea, por lo que llegué a plantearme si no se trataría de un avión siniestrado en aquel páramo. Algo que descarté de inmediato porque sin lugar a dudas ya habría oído pasar a los bomberos, que no se distinguen por su discreción, y visto la típica columna de humo elevándose hacia el cielo. Y, sin duda, a los helicópteros de emergencias.
La presencia de estas personas, la interpreté poco después como una metáfora de que lo que buscaba debía efectivamente de encontrarse en el aire, lo que me dio nuevas energía para seguir intentando descifrar aquel misterio. Quizás la despreocupación de los visitantes hacia mi persona era debida a que me veían como a un rival, alguien a quien no se debía dar ningún dato, tratando de pasar lo más desapercibidos posible. Quien sabe si éramos los concursantes de un programa de televisión con una misión específica que cumplir, y cada cual debía apañárselas por sus propios medio. Claro que en tal caso también era casualidad que los concursantes fueran todos de una compañía de aviación, aunque con la crisis y las reducciones de plantilla cualquier cosa era posible.
     Lo absurdo de mi situación me hizo pensar si el objetivo de mi búsqueda podría ser de otro tipo. Era posible que mi pretensión, en esos momentos olvidada, fuese convertirme en un anacoreta, y mi visita a aquel páramo una oportunidad única que no debía desaprovechar. O simplemente, ante el vacío de mi existencia, un impulso súbito me había empujado a buscar mi vena poética en un paraje tan desolado. Todo era en aquellos momentos posible.
Desgraciadamente cuando me hallaba cavilando sobre estas extrañas posibilidades, vi a lo lejos a los tres aviadores acercándose a la carrera, dando voces y haciendo aspavientos, indudablemente agitados y nerviosos. A unos pocos metros de mí se detuvieron, y cuando me dirigí a ellos para saber qué pasaba, el hombre se adelantó unos pasos señalándome, y gritó en dirección a las chicas, “sin duda se trata de este”, para de inmediato sacar una pistola del bolsillo y apuntarme con ella.

¿Tienes algo que alegar? me preguntó.  Ante esta nueva vuelta de tuerca de mi situación, no supe qué responderle, y lo único que en aquellos momentos se me ocurrió fue pensar que verdaderamente era una lástima que una situación, que hasta esos momentos tenía todas las apariencias de un vodevil surrealista, fuera de inmediato a convertirse en una tragedia de la cual yo era la víctima.

VIDA AFECTIVA DE P

La vida erótico/afectiva de P empezó muy temprano, hacia los ocho años, poco antes de su Primera Comunión. Fue así: su mamá se estaba acicalando en el cuarto de baño familiar, y pudo ver por el espejo como a sus espaldas, P procedía en la bañera a determinados tocamientos, algo que siendo una mujer de recias convicciones religiosas, quiso reprimir de inmediato, advirtiendo al catecúmeno que tal hecho podía dañar gravemente su corazón. No sucedió así, pues P incluso llegó a ser un buen atleta, aunque en algunas ocasiones, tiempo adelante, llegó a sentir una opresión inquietante en el pecho, que indefectiblemente le hacía recordar su madre, se supone que por razones nada banales. En resumen, su primera relación, como suele ser habitual, fue consigo mismo.
La segunda tuvo lugar en los primeros años del bachillerato con una de las hermanas gemelas de su clase, se llamaba G, pero podía llamarse también Y, porque eran idénticas. Se decantó por G porque Y cojeaba ligeramente, algo que si en un principio la descartó, al poco tiempo le llegó a estimular sobremanera, pero ya estaba cogida por un compañero de pupitre, digamos CH. Con él se acercaba a verlas algunas tardes, y las gemelas, asomadas a la ventana de un cuarto piso, les tiraban trocitos de galletas como si fueran palomas (las galletas y ellos mismos). Casi simultáneamente a esta pretendida relación a dos bandas, tuvo un affaire absolutamente inocente con I, una niña de su clase, cuya característica principal, además de hablar ruso y llevar gafas, era el hecho de tener unas tetas fuera de lo común para su edad. Algo que de lo que sin embargo él no pudo cerciorarse, pero de lo que daba fe el hermano de la chica, que la veía en el baño y no tenía ningún inconveniente en hacerlo público.
Poco antes de terminar el bachillerato conoció a A una chica muy mona y recatada, con la que hacía manitas en el cine a los quince años. Una vez se hicieron una foto debajo de una palmera que P conservó mucho tiempo. Lo acabaron dejando porque ella se ponía muy exigente, y además le empezaron a salir unas espinillas poco atractivas. Al poco tiempo conoció a R, la chica más guapa del pueblo según el sentir popular. Ella lo sabía y era objeto de miradas más que lascivas por buena parte de la población. La historia lamentablemente se truncó cuando ella le dijo que no le gustaban los chicos con paraguas, precisamente el día en que cayendo una auténtica tromba de agua se le ocurrió ir a buscarla armado con tal artilugio. En un lugar donde el mencionado meteoro era lo habitual un día sí y el otro también, P eligió sobrevivir y la abandonó. Fue una lástima porque aquella mujer estaba por entonces más que neumática. Las cosas como son. Ella conoció varón poco tiempo después, pero nunca tuvo descendencia, lo que con tales antecedentes parecería lo adecuado por razones obvias. Incluida la familia numerosa.
En cualquier caso R no lo hubiera tenido fácil, porque por aquella época P conoció a otra chica, (digamos que V), en la playa que le subyugó. Tenía un encanto especial. Era tímida, tierna y amante de Juan Sebastián Bach, la poesía simbolista y los escritores románticos. Era diferente, y P la frecuentó, hasta que el clima y la congregación de moscas alrededor de los cuartos traseros de las vacas expuestos en el mercado del pueblo, hicieron que ambos enfermaron de una rara afección ansioso/compulsivo/fóbica, que les tuvo en jaque algún tiempo. V acabó dejándole alegando que su presencia le producía claustrofobia.
Cuando se terminó esta relación P ya peinaba canas, y amedrentado quizás por lo imprevisto de las mismas y su experiencia hasta ese momento, durante más de un año vivió una vida recoleta, centrado en sí mismo y las habilidades aprendidas en la bañera, mencionadas más arriba.
Después se lanzó al mundo, frecuentando todo tipo de ambientes que favorecieran el establecimiento de relaciones. Algunas noches, antes de retirarse a su domicilio un tanto abatido  por sus magros resultados, se acercaba a algunos bares de copas, en uno de los cuales conoció a S, una chica de buenas hechuras y bastante especial. Realmente no era un bar de copas normal, sino una especie de club donde las chicas hacían top less, bailaban sobre una tarima medio en cueros, y finalmente se introducían en una especie de plataforma rotatoria rodeada de cabinas, en las que exponían sus partes más íntimas al voyeur que introdujera unas monedas en el aparato correspondiente. Es decir, el famoso peep-show. Frecuentó a esta mujer durante varios años, incluso cuando ella cambió de trabajo y ejerció de enfermera, modelo y propietaria de un local de ultramarinos y de un bar. Tenía una habilidad increíble para transformarse en lo que fuera. Pero el tiempo, la distancia y sus desacuerdos en la idea de la misión del ser humano en el universo, hizo que lo dejaran. Aunque quizás sería más apropiado decir que fue ella quien le dejó, aduciendo estar locamente enamorada de un empresario inglés de export-import (al que, por cierto, conoció, también en el peep-show).
Afectado por la situación, se dedicó a partir de ese momento a fomentar amistades que estuvieran más en la línea que podría ser denominada como tradicional. Bares de copas con chicas modosas, cines, teatros o espectáculos donde podía coincidir con gentes amantes de la cultura (o similares) y las buenas costumbres, e incluso algunos establecimientos educativos, en uno de los cuales conoció a G, una mujer amante de Oriente y los viajes de larga distancia, y con fobia a curas, militares y a Su Excelencia el Generalísimo Franco y su régimen. Era una mujer interesante y librepensadora, a la que sin embargo sus arrebatos viajeros a tierras lejanas, le añadían cierto misticismo, que podrían emparentarla vagamente con una congregación religiosa sui generis, en la que desde luego estuvieran permitidas las relaciones sentimentales y el hábito no supusiera un inconveniente para determinadas actividades.
Estas relaciones fueron en algunas ocasiones salpimentadas con otras ocasionales, entre las que haciendo una labor de zapa, podrían mencionarse tres internacionales. La primera, con una joven eslava empleada en un puticlub, con una tendencia a la ingesta inmoderada de bebidas aguardentosas. La segunda, una europea con un amor desmedido por el Madrid de los Austrias y el galanteo urbi et orbe. Y la tercera, una nativa del Cono Sur, con la sorprendente tendencia a mantener conversaciones íntimas con los miembros de cualquier entidad de cierta relevancia (se recuerda aquí la polisemia de la palabra miembros, aunque quizás no era necesario).

Esta fue pues la vida erótico/sentimental de P, de la que se halla medianamente satisfecho teniendo en cuenta que siendo un perfeccionista, no descarta que en todas ellas hubiera sido capaz de alcanzar unas cotas de excelencia superiores en cualquiera de ambos sentidos. Algo a lo que, sin embargo, tiene que resignarse teniendo en cuenta que los viajes en el tiempo son algo de momento irrealizable. Y lo mismo puede decirse de los agujeros de gusano. 

sábado, 11 de octubre de 2014

ORTOPEDIAS

Tengo que cambiar. Hablo demasiado deprisa. Todo el mundo me lo dice: les cuesta entenderme. Bueno, exagero, me refiero especialmente a las personas que me interesan. Mi familia y mis amigos. Lo que me sucede puede parecer una trivialidad, pero es algo que me duele en lo más profundo, pues es a ellos precisamente a quienes tendría que transmitirles cosas importantes y no soy capaz de hacerlo, porque al final me atropello y solo me entienden a medias. O en absoluto. Ya sé que como creen conocerme lo suficiente, tal hecho no les importa demasiado, pero lo cierto es que se equivocan y se pierden lo fundamental, lo que se queda adentro. En cualquier caso esta situación me humilla, porque me gustaría tener una dicción clara y una voz armoniosa y bien timbrada, como Paco Rabal o Manuel Dicenta, por decir algo, y suponiendo que yo fuese un hombre, que de eso, nada. Lawrence Olivier era inglés y no viene al caso. De mujeres, ahora no caigo. Y con Nuria Espert tengo problemas.
     Me dicen que no me preocupe, que todos tenemos nuestras características que nos distinguen y hacen singulares. Pero no, yo no estoy dispuesta a llegar a vieja con todo lo que ello supone, y tener poco más que un pitido como voz. Me niego, y voy a empezar algún tipo de terapia que me ayude. De entrada, al verme en el espejo se me hace evidente que tengo una boca pequeña, de hecho, tanto, que si frunzo los labios o los aprieto, simplemente desaparece. Y luego, abriéndola totalmente, está también claro que su espacio interior es muy reducido, de hecho el paladar no está muy lejos de la lengua. Aunque si lo pienso quizás todo eso no tiene ninguna importancia con lo que nos ocupa, que es la velocidad desaforada a la que hablo. De todas maneras, creo que para empezar voy a intentar agrandarme la boca, y no hablo como algunos podrían suponer de ponerme silicona en los labios ni nada parecido. No es una cuestión de apariencia ni coquetería. Sería además ridículo e inútil. Ayer he visitado una tienda de productos ortopédicos, y me he fijado en un aparato que utilizan los dentistas y los otorrinos cuando deben acceder al interior de la boca, y que la mantiene abierta mientras trabajan. Creo que me podría venir bien usarla media hora antes de acostarme, aunque no sé como responderían mis mandíbulas abiertas durante todo ese tiempo. Puede que pasados unos meses haya logrado aumentar su apertura, y permita de esa manera que mi flujo verbal salga con más facilidad y me permita articular las palabras con mayor soltura. Por probar no pierdo nada, aunque tenga que esconderme durante ese rato en el cuarto de baño. Ya encontraré el método. O quizás sea mejor por las mañanas, que estoy sola.
       Después de unos meses, si el invento no da resultado, siempre podría acudir al foniatra o al logopeda, para que me enseñen a manejar como es debido todos los componentes del aparato fonador, incluida la respiración. La respiración, como todo el mundo sabe, es una algo fundamental en el proceso que intento mejorar. En ese sentido, quizás tampoco sea mala idea practicar algo de yoga. Concretamente el pranayama. Aprender a respirar despacio por la nariz desde el plexo solar, llevando a mi espíritu la tranquilidad que me falta. Por otro lado, la posición del zazen es muy cómoda, y puede ayudarme a mejorar mi postura y aliviar así los dolores de espalda tan frecuentes en mí en ciertas épocas del año.
      Aunque, si de verdad lo pienso, quizás todo lo anterior sea una tontería, y lo que me sucede es más un asunto mental que otra cosa. Verdaderamente, quiero decir demasiadas cosas al mismo tiempo, y me atropello, y acorto las palabras y las frases y se origina un batiburrillo incomprensible. Solo es eso. Debo calmarme y tratar de decir pocas cosas a la vez, pues lo que pasa es que antes de hablar ya pienso que el otro tiene prisa y no está dispuesto a oírme. Ensayar frases cortas tipo “Buenos día, chicos” “Hola, Pedro”, cosas así de simples, y respirar despacio para añadir a continuación lo que haya lugar sin precipitaciones. Yo quedaré mejor, estaré más relajada, y los demás me escucharán con más atención y no se pondrán nerviosos, que es lo que les sucede cuando les lanzo mi perorata imparable.

     Creo que cara al futuro debo tomarme este aprendizaje como un reto, algo que hará que mejore sustancialmente mis relaciones. Al fin los demás podrán saber cuantas cosas guardo en mi interior, que desconocen. Palabras, ideas, conceptos, pensamientos profundos. Cuanta filosofía, en resumidas cuentas, que les dejará con la boca abierta. Me hace mucha ilusión, y sé que con un poco de suerte seré finalmente la triunfadora que siempre quise ser. Claro que no se me escapa que debo tener mucho cuidado y no caer en el otro extremo, hablar tan despacio, que más que salirme de la boca, dé la impresión de que la voz se me descuelga. Debo de estar atenta, pues en tal caso, tengo el convencimiento que no tardarán en tomarme por boba o por lela. Que vienen a ser lo mismo. Y hasta ahí podíamos llegar después del empeño que he puesto en todo esto.

martes, 7 de octubre de 2014

RELIGIONES

He fundado una religión que consiste en mirar a las nubes y viajar a Budapest al menos una vez en la vida. Nada más. No se tiene que practicar ningún otro rito ni cumplir unos mandamientos, aunque estará bien visto tener en cuenta algunas recomendaciones, entre las que destaca la improcedencia del asesinato de inocentes. Quien observe estas dos cosas tan sencillas será recompensado con un estado de beatitud semi permanente durante su vida física, pues no se garantiza en absoluto que exista otra a partir de la muerte. De hecho, esa creencia será considerada como un error que no colaborará en absoluto al relajamiento mencionado más arriba.
La guerra, y esta es una de las piedras angulares de la religión recién creada, solo podrá declararse en caso de fuerza mayor. Por ejemplo, una hambruna inmerecida o una invasión sin razones objetivas. El pecado será abolido al considerarse que la naturaleza humana es dual, y en ocasiones se ve inclinada al mal sin que podamos remediarlo, lo que no quiere decir que determinados actos sean castigados severamente, como la violación sin resistencia previa, y la masturbación compulsiva, caso de ser verificadas. Sin embargo, no se trata del zoroastrismo.
Hombres y mujeres podrán yacer juntos sin necesidad de ningún vínculo oficial, civil o religioso, pero deberán pasear todos los atardeceres cogidos de la mano, contemplando las nubes, como ya quedó dicho. No será necesario de tal manera viajar a Budapest. En caso de que la nubosidad sea escasa en función de una humedad relativa muy baja, los interesados podrán mirar el cielo azul durante unos instantes y será suficiente. Los colores elementales es lo que tienen.
Es esta que acabo de crear una religión para ateos, pues la fe en Dios no es en absoluto necesaria, aunque se admite la libertad de cada cual para creer en en lo que más le acomode. En cualquier caso, no podrá el converso creer en entes abstractos o de propia creación, por lo que admitiéndose la fantasía, esta debe acogerse a determinados límites que no la alejen en exceso de lo que propiamente podría denominarse, por ejemplo, como “silla”.
Se recomienda encarecidamente el estudio de las neurociencias, la física de partículas, la teoría de la relatividad especial y general, y cualquier materia que señalando algo como procedente no lo exija como imprescindible. En este sentido, se recomienda la astronomía, la cosmología y las ciencias afines, sin descartar  cuanto pueda derivarse de los conceptos de “emergencia” y de  “estructuras disipativas”. El universo, en el mundo que imagina la nueva creencia, procede de una explosión (o similar) que lo originó, sin por ello negar la existencia de universos paralelos u holográficos, como viene demostrándose en los últimos tiempos (lo que incluye la teoría de cuerdas, la teoría M y la quintaesencia). Se acepta la procedencia de toda la materia y energía (de acuerdo con la famosa fórmula de Einstein E=mc2) como resultado de las fluctuaciones cuánticas. Los creyentes (o los catecúmenos) podrán denominar a tal hecho como les plazca, con independencia de que llamarlo Dios pueda parecer absurdo.

En cualquier caso, el resumen final de la nueva religión podría acogerse a la aleatoriedad de cualquier fenómeno humano. Lo que viene a ser lo mismo que decir: sálvese quien pueda.