-Ayer por la
noche poco antes de acostarme tuve una experiencia horrible. Sentí con toda
claridad que de un momento a otro iba a ocurrir algo espantoso. A ocurrirme a
mí, quiero decir. En el exterior nada daba la impresión de algo parecido
pudiera suceder, todo parecía en calma. Pero eso mismo me empezó a resultar
sospechoso, como si una cantidad de energía enorme se estuviera concentrando en
algún lugar a mi alrededor y fuera a explotar de un momento a otro. Incluso llegué
a ver mi sangre y mis vísceras estampadas contra la pared, lo que hizo que me
quedara contemplándolas atónito un buen rato. Luego afortunadamente me quedé
dormido, y la verdad es que esta mañana me he despertado con una magnífica
sensación de plenitud y he salido de inmediato a hacer jogging después de
tomarme un café bien cargado.
-Hace unos meses
que cuando salgo a pasear por la tarde me cruzo con una pareja. Ambos
terriblemente gordos, pero eso no parece en absoluto mermarles facultades, pues
se les ve caminar con mucha energía y decisión al tiempo que hablan y se ríen
estrepitosamente, prueba evidente de que se sienten cómodos y para nada faltos
de aliento (lo que dado su volumen sería lo más lógico). Ayer, sin embargo, me
di cuenta de que los dos son hombres, pues afinando el oído, el que parecía más
femenino tiene una voz grave que casi asusta y un conato de barba que de
ninguna manera podría tener una mujer con falta de estrógenos.
Independientemente de eso, la señora, puesto que ya la puedo llamar así, se
parece enormemente a Jorge Luis Borges, lo que podría haberme inducido a un
error del que incomprensiblemente me avergüenzo.
-Ayer durante la
comida tuve la desagradable sensación de que María Luisa no era la misma. O
para ser más preciso, que no era exactamente la misma. Cuando agachaba la
cabeza o miraba de lado me fijé en su rostro y la cosa se me hizo evidente. No
obstante, era al mirarme de frente durante la conversación, cuando tal hecho me
parecía más claro. Se trataba sobre todo de sus ojos, y como es natural, de su
mirada. Eran los de siempre, qué duda cabe, pero se había operado en ellos una
transformación minúscula pero significativa. No era su color, ese tono castaño
virando a miel que siempre me ha gustado tanto, sino, por raro que pueda
parecer, su volumen. Los tenía más grandes de lo habitual, y en algunas
ocasiones parecían querer salírsele de las órbitas. Hoy, sin embargo, no puedo
añadir nada a lo dicho, pues desde ayer por la tarde lleva gafas oscuras, de
las que solo prescindió cuando se metió en la cama y apagó la luz de inmediato.
Esta mañana incluso se las puso para ir al baño. Debe por lo tanto ser cierto,
y ella ha percibido que me he dado cuenta. ¡Dios mío!: estoy preparado para
cualquier cosa, pero no para convivir con un batracio.
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