lunes, 1 de julio de 2013

MAIZALES


Apenas lo recuerdo, pero sé que alguna vez estuvo allí. Era un enorme maizal que se extendía delante de la casa de mis padres al otro lado de la carretera, y que ahora que he vuelto ha desaparecido. A los chicos nos tenían prohibido pasar, decían que era muy peligroso atravesar la carretera porque nos podían atropellar los coches. Yo era el menor de cinco hermanos y tal cosa podía tener su sentido en lo que a mí atañía, pero ya entonces me parecía extraño que tal prohibición nos incluyera a todos, teniendo en cuenta que mis hermanos ya eran bastante mayores, y con frecuencia la utilizaban para ir en bicicleta al pueblo. No tenía sentido, y pronto empecé a sospechar que me ocultaban algo, que mis padres mantenían un secreto que no querían que conociéramos. Mis hermanos, cuando les preguntaba la razón de no dejarnos entrar en el maizal, no me respondían y se reían de mí con gestos procaces que yo no podía entender, y acababan haciéndome burlas y llamándome crío o enano. Me sentía ridículo, y con el tiempo fue surgiendo en mí la idea de transgredir la prohibición y aprovechar cualquier tarde de  verano en la que todos dormían la siesta, para entrar en el maizal y ver que misterio se ocultaba en su interior. Y así lo hice, un día cuando después de comer todos dijeron que se iban a sus habitaciones, deje transcurrir cierto tiempo y una vez que estuve seguro de que todos dormían, salí de casa sin hacer ruido, crucé la carretera a la carrera y me interné en el maizal con aprensión y el corazón batiendo alocadamente en el pecho. Las plantas del maíz era bastantes más altas que yo, y sobre ellas pude ver el azul del cielo y un sol abrasador en lo alto, entre unos nubarrones oscuros que presagiaban una tormenta que no tardaría en desencadenarse. Me desplacé jadeando en todas direcciones, y lo único que pude escuchar era el canto estridente de las chicharras en los árboles próximos, y el de los grillos que a aquellas horas parecían celebrar un aquelarre batiendo con furor sus élitros. Ni una brizna de aire que pudiera aliviar mi cuerpo empapado de sudor, ni mi cara por la que se deslizaban gruesos goterones que llevaban a mi boca un amargo sabor de salitre. Sentí que me mareaba y que todo empezaba a dar vueltas a mi alrededor al tiempo que el ruido  se hizo ensordecedor, como si en esos momentos estuviera asistiendo a una revelación que nunca debía haber conocido. Me sentí terriblemente culpable de haber desobedecido a mis padres y supe que algo terrible iba a suceder de un momento a otro. Y entonces sucedió lo que hasta ahora sigo sin poder comprender. Tirado en el suelo jadeando, pude oír como el maizal se abría con violencia por todos lados y surgían ante mi unos seres espantosos, una especie de brujos con barba que gritaban desaforadamente y se ponían a bailar a mi alrededor mostrando en sus manos unas mazorcas de maíz que dirigían hacia mí como si se tratara de una exhibición o de un rito cuyo significado desconocía. Cuando por fin se fueron y pude regresar a casa, la encontré vacía. Ni mis padres ni mis hermanos al parecer habían dormido la siesta. Sin embargo, por la noche, rompiendo la costumbre,  cenamos juntos y todos parecían muy alegres, como si celebraran algo a lo que yo me sentía ajeno, a pesar de que me repitieran con insistencia que ya era todo un hombre.

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