jueves, 20 de junio de 2013

SEMIOLOGÍAS


Habla de forma torrencial. No para.  Tratar, sin embargo, de identificar en el exterior a qué se refiere sería una tarea inútil. De la misma manera que lo sería si, permaneciendo uno atento al flujo de sus palabras, se intentase captar algún concepto abstracto de cualquier índole. Digamos filosófico o matemático, por decir algo. A pesar de todo, lo que dice tiene sentido, pero un sentido propio que uno escucha más que con atención con cierta fascinación, quizás llevado por una musicalidad de la que carece el lenguaje corriente. Al finalizar, se tiene la impresión de haber asistido a un breve concierto o a un curso acelerado de iniciación a la semiología, donde el continente y el contenido, sorprendentemente, coinciden. Es decir: nada. Yo, para tranquilizarme, lo llamo lenguaje autorreferenciado, y le dejo hacer.
 
Padezco de flashes, para qué te voy a decir otra cosa, pero no sufro de ninguna otra afección reseñable o que merezca la pena poner por escrito. Es justo, sin embargo, dejar aquí constancia de que cuando tal hecho sucede (o tal fenómeno, para ser más preciso), tengo el impulso inmediato de extender los brazos y meter las manos en el lugar de donde procede la luz, y desgarrar el espacio a su alrededor con un gesto semejante al que se haría al descorrer una cortina doble. Sentir así la sensación abrumadora del sol invadiendo el dormitorio en el que poco antes me he despertado una mañana de verano, donde, a partir de ese momento, sobra la cama.
 
Te he visto, de eso no me cabe la menor duda, pero tengo la impresión que tú has hecho todo lo posible por evitarme, pues en las circunstancias que compartíamos, cruzar la mirada hubiera sido, como mínimo, lo más fácil. Sé que cuando nos veamos por una u otra razón tratarás de hacerte la inocente y mostrarte sorprendida, pero ahora que por estas líneas ya sabes mi impresión, no creo que te sea tan fácil. Mira, veníamos casi de frente y llegamos a estar a solo unos metros, con lo que era prácticamente imposible el despiste, aunque ya sé que en ocasiones, siendo como eres una mujer con mucha vida interior, no percibes buena parte de lo que pasa a tu alrededor. No es, no obstante, el caso, María Luisa, pues aunque tú iniciaste una curva evitativa poco antes, no nos chocamos gracias a mi habilidad y buen estado de forma al dar un salto hacia un lado. No te preocupes, ya lo he asimilado, pero para futuras ocasiones te prevengo que desconfíes de mis cualidades atléticas, y consideres mi volumen nada desdeñable y la consistencia de mis huesos.

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