lunes, 4 de marzo de 2013

CARACTERÍSTICAS

Al poco de llegar me di cuenta de que era objeto de una atención que no creía merecer. Sin duda soy una persona con unas cualidades sobresalientes, según me dicen mis amistades y allegados, pero en aquel barucho infecto nadie podía estar al corriente de mi excelencia ajedrecística, o de que tuviera dos costillas menos de lo normal, aunque esto último más que una cualidad se trata de una característica de mi esqueleto de la que no voy aquí a vanagloriarme. Solo diré que me permite una flexibilidad que para sí quisieran algunos contorsionistas, pero nada más. Es posible que a los parroquianos del lugar les llamara la atención mi indumentaria, un traje gris marengo de buena factura, una camisa azul pálido y una corbata con los colores de la enseña nacional. Los zapatos, unos Sebago, que no estaban nada mal. Quizás en aquel sitio de mala muerte, solo frecuentado por camioneros y desgraciados buscando trabajo, tal hecho fue considerado una provocación, estando más cerca su ideología de los puntos de vista de Carlos Marx que de José María Aznar. Quien sabe. Lo cierto es que a los pocos minutos, al tiempo que desayunaba un café con leche y churros, me di cuenta de que la concurrencia seguía con los ojos clavados en mí, y haciendo comentarios que poco a poco ganaron en volumen, pudiendo mis oídos distinguir algunas palabras que no dejaban lugar a dudas, entre las que destacaba por su frecuencia una expresión muy común en el solar patrio: “hijo de puta”, concretamente. La situación hizo que de inmediato me pidiera dos carajillos bien cargados y una ginebra Larios, tratando de esta manera que se dieran cuenta que estaba con ellos, aunque mi atuendo pareciera separarnos, pues no siempre la vestimenta es una metáfora fácilmente interpretable. Con el tercer carajillo, cuando los clientes ya habían iniciado una aproximación a mi mesa con la evidente intención de romperme la cara, me levanté súbitamente y grité “¡viva la revolución proletaria! y ¡trabajadores del mundo uníos!”, dando entrada a continuación al himno de la Internacional Comunista. Los parias del mundo presentes se detuvieron frustrados, incapaces todavía de captar la ironía con la que les había sorprendido, y a partir de ese momento el lugar se transformó en una fiesta en la que lo único que se echó de menos fue la presencia de Vladimir Illich Ulianov “Lenin”, aunque el importe de la misma me salió por un ojo de la cara.

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