Al poco de llegar me di cuenta de que era
objeto de una atención que no creía merecer. Sin duda soy una persona con unas
cualidades sobresalientes, según me dicen mis amistades y allegados, pero en
aquel barucho infecto nadie podía estar al corriente de mi excelencia
ajedrecística, o de que tuviera dos costillas menos de lo normal, aunque esto
último más que una cualidad se trata de una característica de mi esqueleto de
la que no voy aquí a vanagloriarme. Solo diré que me permite una flexibilidad
que para sí quisieran algunos contorsionistas, pero nada más. Es posible que a
los parroquianos del lugar les llamara la atención mi indumentaria, un traje
gris marengo de buena factura, una camisa azul pálido y una corbata con los
colores de la enseña nacional. Los zapatos, unos Sebago, que no estaban nada
mal. Quizás en aquel sitio de mala muerte, solo frecuentado por camioneros y
desgraciados buscando trabajo, tal hecho fue considerado una provocación,
estando más cerca su ideología de los puntos de vista de Carlos Marx que de
José María Aznar. Quien sabe. Lo cierto es que a los pocos minutos, al tiempo
que desayunaba un café con leche y churros, me di cuenta de que la concurrencia
seguía con los ojos clavados en mí, y haciendo comentarios que poco a poco
ganaron en volumen, pudiendo mis oídos distinguir algunas palabras que no
dejaban lugar a dudas, entre las que destacaba por su frecuencia una expresión
muy común en el solar patrio: “hijo de puta”, concretamente. La situación hizo
que de inmediato me pidiera dos carajillos bien cargados y una ginebra Larios,
tratando de esta manera que se dieran cuenta que estaba con ellos, aunque mi
atuendo pareciera separarnos, pues no siempre la vestimenta es una metáfora
fácilmente interpretable. Con el tercer carajillo, cuando los clientes ya
habían iniciado una aproximación a mi mesa con la evidente intención de
romperme la cara, me levanté súbitamente y grité “¡viva la revolución
proletaria! y ¡trabajadores del mundo uníos!”, dando entrada a continuación al
himno de la Internacional Comunista. Los parias del mundo presentes se
detuvieron frustrados, incapaces todavía de captar la ironía con la que les había
sorprendido, y a partir de ese momento el lugar se transformó en una fiesta en
la que lo único que se echó de menos fue la presencia de Vladimir Illich
Ulianov “Lenin”, aunque el importe de la misma me salió por un ojo de la cara.
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