No concibo la lluvia sin una ventana
que la encuadre. Se que esto puede parecer absurdo, pues tratándose de un
fenómeno natural, resulta una concepción bastante artificiosa, como si fuera una creación propia que uno
puede manejar a su antojo, y limitarla al reducido marco de un rectángulo. Pero
como es lógico, todo ó casi todo tiene su explicación, y en este caso, como en
tantas otras cosas, remite a la infancia; aquí a la mía, naturalmente. A nadie
extrañará que siendo del Norte, esté más que acostumbrado a la lluvia, esa
compañera, con mayor ó menor rigor, allí inseparable de todas las estaciones
del año, que a nadie sorprende, y que cuando era niño, hacía que no fuera raro que muchos días nublados de
verano fuéramos a la playa, a pesar que las nubes no presagiaran nada bueno. De
hecho la gente del norte, de puro acostumbrada,
apenas se da cuenta, y coge el paraguas con la facilidad con la que baja
las escaleras.Son seres en buena medida acuáticos, y sin embargo,
sorprendentemente coriáceos, como si la persistencia del agua hubiera obrado en
ellos un efecto contrario al esperable. El hecho es que yo tuve conciencia de
la lluvia por primera vez, cuando ya adolescente, algunas mañanas oía a mi padre, al subir la persiana del salón,
darse la vuelta y exclamar indefectiblemente una expresión que ha perdurado en
mí toda la vida: “llueve sobre los seres y las cosas”. Siempre me pareció algo
muy poético, como si alguien constatara una evidencia, la de que la lluvia es
algo de lo que nada escapa, y no solo eso, sino que tiene una característica
invasora, penetrante, que hace que todo lo que toca, de alguna forma, se vuelva
también lluvia. En todo caso, era una impresión que siempre me dejaba un tanto
sobrecogido, y que una vez oído, yo mismo repetía para mis adentros, tratando
de buscarle otros significados. Aquella lluvia que yo contemplaba con
indiferencia, empezó entonces a cobrar el valor de un rito, algo que al suceder,
transforma; una especie de bautismo que una vez recibido, hace que ya nada sea
igual. Y más que recibido, quizás habría que decir, percibido, observado con
una mirada diferente, incluso escuchado con la atención y preferencia que uno
solo dedica a las palabras bellas, cuando, en mi caso, por ejemplo, algunas
tardes, inopinadamente, una cortina de agua se precipitaba sobre el jardín con
el fragor de una batalla ó el siseo de una guadaña en la siega. En ocasiones,
sacaba los brazos por la ventana y dejaba que el agua golpeara sobre las palmas
de mis manos empapándolas, y sintiendo sobre ellas la llegada de un regalo que
no por esperado, dejaba de agradecer. Otras veces, salía a la terraza sobre la
carbonera, y durante unos instantes dejaba que la lluvia me empapara, absortos
mis ojos en los macizos de las hortensias y las dalias, mientras un poco más
allá, el sauce llorón me hacía ver que, después de todo, para él siempre llovía.
Por aquella época empecé también a darme cuenta que los fenómenos más naturales e importantes suelen pasar desapercibidos,
como si su existencia fuera algo que nos es debido, y que solo su ausencia
repentina nos deja sumidos en la perplejidad. Es lo que sucede con el aire, el
suelo, el sol y el agua.
Luego el tiempo te va enseñando que
hay muchas lluvias diferentes. La apenas percibida, pero persistente y monótona
como la machadiana(1), el txirimiri de los vascos; las violentas que desbordan
los ríos, como cuando de niño yo no era todavía plenamente consciente de su
relación, y veía pasar con estruendo frente a la casa de mis padres al Saja y el
Besaya, desbordados. Lluvias que te ponen a prueba cuando llega la adolescencia,
y alguien que te interesa, te confiesa, cuando se lo ofreces, que no le gustan
los chicos con paraguas; otras tropicales ó inversas, donde el agua asciende y
forma nubes aunque no lo percibas. Chaparrones, aguaceros. Lluvias amarillas
(2), ácidas, normandas (3) que solo esperan a un poeta que las nombre para
provocar hecatombes en la costa. Lluvias españolas (4), mexicanas (5); lluvias
en Macondo (6). Piogias italianas (7). Lluvias negras (8). Reiterativas (9).
Mares de lluvia llegados del espacio: meteoritos ó cometas (10). Aguas
primigenias creadoras de vida (11). Lágrimas, llanto, orina, sexo, légamo,
barro. Fertilidad de la lluvia sobre la Madre Tierra.
Al final resulta que la lluvia
significa demasiadas cosas, y uno prefiere recordar el tiempo aquel en que todo comenzaba,
y por lo tanto, todo era posible. Y se resiste a cerrar la ventana, y sigue
intentando, quizás vanamente, que las gotas de agua vuelvan a tamborilear sobre
sus manos, y el mundo como entonces, se ofrezca como un recién llegado del que
todo se espera.
(1) “Monotonía de lluvia tras los
cristales…”. Versos de Antonio Machado en
“Un recuerdo infantil”.
(2) “La lluvia amarilla”, novela del
autor español Julio Llamazares.
(3) El desembarco aliado en Normandía
en la II Guerra Mundial, tuvo lugar cuando por la radio se oyó la contraseña acordada para el mismo, los
versos del poeta francés Paul Verlaine: “Il pleut sur la ville come il pleut dans mon coeur”.
(4) “The rain in Spain stays mainly
in the plain”, canción de la película “My fair lady”, traducida al español como
“La lluvia en Sevilla es pura maravilla” (?), basa da en la obra teatral
“Pygmalion”, de G.Bernard Shaw.
(5) “El dios de la lluvia llora sobre
México”, novela de Laszlo Passuth sobre la conquista de México por Hernán
Cortés.
(6) “Isabel viendo llover en Macondo”,
monólogo de de Gabriel García Marquez.
(7) “La piogia”, conocida canción
italiana de los años 60, cantada por Gianni Morandi, Gigliola Cinquetti y
otros.
(8) “Black rain” (1989), película de Ridley Scott
(9) “Llueve sobre mojado”,
conocida expresión castellana (y
posiblemente de otros países).
(10) “Llueve a mares”, idem. Además,
actualmente las dos teorías más consistentes sobre la existencia de agua en
nuestro planeta, dicen que pudo provenir de los impactos de cometas ó meteoritos
hace millones de años.
(11) La teoría sobre el origen de la
vida en la Tierra que se acepta como más
probable, supone que esta se originó en
el mar, como resultado de la interacción entre el agua y los gases del magma terrestre a través de
grietas en el fondo marino.
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