jueves, 2 de marzo de 2017

LLUVIA



No concibo la lluvia sin una ventana que la encuadre. Se que esto puede parecer absurdo, pues tratándose de un fenómeno natural, resulta una concepción bastante artificiosa,  como si fuera una creación propia que uno puede manejar a su antojo, y limitarla al reducido marco de un rectángulo. Pero como es lógico, todo ó casi todo tiene su explicación, y en este caso, como en tantas otras cosas, remite a la infancia; aquí a la mía, naturalmente. A nadie extrañará que siendo del Norte, esté más que acostumbrado a la lluvia, esa compañera, con mayor ó menor rigor, allí inseparable de todas las estaciones del año, que a nadie sorprende, y que cuando era niño, hacía que  no fuera raro que muchos días nublados de verano fuéramos a la playa, a pesar que las nubes no presagiaran nada bueno. De hecho la gente del norte, de puro acostumbrada,  apenas se da cuenta, y coge el paraguas con la facilidad con la que baja las escaleras.Son seres en buena medida acuáticos, y sin embargo, sorprendentemente coriáceos, como si la persistencia del agua hubiera obrado en ellos un efecto contrario al esperable. El hecho es que yo tuve conciencia de la lluvia por primera vez, cuando ya adolescente, algunas mañanas  oía a mi padre, al subir la persiana del salón, darse la vuelta y exclamar indefectiblemente una expresión que ha perdurado en mí toda la vida: “llueve sobre los seres y las cosas”. Siempre me pareció algo muy poético, como si alguien constatara una evidencia, la de que la lluvia es algo de lo que nada escapa, y no solo eso, sino que tiene una característica invasora, penetrante, que hace que todo lo que toca, de alguna forma, se vuelva también lluvia. En todo caso, era una impresión que siempre me dejaba un tanto sobrecogido, y que una vez oído, yo mismo repetía para mis adentros, tratando de buscarle otros significados. Aquella lluvia que yo contemplaba con indiferencia, empezó entonces a cobrar el valor de un rito, algo que al suceder, transforma; una especie de bautismo que una vez recibido, hace que ya nada sea igual. Y más que recibido, quizás habría que decir, percibido, observado con una mirada diferente, incluso escuchado con la atención y preferencia que uno solo dedica a las palabras bellas, cuando, en mi caso, por ejemplo, algunas tardes, inopinadamente, una cortina de agua se precipitaba sobre el jardín con el fragor de una batalla ó el siseo de una guadaña en la siega. En ocasiones, sacaba los brazos por la ventana y dejaba que el agua golpeara sobre las palmas de mis manos empapándolas, y sintiendo sobre ellas la llegada de un regalo que no por esperado, dejaba de agradecer. Otras veces, salía a la terraza sobre la carbonera, y durante unos instantes dejaba que la lluvia me empapara, absortos mis ojos en los macizos de las hortensias y las dalias, mientras un poco más allá, el sauce llorón me hacía ver que, después de todo, para él siempre llovía. Por aquella época empecé también a darme cuenta que los fenómenos más naturales  e importantes suelen pasar desapercibidos, como si su existencia fuera algo que nos es debido, y que solo su ausencia repentina nos deja sumidos en la perplejidad. Es lo que sucede con el aire, el suelo, el sol y el agua.
Luego el tiempo te va enseñando que hay muchas lluvias diferentes. La apenas percibida, pero persistente y monótona como la machadiana(1), el txirimiri de los vascos; las violentas que desbordan los ríos, como cuando de niño yo no era todavía plenamente consciente de su relación, y veía pasar con estruendo frente a la casa de mis padres al Saja y el Besaya, desbordados. Lluvias que te ponen a prueba cuando llega la adolescencia, y alguien que te interesa, te confiesa, cuando se lo ofreces, que no le gustan los chicos con paraguas; otras tropicales ó inversas, donde el agua asciende y forma nubes aunque no lo percibas. Chaparrones, aguaceros. Lluvias amarillas (2), ácidas, normandas (3) que solo esperan a un poeta que las nombre para provocar hecatombes en la costa. Lluvias españolas (4), mexicanas (5); lluvias en Macondo (6). Piogias italianas (7). Lluvias negras (8). Reiterativas (9). Mares de lluvia llegados del espacio: meteoritos ó cometas (10). Aguas primigenias creadoras de vida (11). Lágrimas, llanto, orina, sexo, légamo, barro. Fertilidad de la lluvia sobre la Madre Tierra.
Al final resulta que la lluvia significa demasiadas cosas, y uno prefiere  recordar el tiempo aquel en que todo comenzaba, y por lo tanto, todo era posible. Y se resiste a cerrar la ventana, y sigue intentando, quizás vanamente, que las gotas de agua vuelvan a tamborilear sobre sus manos, y el mundo como entonces, se ofrezca como un recién llegado del que todo se espera.

(1) “Monotonía de lluvia tras los cristales…”. Versos de Antonio Machado en  “Un recuerdo infantil”. 

(2) “La lluvia amarilla”, novela del autor español Julio Llamazares.

(3) El desembarco aliado en Normandía en la II Guerra Mundial, tuvo lugar cuando por la radio se  oyó la contraseña acordada para el mismo, los versos del poeta francés Paul Verlaine: “Il pleut   sur la ville come il pleut dans mon coeur”.

(4) “The rain in Spain stays mainly in the plain”, canción de la película “My fair lady”, traducida al español como “La lluvia en Sevilla es pura maravilla” (?), basa da en la obra teatral “Pygmalion”, de G.Bernard Shaw.

(5) “El dios de la lluvia llora sobre México”, novela de Laszlo Passuth sobre la conquista de México por Hernán Cortés.

(6) “Isabel viendo llover en Macondo”, monólogo de de Gabriel García Marquez.

(7) “La piogia”, conocida canción italiana de los años 60, cantada por Gianni Morandi, Gigliola Cinquetti y otros.

(8)  “Black rain” (1989),  película de Ridley Scott

(9) “Llueve sobre mojado”, conocida  expresión castellana (y posiblemente de otros países).

(10) “Llueve a mares”, idem. Además, actualmente las dos teorías más consistentes sobre la existencia de agua en nuestro planeta, dicen que pudo provenir de los impactos de cometas ó meteoritos hace millones de años.

(11) La teoría sobre el origen de la vida en la Tierra que se acepta como  más probable,  supone que esta se originó en el mar, como resultado de la interacción entre el agua y  los gases del magma terrestre a través de grietas en el fondo marino.  

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