miércoles, 27 de noviembre de 2013

SOSPECHAS DOS


La verdad es que empiezo a estar bastante harto de que, de un tiempo a esta parte, no haga sino escribir majaderías en este diario. Quizás no soy justo conmigo mismo, pero lo siento así. Esta mañana, sin ir más lejos, tuve otro sobresalto, esta vez en el supermercado, lo que me ha hecho volver a plantearme si me ocurre algo raro. María Luisa no estaba hoy de humor, y me ha enviado a mí a la compra, algo, por otra parte bastante habitual (somos una pareja que siempre hemos procurado compartir todo al cincuenta por ciento). El hecho es que tenía que comprar huevos y para verificar su tamaño (no me fío de las etiquetas), he abierto la caja y he tenido una sensación muy desagradable: los huevos eran perfectamente esféricos. No tenían forma ovoidal como era de esperar, por lo que, ante la mirada sorprendida de uno de los empleados, he abierto buena parte del resto de paquetes para verificar la anomalía, y para mi sorpresa he comprobado que, efectivamente, todos eran redondos. El chico se ha ofrecido a ayudarme, pero le he dicho que no era necesario. No sé como podría encajar una respuesta que desmintiera mi percepción, por lo que me he alejado con disimulo tratando de transmitir una impresión de normalidad, como si actuar de tal guisa solo hubiera sido debida a una chochera de viejo. He terminado la compra y poco antes de salir me he dirigido otra vez al estante de los huevos, pero al ver de nuevo allí al empleado testigo de mi desatino, me ha frenado en seco y me he dirigido de inmediato a las cajas. Algo me dice que los huevos deben ser perfectamente ovoidales, valga la redundancia, pero mi percepción no me engaña, por lo que está claro que algo debe de estar cambiando en mi interior que hace que perciba el mundo de forma modificada. De momento, solo se trata de mi tendencia a conferir formas curvas a cuanto me rodea, y más que curvas, circulares. Tengo otros detalles que ahora no me interesa poner por escrito, pero valga lo que me sucedió el otro día con los ojos de María Luisa. Volví a casa reflexionando sobre lo que me estaba pasando, sin darme cuenta que con mis cavilaciones había olvidado de comprar los susodichos huevos, algo que a mi mujer no le iba a ser fácil perdonarme, teniendo en cuenta que pensaba hacerse una tortilla. Por otro lado, se me ha ocurrido pensar que quizás de un tiempo a esta parte a las gallinas les ha dado por modificar la estructura de los elementos que darán lugar a su progenie, quizás como una manera de reivindicar la vida en el corral y el libre picoteo de semillas en el campo. Si fuera así, que sepan que yo estoy de su parte. Odio esas jaulas espantosas donde las tienen enclaustradas mientras les encienden y apagan las luces simulando noches y  amaneceres falsos para que pongan a destajo. Sin embargo, no debo desalentarme, quizás todo esto no tiene mayor importancia, y mi alteración perceptiva es algo transitorio, un momento del que saldré fortalecido y quizás capaz de transmitir al mundo un nuevo paradigma, el advenimiento de una era en la que el universo adquiera definitivamente las características de la trigonometría esférica y olvide para siempre a Thales de Mileto.  

SOSPECHAS


-Ayer por la noche poco antes de acostarme tuve una experiencia horrible. Sentí con toda claridad que de un momento a otro iba a ocurrir algo espantoso. A ocurrirme a mí, quiero decir. En el exterior nada daba la impresión de algo parecido pudiera suceder, todo parecía en calma. Pero eso mismo me empezó a resultar sospechoso, como si una cantidad de energía enorme se estuviera concentrando en algún lugar a mi alrededor y fuera a explotar de un momento a otro. Incluso llegué a ver mi sangre y mis vísceras estampadas contra la pared, lo que hizo que me quedara contemplándolas atónito un buen rato. Luego afortunadamente me quedé dormido, y la verdad es que esta mañana me he despertado con una magnífica sensación de plenitud y he salido de inmediato a hacer jogging después de tomarme un café bien cargado.

 

-Hace unos meses que cuando salgo a pasear por la tarde me cruzo con una pareja. Ambos terriblemente gordos, pero eso no parece en absoluto mermarles facultades, pues se les ve caminar con mucha energía y decisión al tiempo que hablan y se ríen estrepitosamente, prueba evidente de que se sienten cómodos y para nada faltos de aliento (lo que dado su volumen sería lo más lógico). Ayer, sin embargo, me di cuenta de que los dos son hombres, pues afinando el oído, el que parecía más femenino tiene una voz grave que casi asusta y un conato de barba que de ninguna manera podría tener una mujer con falta de estrógenos. Independientemente de eso, la señora, puesto que ya la puedo llamar así, se parece enormemente a Jorge Luis Borges, lo que podría haberme inducido a un error del que incomprensiblemente me avergüenzo.

 

-Ayer durante la comida tuve la desagradable sensación de que María Luisa no era la misma. O para ser más preciso, que no era exactamente la misma. Cuando agachaba la cabeza o miraba de lado me fijé en su rostro y la cosa se me hizo evidente. No obstante, era al mirarme de frente durante la conversación, cuando tal hecho me parecía más claro. Se trataba sobre todo de sus ojos, y como es natural, de su mirada. Eran los de siempre, qué duda cabe, pero se había operado en ellos una transformación minúscula pero significativa. No era su color, ese tono castaño virando a miel que siempre me ha gustado tanto, sino, por raro que pueda parecer, su volumen. Los tenía más grandes de lo habitual, y en algunas ocasiones parecían querer salírsele de las órbitas. Hoy, sin embargo, no puedo añadir nada a lo dicho, pues desde ayer por la tarde lleva gafas oscuras, de las que solo prescindió cuando se metió en la cama y apagó la luz de inmediato. Esta mañana incluso se las puso para ir al baño. Debe por lo tanto ser cierto, y ella ha percibido que me he dado cuenta. ¡Dios mío!: estoy preparado para cualquier cosa, pero no para convivir con un batracio.