Sus palabras me hicieron pensar que si bien la anchura de mi pasillo era casi mínima para un hombre andando de frente, bien podría haber sido de otra manera, un pasillo con una anchura desproporcionada para su cometido siempre que la transición a través de él tuviera la finalidad acostumbrada de ir de un lugar a otro, y normalmente de una a otra habitación. Pero siendo esto rigurosamente cierto, también lo es el hecho de que no todo el mundo se mueve de la misma manera. Yo recuerdo, por ejemplo a un amigo de juventud que encontraba más cómodo hacerlo con los brazos abiertos en cruz, algo verdaderamente sorprendente a no ser, como era su caso, que el sujeto quiera continuamente recordar a nuestro Redentor clavado en la cruz. Raro, qué duda cabe, pero posible en mentalidades entregadas a mitos de los que no pueden desprenderse con facilidad, incluso en las situaciones más originales y hasta escabrosas. Claro que aquí quizás sea el momento oportuno para decir que aquel individuo no solo quería continuamente rendir homenaje al Señor, sino que era un gran aficionado a la danza y el ballet, y la anchura desmedida de mi pasillo le permitía giros y volatines de todo tipo, e incluso siendo muy aficionado al sufismo, no le importaba (de hecho disfrutaba mucho) ponerse a girar como una peonza mística en el baile de los giróvagos del Medio Oriente.
Quizá esa sea la razón por la en cierto momento llegó a solicitarme una obra en el interior de mi domicilio con el objetivo de ensanchar mi pasillo con los fines especificados hasta aquí, y más si le añadimos su enfermiza afición a los bailes modernos, el rap, el hip-hop y otros parecidos que necesitan de un espacio holgado para sus espasmódicos movimientos. Le dije como es natural que no, que hasta ahí podíamos llegar, que para eso e incluso otras actividades que no vienen aquí al caso, tenía su casa, mucho mayor que la mía y con un salón en el que con un poco de buena voluntad incluso podría disputarse carreras de ponis. Pero todo esto es cuestión del
pasado y en la actualidad he encontrado una verdadera diversión caminando por mi pasillo de lado, lo que me transmite en determinados momentos sensaciones muy agradables e incluso libidinosas, sin que tenga que especificar aquí el porqué de tales contentos. Ni que decir tiene que los día en los que no me sentía especialmente feliz hacía el recorrido bastante cargado de hombros lo que lo era bastante menos satisfactorio, pues la joroba, vulgarmente llamada chepa, se frotaba contra los tabiques y la cosa no tenía la menor gracia. Heme pues ahora que ya voy cumpliendo años ante el dilema de volver las aficiones grandilocuentes de mi amigo de juventud o insistir en esta querencia final de deslizarme lateralmente para bien o para mal como ya se ha dicho. Claro que por otro lado soy consciente de que me estoy verdaderamente obsesionándome con este juego (en eso se ha convertido mi afición), y que existe otras actividades que pueden ser igual o más gratificante. Pasear por las amplias avenidas que bordean mi casa un día con sol, o acercarme al cine dentro de casa donde suelen poner películas antiguas en blanco y negro, sobre todo westerns y algunas francesas de Truffaut, Resnais y Godard, que eran mis héroes en los años sesenta. No digo nada de alguna en color de Brigitte Bardot, porque siendo sincero, a ella le sería imposible transitar por mi pasillo de lado, por razones obvias.