lunes, 1 de noviembre de 2021

ANCHURAS

 Sus palabras me hicieron pensar que si bien la anchura de mi pasillo era casi mínima para un hombre andando de frente, bien podría haber sido de otra manera, un pasillo con una anchura desproporcionada para su cometido siempre que la transición a través de él tuviera la finalidad acostumbrada de ir de un lugar a otro, y normalmente de una a otra habitación. Pero siendo esto rigurosamente cierto, también lo es el hecho de que no todo el mundo se mueve de la misma manera. Yo recuerdo, por ejemplo a un amigo de juventud que encontraba más cómodo hacerlo con los brazos abiertos en cruz, algo verdaderamente sorprendente a no ser, como era su caso, que el sujeto quiera continuamente recordar a nuestro Redentor clavado en la cruz. Raro, qué duda cabe, pero posible en mentalidades entregadas a mitos de los que no pueden desprenderse con facilidad, incluso en las situaciones más originales y hasta escabrosas. Claro que aquí quizás sea el momento oportuno para decir que aquel individuo no solo quería continuamente rendir homenaje al Señor, sino que era un gran aficionado a la danza y el ballet, y la anchura desmedida de mi pasillo le permitía giros y volatines de todo tipo, e incluso siendo muy aficionado al sufismo, no le importaba (de hecho disfrutaba mucho) ponerse a girar como una peonza mística en el baile de los giróvagos del Medio Oriente.

Quizá esa sea la razón por la en cierto momento llegó a solicitarme una obra en el interior de mi domicilio con el objetivo de ensanchar mi pasillo con los fines especificados hasta aquí, y más si le añadimos su enfermiza afición a los bailes modernos, el rap, el hip-hop y otros parecidos que necesitan de un espacio holgado para sus espasmódicos movimientos. Le dije como es natural que no, que hasta ahí podíamos llegar, que para eso e incluso otras actividades que no vienen aquí al caso, tenía su casa, mucho mayor que la mía y con un salón en el que con un poco de buena voluntad incluso podría disputarse carreras de ponis. Pero todo esto es cuestión del

pasado y en la actualidad he encontrado una verdadera diversión caminando por mi pasillo de lado, lo que me transmite en determinados momentos sensaciones muy agradables e incluso libidinosas, sin que tenga que especificar aquí el porqué de tales contentos. Ni que decir tiene que los día en los que no me sentía especialmente feliz hacía el recorrido bastante cargado de hombros lo que lo era bastante menos satisfactorio, pues la joroba, vulgarmente llamada chepa, se frotaba contra los tabiques y la cosa no tenía la menor gracia. Heme pues ahora que ya voy cumpliendo años ante el dilema de volver las aficiones grandilocuentes de mi amigo de juventud o insistir en esta querencia final de deslizarme lateralmente para bien o para mal como ya se ha dicho. Claro que por otro lado soy consciente de que me estoy verdaderamente obsesionándome con este juego (en eso se ha convertido mi afición), y que existe otras actividades que pueden ser igual o más gratificante. Pasear por las amplias avenidas que bordean mi casa un día con sol, o acercarme al cine dentro de casa donde suelen poner películas antiguas en blanco y negro, sobre todo westerns y algunas francesas de Truffaut, Resnais y Godard, que eran mis héroes en los años sesenta. No digo nada de alguna en color de Brigitte Bardot, porque siendo sincero, a ella le sería imposible transitar por mi pasillo de lado, por razones obvias.

NOCHES OTRAS

 Aquella misma noche le dije a mi padre que no quería volver a verle. Fue algo espontáneo que para nada había precisado una elaboración previa en mi cerebro. De repente le miré a la cara bajo aquella luz mortecina del saloncito de su casa, y algo en mi interior decidió que no quería seguir viéndola ni un momento más. De hecho, sin mediar media palabra me dirigí a la puerta , la abrí y salí sin más explicaciones. Ya en la escalera pude oírle gritando “¿pero donde vas?” a lo que di la callada por respuesta y aceleré el paso de tal manera que estuve a punto de romperme la crisma al llegar al portal, tres pisos más abajo. Allí me detuve con la esperanza de que el abuelo se dignara interesarse por mí, pero no fue así en absoluto. La puerta de casa siguió cerrada, lo que en el fondo me causó la íntima satisfacción de que a pesar de que lo sorprendente de la situación, a él parecía haberle tenido sin cuidado.

Era de noche cerrada, ni un atisbo de luz por ningún lado o como mucho un trozo minúsculo de luna asomando detrás de una nubles oscuras que daban al ambiente un matiz tenebroso, que no sé por qué en aquellos momentos se me ocurrió que bien podría corresponderse con la fea situación entre mi padre y yo. Lo preocupante del caso, al menos por mi parte, era que a decir verdad yo no tenía nada contra él. La idea de irme de su casa donde vivíamos juntos desde hacía años después de mi divorcio, me sorprendió como ya dije al principio al verle la cara poco antes y llegar a la conclusión de que no podía soportarle. Se había convertido en unos instantes en una especie de animal del Pleistoceno, por decir algo, del que tenía que desembarazarme de cualquier manera. Irme, pensé en aquellos momentos, había sido de lo más razonable, pues la otra solución podía haber sido acercarme a la cocina, coger un cuchillo grande de los que él empleaba para corta el jamón, y rebanarle allí mismo el pescuezo. De hecho, di unos pasos pero poco antes de entrar algo me dijo que aquello no era lo más razonable, di media vuelta y aguanté media hora sentado a su lado en el sofá viendo un documental sobre catástrofes aéreas, del que solo recuerdo que el avión por no se qué historias en los dos motores se caía a plomo sobre el mar en pleno océano Índico. Deseé en esos momentos que el piloto hubiera sido mi padre y que había sido él el causante del accidente. Y todo porque sabía que yo iba a bordo y quería desembarazarse de mi inmediatamente, aunque también él mismo se fuera al garete. Este recuerdo me tranquilizó porque en resumidas cuentas poco antes yo no estaba pensando otras cosas muy diferentes de lo que en el fondo mi padre deseaba para mí. La puerta cerrada después de mi salida, y su silencio los días siguientes me confirmaron tal impresión.

Me alojé en un hotelucho de las inmediaciones, y todas las noche me acercaba a su casa para ver las luces del salón que daba a la calle. Lo sorprendente es que no las volví a ver encendidas ,por lo que llegué a pensar que lo mismo había sufrido un colapso y estaba muerto. Aunque también cabía la posibilidad de que hubiera tomado mi misma decisión y hubiera salido a buscarme durante todas aquellas noches, y en cualquier momento podría encontrármelo en cualquier esquina. Esto me hizo sonreír y me acorde del viejo con una ternura para nada compatible con mis instintos asesinos de unos días antes.

NOCHES

 Cuando menos lo espero resulta que es de noche y paseo por las afueras .No sé como llegué, pero el hecho es que puedo verificar mi primera impresión, cuando a lo lejos veo las luces de la ciudad que debo haber abandonado no hace mucho .Son trayectos que recorro como un sonámbulo algunos días en que su geometría me agobia, y huyo a los descampados. Busco cielos estrellados y horizontes sin impedimentos ,y lo de menos es considerar si son las dos manos ó solo una las que he deslizado en los bolsillos, ó si por una vez las dejo fuera .Todo transcurre con tal automatismo, que únicamente tengo que dejarme llevar por una maquinaria que nada tiene que ver conmigo .Levanto la cabeza y siento la inutilidad de la luz, cuando todo ahora se hace diáfano a pesar de la oscuridad sobre los tejados. Los veo y me entusiasma seguir la línea que delimitan, e imaginar a lo lejos las galaxias que se arraciman formando cúmulos, tras la modestia de las pocas estrellas que percibo. Pero no siempre me decido por las alturas, y con frecuencia mi vista se concentra en la humildad de las alcantarillas, que a esas horas ya arrastraron toda la inutilidad del día .Ó en ocasiones, sigo la caída de las bajantes, de los canalones de los edificios donde por fin, sus inquilinos pueden descansar de un ajetreo que, después de todo ,lo único que hará es llevarles al lugar dónde empezaron. Han lavado sus almas y se disponen a recobrar la horizontal como un ensayo para el día de mañana ,cuando el adiós sea ya definitivo .Si me agobian estos pensamientos, decido emprender circuitos asimétricos en torno a las farolas, ó me permito pequeñas aceleraciones ,que sin duda sorprenderán a los insomnes que decidan asomarse a los balcones .Ó, con paso cansino, arrastro los pies sobre el bordillo de la acera, intentando equilibrios que bien podrían hacerme trastabillar y caer para sorpresa de los búhos ,que a esa hora abren los ojos desmesuradamente .En un momento dado, sin embargo, me invade un vago sentimiento de inutilidad, y me cuestiono el por qué de las cosas pequeñas y el por qué de las grandes preguntas .El por qué de esa mancha de aceite, ó esa grieta mínima que me sorprende en la noche como una puñalada .El por qué de los cielos estrellados y las distancias insondables, cuando con hambre , un simple pedazo de pan es suficiente. Ando caminos que me llevan de vuelta al origen donde mis pies ,que no yo ,decidieron emprender la fuga hacia ninguna parte .Esos pobres mocasines que pudieron en su día recorrer las desoladas calles de Punta Arenas, ó los glaciares que se despidieron del Polo con crujidos que helaban la sangre en las venas . Más tarde he de regresar donde los automóviles permanecen varados, hasta que con las primeras luces caminen de nuevo hacia el enajenamiento que da de comer a sus chóferes. Pero antes ,algunas noches, mis pasos ó el coche ,que ni siquiera eso tengo claro, me acercan a los barrios industriales, donde todo está a punto para el desembarco de los proletarios . Allí quiero probar la eficacia del sistema capitalista y la diligencia de los vigilantes y los perros guardianes ,escuchar estremecido sus silbatos y los ladridos ,y pasear sin embargo tranquilamente, como quien nada tiene que temer, pues llegado el caso él mismo perseguiría con saña a los ladrones. Malhechores que sin embargo anidan en mi interior, a la espera de un descuido, capaces de provocar un incendio que haga reflexionar al mundo sobre la provisionalidad de las construcciones de bajo coste, y de la existencia, puestos a decirlo todo. Quién sabe si cuando lleguen las Asistencias ,los guarda jurados se declararán culpables ,entusiasmados por el crepitar de las llamas, y enceguecidos por una luz que no esperaban cuando la aurora ya anulaba los contrastes .Llegará para mí entonces el momento de regresar y dejar detrás las huellas de una noche , resuelta al fin en brasas. Al alejarme, pensaré, feliz, que la belleza del espectáculo , posiblemente haga reflexionar a los bomberos sobre la indispensabilidad de los pirómanos.